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El barrio y el salón de clase

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Desacelerar el ritmo de producción para mejorar la calidad con el concurso de talentos importados. Era lo último que se podía hacer por la telenovela inafecta. Pronto la reforma militar llegaría a la televisión y entre lo poco que se sabía de su plan televisivo estaba la condena del género a la hoguera. Los Delgado Parker decidieron coproducir capítulos con la televisión extranjera, grabando en Perú mientras se pudiera. Antes, dejaron una inconclusa Rosas para Verónica, grabada con gran apuro para aprovechar el estrellato de Saby Kamalich y el prestigio del mexicano Ignacio López Tarso, acompañados del argentino Carlos Estrada y de Gloria Travesí; y Un verano para recordar, encargo para Ofelia Lazo apenas terminada Natacha, en doble papel de buena y de mala. Mejores resultados obtenía con el primero. La acompañaban el argentino Estrada y el mexicano Miguel Palmer.

El adorable profesor Aldao era un libreto del argentino Alberto Migré que entusiasmó a los amigos mexicanos del 5. Traía dos novedades que valían oro: Un nuevo espacio, lejos del hogar, para un género que ya no soportaba la claustrofobia doméstica de Natacha, y personajes adolescentes para captar, por primera vez, la atención de la platea juvenil. El salón de clase donde se producen los primeros arqueos de cejas y juegos de pestañas entre el maestro Julio Alemán y la discípula huérfana Regina Alcóver (Viviana Ortiguera), cuya tía tutora está también enamorada de Aldao; era flamante en el folletín de la región aunque desde décadas atrás el cine lo empleaba con suceso en dramas generacionales y comedias sentimentales. La historia de amor dispar rompía la solemnidad folletinesca, y creaba un coro juvenil de risitas, chismes, envidias y malentendidos, hasta acabar en matrimonio con un galán culto como puede ser un profesor de secundaria, lo que no era poco en el mundo de la telenovela patriarcal.

Las aulas y pasillos del colegio tenían un cargamento dorado: chicas coquetas, sumisas aunque a veces altaneras, caracteres desinhibidos que deshielaban a los académicos. Alemán, hermano mayor de los nuevaoleros del cine mexicano, era una estupenda apuesta para el papel. Un galán duro con reacciones suaves. Con Patricia Aspíllaga, la tía Constancia, sí hubo desavenencias. Genaro Delgado Parker la hizo regresar de México para que se incorporara como tía mandona y finalmente perdedora a un cast que el productor Radovich ya había dispuesto en torno a Alemán y a su sobrina de ficción Regina Alcóver. Con Patricia se perdería el tufo adolescente de la historia para ganar gravedad y estilización folletinesca; el desprejuicio del affaire amoroso entre profesor y alumna no saldría tan triunfante con la irresistible Patricia pretendiendo también a Alemán. A Radovich no le interesaba como a Genaro Delgado Parker el lado de Patricia en la novela, así que abandonó su puesto y entró en escena el argentino Martín Clutet para dirigir los dos capítulos semanales de esta novela antimaratónica. Ya sin Alemán, muerto por atropello como en tanta novela de remate desesperado (como en este caso que el galán debía regresar a México por urgencias familiares) y reemplazado por su compatriota Miguel Palmer, Aldao motivó en junio de 1971 la secuela La inconquistable Viviana Ortiguera, dirigida por José Vilar.

Los negocios mexicanos de los Delgado Parker empezaron con el flujo exportador de telenovelas a mediados de los años sesenta. Los Delgado Parker no compraban a México tanto como el 4 y, por el contrario, sí vendían. El boom de Simplemente María remeció la identidad folletinesca de los mexicanos y fue gran carta de presentación cuando se fundó Panamericana Televisión de México en 1970, asociada al canal 8 Televisión Independiente, de Eugenio Garza Laguera. Héctor Delgado Parker se trasladó al Distrito Federal para vigilar el negocio. Con el Telesistema Mexicano del omnipotente Emilio Azcárraga ningún trato hubiera sido posible. Los Delgado Parker intentaron subirle el precio por capítulo de Simplemente María a fines de 1969, pero Azcárraga no solo se negó a revisar el trato sino que se vengó vendiendo los derechos de transmisión del Mundial México 70 al canal 4 por una suma irrisoria. Y cuando la asociación de Panamericana con canal 8 empezó a rendir frutos con los éxitos de Los hermanos Coraje y La señora joven, sumados al suceso de los enlatados peruano-argentinos como Nino, se apuró la gran maniobra política que dio nacimiento a Televisión Vía Satélite S.A. (Televisa) en diciembre de 1972. El gobierno priísta de Echevarría obligó a la fusión del Telesistema de su amigo Azcárraga con la inquieta competencia. Así se liquidaron las expectativas de los Delgado Parker en México.48

En mayo de 1970 los Delgado Parker fundaron en Buenos Aires la empresa Panamericana Televisión Sociedad Anónima Comercial e Industrial, con el afán de producir desde Argentina para toda América las novelas que su olfato les desaconsejaba planear en Lima. Tuvieron a su cargo la programación del canal 2 de La Plata y pusieron en operación uno de los primeros convertidores electrónicos de normas existentes en América. José Enrique Crousillat, ex vendedor de Procter & Gamble que se había dejado ver ante cámaras encarnando al “Mister Ace” de un spot comercial, ex gerente de Radio Programas del Perú y entonces hombre de confianza de los Delgado Parker, vigiló los negocios porteños hasta la nacionalización peronista de la televisión en 1974. En 1972 la Panamericana argentina produjo Mi dulce enamorada y en 1973 el éxito regional Papá corazón, telenovela con espíritu de sit-com escrita por Abel Santa Cruz, que internacionalizó a Andrea del Boca pronunciando “tú” en lugar de “vos”,49 como ya se había hecho, para escándalo de sus connacionales, en Nino. Si en el Perú los Delgado Parker habían ordenado reprimir peruanismos, ¿cómo no hacerlo con los argentinismos?

Hasta que en 1971 la sucursal argentina de la fábrica acometió su proyecto más ambicioso y creativo. El guión Nino, o italianinho de Geraldo Vietri y Walter Negrao extraía una lección dorada de la novela carioca: había que pintar un barrio donde la tradición y el progreso se dieran la mano y convivieran en tensa armonía. Fue un universo propio porque al género le había costado mucho tiempo y esfuerzo dar con él; y a la vez ajeno, pues su realismo social y psicológico existía con cierta independencia de los formulismos de la novela y obligó a tomar varios desvíos, a respetar el derrotero arribista de varios personajes, aunque el espíritu declarado del folletín fuese el de un humanismo inmaterial a ultranza.

Nino fue la novela naturalista que el público pedía a gritos. “Las cosas simples de la vida” fue predicado, subtítulo y eslogan cantado a diario en los créditos de presentación. La simpleza fue llevada al nivel de la revelación porque en realidad se trataba, paradójicamente, del asomo de la complejidad en un género que parecía condenado a la indigencia expresiva; fue casi una iluminación filosófica en una tradición que solo conocía dos conceptos de medio lado que se anulaban sin poder convivir jamás: el dolor y la felicidad, la fatalidad o los buenos designios de Dios. Las “cosas simples de la vida”, en cambio, según el inolvidable tema musical de la novela, “provocan penas y alegrías” que nadie puede disociar. Nino había descubierto la dialéctica y la cantaba todos los días, con orgullo y con candor.

Los procedimientos, novedosos para el género ya habían sido puestos en escena en la comedia televisiva. Pero, si ella, proclive a humores y caricaturas, daba rienda suelta al costumbrismo, Nino optó por un templado naturalismo, por un universalismo de oficios y psicologías donde las peculiaridades nacionales se limitaron a describir el carácter expansivo de los italoamericanos y la mayor sobriedad y eclecticismo de los criollos porteños. La locación fue Buenos Aires y la inspiración vino de Río y Sao Paulo, metrópolis de fuerte influjo italiano, pero Lima y cualquier capital latina podían sentirse fácilmente involucradas. Que la apuesta por la abstracción de los referentes tenía sus riesgos quedó demostrado en que el entusiasmo por Nino en disímiles mercados como el peruano, el portorriqueño o el boliviano contrastó con la frialdad de su recibimiento en su “sede técnica” porteña.50

El oficio de carnicero es el peor pagado en el naturalismo. Fatiga, ensucia y, para colmo, la carne es un bien elástico a los vaivenes de la demanda. El carnicero puede ser odiado por los consumidores a quienes el costo de la vida obliga a ajustar la correa. En Nino se solía hablar de dinero, de ahorros, de objetos empeñados, pequeñas cosas que informan los temas mayores. La historia de amor es triangular, romántica y socialmente: Nino (Enzo Viena) está comprometido con Natalia (María Aurelia Bisutti) pero ella, una trepona aunque no una víbora, pues la novela no es maniquea, está ocupada en conquistar al dueño de la joyería donde trabaja, dejando a su novio un amargo sabor a impotencia. Como el libreto no apunta a la generalización del arribismo, entra a tallar la lisiada Bianca (nuestra Gloria María Ureta), que ampara sentimentalmente a Nino y sin ser una ambiciosa ella lo reconcilia a él con sus ambiciones. El mandil manchado de sangre y de sebo y el mostrador de los collares de diamantes hacen una elocuente polaridad para estos dramaturgos brasileños, maestros del contraste. Anotemos otro doble juego de contrastes: la inconsistencia de carácter de la soberbia Natalia versus la cojera y la firmeza espiritual de Bianca.

Alrededor del triángulo, un coro de 27 personajes, ninguno de ellos un tipo social posible de definir en un par de trazos; por el contrario, ocupaciones y gentes con bastante vida propia. En Nino apreciamos la difícil facilidad, el arte de hacer pasar por auténtico lo meramente funcional, por armar la dramaturgia con una sucesión de clímax de cada subplot alterno. Las lí-neas secundarias van robando pantalla mientras el conflicto principal toma cuerpo. Vietri y Negrao toman prestado del policial la intriga de los anónimos amenazantes; el humor les inspira diálogos y personajes enteros y en felices ocasiones vemos a todo el cast masculino jugar fútbol en la mítica quinta. El arte de la novela carioca se dio por primera vez a conocer al resto de América en Nino, ocho años antes del boom exportador que encabezó El bienamado.

Pese a sus raíces brasileñas-porteñas, la audiencia peruana se apropió de Nino. Se le percibía como una joint-venture donde el Perú llevaba buena parte y tenía emisarios de lujo: la “Bianca” de Gloria María Ureta, la Doña “Santa” de Elvira Travesí y Fernando Gassols. El capítulo climático número 169, en que Nino da el primer y larguísimo beso a Bianca fue repetido porque el público de veras lo pidió. Además de su propia elocuencia sentimental, ese beso tenía otro significado, se lo arrancaba una peruana maltrecha a una porteña altanera y para colmo miscast, pues la Bisutti tenía más de 40 años cuando encarnaba a la veinteañera Natalia. Pero no se vaya a pensar mal, el universalismo y la bonhomía promedio de los personajes, diluían cualquier revanchismo cultural, cualquier asomo de xenofobia. Esa corriente de simpatía generada por Nino favoreció el rápido estrellato en el Perú del argentino Osvaldo Cattone, el pretendiente de Natalia, y en menor medida, de la actriz Noemí del Castillo. Ambos migraron a Lima entusiasmados por el éxito local de sus personajes.

Nino no podía tener sucedáneos hechos en Lima. La estatización cayó sobre la televisión peruana en plena novela. Pero su suceso animó a los Delgado Parker a ensayar una nueva joint-venture, sobre otro argumento brasileño de Janete Clair, Os irmaos coragem, y esta vez con la teleindustria mexicana. Antes de liquidar lo que no comprendía, el gobierno militar exportó la reforma del melodrama urdida entre Brasil, Argentina y Perú hacia México, donde le sería casi imposible prosperar. En 1999 la novela fue audazmente repuesta en horario meridiano, fracasó y pasó a la madrugada de Panamericana.

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