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Prólogo

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TODO el público aplaudió a Laila Cates, que saludó con una sonrisa desde el escenario. Llevaba un elegante traje de noche blanco y una banda azul cruzada que la acreditaba como ganadora del concurso. Acababa de recibir un ramo de flores.

—¡Todo un récord, queridos amigos! —exclamó el maestro de ceremonias, bajo la carpa donde se estaba celebrando el espectáculo—. Es ya la quinta vez que Laila Cates resulta elegida Miss Frontier Days.

Laila se ajustó la corona de miss. Habían pasado siete años desde la última vez que había ganado el concurso. Miró a la multitud que la vitoreaba. Eran las caras felices de sus amigos y de los compañeros del banco local de la ciudad donde trabajaba. Vio también a Dana, su mejor amiga. Había sido la que la había inscrito en el concurso sin que ella lo supiera y la aplaudía ahora con más fuerza que nadie. Laila había aceptado el reto, atreviéndose incluso a cantar una canción en el concurso de nuevos talentos, dando la imagen de una mujer moderna e independiente.

Había habido una gran unanimidad entre los miembros del jurado que la habían elegido miss Frontier Days. Habían llegado a la conclusión de que, lejos de perder atractivo con los años, había ganado en belleza tanto física como interior.

Laila tomó el micrófono cuando los aplausos y aclamaciones del público cesaron.

—Tengo veintinueve años. Me queda poco, por tanto, para cumplir los treinta. El cambio de década suele crear un cierto trauma a la mayoría de las mujeres. Parece como si dejáramos atrás nuestra juventud y los mejores años de nuestra vida. La verdad es que yo también me he sentido angustiada estas últimas semanas preguntándome cuándo empezarían a salirme las primeras arrugas y bolsas en los ojos. Por esa razón me decidí a participar en el certamen de este año, para averiguar si eso era lo único que contaba en la vida o si, por el contrario, había otras cosas más importantes. Todos me han demostrado esta noche que la experiencia y la sensatez que se gana con los años son algo muy importante en la vida, tanto de cara a nosotros mismos como hacia los demás. Aunque esta sea la última vez que me presento a este concurso, espero conseguir una nueva victoria el año próximo, pero no sobre un escenario sino sobre la vida real, con sus alegrías y sus sinsabores.

Hubo una nueva explosión de aplausos. Laila saludó al público con una sonrisa, dispuesta a bajar del escenario y pasar el micrófono a las demás mujeres que habían participado en el certamen.

Fue entonces cuando un hombre rubio y ancho de espaldas se abrió paso entre el público.

En un primer momento, Laila pensó que sería alguien que querría felicitarla, pero en seguida se dio cuenta de que se trataba de Hollis Cade Pritchett con el que había salido algunas veces en los últimos años. Laila siempre le había dicho que el matrimonio era algo que no estaba hecho para ella y él siempre había respetado su forma de pensar.

Hasta ese día.

—Cásate conmigo, Laila —dijo Cade en voz alta delante del micrófono, de forma que su inesperada declaración pudiera ser oída por todo el mundo.

Se hizo un gran silencio entre los asistentes.

Debía tratarse de alguna broma, se dijo ella. Aquello no era propio de Cade. Vio que tenía la cara bastante colorada. Tal vez hubiese tomado algunas cervezas de más. Eso lo explicaría todo. Pero no. Cade no bebía apenas.

Entonces, ¿qué significaba todo aquello?

Dean, el hermano de Cade, salió de entre la multitud y subió también al escenario. Se acercó a Cade, con una sonrisa, y le dio una palmada afectuosa en la espalda.

—No le hagas caso, Laila —dijo el más joven de los Pritchett—. Con quien debes casarte es conmigo.

Bueno, aquello tenía que tener alguna explicación. Dean, igual que su hermano Cade, era un tipo sensato y reservado, no muy dado precisamente a ese tipo de payasadas.

La gente se había puesto a reír y parecía divertirse mucho con la disputa de los hermanos Pritchett. Laila trató de mantener la compostura y el sentido del humor. Aquello estaba empezando a convertirse en un circo. Un circo que tal vez ella había propiciado, participando a su edad en un certamen reservado en principio a las más jovencitas.

Resultaba irónico. De alguna manera, ella había utilizado el concurso como un medio para hacer su discurso particular, no exento de cierta ironía, sobre la importancia de la belleza interior. Sin duda, algunos no lo habían entendido.

Justo en ese momento, otro hombre se acercó al escenario. No le era tan familiar como los hermanos Pritchett, pero sabía de sobra quién era.

Alto, delgado y con mirada pícara, llevaba unos pantalones vaqueros, unas botas y una camiseta negra. Jackson Traub era nuevo en la ciudad. Como otros miembros más de su familia, había llegado a Thunder Canyon para montar un negocio de explotación de petróleo por destilación de la pizarra bituminosa muy abundante en la región.

Se había ganado fama de pendenciero en poco tiempo. Especialmente tras el alboroto que había protagonizado en el banquete de boda de su hermano Corey Traub, unos meses atrás.

¿Pensaría organizar un nuevo escándalo, allí mismo?

Laila debería haberle enviado un mensaje de reprobación con la mirada, advirtiéndole que no montara allí ningún altercado, pero se quedó mirándole, como embobada, mientras subía muy sonriente y con paso decidido al escenario.

Ya podía rezar al cielo. Aquel hombre, con su mala reputación, se acercaba cada vez más a ella, la chica más responsable y sensata de todo Thunder Canyon.

Al llegar a su lado, se quitó el sombrero muy respetuosamente, se lo llevó al corazón y se acercó al micrófono.

—Ninguno de estos dos es digno de la encantadora Laila. ¡Yo me casaré con ella!

Laila sintió de repente un extraño vacío en el estómago. Miró al hombre de pelo largo castaño, ahora revuelto al quitarse el sombrero, y vio un brillo diabólico en su mirada. Ella le devolvió una sonrisa cargada de ironía. No estaba dispuesta a que nadie se burlase de ella en una noche tan especial. Ni siquiera aquel apuesto y arrogante texano.

Jackson Traub arqueó una ceja y la miró fijamente con una mirada de desafío.

Ella hizo un esfuerzo por apartar los ojos de él, que parecían atraerla de una forma irresistible, y se dirigió de nuevo a la audiencia que no había parado de reír todo el tiempo.

—¿Lo ven? Aquí está la prueba de que la vida no termina para una mujer a los treinta años. Todo mejora con la edad, incluyendo la admiración que los hombres nos dedican —hizo una breve pausa hasta que se apagaron los aplausos entusiastas del público—. En todo caso, como todos saben, mi corazón pertenece por entero a Thunder Canyon. A estos tres hombres que me han hecho estas proposiciones tan galantes, tengo que decirles que las aprecio en lo que valen, pero que una vez más debo manifestar lo que he dicho muchas otras veces. Nunca me casaré, la vida es demasiado corta y hay que aprovecharla.

Laila saludó a la multitud que volvió a aplaudir de forma enfervorizada y luego dedicó una sonrisa de circunstancias a los hermanos Pritchett, como queriéndoles decir que no se había tomado en serio sus palabras.

Dean, desconcertado, miró a su hermano, tratando de buscar en él alguna explicación.

Laila se fijó entonces en la expresión de Cade. Tenía el rostro contraído y los puños apretados como si hubiera recibido un golpe en la boca del estómago.

Se sintió angustiada. ¿Habría sido sincera su proposición?

No. No era posible. Le conocía desde hacía años y, aunque habían salido juntos varias veces, jamás le había hablado de matrimonio. Era un hombre con los pies en el suelo y nunca se habría atrevido a declararse en público ante tanta gente.

Sin decir una palabra, Cade abandonó cabizbajo el escenario, seguido de su hermano, dejando solo al tercer pretendiente con Laila.

Jackson Traub se puso el sombrero de nuevo y se tocó el ala con gesto sonriente y victorioso. Era el gesto de un soltero empedernido que aceptaba con elegancia el rechazo de su proposición. Todos recordaban la escena que había montado durante la boda de su hermano Corey, en la que, al final, con unas cuantas copas de más, había afirmado su voluntad de permanecer soltero. Era el único que quedaba soltero de todos los hermanos.

Antes de bajar del escenario dirigió a Laila una última sonrisa maliciosa, sembrando en ella el deseo de volver a verlo. Ya fuera para bien… o para mal.

Déjame quererte

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