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Conducir a la gente al poderoso Sanador

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En ninguna otra rama de la obra debe brillar la verdad con mayor lustre que en la obra médico misionera. Cada médico misionero auténtico posee un remedio para el alma enferma de pecado, como también para el cuerpo enfermo. Mediante la fe en Cristo debe actuar como un evangelista, como mensajero de la misericordia. Mientras usa los sencillos remedios provistos por Dios para la curación del sufrimiento físico, debe hablar del poder de Cristo para sanar las enfermedades del alma.

Mediante los esfuerzos de los médicos cristianos, la luz acumulada desde el pasado hasta el presente producirá su efecto. El médico no sólo debe impartir instrucciones de la Palabra de Dios, línea sobre línea, precepto sobre precepto, sino además deberá humedecer estas instrucciones con sus lágrimas y fortalecerlas con sus oraciones, para que las almas se salven de la muerte...

Los médicos, en su obra de vérselas con la enfermedad y la muerte, corren el peligro de perder el sentido de la solemne realidad del futuro del alma. A causa de su grave y febril ansiedad por alejar el peligro para el cuerpo, existe el peligro de que descuiden el riesgo que corre el alma. Quisiera decirles que se pongan en guardia, porque deberán encontrarse con sus enfermos agonizantes ante el trono del juicio de Cristo.–Carta 120, 1901.

El ministerio médico

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