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Capítulo 3

Lo humano renace con el Renacimiento

Moisés les dijo a los israelitas: “Tomen en cuenta que el Señor ha escogido expresamente a Bezalel, hijo de Uri y nieto de Jur, de la tribu de Judá, y lo ha llenado del Espíritu de Dios, de sabiduría, inteligencia y capacidad creativa para hacer trabajos artísticos en oro, plata y bronce, para cortar y engastar piedras preciosas, para hacer tallados en madera y realizar toda clase de diseños artísticos y artesanías. Dios les ha dado a él y a Aholiab hijo de Ajisamac, de la tribu de Dan, la habilidad de enseñar a otros. Los ha llenado de gran sabiduría para realizar toda clase de artesanías, diseños y recamados en lana púrpura, carmesí y escarlata, y lino. Son expertos tejedores y hábiles artesanos en toda clase de labores y diseños”.

—Éxodo 35.30–35

Nunca he renegado de la Iglesia Católica, sé que en esta iglesia que ustedes llaman papista, hay muchas cosas que no me gustan, pero veo cosas semejantes en vuestra iglesia. Uno soporta con más facilidad las faltas a las que está acostumbrado. Por tanto, yo soporto esta iglesia hasta que encuentre otra mejor, y ella a su vez estará obligada a soportarme a mí, hasta que yo mismo me vuelva mejor. Y no navega mal aquel que pasa a igual distancia entre dos males diferentes.

—Erasmo de Rotterdam. Cartas

En diciembre de 1576, salía de los calabozos de la Santa Inquisición el catedrático de Salamanca Fray Luis de León. Había sido encarcelado en febrero de 1572, acusado de diversos “crímenes”. Traducir el texto del Cantar de los Cantares, y expresar críticas al texto de la Biblia en latín conocido como La Vulgata, de San Jerónimo, habían sido algunas de sus “fechorías”. Destacado teólogo y poeta, Fray Luis era esencialmente un místico amante de la Biblia y de la vida retirada. Su legendaria brevedad en el hablar y su piedad cristiana quedaron inmortalizadas con la frase con la que retomó las clases en la universidad, después del atroz trato de varios años en las mazmorras del Santo Oficio: Al introducir su clase sólo atinó a decir: “Como decíamos ayer…”. Luis de León es representativo de un proceso amplio, rico y complejo que se produjo en casi toda Europa a partir del siglo xiv y que se consolidó en el xvi. Se trata del desarrollo de dos movimientos sociales y culturales estrechamente emparentados: el Renacimiento y el humanismo.

Le debemos al arquitecto, escritor y pintor italiano Giorgio Vasari (1511–1574), la palabra Renacimiento (rinascita). Es este uno de esos casos en los que una persona es llamada por la providencia a ser protagonista e historiador de su propio tiempo. Apasionado admirador de Leonardo da Vinci, y habiendo estudiado él mismo con algunos de los más grandes artistas de la época, se convirtió en uno de los destacados representantes de la revolución artística que se estaba produciendo entre el siglo xiv y el xvi. Con su libro Vidas…, de 1568, intentó explicar las técnicas y los motivos de los creadores que por medio de su arte estaban transformado la manera de imaginar el mundo, verlo y vivirlo. Este movimiento artístico y cultural se inició en el siglo xiv, pero llegó a su apogeo durante el siglo xvi; es decir, de manera sincrónica con los acontecimientos centrales de la Reforma. El Renacimiento y el humanismo buscaban superar el teocentrismo, el clericalismo y el enfoque en el más allá típico del cristianismo de la Edad Media para volver a colocar lo humano y este mundo en el centro de las preocupaciones del arte y la literatura. Se renovaba con ellos la curiosidad científica, el lugar para el cuerpo, lo sensorial, las formas de la naturaleza, la libertad para pensar, la crítica, la ciencia.

Preguntas de amor

Si pan es lo que vemos, ¿cómo dura,

sin que comiendo de él se nos acabe?

Si Dios, ¿cómo en el gusto a pan nos sabe?

¿Cómo de sólo pan tiene figura?

Si pan, ¿cómo le adora la criatura?

Si Dios, ¿cómo en tan chico espacio cabe?

Si pan, ¿cómo por ciencia no sabe?

Si Dios, ¿cómo le come su hechura?

Si pan, ¿cómo nos harta siendo poco?

Si Dios, ¿cómo puede ser partido?

Si pan, ¿cómo en el alma hace tanto?

Si Dios, ¿cómo le miro y le toco?

Si pan, ¿cómo del cielo ha descendido?

Si Dios, ¿cómo no muero yo de espanto?

Fray Luis de León (1527–1591)

Buscaban ambos —Renacimiento y humanismo— su inspiración en el pasado clásico precristiano de Grecia y Roma, considerado un ideal artístico y cultural del que se había retrocedido al oscurantismo medieval generado por la iglesia. La enseñanza de los clásicos fue revalorizada, así como el significado de los procesos formativos en todas las áreas del saber. Por ello, una de las notas distintivas de los humanistas fue el sentido crítico de las instituciones y la separación entre la vida cívica y las normas religiosas, para así poder generar un espacio separado de la iglesia donde se pudiera pensar y crear sin tener que someterse a sus dogmas e inquisiciones.

El arte pictórico, escultórico y arquitectónico floreció en Italia recuperando y renovando las formas clásicas. Se volvió a colocar la figura humana en el centro de la escena, casi de una manera simbólica del proceso social que se vivía, en el que el ser humano tornaba a ser la medida de todas las cosas. Las pinturas de temas religiosos siguieron vigentes, pero los artistas se atrevieron a retratar otros temas y la naturaleza comenzó a ser presentada en toda la crudeza de su realidad. Los artistas de este periodo fueron literalmente miles; nos quedan en la memoria solo los nombres más legendarios: Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael Sanzio, el mencionado Vasari, Andrea del Sarto, Caravaggio, Botticelli. En la literatura, apareció la novela como un nuevo y transgresor modo de contar la vida en este mundo y sus pasiones. Cervantes, Boccaccio, Rabelais, son algunos de los creadores de una nueva manera de decir la vida humana. Se renovó la poesía con la monumental obra de Petrarca y del Dante, además de los trabajos de Pietro Bembo, Garcilaso de la Vega, y Camoens. La poesía mística alcanzó su cenit en este periodo con Fray Luis de León, Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz. El teatro repiensa sus formas y sus motivos atreviéndose a reflejar ese mundo en transición y crisis (Shakespeare) a partir de los cambios de paradigma que se vivían. Aparece la literatura picaresca para reírse también de la religión y de las convenciones sociales (El lazarillo de Tormes; La celestina). La filosofía política, mientras tanto, sufre una escisión definitiva con la obra de Marsilio de Padua, Maquiavelo y Tomás Moro. Erasmo de Rotterdam, probablemente el más famoso de los humanistas, (¡también en su época!) escribe El elogio de la locura, obra en la que se ríe a voluntad de sus contemporáneos, haciendo equilibrio para no terminar en la hoguera.

¡Los teólogos!

“Quizá sería mejor pasar en silencio por los teólogos y no remover esta ciénaga ni tocar esta hierba pestilente, no sea que, como gente tan sumamente severa e iracunda, caigan en turba sobre mí con mil conclusiones forzándome a una retractación y, caso de que no accediese, me declaren en seguida hereje. Con este rayo suelen confundir a todo el que no se les somete. No hay, ciertamente, otros protegidos míos que de peor gana reconozcan mis favores, a pesar de serme deudores de grandes beneficios, pues lisonjeándose con su amor propio puede decirse que habitan en el tercer cielo, desde cuya altura consideran a los demás mortales como un ganado despreciable y digno de lástima que se arrastra sobre la tierra. Se hallan tan fortificados con definiciones magistrales, conclusiones, corolarios, proposiciones explícitas e implícitas y tan bien surtidos de subterfugios, que no serían capaces de prenderles ni las mismas redes de Vulcano, pues lograrían escurrirse a fuerza de estos distingos que cortan los nudos con la misma facilidad que el acero de Tenedos; hasta tal punto están provistos de palabras recién acuñadas y de vocablos prodigiosos. Además, son capaces de explicar a su capricho los misterios más profundos: cómo y por qué fue creado el mundo; por qué conducto se ha transmitido la mancha del pecado a la descendencia de Adán; cómo concibió la Virgen a Cristo, en qué medida y cuánto tiempo le llevó en su seno; y de qué manera en la Eucaristía subsisten los accidentes sin sustancia”.

Pero esto ya es harto manido. Hay otras cuestiones más dignas de los grandes teólogos, los iluminados, como ellos dicen, las cuales, cuando se plantean, les llenan de agitación: ‘¿Existe el verdadero instante de la generación divina?’; ‘¿Existen varias filiaciones de Cristo?’; ‘¿Es admisible la proposición que dice: Pater Deus odit filium’; ‘¿Habría podido tomar Dios la forma de mujer, de diablo, de asno, de calabaza o de guijarro?’ —Y ‘una calabaza, ¿cómo hubiera podido predicar, hacer milagros y ser crucificada?’ ‘Si Pedro hubiese consagrado durante el tiempo que Cristo permaneció en la cruz, ¿qué habría consagrado?’ ‘¿Se comerá y se beberá después de la resurrección de la carne?’ ¡Como si se precaviesen ya contra la sed o el hambre!”. (Erasmo de Rotterdam. Elogio de la locura [1511])

Pero Erasmo y los demás humanistas no se dedicaban solo a reírse, sino a cultivar el conocimiento, las letras clásicas y modernas. A recuperar, en suma, el enorme legado de conocimiento que había quedado un poco oscurecido u olvidado durante la Edad Media. Como prueba de ello, hay que mencionar que Erasmo elaboró el Textus receptus, una recuperación y edición crítica de los textos del Nuevo Testamento en griego, que ayudó a la traducción de la Biblia a los idiomas nacionales. Confluía entonces en la recuperación de la Biblia como texto popular, un interés espiritual con uno cultural y educativo.

Renacimiento, humanismo y Reforma

El humanismo y el Renacimiento pueden ser vistos como “compañeros de viaje” de la Reforma protestante. Expresaban junto con ella la necesidad de romper con el paradigma medieval de la cultura para fundar uno nuevo. También miraban hacia atrás con el fin de buscar raíces ancestrales para refundar las bases de la sociedad europea. Coincidían en la necesidad de fomentar la educación, la apertura mental, la libertad de expresión y la crítica de lo establecido. Pero también diferían en sus objetivos y por eso, aunque muchos reformadores fueron grandemente influidos por una formación humanística o por los escritos de Moro o Erasmo, estos movimientos se distanciaron progresivamente. Los reformadores buscaban una transformación de la iglesia en su propia generación y no estaban dispuestos a esperar el lento efecto de la transformación de la cultura. Por otro lado, para los humanistas, la reforma de la iglesia era apenas solo una de las preocupaciones que alentaban su tarea y quizás no la principal.

Para comprender la Reforma Protestante

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