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Capítulo Tres

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Mari paseaba delante de la ventana del salón, mientras Rowan hablaba con la policía local.

Había demasiadas cosas que no encajaban. Habían abandonado a la niña, aunque olía a limpio y tenía las uñas de pies y manos bien cortadas. ¿Era posible que alguien la hubiera raptado como venganza? Cuando había sido pequeña, a Mari siempre le habían advertido del peligro de que alguien quisiera lastimarla para hacer daño a su padre. Al mismo tiempo, había tenido dificultades en confiar en la gente, pues muchos habían pretendido usarla para llegar hasta su padre también.

Sacándose de la cabeza aquellos pensamientos, se centró en el diminuto ser que respiraba en sus brazos y la miraba con total confianza. ¿Se parecería a su madre o a su padre? ¿La estarían echando de menos?

La acababa de conocer hacía apenas un par de horas… ¿cómo era posible que sintiera tanto cariño por ella?, se preguntó, sin poder contenerse de darle un beso en la frente.

Enseguida, comprobó que Rowan seguía hablando por teléfono, ajeno a su momento de debilidad.

Hasta con vaqueros, era el hombre más guapo que había visto jamás. Tenía anchos hombros, piernas fuertes y exudaba poder y riqueza sin proponérselo. ¿Cómo podía ser tan atractivo y molesto al mismo tiempo?

Rowan colgó, se volvió hacia ella y la sorprendió observándolo.

–¿Qué ha dicho la policía? –inquirió ella, sin apartar la mirada mientras mecía al bebé.

–Están llegando al hotel –informó él, acercándose–. Van a llevársela.

–¿Llevársela? –dijo ella, abrazando a Issa con más fuerza–. ¿Se la van a llevar dentro de unos minutos? ¿Han dicho adónde? Yo también tengo contactos. Igual pueden ayudar.

Él la miró con gesto compasivo.

–Ambos sabemos adónde van a llevarla. La enviarán a un orfanato local, mientras la policía utiliza sus limitados recursos para buscar a sus padres, junto a los de otros cientos de niños abandonados. Es duro, lo sé. Pero es así.

–Lo entiendo –afirmó ella, aunque lo que ansiaba era poder proteger siempre a ese bebé y a todos los que vivían en la pobreza.

–Sin embargo, podemos hacer algo para evitarlo –indicó él, tomando a Issa de sus brazos.

–¿Qué? –inquirió ella con un atisbo de esperanza.

–Solo tenemos unos minutos hasta que llegue la policía, así que tenemos que ser rápidos. Creo que deberíamos ofrecernos a cuidar de Issa.

Mari se quedó atónita.

–¿Cómo dices?

–Los dos somos adultos capaces y cualificados –continuó él–. Quedárnosla sería lo mejor para ella.

Con piernas temblorosas, Mari se dejó caer en el sofá. No era posible que hubiera escuchado bien.

–¿Qué has dicho?

Rowan se sentó a su lado, rozándola con sus fuertes muslos.

–Podemos tener la custodia temporal de Issa, solo durante un par de semanas, mientras averiguan si tiene parientes biológicos que puedan hacerse cargo de ella.

–¿Has perdido la cabeza? –replicó Mari. Aunque, tal vez, era ella quien había perdido la razón, porque se sentía muy tentada de secundar su plan.

–No creo.

Llevándose la mano a la frente, Mari pensó en cómo podría encajar aquello con su trabajo. También le preocupaba el circo que la prensa podía montar a su costa.

–Es una decisión muy importante que deberíamos pensar bien.

–En la práctica médica, me he acostumbrado a pensar rápido. No siempre tengo el lujo de hacer un concienzudo examen a mis pacientes antes de actuar –señaló él–. Por eso, he aprendido a confiar en mi intuición. Y mi instinto me dice que quedarnos con el bebé sería lo correcto por el momento.

Anonadada, Mari se quedó mirándolo. En el fondo, tenía que reconocer que prefería imaginar a Issa con él que en algún orfanato.

–¿Serías su tutor temporal?

–Tendremos más posibilidades si nos ofrecemos a cuidar del bebé como pareja. Los dos –indicó él con tono grave–. Piensa en la publicidad positiva que te daría. Los medios hablarían de tu gesto filantrópico y te dejarían en paz durante las vacaciones de Navidad.

–No es tan sencillo. La prensa puede tergiversar las cosas o inventar rumores sobre nosotros –protestó ella. ¿Y si pensaban que el bebé era suyo?, se dijo, cerrando los ojos–. Necesito más tiempo.

Cuando sonó el timbre de la puerta, a Mari le dio un brinco el corazón.

–Issa no tiene tiempo, Mari –le urgió él, acercándose a pocos centímetros–. Tienes que decidirlo ahora.

–Pero podrías ocuparte tú solo…

–Quizá las autoridades estén de acuerdo, pero igual no. Tendríamos más posibilidades con tu ayuda –insistió él, acunando al bebé–. Ninguno de los dos esperábamos esto, pero es lo que tenemos. Puede que no estemos de acuerdo en muchas cosas, pero ambos nos dedicamos a ayudar a los demás.

–Quieres hacerme sentir culpable –le acusó ella. Y lo cierto era que su sentido de la culpa al pensar en dejar al bebé en un orfanato estaba empezando a ganar la partida.

–Bueno, las personas acostumbradas a ayudar a gente en situaciones críticas usamos cualquier medio a nuestro alcance para conseguirlo –repuso él, mirándola con genuina preocupación–. ¿Lo estoy consiguiendo?

Mari no dudaba de sus motivaciones, ni de su espíritu altruista. Encima, al verlo mecer a Issa, no pudo seguir resistiéndose a su plan.

–Abre la puerta y lo sabrás.

Tres horas después, Rowan cerró la puerta de su habitación, tras despedir a la policía. Tenían un montón de papeles sobre la mesa, que hacían oficial la nueva situación. Mari y él tenían la custodia temporal del bebé, mientras las autoridades intentaban encontrar a sus padres.

Issa dormía en una cunita, sana y salva.

Mari suspiró aliviada, dejándose caer en el sofá. Lo había hecho. Había aprovechado su influencia como princesa y había ordenado a la policía que aceptara su petición de ocuparse de Issa hasta el final de las fiestas, al menos, dos semanas más, o hasta que consiguieran información sobre sus padres. Había aceptado cuidar del bebé con Rowan Boothe, un médico dedicado a salvar vidas. Los policías se habían mostrado aliviados de tener el problema resuelto con tanta facilidad. Habían tomado fotos del bebé y sus huellas digitales, aunque no se habían mostrado muy optimistas respecto a dar con sus familiares.

–¿Puedes traerme el maletín médico para que examine a la niña más a fondo? –pidió Rowan, dándole un suave y cálido apretón en el hombro–. Está en el baño que hay en el dormitorio, junto a mi neceser. Me gustaría auscultarla.

Mari se derritió por aquel sencillo contacto. Estaba demasiado cansada para combatir el deseo que la poseía, así que se fue al dormitorio a hacer lo que le había pedido. Allí, miró a su alrededor y vio huellas de Rowan por todas partes. El balcón tenía las puertas abiertas y, sin poder evitarlo, pensó en lo romántico que sería sentarse allí fuera con él, bajo las estrellas…

Cielos, ¿se estaba volviendo loca? No debía tener esas fantasías, se reprendió a sí misma. Sin embargo, sin querer, se fijó en la cama de matrimonio, con un libro en la mesilla de noche, y se lo imaginó tumbado allí, leyendo, con muy poca ropa… Apartó la vista.

En el baño, el aroma de él la envolvió, haciendo que sus terminaciones nerviosas se excitaran un poco más.

Pero el llanto de Issa le recordó qué estaba haciendo allí. Tomó el maletín de cuero gastado, con el nombre de Rowan grabado en una pequeña placa de bronce, y regresó con él al salón. Rowan dejó a un lado el biberón vacío y se puso a la niña apoyada en el hombro, dándole suaves golpecitos en la espalda.

¿Cómo iban a cuidar del bebé juntos? Mari no tenía ni idea.

Por primera vez en su vida, ella había hecho algo irracional por completo. El hecho de que Rowan Boothe tuviera tanta influencia sobre ella la conmocionaba sobremanera.

Tenía que descansar y aclarar sus ideas cuanto antes, se dijo Mari. Y, sobre todo, dejar de babear por el seductor olor de aquel hombre.

Rowan estaba sentado delante de su ordenador. Había enviado una copia de toda la información al coronel Salvatore, incluida la nota que habían encontrado con el bebé.

Aunque no sabía cuánto tardarían en tener noticias de los padres de Issa, al menos, se alegraba de haber convencido a Mari de ayudarlo. Su motivación era, en parte egoísta, pues quería pasar más tiempo con ella y conocerla mejor.

Escuchó los pasos de Mari acercándose y su aroma a flores lo invadió. Ella estaba parada a su espalda, leyendo la nota que había digitalizado en la pantalla del ordenador.

–¿Esa mujer ha abandonado a su bebé con un extraño y dice que la quiere?

–No te conmueve su situación, supongo.

–Lo que me conmueve es esta niña y qué pasará con ella si no le encontramos una familia que la cuide.

–Espero que mis contactos tengan información cuanto antes –señaló él. ¿Y si Salvatore tenía noticias al día siguiente? Eso le recordaba que tenía que aprovechar al máximo el tiempo que tenía para estar con Mari–. Hablemos de cómo vamos a cuidar del bebé durante el congreso.

–¿Ahora? –preguntó ella, sorprendida–. Es más de medianoche.

–Tenemos que ocuparnos de cosas, como encargar ropita para bebé o hablar con el servicio de niñera del hotel. Solo quiero concretar los detalles del plan.

Cuando Mari se quedó mirándolo con su rostro angelical y, al mismo tiempo, teñido de preocupación, Rowan tuvo ganas de abrazarla contra su pecho y decirle que él se ocuparía de todo.

En vez de eso, acercó una silla y le indicó que se sentara.

–Aunque vayamos a estar con Issa de forma temporal, necesitamos planificarlo todo bien.

–De acuerdo –aceptó ella–. Yo la traje aquí. Siento que es responsabilidad mía.

Vaya, al parecer, Mari no estaba deseando salir corriendo, caviló él.

–¿Tienes la intención de cuidarla personalmente?

–Puedo contratar a alguien –repuso ella.

–Ah, claro. Eres una princesa con infinitos recursos –bromeó él.

–¿Me estás llamando malcriada? –se defendió.

–Nunca me atrevería a insultarte, princesa.

–Está bien. Cuéntame, entonces, cuál es tu plan.

–Podemos fingir que estamos saliendo y, por lo tanto, vamos a pasar estas vacaciones de Navidad juntos y nos hemos ofrecido a cuidar al bebé. ¿Qué tal suena?

–¿Qué? ¿Crees que la gente va a creer que hemos pasado de ser adversarios profesionales a convertirnos en amantes así, sin más?

Rowan observó cómo a ella se le aceleraba el pulso en el cuello.

–¿Amantes, eh? Me gusta cómo suena eso.

–Tú has dicho…

–He dicho que salimos juntos –la corrigió él–. Pero me gusta más tu plan.

–No es ningún plan –le rebatió ella–. Esto es una locura.

–Es un plan y funcionará. La gente lo creerá. Todo el mundo querrá saber más sobre la bella princesa enamorada que actúa como una buena samaritana en Navidad. Si tienen una verdadera historia llena de humanidad que contar sobre ti, no necesitarán inventarse nada.

Mari abrió mucho los ojos, llena de pánico. Rowan la había presionado todo lo que había podido esa noche. Al día siguiente, tendría más tiempo para seguir intentándolo.

–Es hora de irse a la cama –dijo él.

–Esto… –balbució ella, poniéndose en pie–. ¿A la cama?

En sus ojos, Rowan adivinó con satisfacción que ella se los había imaginado a los dos juntos en la cama. Pero era mejor esperar un poco a que estuviera más dispuesta a explorar la atracción que bullía entre ambos.

–Sí, Mari, a la cama. Yo vigilaré al bebé mientras tú duermes esta noche y, si te parece bien, mañana podemos alternar el turno de noche.

Ella parpadeó, perpleja.

–Ya. ¿Pero estás seguro de que podrás ocuparte del bebé por la noche y estar bien despierto para asistir a las conferencias durante el día?

–Soy médico. He empalmado turnos de noche y de día en el hospital muchas veces. Estaré bien.

–Claro. Entonces, llamaré a recepción para cambiarme a una suite más grande, para tener sitio suficiente para el bebé y la niñera que la cuide durante el día.

–No es necesario. Esta suite es lo bastante grande para todos.

–¿Cómo has dicho? –preguntó ella con la boca abierta.

–He dicho que es lo bastante grande para todos –repitió él con calma, mirándola a los ojos–. Si vamos a cuidar del bebé, debemos estar juntos. Ya he pedido al conserje que recojan tus cosas y las traigan aquí.

Mari empezó a respirar más deprisa, mientras las deliciosas curvas de sus pechos subían y bajaban bajo la blusa.

–Veo que has hecho planes por tu cuenta.

–A veces, adelantarse a los acontecimientos es lo mejor –repuso él. Si no, nunca habría tenido la oportunidad de compartir tiempo con ella, pensó–. Un botones traerá tu equipaje enseguida, junto con más ropa para el bebé.

–¿Aquí? ¿Los dos… los tres… en una suite? –balbució Mari.

Sintiéndose victorioso, Rowan se percató de que ella no se había negado.

–Hay mucho sitio. Tú puedes tener tu propia habitación, a menos que quieras dormir en la mía –dijo él con una sonrisa–. Para que lo sepas, a mí no me importaría.

Profunda atracción - Nuestra noche de pasión

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