Читать книгу Autobiografía de mi padre - Damián Noguera B. - Страница 19

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Claudio dibuja un Cristo con lápiz grafito en un cuaderno de matemáticas. «Qué importa que les roben sus casas», nos dice el padre Andrés Cox. Le gustan las interpelaciones que no admiten respuesta. Claudio parece no acusar recibo y me muestra su dibujo debajo del pupitre. Es un Cristo reflexivo, algo quijotesco en la barba que dibujan sus cientos de trazos de grafito superpuestos.

«¿Acaso van a extrañar sus servicios de té de porcelana?», continúa el padre Andrés. Miro hacia la ventana que da al patio principal. El padre Hurtado, con su sotana arremangada, juega un partido de fútbol con algunos alumnos de las divisiones mayores. No parece ser de esos sacerdotes que se encorvan para leer el breviario. Cristo vive en los pobres y si usted quiere vivir con Cristo, tiene que vivir con los pobres. Mis tíos le tienen miedo porque su sonriente severidad los transforma en malos católicos.

Claudio comienza su segundo boceto. Me empieza a retratar a mí. «Ustedes se ríen de sus nanas cuando se visten el domingo para salir a sus casas», dice Cox. Exagera el largo de mis cejas. El porte de mi nariz. El pequeño bulto de mi labio inferior.

Mis compañeros al menos simulan escuchar, pero Claudio no se preocupa ni de disimular, como si tuviera un acuerdo tácito con los profesores de este colegio, como si su estatus de artista hiciera de sus distracciones algo no solo permitido, sino también necesario.

Miro hacia la ventana otra vez. «Mientras ustedes festejan, miles de niños se mueren de hambre en Latinoamérica», dice un cartel multiplicado en cada uno de los pilares de los arcos del colegio. Mis compañeros corren al lado del padre Hurtado en el patio para poder mantener el ritmo de sus pasos rápidos y largos.

«Porque están acostumbrados a ver a la nana con su delantal puesto. Porque les da risa verla vestida de señorita por primera vez», continúa el cura Cox.

Claudio sigue dibujando. Yo solo miro cómo dibuja, hasta que deja su lápiz de mina a un lado y levanta la mano. «Dios se equivocó», le dice al padre Cox. «Hizo a Adán y Eva sin ombligo». El sacerdote intenta reaccionar. «No se pueden dibujar», interrumpe de nuevo, «el ombligo es el centro de la figura humana».

Autobiografía de mi padre

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