Читать книгу Sobre la locura - Fernando Colina - Страница 8

5 Sobre el lenguaje

Оглавление

Las psicosis se revelan en las fronteras del lenguaje. Podemos concebirlas como el resultado de un fracaso lingüístico, aunque teniendo en cuenta que la debacle que propicia la psicosis, especialmente cuando nos referimos a la variante esquizofrénica de la locura, es un infortunio muy particular. No se trata de una dificultad en su expresión o conducción neurológica, como ocurre en algunas modalidades de afasia y otras enfermedades cerebrales; ni corresponde a la torpeza propia de quien se enreda en las palabras porque las emociones le embrollan la conciencia, según le sucede a todo neurótico vulgar. El fracaso de la locura es más volcánico y abisal.

Cuando tratamos con un psicótico debemos tener en cuenta esta adversidad, pues desde ella se iluminan y adquieren coherencia muchas manifestaciones psicopatológicas que hasta ese momento parecían incomprensibles. Por esa ignorancia muchos las siguen remitiendo enseguida, bajo un reflejo de impotencia, a una causa biológica. En cambio, observadas desde este otro ángulo, pese a que puedan permanecer extrañas o crucen una barrera resistente para nuestra capacidad de comprensión, no se las despoja de sentido, ni se las excluye de la biografía de quien las sufre.

Para llegar a la mejor intelección de este revés lingüístico, propiamente psicótico, debemos imaginar que el mundo no está desnudo sino que se encuentra impregnado completamente por el habla y la escritura. Se nos muestra como si las cosas y el lenguaje se retorcieran entre sí de un modo indistinguible e inmanente. El lenguaje, desde esta perspectiva, es más un medio en que se está y no solo un instrumento con el que se comunica, se piensa o se entiende la realidad. Debemos observarlo como si se tratara de una lengua incorporada al interior de las cosas, de forma inherente a la realidad, o como una sustancia verbal que, al modo de un pequeño dios, embebiera la realidad por todas partes.

Benjamin se refiere a esta conformación del siguiente modo: «Es fundamental entender que dicha entidad espiritual se comunica en el lenguaje y no por medio del lenguaje. No hay, por tanto, un portavoz del lenguaje, es decir, alguien que se exprese por su intermedio. No existe, así entendido, modo de escapar del lenguaje si no es al precio de la locura, porque solo el loco es capaz de deambular por fuera de esa dimensión donde los neuróticos vivimos las contingencias del mundo. En suma, el lenguaje se muestra como el medio donde habitan las cosas y donde encuentran, sin escapatoria posible, sus posibilidades de representación. La palabra no viene a nombrar los objetos existentes sino a permitir que estos existan para nosotros gracias a su función. No nombramos el árbol solo porque lo veamos, sino que lo vemos también gracias a nuestra capacidad previa para nombrarlo. Ambos movimientos son inseparables y complementarios. Tanto monta el uno como el otro, hasta el punto de que sin los nombres somos ciegos y sin las cosas mudos.

Esta urdimbre lingüística, que soporta toda la existencia y garantiza la salud, se deshace cuando la psicosis brota en uno de nosotros. Desde ese momento, el velo de la palabra, que ya presentaba en los momentos prepsicóticos desgastes y transparencias inquietantes, se descorre y deja sentir un vacío y una angustia desconocidos hasta ese instante. Un trasmundo sin contenido irrumpe con la psicosis y somete al loco a una experiencia desconocida.

Ahora bien, lo que emerge en esas circunstancias es recóndito y muy difícil de definir, incluso de localizar o mostrar. Los no psicóticos solo podemos acercarnos a su sentido mediante una estrategia negativa propiamente teológica, apofática, que indique lo que no es, sin posibilidad de alcanzar una delimitación positiva. No podemos saber ni decir de un modo objetivo o efectivo qué sea en verdad. Solo el loco está al alcance de una transmisión directa de su experiencia. Sin embargo, y pese a su proximidad, o precisamente por ella, pues estar cerca consiste en el contacto con un lugar refractario al lenguaje y a la representación, se le cierran las puertas para trasladarnos verbalmente su observación. El psicótico solo consigue dar cuenta del contacto con este mundo inexplicable de un modo indirecto, a través de la mediación de sus síntomas: la angustia psicótica, el automatismo mental o el delirio.

Lo que experimenta, entonces, no lo conocemos por lo que nos comunica de la experiencia con el discurso sino por los efectos que produce sobre él. Solo observamos los resultados sintomatológicos, ya sean los negativos, por el vacío simbólico en la estructura subjetiva, como los positivos, derivados del esfuerzo reparativo del psicótico, que tiene que crear un nuevo instrumento, la lengua fundamental, una suerte de lengua franca de la locura a la que se refería Schreber, para poder recubrir de nuevo la realidad y volverla soportable. Con la prótesis lingüística del delirio el psicótico recubre los desconchones abiertos en el mundo que han quedado al descubierto, pero queda condenado a la soledad inducida por una lengua que no sirve para comunicarse, solo para entablillar o vendar.

Esa dimensión que trasciende el lenguaje y la representación es aún más compleja de lo que a primera vista parece. En primer lugar, porque no coincide con lo no comprendido en el sentido de lo que queda fuera de nuestras capacidades humanas de entendimiento —como puedan serlo el origen del cosmos, el funcionamiento del cerebro o la presencia de Dios—, ni tampoco con aquello que ignoramos simplemente porque excede nuestra formación y conocimiento. Su referencia apunta más bien a lo que, siendo constitutivo de la inmediatez ordinaria de las cosas, sin embargo no posee ninguna posibilidad de representación.

Su dificultad ni siquiera puede asimilarse a la idea de misterio, pues lo misterioso es algo con lo que contamos casi como una segunda realidad o como uno de los cabos ignorados de la primera, pero que, en cualquier caso, nos turba sin impedirnos por ello la referencia simbólica a esa cara oculta de las cosas. Como tampoco puede identificarse con una amenaza o una promesa mágica, mística o numinosa, que al fin y al cabo son representables y, por consiguiente, neutralizables, controlables y susceptibles de acotación. Estamos, más bien, ante algo que no admite control ni localización posible. Su experiencia se acompaña precisamente de una pérdida de la identidad y el lenguaje. Bajo las consecuencias de ese extravío se encuentra el psicótico, aunque no pueda formular nada de lo que ha vivido porque se le escapa siempre entre los dedos, como una Edith convertida en estatua de sal por su curiosidad o una Eurídice que, transmutada en sombra, desaparece entre las tinieblas por la impaciencia de Orfeo.

Seguramente puede parecer absurdo o abusivo recurrir a experiencias tan abstractas y confusas para explicar las psicosis, pero la locura, además de un hecho práctico que daña al hombre y ocupa la atención de los profesionales y de los ciudadanos en general, tiene un componente insondable e inefable que obliga a echar mano a representaciones límites, aunque procuremos que sea circunstancialmente y durante poco tiempo. Este sería uno de esos momentos, al que acudimos ahora para representarnos las consecuencias de la ruptura psicótica con el lenguaje y la realidad.

Con ayuda de este innombrable somos más capaces de concebir la experiencia que se desencadena cuando hablamos de angustia psicótica o de fenómeno elemental, dos de los síntomas más característicos del esquizofrénico. Mediante ese más allá translingüístico podemos imaginarnos el miedo inverosímil e indescifrable que acecha al esquizofrénico. Un desasosiego que no se acomoda a la simple evocación de un temor a la nada impenetrable, sino que se complementa con un paisaje árido y mudo del que arrancan las pulsiones que, espoleadas por su carácter silente, arrasan la conciencia del psicótico con su estrépito horrísono y su sobrecogedora indistinción de vida y muerte. La angustia psicótica se manifiesta como si el mundo nos invadiera y a la vez no dejara de alejarse y huir de nosotros. Nos asalta paradójicamente mediante el retroceso de la representación. Se comporta igual que un evadido que en plena fuga no perdiera la capacidad de hostigar y de volverse contra sus perseguidores.

Ahora bien, el desvarío de las cosas también incluye al propio lenguaje entendido ahora como instrumento del habla, pues cuando se desmorona el universo lingüístico que nos rodea, la lengua es tratada como una cosa más, como un objeto entre otros de la realidad. En ese momento las palabras se quiebran, la materia significante se independiza del universo semántico y la cabeza del loco se llena de ruidos y materias liberadas. Lo primero que oye el psicótico cuando se desencadena su perturbación es el ruido de los significantes que, desmenuzados y sueltos, sin representación posible de sí mismos, no pueden componerse en una palabra dotada de significado, en un término que permita el discurso balsámico que acalle el murmullo creciente de la pulsión. Los ruidos alucinatorios son la voz inerte de las cosas. Una voz muda que contiene un único mensaje inequívoco: son intencionales. Estos ruidos no solo molestan sino que hostigan al psicótico. Son el rumor de la locura que precede a los aullidos de la angustia y al entramado acústico del delirio.

Desbordado por estos acontecimientos, el psicótico tarda en reaccionar y recomponer las palabras para hacer de nuevo pie y embalsar la vida con el delirio. Con ese fin intenta volver a significar urgentemente la realidad para evitar las extrañezas, las referencias y los perjuicios. El remiendo delirante trata de imponerse y devolver a las cosas su vestidura lingüística. Cuando lo consigue, decimos que el psicótico triunfa en su trabajo, aunque su éxito sea siempre una victoria pírrica, pues el delirio es una lengua que cubre los desgarrones del mundo pero también, con su gravidez inesperada, cava un hueco en la realidad hasta que de nuevo la revienta y la abre hacia el vacío. La palabra delirante que sostiene sobre el mar roto del lenguaje es difícil de prescribir, pues a una dosis salva y a otras mata la identidad.

Sobre la locura

Подняться наверх