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EL TIMBRE

Dentro de diez minutos el señor Gregorio, como se le conoce en el barrio, morirá de un ataque al corazón. Ahora está comiendo. Vive con Clara, una nieta que hace veinte años se quedó sin padres. La mujer del señor Gregorio también murió, ya va para seis años.

Clara se ha peleado a mediodía con su novio, que vive en el mismo portal. Está furiosa con todo. Le sirve a su abuelo un filete y sigue masticando el suyo sin ganas. No habla. Solo tiene un pensamiento: que está harta de todo. El señor Gregorio suelta una sonora ventosidad.

‑¡Jo, abuelo, qué guarro eres!

Tira el tenedor sobre la mesa y se levanta.

‑Hija, qué quieres que haga. Tengo gases.

‑Y yo. Y me los aguanto. Me voy a la calle.

‑No te enfades, mujer. ¿Qué te pasa?

‑¡No estoy enfadada, déjame en paz!

Cierra la puerta de la calle de un portazo. En el portal se encuentra con su novio, que entra. Él la para. Quiere hacer las paces. Por orgullo y timidez se muestra brusco. Ella no sabe qué hacer ni qué decir. Él se acerca. Huele un poco a vino. Ella se aparta. Pero quedan en verse por la noche. Se despiden, tristes. Clara ya no quiere salir a la calle. Piensa en su abuelo. Se arrepiente de haberle hablado así. Subirá, le dará un beso, le hará cariños, se disculpará. Mientras sube, se busca las llaves en los bolsillos. No las tiene. Se las ha debido de dejar en el bolso. Llama al timbre.

El señor Gregorio ya ha acabado el filete. Se dispone a comer uno de los pasteles que trajo ayer Clara, cuando suena el timbre. Duda si comérselo antes de ir a abrir o retrasar unos momentos el placer. Decide que si se lo come antes, no le sacará gusto, con las prisas. Lo comerá después, tranquilo. Se levanta y va a abrir. Por el pasillo se cumplen los diez minutos. No tardará en volver a sonar el timbre.

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