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El Hijo Unigénito del Padre

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Quienes con el Espíritu Santo constituyen la Trinidad Divina, y a quienes reconocemos como “Dios”. Si bien la tradición judía considera a Dios como “uno” (“`el”), en las Escrituras israelitas del Viejo Testamento el uso predominante (2.600 veces) para Dios es “ ‘Elohim”, que es el plural de “‘el”, lo cual es consistente con la pluralidad de la Trinidad. En la creación, “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, semejante a nosotros” (Gn.1:26).

El Nuevo Testamento, y las múltiples referencias del propio Jesucristo, de sus apóstoles, profetas y escribas dirigidas al Padre y al Espíritu Santo, no dejan duda alguna sobre la revelación de Dios como la “Trinidad”. Por cuanto que los humanos somos seres individuales (además de egocéntricos, narcisistas, egoístas y materialistas), dotados de un cuerpo corrupto y singular, nos es difícil comprender la consustanciación, comunión y concordancia de tres seres espirituales y divinos en una Deidad, que piensa y actúa en unidad de propósito y perfecta armonía:

 Cristo da siempre deferencia al Padre:

 “sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre Celestial (Mt.5:48);

 Nos enseñó a orar al Padre (Lc.11:2);

 Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído por su temor reverente, y aunque era Hijo, “aprendió, padeciendo, a obedecer” (He.5:8);

 Y ante Poncio Pilato, Cristo le increpó: “ninguna autoridad tendrías sobre Mi si no te la hubieron dado de lo alto (Jn.19:11).

 No obstante, Jesucristo, en sus días de hombre, tuvo autoridad para dar su vida, y para volverla a tomar. “Porque del mismo modo en que el Padre posee vida por sí mismo, así también concedió al Hijo el poseerla por sí mismo” (Jn.5:25).

 De igual manera, estando Jesucristo con sus discípulos, Felipe le pidió: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús le contesta: Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y no me Has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ´Muéstranos al Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mí? Las palabras que Yo os digo, no las digo por Mi cuenta, el Padre que mora en Mí es quién realiza sus obras” (Jn.14:8-10).

 En Fil.2:5-8 (referida en el Prólogo de este libro), la Palabra nos exhorta a ser semejante a Cristo en su humildad “el cuál siendo de condición divina, no se encastilló en ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres”.

Preparación para la Vida

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