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Capítulo 5

EL KARMA DE LA ALIMENTACIÓN

Eres lo que comes.

(DICHO POPULAR)

Wendell Berry ha afirmado que comer es un acto político, ya que tiene consecuencias que trascienden por mucho el ámbito individual. Cómo se producen los alimentos, cómo se procesan, cómo se transportan y cómo se preparan tiene grandes efectos sobre el suelo, las plantas, los animales y, de hecho, la salud del planeta mismo, así como sobre los agricultores, la economía rural y toda la sociedad.

La idea del karma parte de esta afirmación y va un paso más allá. Básicamente, la teoría del karma sostiene que, de alguna manera, todos esos efectos acaban regresando a uno; que usted mismo experimentará las consecuencias de todos sus pensamientos, palabras y acciones, incluidos los relacionados con el comer. Por consiguiente, las religiones que tienen enseñanzas explícitas sobre el karma suelen pronunciarse en contra del consumo de carne. La idea es que cuando usted come carne se está “comiendo” el sufrimiento de un animal asesinado y, con el tiempo, usted mismo experimentará ese mismo grado de sufrimiento.

En realidad, la teoría del karma es mucho más sutil. Las causas y los efectos no tienen una correspondencia de uno a uno; más bien, las causas se combinan de formas muy complejas para crear experiencias.12 Profundizar en detalle en el concepto del karma va más allá del alcance de este libro, pero probablemente la manera más sensata de entender y aplicar la teoría del karma sea preguntarse: “Con esta acción, ¿a qué le estoy diciendo que sí?”.

Consideremos algunos ejemplos. Según una visión simplista del karma, si es usted generoso, será recompensado porque alguien en el futuro será generoso con usted. Pero, por supuesto, cuando damos con la expectativa de obtener algo a cambio al cabo del tiempo, no es generosidad auténtica. Cuando damos de forma calculada, ¿a qué le estamos diciendo que sí? A un mundo en el que tenemos que proteger nuestros intereses, asegurarnos de que tenemos suficiente, y en el que recibir algo conlleva una obligación. En contraste, piense en lo que afirma cuando es usted caritativo y generoso sin pararse a pensar si se lo puede permitir. Está diciendo sí a un mundo en el que hay suficiente para todos, a un universo de abundancia. Una persona verdaderamente generosa sabe que hay de sobra para todos, actúa como si hubiera de sobra para todos y de hecho vive en un mundo de abundancia.

Del mismo modo, si instala un sofisticado sistema de seguridad en casa, tal vez esté afirmando la realidad de que el mundo no es seguro. Si está siempre en guardia, estará reforzando la realidad de que no se puede confiar en la gente. Si elimina fríamente a sus competidores, estará reforzando la realidad de que vive en un mundo despiadado. Los mecanismos por los que se manifiestan los efectos del karma no son necesariamente enigmáticos. A veces van más allá de lo que abarca el conocimiento científico actual, pero con frecuencia no es así. Por ejemplo, no es un misterio que tendemos a confiar en las personas que confían en otras personas.

Decir que porque alguien haya consumido mil pollos a lo largo de su vida va a experimentar una muerte violenta durante sus mil próximas vidas es no entender correctamente el karma. Al comer carne, no obstante, está diciendo sí a una determinada versión de la realidad, a una determinada idea del universo. Lo mismo se aplica a cualquier otro alimento, por supuesto; de modo que, por ahora, vamos a dejar la carne y el hecho de matar animales para detenernos en todas las ramificaciones de las opciones alimentarias.

Cuando comemos algo, nos comemos todo lo que ha sucedido para que ese alimento llegara a existir. Afirmamos una determinada versión del mundo. Por ejemplo, supongamos que se come usted una banana de una plantación de América de Sur, localizada en un terreno que antes había sido un bosque tropical que fue destruido y arrebatado violentamente a las tribus indígenas que lo poblaban, cuyos integrantes trabajan ahora en la plantación a cambio de sueldos de miseria, empleando pesticidas que contaminan el ecosistema. Esas bananas son transportadas miles de kilómetros en barcos contaminantes que se desplazan gracias al petróleo, comercializadas por una compañía que borra del mapa a los pequeños productores independientes por medio de prácticas corruptas. Al comer esa banana, usted refuerza ese estado de cosas aunque sea en pequeña medida, y hace que forme parte de su realidad y de su experiencia. Está diciendo que sí a ese mundo.

O supongamos que come pollo de cría intensiva en jaulas: un pollo que sufrió durante toda su vida en una jaula minúscula, sucia y abarrotada, tratado con hormonas y antibióticos, que fue sometido a un doloroso corte de pico para evitar que hiriera a sus compañeros de jaula debido al estrés extremo. Un pollo criado, básicamente, en el infierno. Cada vez que come uno de esos pollos, afirma el sufrimiento infernal que lo trajo hasta usted. De forma gradual, poquito a poco, va invitando esa experiencia a su realidad.

Ahora considere un escenario muy diferente: un nativo americano, cazador, mata un ciervo con un arco y una flecha y se come su carne. El ciervo vivió como le corresponde vivir a un ciervo: en libertad y en armonía con la naturaleza, aunque su vida acabó violentamente. El método de caza también es sostenible y está en armonía con la naturaleza. El cazador, por tanto, está afirmando una realidad de integridad y armonía, aunque con un elemento ocasional de violencia arbitraria. Es interesante que se trata de una caracterización bastante buena de la vida de los nativos americanos antes de la llegada del hombre blanco.

Ahora, considere el ejemplo de una calabaza comprada en una granja ecológica. Al comprar un producto local, estará reforzando los lazos comunitarios y, aunque sea en pequeña medida, debilitando el poder de las corporaciones alimentarias impersonales. Estará diciendo sí a un mundo que trata el suelo, el aire y el agua con respeto, tal vez un mundo en el que se respeta a todos los seres vivos. No obstante, incluso en una granja ecológica, lo típico es explotar un trozo de tierra sacándolo de su estado natural de reposo; porejemplo, evitando que se convierta en un bosque o en una pradera. Sigue siendo un mundo en el que se manipula la naturaleza para que nos dé lo que queremos. Al comer esa calabaza, aunque sea en pequeña medida, da forma a su realidad y a su experiencia para que se amolde a la serie de condiciones que trajeron esa calabaza a su mesa.

Ahora, pregúntese: ¿a qué clase de mundo le estamos diciendo que sí con nuestro sistema alimentario moderno? Cuando nuestro sistema de producción de alimentos desequilibra la naturaleza, ¿acaso ha de sorprendernos que nuestras vidas también acaben entrando en una espiral de desequilibrio? Cuando nuestro sistema de producción de alimentos está basado en el sufrimiento prolongado de seres humanos, animales, plantas y suelo, ¿ha de sorprendernos que muchas personas experimenten terribles sufrimientos físicos en su vida a causa de enfermedades crónicas debilitantes? Cuando es un extraño anónimo quien cultiva, procesa, transporta y cocina nuestros alimentos, ¿ha de extrañarnos que a menudo nos sintamos consumidos por la soledad, apartados del mundo? Cuando imponemos un orden antinatural sobre plantas y animales por medio del monocultivo, la ingeniería genética, etcétera, ¿es de extrañar que nosotros también nos sintamos encajonados y restringidos, que el florecimiento natural de nuestras almas se vea ahogado y acorralado para ajustarse al molde antinatural que la sociedad nos impone, y que supone una traición a nosotros mismos?

Cada porción de comida es un depósito de karma, una “sinfonía de vibraciones”, con notas altas y bajas, pasajes de eufonía y de cacofonía. ¿Está esa sinfonía de vibraciones en armonía con la suya propia? ¿Resuena con la persona que es usted a día de hoy, y con la persona que le gustaría ser el día de mañana? ¿Le nutre? ¿Está feliz con la realidad a la que está diciendo que sí? Con estas preguntas, llegamos a las prácticas fundamentales que definen El yoga del comer.

El yoga del comer

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