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Aquella noche en que sentí a Dios como nunca

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Hubo una noche, quizás la más terrible de mi vida, en la que sentí como nunca la cercanía de Dios. Él fue mi consuelo. Un calor suave y a la vez abrasador me rodeó como un manto tangible, poderoso, y en la espesura de las tinieblas que se cernían sobre mí, ese relámpago interminable me confortó más allá de todo entendimiento.

En ese abrazo cesaron las preguntas; desaparecieron los porqués y los para qué; la contundencia del amor divino aquietó cada repliegue de mi corazón. Ceñida en mi dolor dejé que la caricia reparadora de mi Padre Celestial secara mis lágrimas y a partir de esa noche Su paz incomprensible fue allanando el camino en los duros tiempos que siguieron.

Los cristianos andamos por el mundo brindando lo que ya tenemos: hemos sido amados primero por Aquel que dio Su vida por nosotros y resucitó para introducirnos en esta nueva dimensión. De ahí en adelante, somos llamados a practicar un camino de amor y donación.

Tal llamado es necesariamente radical porque su origen no es de este mundo. Es sobrenatural y auténticamente inclusivo. Nos invita a amar a todos, tal como Él lo hizo con nosotros. La Escritura lo dice con claridad: “Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Romanos 5:8).

Cuando estábamos enemistados con Él, Dios nos amó primero: Él se acercó a nosotros cuando éramos lejanos, y nos eligió, aún muertos en nuestros delitos y pecados. Lo sabemos de primera mano: Dios ama al pecador, esa ha sido nuestra experiencia inicial, y esa sigue siendo nuestra hoja de ruta.

“Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los maltratan. Si alguien te pega en una mejilla, vuélvele también la otra. Si alguien te quita la camisa, no le impidas que se lleve también la capa. Dale a todo el que te pida y, si alguien se lleva lo que es tuyo, no se lo reclames. Traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. Porque, ¿qué mérito tienen ustedes al amar a quienes los aman? Aun los pecadores lo hacen así. ¿Y qué mérito tienen ustedes al hacer bien a quienes les hacen bien? Aun los pecadores actúan así. ¿Y qué mérito tienen ustedes al dar prestado a quienes pueden corresponderles? Aun los pecadores se prestan entre sí, esperando recibir el mismo trato. Ustedes, por el contrario, amen a sus enemigos, háganles bien y denles prestado sin esperar nada a cambio. Así tendrán una gran recompensa y serán hijos del Altísimo, porque él es bondadoso con los ingratos y malvados. Sean compasivos, así como su Padre es compasivo”. (Lucas 6:27-36, NVI)

Sin embargo, hablar del amor desde la teoría en general es más fácil que amar en la arena de la lucha cotidiana, cuando nuestro prójimo tiene nombre y apellido, cuando los más amados nos han herido, o han traicionado nuestro afecto. “En la cancha se ven los pingos”, dice la sabiduría popular. Bajar del púlpito y practicar lo que se predica. Salir del templo donde se pregona el amor al otro y dar tiempo, dinero, poner el cuerpo, despojarse de uno mismo para llegar al que piensa diametralmente diferente, pero que, mirado como mira Dios, tiene nuestra misma vulnerabilidad. Comprender a la luz de la Escritura la verdadera inclusión. Sentir que nada nos separa de los demás, cualquiera sea su ideología, conducta, pensamiento.

Entender que todos los seres humanos somos imagen de Dios, hechos del mismo barro, expuestos a las mismas angustias de la existencia, enfilados hacia ese mismo final que es la muerte, la conciba cada uno como la conciba; salir de las hipótesis y amar incondicionalmente. Vivir perdonando al lejano, pero también al cercano, al cónyuge, a los padres, a los hijos, construyendo la paz en lo íntimo del hogar, de la pareja, en lo secreto del corazón, en lo minúsculo, en lo cotidiano. Ese es el mandamiento.

En ese espacio extraordinario Su divinidad se revela en toda su magnificencia. Frente a ella, nuestra naturaleza terrenal ruge y estalla de dolor, pues nos enfrenta a los límites de nuestra humanidad. Allí se revela agudamente la distancia infinita que nos separa de Él. En ese punto sabemos, más que en ningún otro, que sólo podremos continuar en el Camino si Su mano poderosa nos mantiene firme y amorosamente sostenidos en Su prodigiosa Gracia.

Antología 6: Camino al Cielo

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