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Capítulo Cuatro

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Mientras se abotonaba la chaqueta al día siguiente, Mari no podía creer que hubiera pasado la noche en la suite del doctor Rowan Boothe, aunque en otra habitación, por supuesto. Él se había ocupado del bebé durante la noche.

Se recogió el pelo en un moño. Su aspecto seguía siendo el de una académica no demasiado cuidada. Contra todo pronóstico, había dormido mejor que nunca.

Pronto, el mundo lo sabría. Las cámaras comenzarían a perseguirla y los periodistas hambrientos tratarían de indagar en los detalles. ¿Y si se cebaban en la atracción que había entre Rowan y ella?

Después de ponerse unos zapatos bajos azules, se dirigió al salón. Allí, se apoyó en el quicio de la puerta, contemplando la bella estampa que hacía Rowan con Issa apoyada en el hombro.

Con sus influencias, podía asegurarse de que la investigación fuera lo más eficiente posible. En esos días, además, con los avances en las pruebas de ADN, nadie podía hacerse pasar por familiar de Issa si no era cierto.

Mari no pensaba irse a ninguna parte ni dejar a la niña, excepto para dar la conferencia que tenía programada ese día. Luego, se la llevaría a dar un paseo con Rowan.

La habitación tenía todo el aspecto de ser la guarida de un bebé. Por todas partes había ropita y accesorios que Rowan había encargado para Issa. Una bañera portátil descansaba sobre la cómoda, junto a un monitor para escucharla a distancia, un balancín, una sillita para el coche y suficientes pañales para varios meses.

También había pedido una niñera para que se ocupara de la pequeña durante el día. Estaba imponente con un traje negro de Savile Row, corbata roja y el pelo rubio húmedo y peinado hacia atrás.

¿Cómo era posible que hubiera estado cuidando de Issa durante toda la noche y, aun así, estuviera tan arrebatador y bien compuesto?

Cuando Rowan la miró a los ojos, Mari se estremeció. ¿Qué tenía ese hombre para causarle un efecto tan poderoso? En una sola tarde, había conseguido encontrar su punto débil y convencerla para que hiciera lo impensable.

Mari no podía reemplazar a la madre de la niña, aunque podía asegurarse de que estuviera bien cuidada. Para lograrlo, debía dejar de pensar en el carismático hombre que había frente a ella.

–Buenos días. En esa bandeja tienes café y bollería –indicó él.

A ella se le hizo la boca agua, tanto por el desayuno como por el hombre. Se acercó a la encimera y se sirvió una taza de café.

–¿Ha dormido bien?

–No ha dormido tan mal, teniendo en cuenta que ha experimentado un gran cambio en las últimas veinticuatro horas –comentó él–. Esta noche, podríamos salir con Issa a cenar de incógnito. Si mañana la policía todavía no ha averiguado nada sobre su familia, lo haremos público.

¿Salir a cenar? ¿Hacer público su plan? A Mari se le aceleró el corazón. Sin embargo, era demasiado tarde para echarse atrás. Quizá, la noticia ya se había filtrado a la prensa y pronto todos los sabrían.

Si la familia de Issa no aparecía al día siguiente, Mari tendría que llamar a sus padres y hablarles de su extraña asociación con Rowan.

Aunque, tal vez, Issa estaría de vuelta con sus familiares antes de la cena, se dijo ella. Eso sería lo mejor. ¿O no?

Rowan colocó al bebé en su balancín e hizo sonar una nana.

–A la hora de comer, vendré a ver si Issa está bien con la niñera –señaló Mari, tras aclararse la garganta.

–Buena idea. Gracias –repuso él, tomando una taza de café en sus fuertes manos.

Ella se encogió de hombros. No le costaba nada perderse la comida.

–No es un gran sacrificio. A nadie le gusta la comida que dan en los congresos.

Rowan rio.

–Aprecio mucho que me estés ayudando.

–No me dejaste otra elección.

–Todos tenemos elección.

Por supuesto. Rowan tenía razón. Ella podía irse y dejarlo solo, pero se sentía demasiado responsable de la situación. Relajándose, se sentó a la mesa, mientras el sol de la mañana le bañaba el rostro.

–Claro que lo hago por propia voluntad, por el bien de Issa. No tiene nada que ver contigo en absoluto –aseguró ella.

–¿Ah, sí? Creí que habíamos dicho que no íbamos a jugar.

–¿Qué quieres decir? –preguntó ella, apartando la mirada.

–Bien, te lo explicaré –dijo él, dejó su taza y se sentó a su lado, con las rodillas casi rozándose–. Todo este tiempo, te habías propuesto atacar mis avances y mantener las distancias conmigo. Ahora dices que has elegido quedarte por el bebé, pero los dos sabemos que hay algo más. Hay química, saltan chispas entre nosotros. No puedes negarlo.

–Esas chispas son parte de nuestros… desacuerdos.

–¿Desacuerdos? Has denunciado mi trabajo públicamente. Eso es algo más que un desacuerdo.

–¿Ves? Saltan chispas, pero solo eso.

Él la miró con desconfianza.

–Mari, se te da muy bien desviarte del tema.

–Nada de eso. Estamos hablando de nuestro trabajo. Tú te niegas a aceptar que yo vea las cosas de otra manera. Te has propuesto ignorar cualquier crítica pertinente que pueda hacer de tus inventos tecnológicos. Soy una científica.

–¿Entonces por qué atacas mi programa de diagnóstico? –quiso saber él, pasándose la mano con exasperación por el pelo.

–Pensé que estábamos decidiendo qué era mejor para Issa.

–Princesa, me estás volviendo loco –replicó él, recostándose en su asiento, frustrado–. Estamos aquí por Issa, pero eso no significa que no podamos hablar de otras cosas, así que deja de cambiar de tema cada cinco segundos. Para que podamos llevarnos bien, necesito que hablemos del desprecio público que muestras por mi trabajo.

–Tu programa es como la caricatura de un diagnóstico. Es demasiado instantáneo. Es como hacer comida rápida de la medicina. No toma en cuenta las suficientes variables –señaló ella y calló, esperando que él explotara.

Rowan respiró hondo antes de responder.

–Entiendo tu punto de vista. Y, en cierto modo, estoy de acuerdo. Me encantaría poder dar a todos los pacientes el mejor tratamiento personalizado en la mejor clínica del mundo. Pero pretendo cubrir las necesidades sanitarias de las masas con un número reducido de profesionales médicos. El programa de ordenador nos ayuda atender a más gente, más deprisa.

–¿Y la gente que usa el programa para beneficio propio?

–¿Qué quieres decir? –preguntó él.

–No puedes creer que todo el mundo sea tan altruista como tú. ¿Y las clínicas que usan el programa para tratar a más pacientes y, así, hacer más dinero?

Rowan apretó la mandíbula.

–No puedo ser la conciencia de todo el mundo. Solo puedo enfrentarme a los problemas que tengo delante. Solo pretendo ayudar. Si pudiera elegir, preferiría tener más médicos, enfermeras, matronas y ayuda humana, claro. Pero debemos arreglarnos con lo que tenemos y lograr ser lo más eficientes posibles con las herramientas al alcance de la mano.

–¿Así que admites que el programa tiene sus fallos? –inquirió ella, sin poder creerlo.

–¿Esa es la única conclusión que has sacado de lo que acabo de decir? –replicó él, levantando las manos al cielo–. Soy un hombre práctico y tú eres una idealista en tu torre de marfil, alejada de los problemas reales de las personas. Siento si te molesta escucharlo.

Mari apretó los labios y se contuvo.

–Cuando te acaloras, te pones muy sexy.

–¿Esa es la frase que usas para ligar? –preguntó ella, sorprendida.

–Nunca la había usado antes –contestó él, acercándose hasta que sus bocas quedaron a unos milímetros–. Tendrás que decirme si funciona.

Antes de que Mari pudiera tomar aliento, él la besó con suavidad en los labios. El cuerpo de ella se inundó de calidez, mientras notaba cómo aquel primer beso se grabaría a fuego en su memoria para siempre.

Mari posó una mano temblorosa en el pecho de Rowan, sintiendo su corazón acelerado. El beso no había sido como ella había imaginado. Había esperado que fuera un hombre salvaje y no que la sostuviera como si fuera una copa de fino cristal. Mientras, él la acariciaba en los sitios adecuados, haciendo que ella se derritiera.

Quería más, reconoció Mari para sus adentros, presa del deseo. El beso, cada vez más incendiado, los estaba acercando a un punto de no retorno, a punto de deshacerse de sus ropas y sus inhibiciones. Pero, por muchas razones, era demasiado arriesgado.

Para empezar, alguien podía descubrirlos. Y Mari no quería que una foto suya de esa guisa se hiciera pública en Internet.

Al momento, sin embargo, Rowan se apartó. Mari se sintió avergonzada porque hubiera sido él el primero en recuperar la cordura.

Con un solo beso, aquel hombre había puesto su mundo patas arriba. Ella, que jamás perdía el control…

–¿Rowan? –llamó Mari, mientras él caminaba hacia la puerta, dándole la espalda.

–Han llamado al timbre –dijo él–. La niñera ha llegado.

Llevándose los dedos a los labios, Mari se preguntó si separarse de él durante todo el día bastaría para recomponer sus defensas.

* * *

Rowan empujaba el carrito del bebé por la calle, junto a los vendedores ambulantes que poblaban la acera. Aunque iban seguidos de guardaespaldas, él estaba atento a cualquier problema que pudiera surgir en su camino.

A su lado, Mari hacía lo mismo. Llevaba la falda y la blusa que se había puesto durante el día, con un pañuelo en la cabeza y unas grandes gafas de sol para pasar desapercibida.

Una banda estaba tocando villancicos, mientras un grupo de niños bailaba. Los nativos y los turistas se mezclaban en la multitud, hablando en numerosos idiomas.

Esa noche, al fin, Rowan había conseguido que Mari saliera con él. Estaban a solas, a excepción del bebé, los guardaespaldas y el gentío que los rodeaba, claro.

Los últimos rayos de sol envolvían a Mari en un tono dorado. Ella no había dicho palabra de el beso que habían compartido, algo que él había interpretado como una victoria. Era obvio que se había sentido tan excitada como él. Y que no había huido. Más que nunca, estaba decidido a acercarse a ella, a probar más aquellos jugosos labios.

Sin embargo, era lo bastante listo como para saber que no podía apresurar las cosas. Ella era una mujer huidiza e inteligente y… el ser más complejo que él había conocido en su vida.

¿Sería eso parte de su atractivo?

La respuesta no importaba demasiado en ese momento. Rowan solo quería disfrutar de aquella velada al máximo. Habían suscitado algunas miradas curiosas, incluso les habían hecho un par de fotos a distancia, pero nadie se había acercado a molestarlos. Además, los guardaespaldas estaban lo bastante cerca como para intervenir si era necesario. El coronel Salvatore les había enviado a sus mejores hombres, aunque todavía no había hallado respuestas sobre la identidad de la niña.

Por otra parte, salir en la prensa podía ayudarles a averiguar algo, pues era posible que, al ver una foto de Issa, sus familiares dieran noticias y la reclamaran.

Rowan se habría ocupado del bebé aunque Mari hubiera preferido no ayudarlo, por lo que no se sentía culpable por haber utilizado a Issa para salir con ella. Lo que le sorprendía era que le hubiera costado tan poco convencerla.

Eso le daba ánimos a la hora de perseguir su objetivo.

–Deberíamos buscar un sitio para cenar –dijo ella–. Estoy muerta de hambre.

–Y yo. Te dejo elegir –ofreció él. Tenía curiosidad por saber qué comida le gustaba.

–¿Qué te parece si comemos en una terraza, mientras vemos las actuaciones callejeras?

–Muy bien –repuso él–. ¿Qué te parece allí? –propuso, señalando un café cercano con mesas con manteles azules.

–Perfecto, así podré ver venir a los fans cuando se acerquen a tomarme fotos.

–Hoy parece que tus admiradores se han tomado un descanso –comentó él, dirigiendo el carrito hacia el café. Issa seguía dormida, chupándose la manita.

Mari rio y se quitó el pañuelo de la cabeza.

–Es gracioso que no pudiera escapar de mis acosadoras en el hotel y aquí, donde está lleno de gente, nadie parezca fijarse en mí.

–Si mañana no tenemos novedad de la policía, daremos una rueda de prensa para informar de lo que estamos haciendo. Por ahora, la niña y yo te estamos sirviendo de camuflaje para que disfrutes tranquila de tu cena.

La camarera les llevó vasos y una jarra de zumo de guayaba y mango, sin dar muestras de reconocerlos.

–Qué bebé tan lindo –comentó la joven, sin ni siquiera mirar a Mari y Rowan.

Después de pedir pez espada, Mari se recostó en su silla, con un aspecto mucho más relajado que el que había tenido al irrumpir en la suite de Rowan la noche anterior.

––Esta noche me toca quedarme con el bebé.

–No me importa quedarme yo, si no te sientes cómoda.

Ella arqueó una ceja.

–¿Acaso crees que no estoy capacitada?

–Solo quiero ser útil. Tú eres quien da más conferencias.

–¿Intentas engatusarme para que te bese de nuevo?

–Si no recuerdo mal, fui yo quien te besó. Y tú no te resististe.

–Bueno, no cuentes con repetirlo.

–Lo tendré en cuenta –repuso él, aunque no se dejó engañar. Con satisfacción, observó cómo a ella se le aceleraba el pulso y se sonrojaba.

Cuando Rowan iba a alargar la mano hacia Mari para acariciarle el rostro, algo llamó su atención. Una pareja de turistas se estaba acercando a ellos. Mari se echó hacia atrás en la silla con un movimiento brusco, llevándose la mano a la garganta. Los guardaespaldas también se acercaron, cerrando el círculo a su alrededor. Los dos extraños no parecían armados pero, por si acaso, Rowan se llevó la mano al bolsillo, donde llevaba una 9 milímetros. El hombre, con una cámara en la mano, se detuvo delante de Mari.

–Disculpe, ¿podemos hacerle una pregunta? –dijo el extraño con un marcado acento americano.

–Adelante –repuso Mari con gesto regio.

–¿Son ustedes de por aquí? –inquirió la mujer, adelantándose a su marido.

–No, señora –contestó Rowan.

–Ah. Entiendo –dijo la turista, frunciendo el ceño–. Aun así, igual pueden ayudarnos. ¿Dónde se celebra la fiesta de Kwanzaa?

A Mari le brillaron los ojos de sorpresa y contuvo la risa antes de responder.

–Señora, esa es una tradición americana.

–Ah, no me había dado cuenta –respondió la turista, frunciendo el ceño–. Es que no esperaba que celebraran tanto la Navidad.

–África tiene una rica variedad de tradiciones culturales y religiones. Esta zona, en concreto, fue colonizada por los portugueses –explicó Mari con paciencia–. Por eso, ha tenido mucha influencia cristiana.

–Gracias por la información, querida –contestó la mujer, y le tendió a su marido la guía de viajes–. Tu cara me resulta familiar. ¿Nos hemos visto en alguna parte antes?

–La gente dice que me parezco a la princesa Mariama Mandara –señaló ella–. A veces, les dejo que lo crean –añadió con una sonrisa.

La otra mujer rio.

–Qué traviesa eres, jovencita. Pero supongo que la gente se lo merece por intentar fotografiar por sorpresa a los famosos.

–¿Quiere hacerme una foto con el bebé para guardarla en su móvil de recuerdo? –ofreció Mari, acercándose al carrito, junto a la cara de Issa–. Pondré mi mejor sonrisa de princesa.

–Ni siquiera sé cómo funciona la cámara en mi teléfono nuevo. Nos lo regalaron nuestros hijos por nuestro cincuenta aniversario –dijo la mujer, lanzándole una mirada a su marido–. Podemos usar nuestra Polaroid, ¿verdad, Nils?

–Espera, Meg, voy a sacarla.

–Meg, ¿por qué no se pone usted también en la foto? –sugirió Mari.

–Ay, sí, gracias. A mis nietos les encantará –repuso la señora, y se atusó un poco el pelo gris con los dedos antes de sonreír a la cámara–. Ahora poneos tú y tu marido con vuestra hija.

¿Hija? De pronto, la diversión del momento se convirtió en algo diferente para Rowan. Le gustaban los niños y le gustaba mucho Mari, pero de ahí a fingir que estaban casados… Tragando saliva para no recordar la familia que había echado a perder hacía años, se esforzó en comportarse con normalidad. Se arrodilló junto a Mari e Issa con una sonrisa forzada. Al fin y al cabo, era un buen actor. Tenía mucha práctica.

Cuando la pareja terminó de hacerles fotos, les dio las gracias y les dejó una instantánea para ellos.

–¿Por qué no les has dicho la verdad? Hubiera sido una oportunidad perfecta –comentó él cuando se hubieron quedado solos.

–Había demasiada gente a nuestro alrededor. Cuando se haga oficial nuestra historia mañana, Meg y Nils se darán cuenta de que de veras tienen una foto con una princesa y estarán emocionados de contárselo a sus nietos.

–Ha sido un detalle por tu parte –señaló él, poniéndose la servilleta sobre el regazo, listo para comer–. Sé que odias la notoriedad que te da el hecho de ser princesa.

–No soy una tan mala persona como tú creías.

¿Había herido sus sentimientos? Rowan nunca había imaginado que aquella mujer llena de confianza pudiera ser insegura.

–Nunca he dicho tal cosa. Creo que tus investigaciones son admirables.

–¿De verdad? En una entrevista para una revista, me acusaste de intentar sabotear tus proyectos. De hecho, cuando entré en tu suite con el carrito, me acusaste de espionaje.

–Puede que fuera demasiado apresurado en mis juicios –reconoció él–. Pero mi trabajo no me deja tanto tiempo como a ti para reflexionar. No tengo ese lujo.

–Yo prefiero vivir según mis propias reglas, cuando es posible. En este mundo, hay demasiadas cosas fuera de control.

En ese momento, la mirada de Mari se perdió en la distancia. Rowan la contempló, deseando conocer más acerca de aquella excitante mujer.

Necesitaba saber cómo funcionaba su mente, si quería lograr un segundo beso… y más cosas de ella. Sin embargo, estaba empezando a comprender que, si quería conseguir más, iba a tener que compartir también sus propias confidencias. Y eso no era una perspectiva muy apetecible.

De todas maneras, mientras observaba cómo, sin levantarse de la silla, Mari mecía su esbelto cuerpo al ritmo de la música, Rowan se dijo que cualquier cosa merecía la pena con tal de poder tenerla.

Profunda atracción - Nuestra noche de pasión

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