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CXXIX

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Cautivo Astiages, se le presentó Hárpago muy alegre, insultándole con burlas y denuestos que pudieran afligirle, y zahiriéndole particularmente con la inhumanidad de aquel convite en que lo dio a comer las carnes de su mismo hijo. También le preguntaba qué le parecía de su actual esclavitud comparada con el sólio de donde acababa de caer. Astiages, fijando en él los ojos, le preguntó a su vez, si reconocía por suya aquella acción de Ciro. —«Si, la reconozco, dijo Hárpago, pues habiéndole yo convidado por escrito, puedo gloriarme con razón de tener parte en la hazaña.» Entonces respondió Astiages que le miraba como al hombre más necio y más injusto del mundo; el más necio, porque habiendo tenido en su mano hacerse rey, sí era verdad que él hubiese sido el autor de lo que pasaba, había procurado para otro la autoridad suprema; y el más injusto, porque en despique de una cena había reducido a los medos a la servidumbre, cuando si era preciso que otras sienes y no las suyas se ciñesen con la corona, la razón pedía que fuesen las de otro medo, y no las de un persa; pues ahora los medos, sin tener culpa alguna, de señores pasaban a ser siervos, y los persas, antes siervos, venían a ser sus señores.

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