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El paraíso portugués

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El paraíso estaba mucho más cerca: Portugal se convertirá en su segundo hogar desde 1915 y en su Rodalquilar de la madurez. En Peregrinaciones (con epílogo de Ramón Gómez de la Serna) funde su odisea en el norte de Europa con su descubrimiento de Portugal, ese país tan querido por su padre. Y tan presente en su propia infancia. A pesar de fijar por fin su domicilio madrileño en Luchana 20 —donde Gómez de la Serna se encontraba empadronado en 1920—, vivirá largas temporadas en el país vecino. En la novela La flor de la playa, tomará prestadas vivencias ya descritas en Peregrinaciones para construir una ficción autobiográfica en torno al rústico hotel de A Flor da Praia, donde Ramón Gómez de la Serna y ella pasaron días felices. La pareja cumpliría su sueño de contar con casa propia al comprar Ramón un terreno cercano a Estoril y construir El Ventanal, el chalé donde ambos escribían y hacían vida de pareja sin testigos escrutadores. Aunque la relación con Gómez de la Serna no llegó a tener carácter oficial y adoptó la moderna fórmula de una amistad amorosa, Ramón ha dejado diversos retratos de su amiga y compañera. En el prólogo del libro de entrevistas de Carmen de Burgos, Confidencias de artistas, ofrece un retrato de Colombine y una de las claves de su relación: «[…] solo ante Carmen he podido respirar libre […] sin necesitar pactar reduciendo, callando, invirtiendo, puerilizando el alma». En Automoribundia repite la misma idea al hablar de una relación que le hacía crecer como autor y le libraba del pánico al compromiso experimentado ante otras novias de juventud: «Aquella unión hizo posible la bohemia completa, establecida en el más noble compañerismo, trabajando enfrente de la mujer con el pensamiento en alto, sin distracción ni inquietud por huir a la calle». Una relación innovadora y adelantada a la época en la que sus contemporáneos dieron a cada uno de ellos un trato y enfoque desiguales. Mientras consideraron que para Ramón Gómez de la Serna fue una etapa de aprendizaje y de afirmación en la que cimentó su obra, a ella la veían de otro modo: era la mujer madura que aprovechaba sus últimas bazas con un hombre más joven.

En esos años tomó cuerpo la tertulia del Café Pombo, situada en la calle Carretas, cerca de Sol. A ella acudían, además de Ramón Gómez de la Serna y Carmen de Burgos, Bergamín, Salvador Bartolozzi, Bagaria, Gutiérrez Solana, Tomás Borrás y Rafael Cansinos Assens. Margarita Nelken, en su faceta de crítica de arte, también frecuenta la tertulia. «Algunas noches voy a cenar con una mujer que ha llenado de una amistad única media vida mía», evoca Gómez de la Serna en su libro sobre Pombo. En el segundo volumen, La sagrada cripta de Pombo, Carmen de Burgos aparece como «la liberal, la romántica, la que compromete su pluma y su vida cuantas veces es menester».

Su hija, siempre en el filo de la rebeldía, aspiraba a ser actriz de teatro y, ya en 1917, intervino en El mal que nos hacen, de Jacinto Benavente, con Margarita Xirgu como protagonista. Aunque Colombine era una periodista versátil, la inclinación de su hija por el teatro pudo reforzar su propio interés por el mundo de la escena en sus columnas. La joven se casó en 1917 con el actor Guillermo Mancha, lo que inauguró una nueva relación entre la escritora y su hija. Entregada al teatro y al naciente mundo del cine, una larga gira por América alejaría a María de su madre durante años. Una ausencia que la escritora reflejaría en El silencio del hijo. La contrapartida era una mayor libertad si cabe para dedicarse a la escritura. En 1918 publicó una novela larga, Los anticuarios, una sátira en la que describe un mundo que conocía bien por sus incursiones en los mercados y rastros de Madrid y París. Y en 1918 abordó una obra de mayor aliento, la biografía de Mariano José de Larra, que verá la luz en 1919, un año en que sus estancias en Portugal se intensificaron.

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