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Capítulo 5

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FUE EL cosquilleo que sintió en la entrepierna lo que provocó que Helena volviera a la realidad, un dolor húmedo que no había experimentado desde hacía tanto tiempo que se había olvidado de cómo era. Sí había sentido algo parecido cuando él le susurró al oído que le debía una noche de bodas, pero había decidió ignorarlo.

Debía mantenerse centrada. Theo era peligroso. Dio un paso atrás y se aclaró la garganta.

–¿Esta será mi casa? –la asistente de Theo le había confirmado que se alojaría en una casita recién construida en la península. Durante los siguientes meses se construirían otras casas para acomodar al equipo que construiría la mansión que se elevaría como un monolito en aquel lugar.

Theo quería que Helena viviera y trabajara en la zona de obras. Y lo que Theo quería, Theo lo conseguía.

–Así es –se bajó de la moto y añadió–. Te la enseñaré.

Helena encontró que el interior era mucho más lujoso de lo que esperaba. El aroma a pintura fresca invadía el ambiente.

–Deja que te presente a Elli y Natassa, las amas de llaves –Theo atravesó el recibidor y la guio hasta la cocina.

Helena no se sorprendió al ver que las amas de llaves eran don mujeres despampanantes de edad parecida a la de ella. «A Theo le gusta la variedad, le encanta que lo quieran», pensó. Su ego lo exigía. ¿Qué mejor manera de darle una puñalada a su ex que no fuera contratando a dos mujeres glamurosas para atenderla? ¿Cuál de las dos era la que se acostaba con él? ¿La rubia? ¿La pelirroja? ¿Las dos?

Forzando una sonrisa, al mismo tiempo que trataba de contener una náusea, saludó a ambas estrechándoles la mano.

Al instante, le sirvieron un gran vaso de agua con hielo y limón y un plato de dulces griegos.

–Tienen muy buena pinta –dijo ella, con educación–, pero ¿os importaría si antes de comer algo voy primero a mi habitación? Necesito refrescarme –y también necesitaba alejarse de Theo. Con suerte, él se marcharía pronto a su casa en Atenas, o a su casa de Agon.

–Te mostraré cuál es –dijo Theo antes de que las mujeres pudieran contestar. Salió de la cocina y atravesó el salón hasta la parte trasera de la casa. Abrió una puerta y dijo–: este es tu despacho. Mañana puedes recolocarlo a tu gusto –Helena apenas tuvo tiempo de verlo antes de que él atravesara una arcada.

–Nuestros aposentos –dijo él.

Había dos puertas enfrentadas.

–¿Nuestros? –preguntó ella.

Él la miró con una sonrisa.

–Nai, agapi mou. Nuestros aposentos –asintió y señaló la puerta de la derecha–. Tu dormitorio –después la de la izquierda–. Mi dormitorio.

–¿Vas a quedarte aquí?

–Por supuesto –repuso Theo–. Así estaré disponible siempre que me necesites De día o de noche.

Helena se mantuvo en silencio tratando de contener la furia. Al cabo de unos instantes dijo:

–Me daba la impresión de que iba a quedarme aquí sola, con tus empleadas.

–Lo sabía –guiñó un ojo y abrió la puerta–. Estaba siendo considerado.

Ella lo miró con incredulidad.

Theo entró en el dormitorio que había diseñado pensando en Helena.

–Pensé que ya tenías bastantes cosas de las que ocuparte. Si te decía que iba a quedarme aquí también, te habría creado presión añadida.

–O me habrías visto marchar –lo miró desde la puerta.

Él negó con la cabeza.

–Tenías mucho que perder –y más si se marchaba en ese instante. Él había pagado lo prometido a Staffords y a Helena. A cambio ellos habían firmado un contrato mediante el que Helena se comprometía a estar allí hasta que terminara los planos. Si trataba de marcharse antes de tiempo, Staffords y Helena tendrían que devolver el dinero con intereses.

La había puesto en un brete, justo donde la quería. Y, a juzgar por el brillo de su mirada, ella lo sabía.

–Si hemos de vivir bajo el mismo techo, de acuerdo, pero te diré una cosa, no compartiré la cama contigo.

–¿He dicho algo acerca de compartir la cama? –preguntó él con inocencia–. No obstante, ya que eres tú la que lo has pensado, te diré que serás bienvenida en mi cama cuando quieras.

–Ni en un millón de años –contestó ella.

Él se rio.

–¿Eso es un reto?

–Es un hecho. He venido a trabajar, no ha darte entretenimiento barato.

–Nadie podría describirte como algo barato, agapi mou.

Ella entró en la habitación y se colocó frente a él con los brazos cruzados sobre el pecho.

–Esta es mi habitación, ¿no?

–Toda tuya.

–Entonces, tendrás que respetar que es mi espacio personal. No puedes entrar a menos que estés invitado, ¿entendido?

–¿Así que ya estás pensando en invitarme?

–¡No! –cerró los puños con fuerza y suspiró–. Eres imposible.

–Otro cumplido –dijo él, guiñando el ojo.

–¿Hay farmacia en la isla?

–Por supuesto.

–Bien.

–¿Qué necesitas?

–Analgésicos. Me estás dando dolor de cabeza.

Echando la cabeza hacia atrás, Theo soltó una carcajada. Desde que murieron sus padres, Helena era la única persona aparte de sus abuelos que nunca se lo tomaba en serio. Su indiferencia le encantaba.

Él se fijó en que ella hacía una mueca y volvía la cara. Se llenó de júbilo. Helena estaba tratando de disimular su diversión, la muy descarada.

–Dejaré que te acomodes. Deberías encontrar todo lo que puedas necesitar, pero si echas algo en falta díselo a Natassa o a Elli y ellas te ayudarán.

Helena se enrolló la toalla sobre el pecho y, por tercera vez, rebuscó en el armario confiando en que hubiera aparecido una ropa distinta como por arte de magia. Al final se puso una falda de color verde y un top color crema, la ropa que tenía que menos parecía de trabajo. Por desgracia, solo había empaquetado ropa de oficina y algunas prendas para los momentos de relax de la tarde. Había elegido la ropa sin pensar que tendría que compartir techo con don ego. Algo que él tenía planeado, y que reforzó su intención de trabajar siete días a la semana en el proyecto.

Podría matar a Theo. La mayor parte de las tres horas que Helena había estado ocultándose en su habitación las había pasado imaginando distintas maneras de librarse de él. Decidió que escribiría una lista y le dejaría elegir.

Los planes de asesinato tendrían que esperar mientras ella se preparaba. Natassa había ido a preguntarle si estaba lista para la cena, ya que pronto la servirían.

Fue entonces cuando Helena decidió que se quitaría el maquillaje para que Theo no pensara que se había arreglado para él. Y para dejarle más claro que no era así, agachó la cabeza y agitó su cabello para que se alborotara.

«¡Ya está!», pensó. Se miró en el espejo y se aseguró de que tenía un aspecto terrible.

Si eso no lo ahuyentaba y le dejaba claro que preferiría intimar con un cadáver antes que intimar con él, nada lo haría.

Natassa la recibió en la cocina con una gran sonrisa.

–Llegas en buen momento. Tu aperitivo está listo. Hemos preparado la mesa en la terraza. ¿Te parece bien, o prefieres comer dentro?

–Fuera será estupendo, gracias Suponiendo que a Theo le parezca bien.

–¿Por qué no iba a parecerle bien?

–Porque a lo mejor prefiere comer dentro.

–No está aquí. Ha tomado el barco de regreso a Agon –frunció el ceño–. Creo que iba a una fiesta. Esté donde esté, volverá mañana. A la hora de comer, creo.

–¿Crees?

Natassa se encogió de hombros.

–No dio muchos datos. Y a mí no me pagan para preguntarle.

A Helena tampoco le pagaban para cuestionarle, ni para que le importara que él la hubiera dejado sola la primera noche para irse a una fiesta, algo que tuvo que recordarse varias veces mientras cenaba en la terraza, con los grillos como única compañía.

A Helena no le importaba cenar sola. Estaba acostumbrada. Y no podía quejarse de aquel menú de tres platos digno de una estrella Michelin. Aquella mañana había salido de su casa esperando comer sola en el futuro. La comida y el alojamiento eran cien veces mejor de lo que esperaba, pero en lo de estar a solas había acertado.

Theo debía de haberse burlado de ella al decirle que iba a alojarse allí también. Sería otro de sus juegos.

Pues que jugara. A ella no le importaba.

Sobre todo, no le importaba que en aquellos momentos estuviera en una fiesta con alguna mujer agarrada a su cuello y que seguramente no se encontrara solo cuando se despertara al día siguiente.

Al abrir los puños, Helena se esforzó para no mirar las marcas que habían dejado sus uñas en la palma de la mano.

–¿Ventanas de cristal triple para el dormitorio principal? –aclaró Helena, sintiéndose aliviada al poder pronunciar habitación principal sin que le temblara la voz.

El primer encuentro para hablar sobre los requisitos que Theo quería que cumpliera su casa había sido mucho más duro de lo que ella había imaginado. Hacía tres años, antes de que prepararan la colina para construir la casa que estaban diseñando, tenían el sueño de que aquel lugar se convirtiera en su hogar.

Con las cabezas pegadas, habían susurrado durante horas, noche tras noche, sobre la casa que construirían. Habían diseñado los planos, bromeando acerca de quién tendría la oficina más grande y el mejor vestidor. Helena había pedido una sauna, mientras que él quería un gimnasio completo, dos piscinas, una pista de tenis, una sala de cine y un cuarto de juegos con bar.

¿Sería que la memoria le estaba jugando una mala pasada o todo lo que Theo describía era tal y como habían planeado durante aquellas noches?

El dormitorio principal, con un baño y un vestidor para cada uno, y las ventanas con vistas al Mediterráneo, era exactamente como ambos habían planeado.

–Nai, ventanales hasta el techo que abran hasta mi balcón privado –él se volvió para mirarla–. Me aseguraré de que no haya barcos en el horizonte antes de salir desnudo, no quiero ser responsable de una subida de tensión arterial.

Helena se estremeció al imaginarse a Theo desnudo.

Él la miró unos instantes antes de desviar la mirada hacia la zona de tierra donde se situaría su dormitorio.

–¿Todavía te resulta erótica la idea de apoyarte desnuda contra la ventana mientras te poseo por detrás? –murmuró él.

Su pregunta fue tan inesperada que ella tardó unos instantes en asimilarla, pero cuando lo hizo se sintió invadida por una ola de calor que provocó que le costara respirar.

–Eso es completamente inapropiado –murmuró ella.

Y cruel. Eso era otro de los comentarios que habían susurrado durante las largas noches: conversaciones seductoras acerca de cómo les gustaría hacer el amor en su futura casa. La mujer recatada que él había conocido en los jardines del palacio de Agon, había descubierto en compañía de Theo su lado sensual, uno que nunca había imaginado que pudiera existir. Él le había abierto la mente y liberado su imaginación, y había sido maravilloso. En realidad, se habían torturado con aquellas conversaciones. Helena porque estaba desesperada porque Theo renunciara a su ridícula súplica de que esperaran a estar casados para hacer el amor, y Theo por su incapacidad para permitir que nadie fuera mejor que él en nada, ni siquiera su prometida a la hora de tener fantasías eróticas.

El hombre que veía a cualquier mujer como candidata para acompañarlo en la cama, había sido implacable a la hora de evitar el contacto sexual, mientras que la mujer virgen y recatada había estado desesperada por experimentar lo que era hacer el amor con él. La fuerza de voluntad de Theo había sido más fuerte que la desesperación de Helena.

Helena tragó saliva y se esforzó para que la conversación volviera al tema laboral.

–¿Qué hay de las habitaciones para invitados? ¿Todas van a tener baño?

–Por supuesto. Todas han de tener su propio baño con ducha.

Ella asintió y escribió en su cuaderno. No era necesario que tomara ninguna nota, pero prefería meterse en el mar que admitir que recordaba todo lo que habían pensado.

Helena trató de mantener una expresión neutral, tal y como había hecho unas horas antes cuando él regresó de la península a la hora de comer, y con el aspecto de un hombre a punto de embarcarse en un yate de vacaciones. Helena, vestida con una falda y una blusa, había tenido que reprimir el impulso de lanzarle su ensalada. Y en esos momentos, se estaba conteniendo para no lanzarle el cuaderno.

–Si no te importa, me gustaría regresar a casa –dijo ella con educación. Pensaba mantener su profesionalidad hasta el final.

–¿Ya tienes suficiente información para ponerte con el diseño?

–Tengo suficiente para empezar, pero ese no es el motivo por el que quiero regresar –lo miró fijamente para tratar de leer su mirada sin conseguirlo–. No estoy acostumbrada a tanto calor.

–Eres medio griega.

–Nacida y criada en Inglaterra, de donde no he salido en tres años. Sería mejor si hiciéramos las visitas al terreno temprano, en lugar de a mediodía cuando el sol está más alto.

–¿Eso es un reproche? –preguntó él con una sonrisa.

–Tú eres el cliente. No es mi papel reprocharte. Solo he comentado que me resulta más fácil concentrarme cuando no tengo el cerebro quemado por el sol.

–Entendido.

–Gracias. ¿Podemos volver después de desayunar?

–Si he regresado.

–¿Regresado? –no era su intención hacer esa pregunta, pero una vez más, Theo la había pillado desprevenida.

–Tengo que acudir a un acto en Atenas esta noche. Una exposición en una galería de arte.

–Entonces querrás que nos marchemos de aquí –dijo ella, y se separó de él. Por desgracia para Helena, él la alcanzó en tres pasos.

–¿Vienes conmigo?

Ella lo miró fijamente.

–¿Eso es un no?

–No estoy aquí para hacer vida social, he venido a trabajar.

–Llevas todo el día trabajando.

–No. Esta mañana no pude empezar a trabajar porque no viniste hasta la hora de comer.

–Debió suponerte una tortura. ¿Cómo has pasado el rato?

–Familiarizándome con los ordenadores del despacho.

–¿Has tenido una mañana libre en la isla más maravillosa del mundo y la has pasado jugando con el ordenador?

–No estaba jugando.

–¿Cómo ha sido tu vida social? –preguntó él. Era consciente de que ella se aferraba a su profesionalidad para ocultar la realidad. Quería recuperar a la Helena que él conocía y estaba dispuesto a utilizar las armas que fueran necesarias.

–No es asunto tuyo.

–Solo trato de dar conversación. ¿Has hecho amigos? –Helena era la única persona que conocía que podía contar los amigos con los dedos de una mano. Su soledad resultaba extraña para él, un hombre que disfrutaba de la vida social con una amplia red de amistades.

–Sí, Theo, tengo amigos.

–¿Algún amigo menor de cincuenta años? ¿Un novio? –le dio un codazo a modo de broma–. ¿Un amante?

Ella se separó de él y aceleró el paso.

–Definitivamente un amante –dijo él–. ¿Y te excita tanto como yo?

Helena se detuvo en seco. Despacio, se volvió para mirarlo con desdén. Entonces, se rio.

–¿De veras quieres que te responda? ¿Crees que tu ego lo soportará? –llegaron a la casa, ella sonrió con calma y dijo–: Disfruta de la noche, Theo. Te veré por la mañana en modo profesional. Confío que para entonces tú también seas capaz de comportarte con profesionalidad.

Theo la dejó entrar. El corazón comenzó a latirle con fuerza cuando comprendió que Helena había tenido un amante durante los años anteriores. Siempre había sabido que ella no tenía motivo para mantener su virginidad, pero hasta ese momento nunca imaginó que podría suceder. Theo había sido incapaz de continuar con su vida, pero Helena…

Se las había arreglado sin él.

Había tenido amantes.

Theo no podía creer que pensar en ello le provocara un nudo tan fuerte en el estómago.

E-Pack Bianca y Deseo octubre 2021

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