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Capítulo 2

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ERA un hombre muy engreído, se dijo Laila, con el pulso tan acelerado como si estuviera corriendo un maratón.

Sí. Jackson Traub era un tipo arrogante y muy seguro de sí mismo.

Y estaba hablándole de una cita.

Podía imaginarse lo que sus padres y la ciudad entera dirían si se enteraran de aquella conversación. Laila Cates, la directora del banco local de Thunder Canyon, la mujer sensata y responsable que se mantenía siempre fiel a sus reglas, estaba dispuesta a salir con un forastero. Un texano pendenciero, por más señas.

Pero entonces una idea comenzó a fraguarse en su mente.

Salir con un hombre de tan dudosa reputación como Traub Jackson podría convencer a Cade Pritchett de que ella no deseaba mantener una relación estable y menos aún casarse.

Empezó a gustarle el plan. Después de todo, según había oído, Jackson estaba allí solo de paso para poner en marcha un nuevo método de explotación petrolífera. De modo que tampoco tenía que temer que las cosas pudieran ir demasiado lejos entre ellos.

Se marcharía por el mismo lugar por el que había venido.

El plan tenía además sus atractivos. Jackson era un hombre muy apuesto, todo lo contrario que Cade. No había más que verle sentado allí frente a ella, con su sonrisa irónica de cowboy seductor. ¿Qué de malo podía tener salir con él un día?

—Vamos, Laila —dijo Jackson, con ese brillo especial en sus ojos castaños que ella había visto ya antes—. Solo estamos hablando de una cita, no te estoy proponiendo que te cases conmigo.

Laila se quedó pensativa. Después de todo, él era una buena carta a jugar dentro de su plan. Incluso, tal vez, fuera un comodín.

—Muy gracioso —replicó ella.

—No me digas que eres una de esas mujeres inaccesibles incapaz de dar una oportunidad a un hombre. ¿O acaso hay algo más? —dijo él, mirando significativamente por encima del hombro hacia la puerta por donde Cade había salido hacía unos instantes—. Tal vez, haya realmente algo entre ese Pritchett y tú, a pesar de que hace solo cinco minutos estabas deseando desembarazarte de él —añadió Jackson en tono burlón, como si tal posibilidad le pareciese algo descabellado.

Ella tuvo la sensación de que él quería llevar la conversación a un terreno que a ella no le gustaba. Parecía como si aquel texano fuera capaz de leerle el pensamiento.

Se cruzó de brazos y permaneció callada, considerando que la pregunta no era lo bastante digna como para responderla. Intuía que él solo estaba tratando de provocarla.

Jackson se rió entre dientes, al tiempo que la máquina de discos dejó de sonar. Solo se escuchaban las risas de los clientes del bar.

—Ese Pritchett es un tipo muy agradable, pero los dos sabemos que no tiene ninguna posibilidad contigo —dijo Jackson, echando otro trago de cerveza.

Laila no podía apartar los ojos de él. Miraba cómo le subía y bajaba la nuez de la garganta mientras bebía, y se imaginaba lo que sería poder besarle en el cuello y en sus mejillas tan varoniles con aquella ligera barba incipiente.

Pero se las arregló para desviar la mirada y no dejar evidencia de que se sentía más atraída por aquel texano arrogante de mala reputación que por el bueno de Cade Pritchett.

—Puede que no acabe con Cade —dijo ella finalmente—, pero eso no quiere decir que tenga que acabar necesariamente con alguien como tú.

Jackson dejó la jarra en la mesa y la miró fijamente.

—Un disparo certero. Directo al corazón. Tienes una puntería excelente.

—Y tú no sabes nada sobre mí, como para predecir quién puede ser mi tipo y quién no.

—Creo que puedo adivinarlo fácilmente —replicó él, echándose de nuevo hacia atrás en la silla.

Una mujer sensata se habría levantado inmediatamente de la mesa y se habría ido. Pero ella prefirió seguir allí coqueteando con él.

—Supongo que los hombres con los que has salido hasta ahora eran todos personas serias y responsables, para los que la idea de vivir peligrosamente sería sobrepasar en diez kilómetros el límite de velocidad de una autopista.

Él ni siquiera pareció esperar una respuesta suya, a juzgar por la forma en que se quedó mirándola, consciente de que ella debía estar imaginándose cosas subidas de tono con él.

Y no se equivocaba. Ella nunca se había sentido antes así con ningún hombre.

¿Era solo la curiosidad lo que la retenía allí? ¿O eran aquellos famosos treinta años de edad que planeaban sobre ella, listos para envolverla y llevarla hacia lo desconocido?

—¿Y qué cosa especial podría ofrecerme un hombre como tú si aceptara salir contigo? —se atrevió ella a decir finalmente.

Jackson bajó al suelo el pie que había tenido apoyado en la rodilla.

—Para empezar, conduzco mucho más de prisa de lo que marcan los límites de velocidad.

—Y supongo que te irás igual de rápido de esta ciudad en cuanto concluyas los negocios que te han traído aquí, ¿no es verdad?

—Sí, supongo que sí. Pero no creo que a una mujer como tú pueda preocuparle eso. Los dos compartimos la misma filosofía sobre ese punto.

¿Estaba diciendo que ellos tenían algo en común? ¿Pretendía decir acaso que porque ella no tuviese intención de casarse eso la hacía igual que él?

Tal idea debería haberla molestado, pero en vez de ello, sintió un torrente de adrenalina corriéndole por las venas.

—Vamos, Laila —dijo él, inclinándose un poco más hacia ella—. Una cita. Eso es todo lo que estoy pidiendo.

—¿Eso es todo? —repitió ella, con un nudo en la garganta, sin saber qué decir.

—Por ahora, sí —dijo él poniéndose de pie ante ella, y luego le susurró al oído, inclinándose hasta hacerle sentir el calor de su aliento—: Pero estoy seguro de que te sabrá a poco y querrás más.

Y así, tan arrogante y seductor como había entrado, salió del bar sin molestarse siquiera en pedirle el número de teléfono, ni acordar una hora para pasar a recogerla.

—¿Lo dices en serio? —dijo Dana Hanson, la mejor amiga de Laila, sentándose a su lado en la mesa del despacho—. ¿Piensas salir de verdad con ese púgil?

Laila cerró la puerta de cristal que separaba su despacho del resto de las dependencias del banco, que estaba abarrotado de gente a esa hora del almuerzo.

Dana, que llevaba el pelo rubio echado hacia atrás, ocultando ingeniosamente el mechón púrpura que se había puesto ese fin de semana, se puso sobre la cabeza, a modo de diadema, las gafas decorativas de estilo Clark Kent, asombrada de lo que Laila acababa de decirle.

—Pues sí, creo que tengo una cita con el púgil —replicó Laila, quedándose junto a la puerta para poder controlar mejor lo que pasase.

—¿Y cómo es que no estás segura?

—Bueno, él me invitó a salir y luego… me dejó colgada.

—Una tomadura de pelo muy hábil. Me parece que ese tipo no es trigo limpio —dijo Dana arqueando las cejas—. Me gustaría salir con él, solo por curiosidad.

—Yo, en cambio, no sé si debería salir con él. Me tiene confundida.

—Por eso te sientes atraída por él. Porque es diferente. Es el tipo de hombre que hace que una chica decente y sensata sienta el deseo de dejar de serlo. Es extraño que te sientas interesada así por él, cuando siempre has tenido que quitarte a los hombres de encima —dijo Dana.

—Técnicamente, no se puede decir que aceptara la cita.

—Pero tampoco la rechazaste, ¿no es verdad?

—Debería haberlo hecho.

—¿Por qué?

Laila desistió de buscar una explicación razonable a todo aquello y se señaló el traje sastre blanco y negro que llevaba puesto. Un atuendo muy elegante y formal y sin duda muy adecuado para su trabajo como directora del banco.

—Por esto, Dane. Así vestida, puedo parecerle un poco…

—¿Aburrida?

Laila asintió con la cabeza, apoyándola luego en el marco de la puerta. Miró alrededor de su despacho. Lo encontró insulso y anodino, con sus cromados, sus macetas con flores artificiales colocadas en los lugares estratégicos. Unas flores frescas habrían quedado mejor, pero habría tenido que preocuparse de cuidarlas y regarlas todos los días.

—Llevas una vida muy dura —dijo Dana—. Todos los hombres te desean. Eres la reina de la ciudad, miss Frontier Days. Debe ser un gran sacrificio para ti tener que ir apartando a los hombres por la calle —dijo Dana con ironía.

—No te burles de mí. Sabes muy bien lo que quiero decir.

—Sí. Y hasta te tendría un poco de compasión si no fueras quien eres.

Laila sabía que no había ninguna mala intención en las palabras de su amiga. Ella nunca había intentado presumir del físico que Dios le había dado, sino trabajar y esforzarse por perfeccionar sus cualidades como persona.

—Tengo que confesar, sin embargo —dijo Dana—, que cuando te vi allí en el escenario con tu corona de miss Frontier Days, y subieron los Pritchett y luego ese otro texano y te propusieron, uno tras otro, casarse contigo, sentí cierta lástima por ti. De hecho, casi me arrepentí de haberte inscrito en el concurso… Pero solo me duró un par de minutos.

—No tenías que haberte preocupado por mí. No fue nada grave.

—Bueno y ¿adónde crees que te va a llevar ese texano si al final decides salir con él? —preguntó Dana, muy interesada en no perder el hilo del tema—. ¿A una bolera o a derribar vacas con el lazo?

—Muy graciosa.

—Vamos, Laila, no te hagas la tonta conmigo. Sé que has estado pensando en esto desde que ese hombre se sentó ayer en tu mesa. Nunca te había visto tan nerviosa desde que saliste con aquel chico, Gary Scott, si mal no recuerdo, cuando estábamos en el primer año del instituto.

¿Nerviosa ella? ¿Por un hombre como Jackson?, se dijo Laila para sí.

Abrió la puerta y sonrió con sarcasmo a su amiga Dana.

—Creo que ya es hora de que vuelvas a tu mesa de concesión de préstamos.

—Te veo muy afectada, Laila. Muy afectada —dijo ella con una sonrisa, alisándose la falda roja que llevaba y saliendo luego por la puerta.

Laila intentó volver a revisar los numerosos expedientes que tenía sobre la mesa, pero no pudo concentrarse en su trabajo. Por eso, respiró aliviada cuando vio llegar a Mike Trudeau, el presidente del banco, a través de la ventana del despacho.

Había estado esperando a su jefe desde hacía horas. Marcó con un pósit la página del expediente que estaba examinando y cerró la carpeta. Se levantó del asiento y se dirigió despacio hacia el despacho del señor Trudeau, que estaba decorado en un estilo bastante kitsch, con diversas escenas de caza, un reloj de cuco y un cuadro mural con una manada de búfalos pastando en una pradera.

El señor Trudeau estaba detrás de su escritorio, encendiendo el ordenador, cuando ella entró en su despacho.

—Buenos días, Laila.

Mike Trudeau, un hombre ya de cierta edad, con el pelo canoso, iba vestido de manera informal, como era habitual en él. Llevaba unos pantalones vaqueros y un jersey grueso. Parecía tan tranquilo y despreocupado como de costumbre.

—Buenos días, señor Trudeau. ¿Tiene un minuto?

—¡Cómo no voy a tenerlo para nuestra miss Frontier Days!

Trudeau hizo un gesto para que se sentara en la silla que había al otro lado de su escritorio de madera de nogal.

Laila tomó asiento, cruzó las piernas y le alargó la carpeta que llevaba en la mano.

—¡Vaya! —exclamó él—. Veo que tenemos hoy una nueva idea, ¿no?

Ella estaba acostumbrada a aquel tono de condescendencia bienintencionada de su jefe y sonrió cordialmente, a pesar de que suponía que su proyecto acabaría donde los demás: en la papelera o en algún agujero oculto que debía haber debajo del cajón donde el señor Trudeau ponía todas sus ideas sin molestarse en leerlas.

Pero eso no le impedía seguir intentándolo. Especialmente ahora, que su idea le llegaba al corazón de forma directa más que en ocasiones anteriores.

—Sí, señor —dijo ella, apoyando las manos en el regazo.

Él no hizo el menor ademán de abrir la carpeta, por lo que ella pensó que al menos tendría que escucharla.

—No es ningún secreto que la mayoría de las personas de Thunder Canyon están atravesando una situación económica difícil —dijo ella, consciente de que el propio Mike Trudeau, como presidente del banco, estaría al tanto mejor que nadie de ello.

—Es cierto —replicó él, sin levantar la vista del ordenador.

—Sé muy bien el interés que ha demostrado por tratar de devolver a esta ciudad la prosperidad de antes. Se ha reunido con el alcalde y con los miembros más destacados de esta comunidad. No sé cuántas ideas habrá sacado de esas reuniones, pero si echa un vistazo a las cifras que figuran en ese estudio, verá que ellas apoyan la idea que tengo en mente…

El señor Trudeau se decidió por fin a abrir la carpeta, con gesto impasible.

Laila se aclaró la garganta y prosiguió con su exposición.

—Creo que el banco está en condiciones de facilitar más préstamos a los comerciantes y a las pequeñas y medianas empresas de Thunder Canyon. Como podrá ver, he propuesto algunas alternativas para llevar ello a cabo, estimando, cómo no, los beneficios que esta idea podría proporcionar a nuestro banco a largo plazo.

—Muy interesante —dijo Trudeau, ojeando la carpeta.

Laila miró muy atentamente cada expresión de su jefe mientras se retorcía el borde de la falda con los dedos, sin darse cuenta.

—Parece que aprovechó muy bien sus estudios en la escuela de negocios —dijo Trudeau, cerrando la carpeta.

—Gracias, señor.

—No se dedicó a buscar marido como hacían las mujeres en mis tiempos.

Laila prefirió no contestar a ese comentario. Estaba muy satisfecha de lo que había logrado estudiando.

Su jefe se revolvió en la silla como dando a entender que daba por finalizada la entrevista.

—Analizaré más tarde los detalles, Laila. Gracias por tu trabajo.

Era lo mismo que le había dicho otras veces.

Tenía la sensación de que cuando hablaba con él, su jefe la consideraba un ser inferior con el que no valía la pena perder el tiempo. Había confiado en que aquella vez las cosas podrían haber sido distintas. Lo había intentado, pero había vuelto a fracasar.

Se levantó de la silla, con gesto de decepción. Dio las gracias a su jefe por el tiempo que le había dedicado y se dirigió a la puerta. La cerró tras de sí y adoptó una expresión sonriente de cara a los clientes que se dirigían hacia las ventanillas del banco.

A pesar de lo sucedido, estaba dispuesta a seguir presentando sus ideas al señor Trudeau sin dejarse abatir por su indiferencia.

Al cruzar el vestíbulo, donde estaba el patio de operaciones, se detuvo al oír la voz familiar de una mujer.

—¡Laila!

Al darse la vuelta vio a Jacey Weidemeyer, una de sus grandes amigas del instituto y cliente habitual del banco. Llevaba unos vaqueros y un suéter largo que disimulaba su vientre aún abultado tras su reciente embarazo. Llevaba un bebé en los brazos.

Laila sintió una extraña emoción al ver a aquel recién nacido en brazos de su amiga. Iba envuelto en una mantilla rosa y llevaba un pequeño gorro de lana en la cabeza. Estaba dormido y tenía una piel muy lisa y suave de color rosado.

—¡Qué niña tan encantadora! —susurró Laila.

Jacey acarició la mejilla de su hija.

—Se llama Hannah. Es la primera vez que la he sacado a la calle desde que nació.

Laila tocó la manita de la niña. Tenía unos dedos muy pequeños y unas uñas casi imperceptibles. No pudo reprimir la emoción.

—Vamos a dar una fiesta en su honor dentro de unas semanas —dijo Jacey—. Por supuesto, contamos contigo. Te mandaré la invitación por correo electrónico.

—Iré encantada.

Jacey se dirigió con su hija hacia una de las ventanillas, mientras Laila se quedaba mirando a la madre y a la hija con una extraña sensación de nostalgia.

¿Era, tal vez, por lo que Cade le había dicho la noche anterior acerca de que podrían tener hijos juntos antes de que fuera demasiado tarde?

Laila volvió a su despacho. Entró y dejó la puerta entreabierta.

Hacía una noche fría. El cielo de Thunder Canyon estaba raso y tachonado de estrellas.

Jackson salió de las oficinas de la Traub Oil Montana que su hermano Ethan había levantado en la ciudad y se dirigió hacia el complejo turístico para cenar en el restaurante Rib Shack de DJ con gran parte de los miembros de su familia.

Dejó el chaquetón y el sombrero en la entrada y pasó al interior del restaurante. Estaba abarrotado de clientes. Las paredes estaban decoradas con fotos de cowboys en color sepia y había también unas pinturas murales con imágenes de los primeros colonos de Thunder Canyon, que constituía una verdadera historia gráfica de la ciudad.

No habían pasado ni dos segundos cuando Ethan se acercó a él.

—Por lo que he oído, has estado muy ocupado todo este tiempo —dijo su hermano mayor.

Jackson tenía una buena estatura, pero Ethan era unos cinco centímetros más alto que él. Acababa de regresar de supervisar unas prospecciones en Bakken Shale y llevaba unas botas y unos pantalones vaqueros. Por sus palabras podría parecer que estaba hablando a Jackson de cuestiones de trabajo, pero nada más lejos de ello.

Jackson ignoró la ironía de su hermano y se dirigió a la salita que DJ les había reservado esa noche para la cena. Era una reunión familiar que el propio DJ había convocado sin que nadie, salvo él, conociera aún el motivo.

—¿No dijiste que estarías en Thunder Canyon solo el tiempo necesario para poner en marcha el proyecto y que luego regresarías de nuevo a Midland?

—Sí, eso fue lo que dije.

—Bueno, me agradaría mucho si al final decidieras establecerte en este lugar tan maravilloso. Creo que estás saliendo con una chica de aquí, ¿no?

Jackson se sentó en uno de los bancos de la salita. El aroma de la famosa salsa de las costillas a la barbacoa del restaurante de DJ le despertó el apetito.

—Se trata solo de una simple cita —dijo él, tratando de restar importancia al asunto—. Laila Cates es plenamente consciente de que no va a haber nada entre nosotros. Además, quiero que sepas que mis relaciones sociales no van a afectar para nada al rendimiento de mi trabajo.

Ethan se sentó frente a él.

—No estaría preocupado si no tuvieras esa fama de donjuán y rompecorazones. Pero ten cuidado. Por lo que he oído, Laila Cates es la novia de la ciudad: si te metes con ella, te metes con todos los hombres que la adoran. Y Traub Oil Montana no necesita ese tipo de propaganda, sería muy perjudicial para nuestros intereses. Además, te recuerdo que conseguir tener a esta ciudad de nuestro lado es algo que forma parte de tu trabajo.

Era obvio que Jackson tenía aún que esforzarse mucho para conseguir ganarse la confianza de su familia, pero estaba dispuesto a lograrlo. Su difunto padre así lo hubiera querido. Y Pete, su padrastro, se sentiría orgulloso de él. Toda la familia le debía mucho a Pete y el hombre se merecía el respeto y la consideración de todos.

Afortunadamente, casi todos los miembros de la familia iban a reunirse esa noche en aquel restaurante y podrían mostrarle su agradecimiento, después de la recuperación que Pete había tenido tras su infarto.

—No es mi intención crear ningún tipo de problema —dijo Jackson a su hermano.

Ethan pareció dar por buenas sus explicaciones y decidió dar por zanjado el asunto.

Pronto comenzaron a llegar sus hermanos Dillon y Corey, y sus primos DJ y Dax. Una vez sentados en la mesa, la camarera se acercó a tomarles la nota y luego se pusieron a charlar animadamente sobre cosas del trabajo y de la familia. En un momento dado, salió a colación el nombre de Arthur Swinton, un antiguo alcalde del ayuntamiento que había sido acusado de malversación de fondos públicos y que había muerto recientemente en la cárcel de un ataque al corazón.

Jackson pidió una tónica, para demostrar a sus hermanos que él no era hombre que necesitase tener una copa en la mano a todas horas. Quería hacer olvidar las copas de champán de más que se había tomado en la boda de Corey y que tan mala fama le habían creado.

Cuando les sirvieron los platos, todos se pusieron a comer en buena concordia.

Hasta que DJ, con gesto serio, les comunicó el motivo de la cena.

—En los negocios todo vale —dijo con aire enigmático.

DJ era un hombre amable y tranquilo al que le gustaba vestir de manera sencilla. Solía ir casi siempre con pantalones vaqueros, camisas de franela y un sombrero de cowboy. Tenía esos ojos oscuros y ese pelo castaño que parecía ser el sello de identidad de la familia Traub.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Ethan con gesto de sorpresa.

DJ dejó el tenedor en la mesa y se limpió la boca con la servilleta.

—Quiero decir que el LipSmackin’ Ribs está tratando de hacerse con todo el negocio de restauración de la ciudad.

Se oyó un rumor general en apoyo de DJ. Todo el mundo sabía que sus costillas eran todo un símbolo tanto en Thunder Canyon como en otros muchos lugares del país. No tenían parangón con las que servía aquel advenedizo que había abierto recientemente un restaurante en la parte nueva de la ciudad.

Jackson estaba tratando aún de asimilar las palabras de su primo. Recordó las dos ocasiones en que había estado hablando en el Hitching Post con Woody Paulson, el dueño del LipSmackin’ Ribs. El hombre, que sabía de sobra que él era un Traub, se había guardado muy bien de hacerle el menor comentario sobre las estratagemas que tenía en marcha para hacerse con el control del negocio.

Tal vez, Woody se hubiera estado riendo de él todo el tiempo, pensando en cómo se estaba aprovechando de su familia delante de sus propias narices.

DJ trató de disimular su preocupación, pero había algo en su mirada que lo desmentía.

—De alguna manera, el LipSmackin’ Ribs ha conseguido un acuerdo exclusivo con el Hitching Post y, en este momento, es su proveedor oficial.

Jackson negó con la cabeza con gesto disgustado. Sentía simpatía por su primo. DJ era una persona decente y noble, incapaz de hacerle una mala jugada a un competidor de su negocio.

—Vamos a ver si lo entiendo —dijo Dax, el hermano de DJ, que era el verdadero rebelde de la familia y que, por su aspecto y maneras, recordaba en cierta forma a James Dean—. ¿Quieres decir que un establecimiento como el Hitching Post, que lleva varias generaciones instalado en Thunder Canyon, le ha vuelto la espalda a uno de los ciudadanos más ejemplares de esta ciudad en favor de un grupo de desconocidos?

Jackson vio que Dax estaba tratando de controlarse, pero se veía por el color de su cara que estaba lleno de indignación por lo que le estaban haciendo a su hermano.

—Eso es lo que me han dicho —replicó DJ, doblando cuidadosamente la servilleta sobre la mesa—. Yo tenía un contrato en exclusiva con el Hitching Post y ahora… Francamente, no os puedo engañar, esta situación está afectando gravemente al negocio del Rib Shack no solo en Thunder Canyon sino también en toda la cadena de restaurantes del estado.

DJ estaba muy afectado. Al margen de las pérdidas económicas que estaba sufriendo, se le veía humillado por aquel advenedizo que pretendía hundir su negocio, usando malas artes.

Jackson, con la mandíbula contraída y los puños apretados, pensó que los Traub debían formar una piña para ayudar a DJ.

—No me puedo creer que el Hitching Post haya podido hacer una cosa así —dijo Dax.

—Tal vez haya una explicación para todo esto —dijo Dillon, el miembro de la familia que, además de ser médico, tenía fama de ser el más sensato de todos.

—La hay —dijo el DJ, con aire solemne—. El LipSmackin’ Ribs ha ofrecido unos precios tan bajos al Hitching Post que no han podido rechazar. Máxime en estos tiempos tan difíciles por los que todos atravesamos. No puedo culparles por ello. Así son los negocios.

—Es un gesto de deslealtad —exclamó Corey.

—Llámalo como quieras —replicó DJ, encogiéndose de hombros—. En todo caso, por lo que tengo entendido, el LipSmackin’ Ribs está teniendo pérdidas con este contrato.

—Entonces, ¿por qué demonios ha hecho una cosa así? —preguntó Dax.

Nadie consiguió dar una respuesta a esa pregunta.

Pero Jackson había sacado una cosa en clara: su primo DJ había sufrido una afrenta y cuando se ofendía a alguien de la familia, se ofendía a todos los Traub.

Acabada la cena, Jackson salió del restaurante de DJ y se encaminó al casco viejo de la ciudad con intención de pasarse por el Hitching Post antes de volver a casa. Sabía que Woody Paulson solía pasarse por allí a esa hora para tomar una copa.

Si quería comprender mejor la situación que había descrito su primo DJ, lo más sencillo sería ir a hablar en persona, de manera cordial y civilizada, con el dueño de LipSmackin’ Ribs. Afortunadamente, había cruzado algunas palabras con él en un par de ocasiones.

Además, ¿quién mejor que él para hacerlo, siendo el jefe de relaciones públicas de la Traub Oil Montana?

Trataría de comportarse de forma diplomática. Sería lo mejor.

Con la imagen aún viva de su primo DJ humillado, entró en el Hitching Post. Vio en seguida a Woody en un extremo de la barra con una jarra de cerveza en la mano.

La máquina de discos no tocaba en ese momento ninguna canción.

Jackson se acercó al hombre. Era un refugiado de Las Vegas, de unos cuarenta años, que aún conservaba un aire de la vieja escuela, con sus pantalones caqui arrugados y su camisa de seda de manga larga que, sin duda, había visto tiempos mejores.

Cuando vio a Jackson, levantó su jarra a modo de saludo.

—Buenas noches, Traub.

Jackson se acercó a la barra y le hizo un gesto al camarero indicándole que no quería tomar nada. Luego le devolvió el saludo a Woody, que echó un trago de cerveza sin prestarle demasiada atención. Se le ocurrió pensar entonces, que aquel hombre que planeaba arruinar el negocio de su primo, frecuentaba tanto el Hitching Post por los pedidos que conseguía de él.

—He oído que ha conseguido un contrato con el Hitching Post —dijo Jackson en un tono distendido y cordial—. Enhorabuena.

Woody se quedó sorprendido por un instante y luego le dio las gracias entre dientes con un susurro apenas inteligible y sin mirarle siquiera.

Eso no le gustó nada a Jackson. A él, le gustaban los hombres que decían las cosas cara a cara y no las comadrejas.

—Lo único lamentable —añadió Jackson, tratando de mantener la compostura— es que lo haya conseguido a costa de alguien de mi familia.

—El mundo de los negocios es así de cruel, Traub. Usted como ejecutivo de una gran empresa debería saberlo.

—Tiene razón. Pero si mi memoria no me falla, ni nadie de mi familia ni yo hemos tratado nunca de conseguir beneficios a costa de la ruina de los demás.

Woody miró a Jackson con gesto adusto y ojos extraviados. Probablemente estuviera ebrio.

Luego se apartó de la barra y se dirigió hacia la puerta.

Jackson, a pesar del desprecio que sentía por aquel hombre, pensó que sería más prudente dejarlo marchar. Al menos por el momento.

Pero entonces, Woody volvió la cabeza y miró a Jackson por encima del hombro con gesto arrogante e irónico.

—Dígale a DJ que no se asuste tanto. La competencia es siempre algo saludable que nos ayuda a superarnos.

Dígale que sea más hombre.

Todos los clientes que había en el bar se quedaron callados mirando a Jackson, esperando que saliera en defensa de su primo.

Él pensó que podría resolver aquello de forma civilizada y acompañó a Woody a la calle hasta el lugar donde estaba aún el poste que usaban los cowboys en otro tiempo para amarrar los caballos, de donde provenía precisamente el nombre de Hitching Post.

—Escucha, Woody —dijo Jackson en tono conciliador—. No hay necesidad de…

—Andas buscando pelea, ¿verdad? —dijo Woody, arrastrando las palabras.

—No, en absoluto. Pero…

Jackson no pudo terminar la frase. Recibió un golpe certero en la mandíbula que le dejó un par de segundos aturdido, pasados los cuales, reaccionó de forma instintiva asestando a Woody un fuerte puñetazo en un ojo que le tiró al suelo.

Se frotó los nudillos de la mano, lamentando haberse visto involucrado de nuevo en una riña contra su voluntad y que su familia volviera a verle como un irresponsable y un pendenciero.

—¡Maldita sea, Woody! ¿Por qué tuviste que obligarme a hacer esto?

Woody se tapó el ojo con la mano y se quedó en el suelo quejándose mientras Jackson se alejaba de allí.

Déjame quererte

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