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I. COMIENZOS INCIERTOS. La Prehistoria de los hombres

Dificultades de estudio

Se ha discutido mucho sobre la conveniencia del vocablo Prehistoria para designar aquel periodo del pasado de los hombres anterior al nacimiento de la escritura. Hoy en día ya no preocupan tanto estas cuestiones terminológicas, y se aceptan generalmente expresiones clásicas como ésa, conocidas por todos, incluso para definir científicamente grandes periodos históricos. Enseguida hablaremos de la idoneidad de ese término y, en general, de la utilización de conceptos propiamente históricos. Pero antes, como primera observación en el capítulo que ahora comenzamos, es necesario indicar algo que, no por obvio, deja de ser extremadamente importante.

Como habrá observado el lector curioso, he subrayado la expresión de los hombres; y, desde luego, lo he hecho con una intencionalidad bien clara. Se considera que el hombre es el gran protagonista de la Historia (y también, por supuesto, de la Prehistoria), centrándose así su estudio en las claves explicativas de su existencia en el transcurso del tiempo. Además, la utilización del plural en aquella expresión (los “hombres”, no “el hombre”) no es en absoluto baladí. De hecho, es una de las grandes cuestiones que iluminan algo tan complejo como la comprensión del estudio del pasado —de todo el pasado— de nuestro mundo. Todos los historiadores que se puedan atribuir con justicia tal título coinciden en que el análisis de las épocas trancurridas hasta nuestro presente sólo tiene sentido en cuanto que el hombre es un ser social; y es, precisamente, esa dimensión social, colectiva, plural, en definitiva, la que más interesa a los verdaderos amantes de la Historia. Y en el siempre movedizo terreno de la Prehistoria, por mucho que conozcamos los fenómenos de la naturaleza1, es en los hombres en quienes se han centrado, y se deben centrar, los estudios históricos sobre estos tiempos, dentro de una concepción esencialmente humanista de la Historia.

Ahora bien, ¿qué cosas de los hombres y de su existencia en el mundo que les ha tocado vivir nos interesan más? Según los planteamientos expuestos, parece un contrasentido hablar de Prehistoria como algo anterior a la Historia, y, al mismo tiempo, afirmar, como lo hemos hecho, que el objeto de estudio de esta época ha de ser la actividad humana desde un punto de vista histórico. En realidad, esto no presenta ya demasiados problemas teóricos. Hoy se acepta generalmente, como hemos avanzado, que no debemos dejarnos llevar por purezas terminológicas que no aporten claridad a las ideas del discurso histórico. Términos como feudalismo, estado moderno, burguesía, clase social, y éste de Prehistoria han sido debatidos durante años, y se han presentado múltiples definiciones. Hoy prevalece la idea del empleo de estos conceptos como técnicas instrumentales, con el objeto de hacer más funcional y coherente el discurso histórico, dentro de ideas más o menos aceptadas por todos, dictadas, en algunos casos, por el simple sentido común. Incluso hay autores que definen precisamente el trabajo del historiador a partir del empleo que hace de estos conceptos que le son “propios” o pertenecen a su “oficio”. En el periodo que nos ocupa ahora, en no pocas ocasiones se ha utilizado el término Protohistoria para designar al primer y amplísimo periodo de la Historia de la Humanidad. Sustituyendo el prefijo “pre” por el de “proto” parece que no se puede hablar de un periodo completamente desgajado de la propia Historia, y, a la vez, se establecía una distinción en aras de un supuesto mayor cientifismo. Pero nadie puede negar el hecho de que cuando hablamos de Prehistoria sabemos a qué nos referimos, y, hoy en día, con pocas dudas al respecto, es el término más utilizado con el que nos referimos a la actividad humana de esta lejanísima época, anterior a la aparición de la escritura.

El conocimiento del pasado de los hombres en la Prehistoria, como puede suponerse fácilmente, siempre ha presentado enormes obstáculos y carencias. La escasez de fuentes primarias (es decir, las originarias de la propia época, y no las que han aportado los historiadores con sus ensayos) es aquí determinante, siendo nuestros únicos apoyos otras ciencias afines, como la paleontología o la arqueología. Y además, es tanto más oscuro ese conocimiento, cuanto más alejamos en el tiempo nuestro campo de estudio. En realidad, hoy sabemos pequeñas noticias de una parte muy reducida de lo que debió de ser aquel sombrío e inmenso periodo prehistórico.

Lo que más nos interesa de los hombres en esta época es, sin duda, sus formas de vida, sus comportamientos sociales, su adaptación al medio, y, en definitiva, los elementos diferenciadores con el resto de seres de la naturaleza que les hicieron adquirir cada vez formas más complejas de convivencia y organización; en aras, todo ello, de la consecución de unos aceptables niveles de seguridad física ante un medio a todas luces hostil. Esto se fue llevando a cabo a un ritmo tan descomunalmente lento y diferenciado en el espacio que se hace muy difícil de comprender por parte de nuestras mentes aceleradas y funcionalistas de hoy en día. Los escasos testimonios encontrados de este pasado remoto han hecho que, por un lado, Arqueología y Prehistoria sean dos disciplinas íntimamente unidas, y, por otro, que la cultura material estudiada sea el punto de referencia para este tipo de estudios. De hecho, muchas de las divisiones y definiciones que utilizamos, se hacen, o bien a partir de un determinado nivel técnico para la utilización de instrumentos, o bien basándose en la abundancia de determinadas formas y de la naturaleza de objetos encontrados (como, por ejemplo, la cultura megalítica, la Edad del Bronce, las distintas cerámicas y vasos prehistóricos, etc.).

Como es a todas luces obvio, su extraordinaria amplitud es una de las caracterísiticas más importantes del periodo de la Prehistoria. Si nos acercáramos al pasado del hombre proporcionalmente en función sólo del tiempo de su existencia sobre la tierra, la parte correspondiente a la Historia propiamente dicha correspondería una mínima porción, no superior al 0,5 por ciento, mientras que la Prehistoria ocuparía todo lo demás. Pero, contrariamente a lo que ocurre en el mundo actual, dinámico hasta el extremo, el ritmo de los cambios en las formas de vida de los hombres fue en ella muy diferente. Y, bien mirado, para el observador actual es una suerte que sea así. En su permanente estado de semiinmovilismo, aquellos tiempos lejanos requieren una atención mucho más global y sintética, lo que reduce la necesidad de profundización, tanto en el tiempo como en el marco geográfico. Por eso, el espacio dedicado a la Prehistoria en una enciclopédica Historia de la humanidad de varios volúmenes, no suele ocupar, como mucho, más que el primero de ellos.

Pero esto no significa que no esté exento este periodo de gran complejidad, no sólo por su extensión, sino también por su contenido. Antes bien, todo lo contrario. De momento, para moverse por tan enorme océano de tiempo, las clasificaciones y divisiones por épocas o subperiodos se nos hacen fundamentales para conocer mejor los fenómenos históricos. Como es natural, se han hecho desde hace siglos una serie de divisiones o clasificaciones, aunque siempre de forma aproximada, y con la relatividad que implica ser, en definitiva, construcciones artificiosas sobre el pasado, hechas desde el presente por los historiadores, con unos fines fundamentalmente didácticos. En estas divisiones, los conceptos y los hitos más importantes sobre la Prehistoria son los que a continuación detallamos de una forma esquemática. Aunque sea resumiendo en exceso y tomando en consideración sólo las clasificaciones más aceptadas, es necesario este primer paso para que sepamos manejarnos en el tiempo ante la inmensidad de los periodos estudiados.

Las ciencias naturales —empleadas aquí como ciencias auxiliares de la Historia— han afirmado que la Tierra tiene una antigüedad aproximada de 4.500 millones de años. Durante todo este tiempo se han producido fenómenos biológicos y geológicos que han propiciado las primeras divisiones desde el punto de vista de los cambios esencialmente físicos de la Tierra. La Era Arcaica sería el periodo más antiguo, y también, con mucho, el más largo del pasado de la Tierra, ocupando nada menos que 4.000 millones de años. A continuación vendrían varios periodos: la Era Primaria, en la que se producen una serie de plegamientos geológicos muy importantes, y que ocuparía aproximadamente los 300 millones de años siguientes; la Era Secundaria, muy característica por la existencia de los grandes reptiles, y que se extendería más o menos a lo largo de 150 millones de años; la Era Terciaria en la que se producen espectaculares movimientos orogénicos (como la llamada orogenia alpina) que configuran buena parte del relieve terrestre actual, y que dura —siempre aproximadamente— 72 millones de años; y, por último, la era Cuaternaria, que abarcaría alrededor de dos millones de años. Esta última era tiene a su vez dos subdivisiones: el Pleistoceno, que se divide en Pleistoceno Inferior, Pleistoceno Medio y Pleistoceno Superior (periodos, estos últimos, en los que se dan la mayor parte de las glaciaciones), y el Holoceno, periodo en el que nos encontraríamos en la actualidad y que comenzó aproximadamente en el 10.000 a.C.

Pero, siendo esto importante, más trascendente para nosotros es una clasificación en función de la actividad humana. Aquí hay una gran coincidencia entre todos los estudiosos en dividir la Prehistoria en dos grandes bloques. Por un parte, el Paleolítico (o época de la piedra antigua tallada), que englobaría desde la aparición del hombre sobre la Tierra (tal vez hace siete millones de años) hasta aproximadamente el 10.000 a.C. Se dividiría a su vez este bloque en Paleolítico Inferior (hasta el 300.000 a.C.), Paleolítico Medio (hasta el 40.000 a.C., si bien hay quién prefieren hablar de la existencia entre el 300.000 y el 100.000 de un Paleolítico Medio antiguo), y Paleolítico Superior (hasta el mencionado año de 10.000 a.C., aunque también en este último caso hay autores que hablan de un Epipaleolítico que se alargaría entonces hasta el 8000 a.C.).

El otro gran bloque de la Prehistoria en función de la actividad humana es el Neolítico (época de la piedra nueva o pulimentada, según la nomenclatura tradicional), que abarcaría desde esa crucial fecha de 10.000 a.C. (aunque también muchos investigadores prefieren hablar de un mesolítico o periodo de adaptación que iría de 9000 a.C. a 10.000 a.C.) hasta el 3000 a.C. en la zona mediterránea2, momento en que comenzaría, con la Edad del Bronce en primer lugar, la Edad de los Metales. Asímismo hay que tener en cuenta que muchos investigadores adelantan esta Edad de los Metales al 6000 a.C., con el Calcolítico o Edad del Cobre. El Bronce se alargaría aproximadamente hasta el 1200 a.C. y, en este punto, comenzaría la llamada Edad del Hierro, que llegaría hasta los periodos mucho más estudiados de la Grecia Arcaica y la época de la fundación de Roma.

El problema del origen del hombre. La cultura material

De todas estas clasificaciones hay que tener en cuenta la que es para nosotros más importante, la que se refiere a la evolución y distribución en el espacio del hombre. Como no podía ser menos, en este aspecto las divisiones y esquematizaciones han sido siempre muy conflictivas; y todavía lo están siendo en un quehacer científico que está más vivo que nunca. En primer lugar, por el gran problema de la datación de los primeros hombres. Es decir, los que de forma un tanto grandilocuente anuncian los documentales y revistas de divulgación científica como nuestros primeros padres. En la actualidad existen complejos y eficientes métodos al servicio de la datación histórica. Más allá del consabido Carbono 14, los métodos más modernos empleados en el estudio del hombre y su evolución se centran en la composición genética de los testimonios del pasado; aprovechando, sobre todo, que el contenido genético del ADN se conserva en algunos medios muy propicios. Veamos algunos logros conseguidos en este campo.

Es ya lugar común en la Paleoantropología que fueron los cambios climáticos favorables de la Era Terciaria los que posibilitaron la creación de nuevas especies dentro de los primates. Así, hace unos catorce millones de años apareció en África el Kenyapithecus, considerado el antecesor, tanto de gorilas y chimpancés como de los homínidos (primeros seres con alguna apariencia de humanos). La separación entre simios y homínidos se produjo en el marco de la adaptación de estos últimos a un medio poco boscoso, mientras que en los primeros se dio todo lo contrario, manteniendo su capacidad para el desplazamiento a partir de ir colgándose de los árboles. Además, los simios casi nunca cooperaban —ni cooperan— para conseguir recursos y, más allá del grupo familiar, no comparten nada, y no reconocen las relaciones de parentesco. Todas estas cosas, sin embargo, van a ser muy significativas en los homínidos, cuyas características especiales merecen que nos detengamos en ellos con alguna atención.

En la Prehistoria se consideran dentro de los antropoides (es decir, lo simios con forma, aunque sea lejana, de hombres) dos grandes grupos que son los básicos en el proceso evolutivo: homínidos, que aparecieron primero, y homo. Estos dos grupos no tienen por qué corresponderse con un único proceso evolutivo (hoy por hoy se sabe que no existe una línea recta de evolución entre los homínidos y homo de la Prehistoria), y, de hecho, estos grupos se superpusieron en el tiempo y llegaron a coexistir muchos años. Un tema éste, desde luego, apasionante, aunque los descubrimientos que en este campo se están sucediendo en nuestros días, lo hacen a un ritmo que casi podríamos calificar como vertiginoso, lo que nos obliga permanentemente a llevar a cabo una continua puesta al día.

Los homínidos de la era Terciaria y Cuaternaria, no eran exactamente hombres, y tenían algunas semejanzas con los póngidos (simios entre los que se incluyen el chimpancé, el gorila, el orangután y los gibones), como la estructura del cráneo, los dientes o el esqueleto poscraneal. Pero se empezaron a dar algunas características esenciales, como digo, a partir de un clima más favorable. La marcha bípeda fue un factor primario fundamental para el proceso de hominización en algunos antropoides, así como la adaptación a la vida en las condiciones del bosque y el espacio abierto (a partir de diferentes modos de vida arbóreos, arbóreos-terrestres y terrestres). En la lucha contra los enemigos carnívoros, su posición más alta de la cabeza, la vista binocular y cromática, y el empleo de piedras, palos y huesos para la defensa favorecieron una mayor conservación de estos antropoides; aunque no se pudo impedir que estos seres bípedos de la Era Terciaria Superior, altamente desarrollados, poco a poco fueran desapareciendo por factores como la escasez de alimento.

Hoy en día se están sucediendo los descubrimientos también en cuanto a la datación del homínido más antiguo. Un hallazgo que ha revolucionado muy recientemente la Paleontología ha sido el realizado por un estudiante en el Chad, que encontró un cráneo que podría pertenecer al primer homínido conocido3. Corresponde al llamado Toumaï (o Sajelanthropus thadensis), que vivió hace unos siete millones de años y que tenía la cara corta y los dientes, especialmente los colmillos, pequeños, parecidos a los humanos. Más conocido es el hallazgo, en Kenia hace unos siete años, de los fósiles de un ancestro humano de unos seis millones de años. Correspondían al llamado Millenium man (después llamado Orrorin Tugenensis), que tenía una marcha bípeda bastante parecida a la nuestra. Pero, sin embargo, fue cuestionado como homínido poco después.

Mejor suerte ha corrido el Ardipithecus ramidus, cuyos restos fósiles (encontrados en Etiopía) aún se están investigando en la actualidad, y del que no se ha encontrado ninguna evidencia negativa, aunque tampoco ninguna certeza absoluta. Esos restos nos hablan de una antigüedad de unos 4,5 millones de años. La diferencia, aparentemente mínima con otros simios de su época pero que le hace ser más “humano”, es que sus caninos se habían comenzado a reducir, de tal forma que, siendo el rasgo propiamente humano más antiguo que se conoce en estos primates, podríamos decir que nosotros procedemos de esta especie o de otra similar.

Hasta hace bien poco se pensaba que el Australopithecus era el homínido más antiguo, al que se atribuían vagamente varios millones de años desde su aparición y que se habría extinguido hace unos 900.000 años. Si bien las fechas no eran en principio muy rigurosas, había, desde su descubrimiento, certezas sobre su existencia muy importantes. Vivió exclusivamente en los dominios africanos, imponiéndose al medio desfavorable merced a la fabricación y uso regular de herramientas. Tenía algunas características humanas: el tamaño del cerebro había aumentado con respecto a otros antropoides, la mandíbula se sustituyó por una curva continua sin colmillos salientes en los extremos, y la anatomía de las caderas y de los pies le permitieron mantenerse de pie y andar como un bípedo. Hoy se sabe que estas modificaciones de los Australopithecus (tan importantes que sólo han cambiado detalles pequeños del esqueleto humano hasta hoy) se remontan hasta los 3 ó 4 millones de años, y, dependiendo de sus características a partir de los restos fósiles encontrados, se ha podido hablar de varios tipos de esta especie bien diferenciados.

El más antiguo de los Australopithecus que se conocen, hoy por hoy, fue descubierto hace unos años a partir de unos fósiles de Kenia, en la cuenca del lago Turkana. Se trata del Australopithecus anamensis, que vivió entre 4,17 y 4,07 millones de años ha. Se le considera el primer homínido cierto (sin nigún tipo de duda) que ha existido. No obstante, tampoco es segura nuestra procedencia directa de este Australopithecus, aunque sí lo es que procedemos, si no de éste, de algún simio del mismo tipo. Más moderno (hasta hace poco considerado el Australopithecus más antiguo) es el llamado Australopithecus afarensis, definido a partir del descubrimiento en 1974 por Donald Johanson y los arqueólogos franceses Yves Coppens y Maurice Taïeb, en la región de Afar en Etiopía. Se trataba de un esqueleto, conservado casi entero (cosa nunca vista), de una niña prehistórica llamada la pequeña Lucy4, con 3,4 millones de años de antigüedad. Además, se han encontrado igualmente restos de afarensis en Tanzania, en el famoso yacimiento de Olduwai, y en África del Sur. Esto es lo que ha permitido llegar al conocimiento de que el Australopithecus afarensis vivió entre hace 4 y 2,9 millones de años, tenía una alimentación casi exclusivamente vegetariana y sus características físicas más importantes se resumían en una capacidad craneal de 500 centímetros cúbicos y una altura entre 1,10 y 1,35 metros; teniendo pues, a pesar de la características humanas anteriormente mencionadas, un aspecto esencialmente de simio. Pero, el bipedismo5 se constituyó en una gran fuerza que permitió abrir nuevos caminos. Se pudo mejorar con él la visión panorámica del territorio y la propia vista, además de que suponía una liberación en las manos, que se podían emplear para otras cosas: recolección, creación de intrumentos, etc. Además, estas manos presentaban dedos más anchos y yemas más amplias que en los demás primates, lo que permitió una mejor manipulación de los objetos. Todo esto requería, precisamente, una mayor capacidad craneal.

En función de la variación de peculiaridades en el cráneo y dientes apareció otra variedad de Australopithecus : el africanus, cuyos fósiles datan de entre 3 y 2,5 millones de años. Diversos autores han considerado también otras variedades de Australopithecus, como el robustus y el boisei; aunque hoy se considera más bien que forman una especie aparte, aunque muy parecida corporalmente a los Australopithecus, denominada Parantropus, con una gran especialización en su aparato masticador. Así se habla hoy del Paranthropus aethiopicus, y de los mencionados boisei y del robustus, que vivieron hace 2,6 millones de años, estuvieron más adaptados a los espacios abiertos (a las sabanas, a partir del cambio climático), y fueron contemporáneos de las primeras especies humanas.

No obstante, a pesar de todo lo anterior, no se ha podido demostrar que estos marchadores erectos Australopithecus fueran los auténticos antepasados de los humanos actuales, ni que, tal y como se creía hace unos años, seamos herederos de ellos. En realidad, los restos fósiles más antiguos de seres con características propiamente humanas (luego veremos por qué), que son los llamados homo, se remontan a unos 2,3 millones de años, según los descubrimientos en el lago Turkana, en Tanzania, y en Etiopía, aunque se piensa que pudieron aparecer hace cuatro millones de años y que duraron hasta hace 1,3 millones de años. Llegaron a coexistir, por tanto, estos primeros homo con los Australopithecus por lo menos un millón de años, lo que ha planteado no pocas dificultades para la investigación y sugestivas interpretaciones (especialmente la que hace referencia a una pretendida guerra entre especies). Entre los homo, el más antiguo es el llamado Homo habilis, que muchos consideran sucesor del Australopithecus africanus, y que vivió hasta hace 1,3 millones de años. Sus yacimientos más antiguos se encuentran también en Olduwai y se distinguía por su gran cerebro, un cráneo redondo (de hasta 660 cc.) y una cara verdaderamente humana. La diferencia con los Australopithecus es, además del cerebro mayor, que la estructura de la articulación de la pelvis y de la cadera en el Homo habilis es semejante a las del hombre de la actualidad, mientras que en aquéllos el cuello del fémur es más largo (lo que impedía el nacimiento de niños con un cerebro más grande).

El Homo habilis es el primer simio que pasa del medio del bosque lluvioso a espacios secos y abiertos (sabanas). Un cambio muy importante que permite que los homo —diferencia esencial con los póngidos— puedan vivir después en todo tipo de regiones. Además, es protagonista también de un cambio sustancial, como es su alimentación omnívora, frente a la vegetariana que caracterizaba a los Australopithecus. Pero lo más importante es que llegó a golpear una piedra contra otra para producir un filo, lo que le permitió, entre otras cosas, cortar la carne, produciendo con ello un cambio importante en la dieta y, con él, en el nicho ecológico. En una palabra, el Homo habilis tenía una característica muy típica perteneciente a los humanos: estaba dotado de capacidad para idear y crear objetos que no proporcionaba por sí misma la naturaleza, y que le eran funcionales. Un paso enorme para la humanidad.

Además, algo extraordinariamente importante. Los grupos de Homo habilis tenían una cierta complejidad, con una cohesión interna que facilitaba la vida grupal y unas primeras relaciones sociales entre los individuos. Por todo ello, tenían la capacidad de crear cultura, y esto era un salto cualitativo importantísimo; además de que, fisiológicamente, estaba relacionado con el aumento de la capacidad craneal. Precisamente esto último es lo que puede explicar que fuera proporcionalmente mayor el crecimiento del cráneo en los homo que en los Australopithecus, que ya de por sí, como hemos visto, habían aumentado bastante a partir del bipedismo.

Todas estas especies que hemos mencionado vivieron hasta el Pleistoceno Inferior y parte del Medio, dentro del Paleolítico Inferior. Aquella imagen tradicional que todos hemos tenido de que se alimentaban de la caza de grandes animales conseguida a través de trampas y grandes bandas organizadas, ha pasado a la Historia (o, mejor dicho, ya queda fuera de la Historia). Aunque menos atractiva, es más real la imagen de estos primeros homo, según se desprende de las investigaciones actuales, obteniendo carne a través del carroñeo de las presas que habían hecho otros carnívoros, sobre todo por las limitaciones técnicas que impedían una actividad cazadora. Además, no hay ninguna razón objetiva para pensar que grupos de —relativamente— pequeños humanos arriesgaran su vida para cazar grandes animales peligrosos, cuando no podían consumir de su carne más que una parte bastante pequeña, ante la inexistencia de sistemas de conservación y almacenamiento. Es una pena, pero hay que admitir que no sólo comíamos lo que podíamos a partir de los animales ya muertos, sino que, además, según se ha constatado, se trataba de las partes menos apetitosas que eran despreciadas por otros carroñeros. Así, por duro que parezca, nuestros antepasados, carroñeros marginales, tenían que esperar a que se saciaran animales como las hienas o los buitres, para poder acceder a la alimentación. Por lo demás, la caza, no llegaría hasta hace unos 200.000 años, en la transición entre el Paleolítico Inferior y el Medio.

Hasta entonces, se tuvieron que dar todavía grandes cambios en la evolución humana. El siguiente homo más próximo en el tiempo sería, según las últimas investigaciones, el Homo ergaster, que muchos autores identifican con el Homo erectus. Va a ser muy diferente de todos los homínidos que hemos visto hasta ahora, así como también del Homo habilis, por varios motivos. A pesar de que desciende de éste (esta línea evolutiva sí está clara), su altura ha variado sensiblemente, llegando hasta los 1,70 metros, con una capacidad craneal entre 900 y 1.300 centímetros cúbicos, características éstas que ya por sí mismas le acercan mucho más a nosotros. Se cacula que vivió aproximadamente entre hace 1,8 y 1,6 millones de años. Es, sin duda, el homo por excelencia de la época plena del Paleolítico Inferior, y a partir de él —cuestión importante— ya es claro que los cambios en la especie humana son debidos a los factores de adaptación técnica y sociocultural, y no por razones ambientales. La distinción que algunos autores, como Arsuaga, hacen con el Homo erectus (al que durante mucho tiempo se llamó Pitecántropus) se basa en que éste tenía un cráneo ligeramente más robusto y su existencia se había desarrollado propiamente en Asia6. De esta forma, sobrepasamos aquí el marco propiamente africano, el más antiguo, sin duda, de los antecesores de los hombres actual. A partir de este momento los homo son capaces de expandirse por otros continentes, demostrando con ello sus posibilidades (limitadísimas en otras especies) de adaptarse a otros ecosistemas más allá del medio ecuatorial.

Así, desde África se produjo hace más de un millón de años una expansión de sus homínidos evolucionados, u homo, hacia Oriente Medio (a través del Sinaí), Asia y Europa. Sólo América y Oceanía, sin ninguna conexión continental con África, quedaron fuera, de momento, de esta espectacular migración. Los restos más antiguos que se conocen de este homo erectus en Asia se han encontrado en los yacimientos de Yuangmou, Java, con dataciones que van desde los 1,7 a 1,3 millones de años, y de Zhoukoudian, en China, donde se han encontrado también restos de Homo sapiens y de seres humanos idénticos a nosotros de entre 120.000 y 30.000 años.

Pero, además de las espaciales, hay otras características muy importantes del Homo ergaster que van a tener trascendentales consecuencias para él y sus sucesores. Es quien primero fabrica los bifaces, o, como dicen los arqueólogos, el Modo Técnico II, que consiste en tallar la piedra, haciendo las correspondientes lascas, para utilizarla como instrumento por los dos lados (el Modo Técnico I se refiere, como ya habrá pensado el lector, a un solo lado). En su complejidad (se requieren capacidades mentales elaboradas, como la simetría, para idear estos instrumentos) supone un salto cualitativo importantísimo para el desenvolvimiento del homo en su medio y para perpetuar la especie. Esto es lo que se ha llamado clásicamente en Prehistoria la cultura Achelense7, originada hace un millón y medio de años, y quizás la más significativa (por los cambios que produjo) de las que se surgieron a lo largo de todo el Paleolítico.

Nos podemos preguntar cómo se pudieron llevar a cabo avances tan espectaculares como éstos. Y es que el Homo ergaster contó ya con un elemento esencialmente diferenciador: fue capaz de comunicarse con símbolos con sus semejantes a través de una forma elemental de lenguaje, lo que le permitió desarrollar a un ritmo evolucionadísimo, comparado con el de otros antropoides, sus capacidades cognitivas.

No es que otros predecesores, o incluso los simios y otros animales, no emitieran sonidos con una idea primitiva de la comunicación. Lo que distinguió —y distingue— a los humanos es la gran complejidad y especialización alcanzada con la puesta en práctica de estas facultades. Y esto vale para el lenguaje y para otras habilidades esenciales que hemos visto como el bipedismo, por ejemplo. El desarrollo del lenguaje, además, va a afectar a aspectos fisiológicos. Así, la forma arqueada de la base del cráneo, característica propiamente moderna, se alcanzó en el paso de los Homo erectus al Homo sapiens antiguo, hace unos 300.000 años, ya que esto permitió una laringe baja, con la que emitir sonidos más articulados.

Por esas fechas se debió de acceder también al control del fuego (no se sabe muy bien si por la simple conservación del mismo o por su creación), lo que obviamente, supuso cambios muy importantes. Entre ellos, aunque no es en lo primero que pensamos, hay que contar de forma prioritaria con que las primitivas hogueras centralizaban las actividades del campamento de humanos, jerarquizando a su vez el espacio de ocupación. Ahora había una mayor complejidad de la vida social, en la que se estimulaba el desarrollo del lenguaje; independientemente de que, además, se favoreciera la creación y desarrollo de nuevos instrumentos. Y eso, sin tener en cuenta las enormes ventajas del fuego para la cocción de alimentos (lo que supuso una mejora notable en la dieta), para la protección del frío, y, cosa muy importante, para ahuyentar a los animales peligrosos y poder formar grupos más grandes frente a otros competidores. Todo esto estimuló también, obviamente, las necesidades de comunicación, y produjo igualmente los cambios fisiológicos suficientes para la creación y desarrollo cada vez más elaborado del lenguaje.

Sin duda uno de los hallazgos más espectaculares que se han realizado en los últimos años, directamente relacionado con los famosos trabajos de Atapuerca, es la constatación de la presencia en Europa de un homo que sería el antecesor de los neandertales y cromañones por sus especiales características, que todavía se están estudiando en profundidad8. La denominación científica que se le ha impuesto es la de Homo antecessor y, según los descubrimientos de los restos fósiles del yacimiento burgalés, concretamente en la zona de la Gran Dolina, su antigüedad se elevaría a los 800.000 años, lo que convierte a estos restos en los más antiguos de Europa de los antecesores del hombre actual. Con una capacidad craneal de unos 1.000 centímetros cúbicos, y a pesar de que no había llegado al Modo Técnico II, estaría incluso más cerca del Homo sapiens que de otra especie. Por lo que se sabe hasta ahora podría ser el antecesor común (de ahí el nombre) de los dos tipos de sapiens: sapiens neanderthaliensis y sapiens sapiens. Por otro lado, la aparición de otros fósiles humanos también en Atapuerca, esta vez en la llamada Sima de los Huesos, con más de 300.000 años (es decir, dentro del Pleistoceno Medio) ha aportado interesantes descubrimientos. Estos restos han permitido, después de los correspondientes estudios, situar a los homínidos de esta zona en la línea evolutiva cuyo eslabón siguiente es el Homo sapiens neanderthaliensis. Esto significa la constatación de la existencia de un proceso de evolución de ámbito local, circunscrito a la región prehistórica europea.

Siguiendo con nuestro viejo continente, entre hace 800.000 y 400.000 años se fueron utilizando, después de una cultura de lascas y rascadores, las primeras hachas de mano en Europa. Muy atrás quedaban los primeros utensilios muy rudimentarios de sílex y guijarros (la llamada Pebble-Tool Culture o cultura de los guijarros) limados primero por un lado, con percusión directa (dentro de la llamada Etapa Chelense), y, más tarde, como ya hemos mencionado, por todos los extremos: Achelense; es decir, el Modo Técnico II.

Dentro ya del Paleolítico Medio, y coincidiendo con el Pleistoceno Superior, va a aparecer, en una línea independiente del Homo erectus, el Homo sapiens neanderthaliensis, los llamados neandertales, dentro a su vez de la etapa de instrumentos Musteriense. En esta etapa los utensilios están adaptados a la mano y se dan gran número de raspadores y puntas, dentro de una corriente de fabricación de utensilios mucho más elaborada. Además, representa este homo el primer tipo humano que se conoce con una vida lo suficientemente compleja no sólo para manejar el fuego, sino para enterrar a sus muertos, mostrando diversos comportamientos rituales. Se calcula que los Neandertales aparecieron por primera vez hace unos 127.000 años (aunque esta fecha se puede alargar hasta los 200.000) y vivieron hasta hace 30.000 años aproximadamente.

De hecho, tenemos restos en Eurasia occidental datados en 33.000 a.C. y su presencia se constata entre Oriente Medio y Centroeuropa. Se han encontrado testimonios directos en España, Israel, Líbano, etc. Además, los últimos descubrimientos en el sudoeste de Francia han constatado la existencia de grupos de neandertales más ligados por su vida material al Paleolítico Superior, lo que les acercaría más a la consideración de primeros pobladores modernos.

Como estamos viendo, tanto neandertales como sus supuestos sucesores, los cromañones, pertenecían a la misma especie, los Homo sapiens. Y esto es importante. De hecho, las únicas diferencias de ambos con el hombre actual es que su esqueleto era pesado y fuerte, con unos dientes grandes, y un rostro prominente. En realidad, al contrario de lo que se pensaba anteriormente, los cromañones —que, parece ser, procedían, en vez de Europa, de África— no descendían de los neandertales, e incluso convivieron como dos especies separadas durante un espacio de 10.000 años (entre el 40.000 y el 30.000 a.C.). Estos últimos tenían una apariencia más robusta e incluso una capacidad craneal ligeramente mayor, pero se adaptaron peor al medio, tanto por emplear los cromañones un modo técnico más desarrollado (el Auriñaciense), como por hacer frente éstos con eficiencia a los rigores climáticos. Esto se debía a su mejor organización a través de la utilización de un sistema extraordinariamente hábil y desarrollado para transmitir la información, con una capacidad única para manejar símbolos, y que, en última instancia, permitió la utilización de un evolucionadísimo lenguaje articulado. Pues bien, este lenguaje sólo se pudo emplear a partir de una reducción de la cara que no sufrieron los neandertales. Su mayor tamaño y su evidente corpulencia les hacía tener unas mayores necesidades respiratorias, lo que les impidió el “avance” anterior. En la Península Ibérica, los neandertales ocupararon en aquel periodo de convivencia la mayor parte de su superficie, la región bioclimática mediterránea, mientras que los cromañones ocupaban la franja del norte, la llamada región eurosiberiana.

Durante mucho tiempo ha habido una especie de prejuicio contra los neandertales que partía de la idea de que, con sus rasgos arcaicos, estaban condenados a desaparecer ante las características inequívocamente más modernas de los cromañones. Últimamente se tiende a pensar, sin embargo, que aquéllos desarrollaron capacidades bastante adelantadas, además de que tenían, como hemos visto, una capacidad craneal mayor. Construyeron hábitat complejos, decoraron, incluso, sus intrumentos, y, en definitiva, desarrollaron tecnologías propias del Paleolítico Superior y no del Medio. Lo que no hace sino abundar en la idea de que, en realidad, no se sabe con exactitud la forma en que se extinguieron estos primeros Homo sapiens.

Los cromañones eran una subespecie del Homo sapiens sapiens. Se llama —erróneamente— en muchas obras a éste último, no obstante, el Homo de Cromagnon, que, ciertamente, es el más conocido de los sapiens sapiens, y que ocupó las regiones más frías, coincidiendo con el comienzo del Paleolítico Superior (hace unos 40.000 años) en Europa. En el continente africano se ha llegado a constatar últimamente, no obstante, la existencia de este homo hace unos 100.000 años. De esta forma, el sapiens sapiens se constituye en el homo más actual, con unos rasgos ya prácticamente iguales a los del hombre contemporáneo. De hecho, son humanos anatómicamente modernos, con rasgos bien definidos como la estatura elevada, la frente recta, y el mentón marcado. Por otro lado, un acontecimiento natural muy importante que se dio con la presencia de los cromañones fue la aparición y el retroceso de las glaciaciones continentales. Estos movimientos dejaron al descubierto algunos pasos entre continentes e islas, y facilitaron la expansión humana. Es así como se produce la primera expansión masiva de homo desde Asia hasta América por la vía del estrecho de Bering.

En cuanto al empleo de instrumentos, con el Homo sapiens sapiens se dan las etapas más evolucionadas del Chatelperroniense, Auriñaciense, Gravetense, Solutrense y, sobre todo, Magdaleniense (gran desarrollo de la industria de huesos, con el arpón como elemento significativo, y del arte mueble). Ahora hay un cambio muy significativo en la cultura material. Se utilizan los utensilios compuestos, en los que se combinan la piedra y los materiales orgánicos distribuidos por su función en diversas partes de la herrramienta, como importante avance en la tecnología humana. Además, en esta época del Paleolítico Superior ha reconocido la arqueología formas más complejas de organización social. En la Europa oriental se han encontrado tumbas de comunidades y terrenos de poblados organizados; así como determinados objetos artísticos y de ornamentación personal. Los ajuares, junto con tres esqueletos de entre diecisiete y veintitrés años, descubiertos en Dolni-Vestonice (República Checa) constituyen el ejemplo más fabuloso de todo ello. En España, han aparecido restos de Cromañón en Urtiago y El Pendo. En Europa en general, ha sido muy importante el descubrimiento de los restos de Grimaldi (Mónaco), o Chancelade (Francia).

Es evidente, después de todo lo anterior, que hay que descartar aquella idea muy extendida de una única línea evolutiva de la especie humana. Los caminos de la evolución, en ocasiones continuados, fueron también distintos, existiendo todavía grandes espacios en blanco en las diferentes líneas evolutivas. Ahora bien, cabe preguntarse si el ser humano está todavía o no en un proceso evolutivo.

La respuesta a esta importante cuestión tiene mucho que ver con lo que vamos a ver a continuación: el nacimiento de los procesos de socialización que empiezan ya en la Prehistoria. En este primer periodo de la existencia del hombre sobre la tierra, la mera supervivencia, como vamos a ver, no sólo fue lo fundamental, sino prácticamente el único impulso para el desarrollo. Pero, con éste, llegaron también, a través del tiempo, las nuevas estructuras sociales y la aparición posterior de las distintas culturas. Culturas que, obviamente, son propiamente humanas, y que sitúan a la especie por encima de otros seres de la naturaleza. Este componente, cada vez más fuerte, social y cultural es lo que ha hecho al hombre ser muy diferente entre su medio natural. Y es lo que ha obrado el gran milagro (antinatural) de que el hombre ya no esté hoy inmerso en un proceso de evolución, por lo menos tal y como lo entendía Darwin. Según este “gran padre” de la teoría de la evolución9, para que se dé ésta tiene que haber selección natural, en la que los débiles van sucumbiendo ante la mayor pujanza de los fuertes, y así se va evolucionando. Con cuestiones como la superación de la mortalidad infantil, el hombre ha roto esa tendencia de la selección natural, porque ha superado lo que era una constante en otras especies y en él mismo hace relativamente poco. Algo de lo que, ciertamente, puede estar orgulloso, con lo que, como vamos a comprobar en otros capítulos de nuestra Historia, no todos son sombras y espacios de culpabilidad en el pasado de los hombres. Además, desde el punto de vista cultural, el hombre ha ido asimilando cada vez más la idea de que hay que proteger a los débiles, lo que igualmente rompe esa selección natural. Aunque muchas veces no hay que contradecir a la naturaleza, en este caso lo cultural ha vencido a lo biológico, y así se ha conseguido romper el proceso de la evolución, por la voluntad del hombre al considerarlo culturalmente mejor.

De todas formas, bien mirado, el planteamiento se puede poner al revés y ser igualmente válido. La naturaleza ha provisto al hombre de la capacidad de generar una cultura para que domine su propia evolución, lo que es ya, de por sí, una mera evolución natural. La valoración final la dejamos en manos del lector. Entre tanto, es tiempo ya de ver cómo se van creando esos espacios de sociabilidad y de cultura tan importantes y trascendentes.

Las formas de vida en el Paleolítico

El gran desarrollo de la visión (por encima del olfato y del oído), el todavía más importante aumento del cerebro, y con ello la capacidad de pensar, así como, posteriormente, la utilización de símbolos y del lenguaje, propicia el que el hombre llegue a dominar, al principio poco a poco, a las demás especies de la naturaleza. Con el tiempo va siendo capaz de utilizar instrumentos cada vez más evolucionados (coups de poings, armas, etc.) y de vivir en distintos ecosistemas adaptándose a las más variables y duras condiciones climáticas. Bípedo desde siempre (uno de sus elementos, como hemos visto, diferenciadores), el hombre continuamente ha sido omnívoro y recolector, factores que también actuaron en su beneficio.

Precisamente una de las ideas más importantes de este gran periodo del Paleolítico es que el hombre es fundamentalmente depredador de la naturaleza, a través del carroñeo, la caza y la recolección. Es, con mucho, el tipo de economía predominante de esta época. Una economía, por supuesto, de subsistencia (el hombre adquiere bienes con el objetivo casi único de su propia subsistencia), con un carácter muy amplio de aleatoriedad, ya que no es dueño de su propio destino económico, y está constantemente en función de los factores naturales y de su propia contextualización y evolución. Aunque, según las últimas investigaciones, no había crisis alimentarias permanentes en la Prehistoria10 como se creía. A partir de los estudios dentales de los restos hallados, no parece que el hambre fuera una causa principal de mortalidad en el Paleolítico. Sólo se producían las hambrunas cuando existía un desequilibrio, y sabemos que el hombre intentó mantener unas densidades de población muy bajas para no romper el equilibrio respecto a los recursos. Tampoco hay constancia de enfrentamiento generalizado, es decir, de la guerra (al menos, organizada), en el Paleolítico, ya que estos conflictos aparecen con el concepto de territorialidad, cuando hay grupos sedentarios que definen sus territorios. Obviamente, éste no era el caso del nomadismo paleolítico. Aunque sí hay muestras de canibalismo; por mucho que no se pueda generalizar este comportamiento ante la escasez de pruebas encontradas. Lo que no se sabe de manera exacta es si la carne humana era comida después de muerta o si había un acto de agresión para procurarse esta ingesta. Ni tampoco si esto formaba parte de un ritual o no. Lo único seguro es que se han encontrado señales inequívocas de humanos despiezados con instrumentos, según patrones de carnicería.

A pesar de la inexistencia de crisis generalizadas de susbistencia, la esperanza de vida es evidente que era muy reducida, siendo muy difícil que se pudieran superar los cuarenta años. Además, eran muy pocos los que se podían contar entre los que habían superado la treintena. Después de la actividad carroñera que ya hemos descrito, es en el Paleolítico Medio cuando aparecen realmente los primeros cazadores-recolectores organizados en bandas pequeñas y autosuficientes. El nomadismo que es inherente a estas actividades requiere una baja densidad de población, que se suele situar por debajo de un habitante por kilómetro cuadrado, e incluso puede que llegue al 0,3. Eso sí, la organización social de estos pequeños grupos estaba basada en las relaciones de parentesco, y no había jerarquización, lo que quiere decir que, en principio, estaríamos ante pequeñas sociedades igualitarias.

Durante los primeros tiempos de caza, y así durante miles de años, se organizaba el hombre en pequeñas bandas para cazar animales sin domesticar: mamut, caballo, ciervo, etc. Animales de los que obtenía alimento y vestido, y que utilizaba también como fuente de recursos con las actividades propias del carroñero y con la recolección de alimentos como las gramíneas. Estas actividades las llevaba a cabo de forma igualmente aleatoria y sin ninguna previsión de producción de futuro, ya que el cultivo no aparece hasta el Neolítico. La población, lógicamente, tenía que buscar un equilibrio natural entre número de habitantes de un lugar o de una tribu determinada y recursos alimenticios, lo que hacía que, para evitar problemas de subsistencias, el número de cada tribu, o grupo humano cuyos integrantes convivían juntos de una forma más o menos permanente, no fuera elevado: se ha calculado que unas cuarenta o cincuenta personas. Un número que, seguramente no por casualidad, no difiere mucho de la situación de los llamados primitivos actuales en distintas zonas del mundo. El nivel de organización política y social estaba, por tanto, poco evolucionado, siendo los rituales las formas de expresión no esencialmente económicas más complejas, dentro de un mundo muy agreste.

Al final del Paleolítico Superior cambia el clima como consecuencia del final de la Cuarta Glaciación, lo que, en el mundo mediterráneo, hace variar también las formas de vida. El hombre sale al exterior de las cuevas y empieza a vivir en abrigos (espacios enormes de una roca orientados hacia el exterior, y mucho más anchos que profundos). Su alimentación varía como consecuencia de una caza ahora de animales de más reducido tamaño, debido a las migraciones por esos cambios climáticos. Sigue siendo también recolector, y aparecen los concheros (depósitos de conchas, moluscos y peces de los que se alimenta). Es durante el Magdaleniense cuando se accede, pues, a una caza especializada, acompañada de la explotación de nuevos recursos, como el marisqueo (que cada vez fue tomando una importancia mayor), la pesca (al principio más bien caza de peces) o la recolección, así como una vida mucho más espiritual que tiene como fruto, entre otras manifestaciones, el gran arte parietal.

No obtante, hubo siempre una cierta complejidad en la vida del hombre paleolítico. Con una forma de vida primero en cuevas y abrigos, luego en palafitos y otras construcciones simples y endebles, llegó a producir manifestaciones artísticas importantes. Es en el Paleolítico Superior cuando se dan las primeras obras de arte de la humanidad: las pinturas rupestres. Con un fin básico de carácter mágico y propiciatorio de la caza, a través de los más sencillos instrumentos (manos, crines, etc.), se llevan a cabo decoraciones (más que propiamente pinturas) de las paredes de las cuevas. Se aprovechan sus concavidades y convexidades para dar mayor sensación de volumen y forma a los objetos representados, con una expresividad verdaderamente notable, a pesar de no emplear colores derivados. En la actual Dordoña, en Francia (en lo que se llama la región histórica del Périgord) y en la franja cantábrica española (de las 120 cuevas decoradas en España, 90 están en esta franja11) se encuentran las regiones del mundo con más testimonios paleolíticos y muestras del arte rupestre. Como es sabido, el santuario de Lascaux, una de las cumbres del arte universal, contiene figuras animales realmente sorprendentes; y Altamira con sus bisontes es considerada como la Capilla Sixtina del arte rupestre.

Más adelante, en las últimas etapas del Paleolítico Superior, el Solutrense y el Magdaleniense, aparece la escultura primitiva. Con unos materiales también sencillos (hueso, piedra, marfil, etc.) se llevan a cabo esculturas de bulto redondo que representan sobre todo la figura humana, destacando las llamadas venus paleolíticas. Su finalidad, con sus órganos sexuales exagerados, pudo ser la persecución de la fecundidad (como se puede ver en las famosas Venus de Willendorf, Lespugue, Laussel y otras muchas), aunque también, simplemente, un reflejo de la realidad en un mundo tan distante de la pasión actual por el aspecto físico.

La Revolución Neolítica

El autor que más ha contribuido para conocer el siguiente gran periodo de la Prehistoria que ahora abordamos, llamado Neolítico, es sin duda Gordon Childe, particularmente con obras publicadas en los años treinta del siglo pasado12. Aunque bien es verdad que algunos de sus planteamientos más importantes han sido cuestionados en los últimos años, de acuerdo con las más recientes investigaciones. Este autor británico introdujo el concepto de Revolución Neolítica, según el cual, con la aparición de este periodo histórico del Neolítico (llamado así tradicionalmente porque se hacía referencia a un nuevo tratamiento de la industria lítica, a partir del pulimento de las piedras) se produjo una radical transformación, o revolución, en las sociedades humanas. Los hombres cambiaron muy sustancialmente —de manera estructural— los principios económicos para su subsistencia, lo que significó una variación total en las formas de vida. La aparición de la agricultura y la sedentarización fueron dos fenómenos tan importantes que, a partir de entonces, ya nada sería igual que lo anterior. Se pasó (con una intensidad en el cambio sólo comparable en la Historia de la humanidad a la Revolución Industrial de finales del siglo XVIII) de una economía depredadora-recolectora de la naturaleza (una economía, en definitiva, destructora) a una economía productiva. En esta nueva situación el hombre trabajaba pensando en disponer en el futuro de alimentos, mediante una planificación adecuada de los recursos naturales orientados hacia aquel fin, por medio de la agricultura y la ganadería. El resultado, como se puede ver fácilmente, era la adquisición de algo en lo que muy seguramente venía pensando desde hacía largos años: la inequívoca tendencia a la seguridad material o económica a partir de la disposición de los alimentos suficientes.

Muy buena parte de todo esto es cierto, y se somete a pocas discusiones, a pesar del acendrado materialismo histórico que encierra aquel concepto de la Revolución Neolítica13. Ahora bien, al contrario de lo que argumentaba Childe, esta transformación no iba a ser uniforme ni caracterizada en todos los sitios por los mismos rasgos básicos. Desde sus planteamientos, el Neolítico significaba la implantación más o menos sincrónica de fenómenos tan cruciales como la vida sedentaria en las aldeas (el hombre pasa de nómada a sedentario, esencialmente), una economía, como hemos visto, de producción de alimentos, la utilización de instrumentos de molienda líticos y, por último, el uso extendido de la cerámica. Estos serían, pues, los rasgos funadamentales típicos del Neolítico. Sin embargo hoy en día no se cree que hubiera una única linea evolutiva de implantación de cada uno de ellos, ni que todos tuvieran que haber sucedido de acuerdo con esa relación de causa-efecto en la misma línea de progreso. Dicho de otra manera, no todas las sociedades habrían tenido que pasar por los mismos estadios de desarrollo que marcaba Childe. Además, no está hoy muy claro si fue indefectiblemente la agricultura lo que condujo a la sedentarización, o al revés, si se dieron primero estas nuevas actividades económicas que la renovada industria lítica o la cerámica, etc. De hecho, las sociedades cazadoras-recolectoras tenían muchas ventajas (entre ellas, la satisfacción de casi todas las necesidades de los individuos del grupo), por lo que es errónea esa imagen tradicional del paso a la agricultura, nada más conocerla, a partir de la miseria y la aleatoriedad que entrañaba la caza y la recolección. Eso sí, lo que no cabe duda es que la alfarería supuso un cambio importantísimo para la humanidad, ya que no sólo supuso un avance en el dominio del fuego, sino que fue la primera transformación de la composición química de la materia (ya no sólo se cambiaba su forma), con lo que se daba un paso más en el control de la naturaleza por el hombre. Además, en el Neolítico se produjeron los primeros tejidos, primero a partir de productos vegetales, y después animales.

El cuadro de los efectos de los diferentes logros neolíticos según aquel esquema que enunció Childe se fue desdiciendo, pues, a medida que los arqueólogos fueron excavando los restos de las primeras aldeas. Se vio entonces la gran complejidad y diversidad de situaciones, y se confirmó que la Revolución Neolítica no había sido ni instantánea ni uniforme. En una palabra, se vio claro que la agricultura no había tenido que ser obligatoriamente un prerrequisito para la sedentarización en aldeas y que éstas no siempre eran agrícolas.

Algunos autores, ante estas evidencias recientes, con respecto a la interpretación anterior, han introducido una serie de nuevos conceptos que revelan la diversidad de situaciones: Neolítico precerámico o acerámico (con agricultura y ganadería pero sin cerámica); Protoneolítico (se está operando el cambio entre la economía destructiva y la productora); y Subneolítico (se mantienen todavía formas de vida mesolíticas aunque se hayan adoptado ciertos aspectos tecnológicos de los vecinos neolíticos). Además de todo esto, hay que tener en cuenta que la agricultura y la ganadería se inventaron varias veces, en lugares distintos del globo y en épocas diferentes.

Así, está comúnmente aceptado que hubo cinco grandes focos del Neolítico: el Creciente Fértil (el más antiguo), el norte de China, el sudeste asiático, México (donde se empezó a cultivar el tomate y el maíz), y la región andina.

El desarrollo del Neolítico

En el 10.000 a.C., aproximadamente, en el principio del Holoceno, acabó la última glaciación y hubo una mejora generalizada del clima que propició grandes cambios, como una mayor flexibilidad de los grupos humanos para asentarse. Se conoce como Mesolítico al periodo que va desde el final de la última glaciación hasta la aparición de la agricultura. En él se dio una gran adaptación al medio y un gran desarollo de las actividades de la caza (con el gran prefeccionamietno de los proyectiles, por ejemplo) y la recolección. Ello produjo un crecimiento generalizado de la población ante la satisfacción de las necesidades materiales más perentorias. Además, en el Mesolítico se dio la verdadera pesca (no sólo la caza de peces) con redes, nasas, etc., y comenzó la navegación. En cuanto a los importantísimos progresos de la recolección, fue en Oriente Próximo, donde se llegaron a utilizar molinos de mano.

Mucho más negativa en este tiempo fue, sin embargo, la aparición de la guerra, constatada a través de distintos testimonios (esqueletos con muestras de violencia, e incluso representaciones en paredes y monumentos líticos), y consolidada definitivamente más tarde, en el Calcolítico, cuando los guerreros empezaron a ocupar los puestos más altos de la organización social. Por otro lado, con la sedentarización propiciada por la agricultura hubo un crecimiento demográfico verdaderamente espectacular. Un cambio que, igualmente, sólo es comparable en la Historia de la Humanidad a partir de la revolución demográfica de principios del siglo XIX. Con el Neolítico se produjo, además, una “aceleración” de la Historia en el sentido de que, desde entonces, se van a producir muchos más cambios (en una docena de milenios) que en los varios millones de años de presencia del hombre sobre la Tierra.

La meseta del Irán es el primer lugar de aparición del Neolítico (donde surgieron primero la agricultura y la ganadería), junto con las zonas al sur del mar Caspio, Siria, Palestina (parece ser que fue el valle del Jordán el primer lugar donde se empezó a practicar la agricultura, a finales del IX milenio) y la meseta de Anatolia. Zonas, todas éstas, en las que se dan de forma espontánea las especies básicas para la agricultura y ganadería. Sería, pues, en torno al final del IX milenio antes de Jesucristo cuando se empezaron a domesticar los cereales, primero los arcaicos y más silvestres, como la esprilla y la escanda, y luego los tradicionales (trigo y cebada) y diversas legumbres, así como las ovejas y las cabras, y, posteriormente, vacas y cerdos. De allí se difundió el Neolítico por vía terrestre y marítima a centros donde lo llegaron a desarrollar en toda su plenitud. Por tierra, por ejemplo, se extiende hacia Oriente (Mesopotamia) y hacia Occidente (Tracia Macedonia y Tesalia en el VI milenio), hasta llegar al Danubio y la región de Belgrado, el sur de los Balcanes y Rumanía. Por mar llega hasta Egipto (V milenio). Creta y Chipre también reciben influencias por este medio, así como el sur de Italia y Sicilia. En el V milenio a.C. la difusión del Neolítico llega hasta la costa magrebí, el Levante español, Francia y Liguria.

Las hipótesis que se han barajado sobre el nacimiento de la agricultura se han centrado, principalmente, en los cambios climáticos, que determinaron espacios naturales más propicios y el crecimiento de la población. Parece ser que la agricultura se fue introduciendo lentamente (hoy se descarta la idea de que alguien la inventara “de una sola vez” merced a una brillante idea). Su éxito se debió probablemente a las ventajas adaptativas que proporcionaba una vez probada su mayor eficacia respecto de otro medio de subsistencia. Aunque se debe tener en cuenta, según esta perspectiva, que el cambio no fue siempre unidireccional en el sentido depredación-producción. En algunos momentos los agricultores recurrirían a las estrategias de la caza y la recolección, dependiendo de lo suficientemente favorable que fuera el ambiente. Por otra parte, para asegurarse la alimentación, la mayor parte de los primeros agricultores optó por dar preferencia al cultivo de varias especies, que resultaban a todas luces más funcionales, no llegando a la dependencia de los cereales hasta mucho tiempo después. El éxito que tuvo desde el principio la agricultura en Oriente Próximo originó que se difundiera rápidamente, como hemos visto, hasta distancias verdaderamente lejanas.

En lo que se refiere a la ganadería, hay que tener en cuenta que durante mucho tiempo los rebaños, que se alimentaban de los rastrojos de la agricultura, constituían con su sacrificio un complemento a la actividad agraria cuando había problemas de alimentación. El primer animal domesticado fue el perro, que ya había aparecido en torno al 15.000 a.C., aunque no fuera de tanto aprovechamiento económico como las domesticaciones posteriores: oveja, cabra, vaca, cerdo… Además, los animales también podían, con el tiempo, ofrecer otros productos que no fueran sólo la carne. Las dos etapas que se sucedieron para la domesticación del ganado fueron: el amansamiento de los animales con el objetivo de disponer de un suministro cárnico y, después, la crianza selectiva a partir de un control de la cantidad y la calidad alimenticia.

El proceso de sedentarización, como es fácilmente observable, fue también muy importante. Las primeras aldeas (7500-6000 a.C.) tenían unas características bien definidas. Al contrario del carácter circular de la disposición de las casas de las comunidades preagrícolas, ahora, con la agricultura, hay una alineación de los poblados en forma rectilínea. Además, ahora los cimientos siguen siendo de piedra, pero las superestructuras son de adobe o ladrillos de turba. Estas aldeas estaban compuestas generalmente por varias familias extensas (la familia nuclear, de padres e hijos, más los familiares más cercanos) que estaban organizadas dentro de un esquema de sociedad tribal. Aparecieron así también los lazos de solidaridad, y el sentimiento de formar parte de una comunidad. Se han descubierto también importantes y diversas herrramientas de uso colectivo de diferentes materiales; incluso hasta la existencia de una primitiva red comercial en Oriente Próximo con zonas alejadas, lo que se convirtió en una vía para el intercambio de ideas y civilización. Por otro lado, las prácticas de enterramiento realizadas nos denotan la existencia de un sistema religioso bastante extenso en el espacio y en el tiempo.

Otros sistemas religiosos fueron seguramente los que dieron razón de ser a la cultura megalítica, ya al final del Neolítico y a principios de la Edad de los Metales, que extendió los dólmenes, menhires y ringleras por famosos lugares de Europa (Stonehenge, Carnac y nuestra Antequera, por ejemplo). Esos grandes e imponentes conjuntos de piedra eran construcciones funerarias monumentales, y los pequeños elementos estaban relacionados no sólo con los enterramientos, sino con la religión y la magia. Para que se dieran este tipo de construcciones debía haber una apreciable densidad demográfica, así como una elevada capacidad organizativa. Desde luego, aquellas afirmaciones que relacionaban esta actividad con grandes enigmas está hoy fuera de toda consideración, ya que se ha demostrado, incluso empíricamente, que con los instrumentos de la época, unos cuantos hombres bien organizados (dependiendo del tipo de monumento) pudieron llevar a cabo semejantes obras. Por otro lado, además de las explicaciones religiosas sobre el megalitismo, últimamente se están tomando en consideración argumentos de tipo social, como la necesidad de marcar territorios a través de estos símbolos, o, simplemente, para favorecer la cohesión y la integridad social a partir de la realización de un proyecto común.

El proceso de urbanización

La aldea campesina fue evolucionando poco a poco por la mejora de los recursos alimenticios, el desarrollo tecnológico para la producción de alimentos y el aumento de tamaño de las comunidades. Los poblados neolíticos más importantes y conocidos son los de Catal Hüyük, en Anatolia (fundado en el 7000 a.C., casi contemporáneo a Jericó) y las aglomeraciones de las culturas de Mesopotamia como la de El Obeid (6300-4600 a.C., el primer asentamiento importante en el sur de Mesopotamia, que dio lugar a la llamada cultura de El Obeid), Hassuna (6000-5500), Samarra y Halaf (mitad del VI milenio), con las diferentes cerámicas características de cada una de ellas. Por su parte, en Egipto casi paralelamente se estaban dando las llamadas culturas predinásticas: la cultura badariense (6500-4000 a.C.), y la amratiense (4000-3950 a.C.), en las que además del empleo de cerámicas distintivas, se empieza ya a dar atención al enterramiento de los muertos, tan fundamental en toda la historia de Egipto.

Tanto en Mesopotamia como en el país del Nilo, la ciudad y su espacio urbano, como elementos dominantes del sistema de asentamiento de la civilización, van a tener un papel fundamental. El desarrollo de la urbanización se llevó a cabo en función de diversos factores: la producción de alimentos y la sedentarización que llevaba consigo, la gestión y redistribución de estos alimentos por los miembros de las élites religiosas, las diferencias sociales establecidas a partir de diferentes grados de acceso a los bienes alimenticios, etc. Todo ello fue configurando el nacimiento de sociedades ya plenamente urbanas, con una gradual adaptación de la ciudad-asentamiento a la ciudad-templo y, posteriormente, a la ciudad-Estado. Estas ciudades iban satisfaciendo cada vez más las necesidades individuales.

En Mesopotamia también aparece un ejemplo significativo de cómo la organización social se fue haciendo cada vez más compleja y, al mismo tiempo, cerrada. La religión tuvo una gran importancia; desde luego, como medio de fomentar la idea de seguridad espiritual ante un mundo físico que no se comprende. Como la agricultura dependía básicamente de factores aleatorios, las divinidades se hallaban vinculadas a la fertilidad y a las fuerzas naturales, donde esperaban los campesinos encontrar respuestas sobre su propia supervivencia. Los dioses y sus representantes se fueron adueñando del poder de la ciudad, al mismo tiempo que su propia razón de ser propiciaba que se confiaran al templo las importantes funciones económicas de centro de la economía redistributiva. Con los años, los administradores del templo tuvieron unas atribuciones cada vez mayores, e incluso llegaron a controlar el comercio a larga distancia. La importancia arquitectónica del templo no es sino un reflejo de su conveniencia funcional-social en estas primeras sociedades urbanas. Es lo que permitió que unos pocos, los que eran afines a sus actividades, llegaran a ostentar el poder social y económico, con lo que estaban en una buena disposición para perpetuar esta estructura social tan favorable a sus intereses.

Con estos planteamientos, en Mesopotamia las ciudades se fueron extendiendo y desarrollando, bajo el llamado por los arqueólogos periodo Uruk (3750-3150 a.C.), aunque también se incluye un segundo periodo posterior, el Jemdet Nasr (3150-2900 a.C.) con diferencias no substanciales del primero. En aquel importante primer periodo Uruk, se ha detectado la ciudad de Warka, con grandes descubrimientos por parte de los arqueólogos que nos revelan la existencia de un significativo templo (el llamado Templo Blanco). Un templo que también nos indica la importancia de estos centros religiosos como elementos administrativos, hasta el punto de que hoy son los núcleos de información sobre aquellas sociedades. Asimismo, muestra la gran jerarquización social existente y la evolución de la cerámica, de la escultura (la cabeza de mármol blanco de Warka) y de la glíptica. Durante el periodo Jemdet Nasr se perfeccionan todos estos avances, incluso los escasos ensayos de escritura. Se constituye así la base del posterior florecimiento de la civilización de Mesopotamia. Y, desde luego, esta civilización mesopotámica tiene precisamente en la invención de la escritura su más alto logro. A partir del 3500 a.C., pero, fundamentalmente, del 3000 a.C. se considera que aparece y se consolida la escritura, básicamente como respuesta a las necesidades contables de la élite administrativa del templo y con un empleo cotidiano y funcional de la misma. Sobre una supercificie de arcilla húmeda se hacían incisiones a partir de una caña afilada que confeccionaba una serie de símbolos con una estructura esencialmente logográfica (cada signo o grupo de signos alude a una sola palabra), y que se hacían indelebles cuando la arcilla se secaba.

En lo que se refiere a Egipto, por este tiempo, después del perido Amratiense, se produce el denominado periodo Gerzense (3950-3000 a.C.), que es un momento de apogeo que se aprovecha para el nacimento de un estado que se puede llamar nacional, por cuanto va a ocupar una extensa franja de territorio y poblaciones diversas. Se producen innovaciones culturales materializadas en nuevos instrumentos y unas nuevas y características formas de cerámica, así como la generalización del rico ajuar funerario que nos revela, no sólo el referente primario para toda una cultura material de ultratumba ulterior, sino las relaciones de intercambios existentes ya en aquella remota época con el también próspero Oriente Próximo.

Con todo ello vemos que se produjeron extraordinarias transformaciones a partir del Neolítico. Tras él, e inmediatamente antes de la Edad del Bronce, se dio el periodo llamado Calcolítico. Comenzaría en Mesopotamia en torno al 6000 a.C. y tendría entre sus principales novedades la aparición de la metalurgia, con el cobre en primer lugar. Durante mucho tiempo el Calcolítico era sinómino de la Edad del Cobre, aunque hoy se toman en consideración otros muchos avances fundamentales de esta época, como el arado (originado en Mesopotamia en el 5000 a.C.), el regadío, el origen de la vid y del olivo, el aprovechamiento del estiércol, la domesticación de animales, como el buey y el asno, para la carga y el transporte, y la llamada revolución de los productos secundarios, que hace referencia a aquellos productos de la ganadería que no son los del consumo directo de carne: leche, estiércol, lana, etc.

La primera metalurgia se basó en dos metales que eran muy escasos, el cobre y el oro. Estos metales, sobre todo este último, estuvieron muy relacionados con la estratificación social. Las élites empezaron a atesorarlos como elementos de ostentación. Las aleaciones vinieron a significar después un gran avance tecnológico, porque, por ejemplo, permitieron mejorar el cobre al mezclarlo con un 10 por ciento de estaño, lo que produjo un metal mucho más consistente: el bronce. Un metal, éste, que se supone que apareció en Oriente Próximo hace unos 6.000 años. Posteriormente, en la zona del sudeste europeo se extendió, muy relacionada con el empleo del cobre, la cultura de los Miralles (3500-2150 a.C.), con sus famosos enterramientos (unas cien tumbas colectivas megalíticas) en Almería; y, por supuesto, la famosa cultura del Vaso Campaniforme por gran parte de la Europa central y occidental, con sus cerámicas de forma de campana invertida y su rica decoración, que ha hecho pensar a los arqueólogos que se trataba de una cerámica de lujo.

En fin, adelantos todos estos que hemos visto que nos dan buena cuenta de que el hombre o, como decíamos al principio, los hombres, habían tardado mucho en darse cuenta del potencial que llevaban consigo, pero que, una vez apercibidos, comenzaron a elevarse por encima de las demás criaturas de la naturaleza con unos cambios todavía primitivos, pero impresionantes si se comparan con la posición de partida. Se estaban dando los primeros pasos para que esta especie elegida fuera ganando algunas dosis de libertad y, con el tiempo, quizás llegara a ser dueña de su propio destino. Aunque los caminos para ello van a ser infinitamente más cortos, pero no menos complejos y, en muchos casos, dolorosos.

1 Merced a los adelantos tecnológicos, la época de los dinosaurios, por ejemplo, fue objeto de entusiasta atención por parte de amplios sectores de la población actual hace unos años, a partir de espectaculares imágenes que nos han transportado a un mundo de hace miles de millones de años. Pero eso, poco o casi nada le interesa al historiador.

2 Hay que tener en cuenta que estas divisiones cronológicas no se pueden aplicar uniformemente en todos los espacios de ocupación humana. Este esquema que hemos expuesto sólo puede ser observado bajo el prisma de la sectorialización del progreso humano y del devenir histórico.

3 Podría ser, según el director de la investigación, Michel Brunet, el último ancestro común entre el chimpancé y el género homo.

4 Se llamó así por una iniciativa bastante peculiar: por la famosa canción de los Beatles, que por aquel entonces estaba siendo muy difundida, Lucy in the sky with diamonds.

5 En 1978 la paleantropóloga Mary Leakey descubrió en Tanzania unas pisadas, en un espacio de unos diez metros de longitud, pertenecientes a dos adultos y un niño de Australopithecus Afarensis. Tenían más de tres millones y medio de años, y son la evidencia más importante de un rasgo humano fundamental: el bipedismo.

6 J.L. Arsuaga, El collar del Neandertal. En busca de los primeros pensadores, Madrid, 1999.

7 Denominada de esta forma porque se investigó por primera vez en el yacimiento de Saint-Acheul, en Francia.

8 Al frente del equipo de paleantropólogos españoles, que llevan varios lustros desentrañando los misterios de Atapuerca, están Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez (autores de La especie elegida. La larga marcha de la evolución humana, Madrid, 1998). Fue en 1997 cuando comenzaron a hacer públicos sus deslumbrantes descubrimientos, que, todavía no han acabado. Hace unos meses (finales de junio de 2007) se ha encontrado en aquellos restos un premolar de un homo en la Sima del Elefante que podría tener 1.200.000 años de antigüedad, con lo que, de confirmarse estas primeras hipótesis, sería, con mucha diferencia, el europeo más antiguo encontrado hasta la fecha.

9 Baste aquí recordar su gran obra clásica, C. Darwin, El origen de las especies, Madrid, 2006.

10 Precisamente así se titulaba un libro clásico, que ha sido un manual muy recomendado sobre estos temas en los últimos años: M.N. Cohen, La crisis alimentaria en la Prehistoria, Madrid, 1981.

11 La más famosa es, desde luego, la cueva de Altamira, pero hay otras muy importantes como la cueva de Tito Bustillo, en Asturias y los conjuntos de Monte Castiello (Puente Viesgo) y Ramales de la Victoria, en Cantabria.

12 Especialmente, V.G., Childe, Los orígenes de la civilización, Madrid, 1984.

13 Childe es uno de los autores marxistas más estudiados y, como es sabido, el fundamento intelectual de la interpretación marxista de la historia pasa por la idea de que ésta sólo, o principalmente, es movida por los intereses y las fuerzas puramente económicas. Éste es el núcleo argumentativo del llamado materialismo histórico, con una influencia muy importante en las décadas centrales del pasado siglo.

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