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Hacia la mujer moderna

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La pareja dedicaba tiempo a escribir en Portugal, pero su aislamiento no era absoluto. Entre otros contactos, la escritora mantenía amistad con la portuguesa Ana de Castro, un referente en el campo del sufragismo luso. A través de ella De Burgos impulsó la Cruzada de Mujeres Españolas, organización homónima de la que Ana de Castro lideraba en Portugal. La organización de Colombine dio nuevos bríos a otras asociaciones ya existentes, como la Unión de Mujeres Españolas de Concepción Aleixandre y el Consejo Nacional de Mujeres, presidido por Lilly Rose Schenrich, marquesa consorte del Ter, una sufragista francesa casada con un diplomático y aristócrata español.

El 30 de mayo de 1921 Carmen de Burgos y otras afiliadas de la Cruzada de Mujeres Españolas se concentraron ante el Congreso y entregaron un manifiesto de nueve puntos a los diputados. Lo habían firmado numerosas mujeres, desde obreras a artistas populares como Imperio Argentina, y solicitaban la igualdad política para ser electoras y elegidas; la equiparación con el hombre ante el Código Penal y la eliminación de normas que cerraban el paso a las mujeres a determinadas profesiones, así como la investigación de la paternidad. «Es el amanecer de un serio movimiento feminista», afirmó El Heraldo. El artículo 438 del Código Penal era uno de los más injustos para las mujeres: imponía solo la pena de destierro al marido que sorprendiera en adulterio a su esposa y la matara a ella o al adúltero, y quedaba exonerado si las lesiones no eran graves. De Burgos escribió una novela con ese título, El artículo 438. Gestos de rechazo que abonarán la futura campaña de prensa de 1927 para que fuera eliminado.

Sus estancias en El Ventanal no la alejan de la actualidad española, pero la literatura portuguesa empieza a estar presente en sus artículos de Cosmópolis (publicación dirigida por Gómez Carrillo en la que colaboraba desde 1920). Se estrena con Eça de Queiroz, un autor fetiche que unirá al elenco de los que había biografiado: Leopardi y Larra. En 1923, el golpe del general Miguel Primo de Rivera trastoca y redefine la situación política española. Paradójicamente, en esta etapa Carmen de Burgos se halla centrada en sus libros, consciente de que debe exprimir al máximo su creatividad. Su fortaleza física ya no es imbatible: una dolencia cardiaca le hace experimentar una sensación hasta entonces desconocida: el cansancio. Sus bajas en la Escuela Normal son frecuentes, pero se resiste a aminorar el ritmo. En 1925 viaja a México para presidir el Congreso Internacional de la Liga de Mujeres, auspiciado por su amiga Elena Arizmendi, secretaria general de la organización. Y además de enviar las crónicas del viaje para La Esfera, se traerá nuevas historias de ficción, como La misionera de Teotihuacan.

Es difícil valorar desde la perspectiva crítica su prolífica obra narrativa. A pesar de su intención literaria, parte de sus historias tienen un enfoque testimonial y divulgativo. Tal vez sean sus ensayos su aportación más genuina, no solo por lo que expresan, sino por lo que siembran de cara al futuro. Como La mujer moderna y sus derechos, un título fundamental que publica en 1927 y que apunta a ideas precursoras de lo que décadas después aparecerá de forma rigurosa y elaborada en la obra canónica de Simone de Beauvoir, El segundo sexo.

En 1927 viaja de nuevo a América con la intención de coincidir con su hija en Chile. Un año antes, en 1926, Ramón Gómez de la Serna se había visto obligado a vender El Ventanal. Abandonado Estoril, la pareja recuperó lo que iba a ser un nuevo y último refugio en Nápoles, escenario que recoge en la novela La misericordia. A su vuelta a Madrid, Colombine cambia por última vez de domicilio y se instala hasta su muerte en un entresuelo de la calle Nicasio Gallego, más acorde con su necesidad de cuidar su corazón y no fatigarse, aunque conserve una segunda dirección para su correspondencia en Luchana 12.

En ese tiempo la periodista se adentra en el terreno de la crítica al reseñar libros en la sección «Impresiones literarias. Al margen de los libros», que firmó como Perico de los Palotes, un seudónimo que ya utilizó en El Radical almeriense Jesús García, amigo de la autora. En sus reseñas aparecían desde autores clásicos a libros de actualidad. En una de sus entregas, agrupó tres libros de Ramón Gómez de la Serna: Greguerías, Senos y El circo. «En los tres resplandece lo moderno», señaló. En paralelo inauguró la sección fija «El problema de la enseñanza», en la que vertía opiniones de docentes y políticos sobre las reformas más urgentes en la educación.

Su relación con Gómez de la Serna se había enfriado al marcharse a Chile, lo que acentuó su sensación de soledad. El relato «Se quedó sin ella» encierra algunas claves de su distanciamiento, como si diera a entender que el éxito de él había empañado su unión. La ruptura amorosa se iba a producir algo más tarde y de forma traumática. Su hija María, separada de su marido, había vuelto al domicilio materno y, al disponerse Ramón a dirigir la obra teatral Los medios seres, Colombine le pidió que le diera un pequeño papel. Su participación, por recomendación, no fue bien vista por otros actores y creó tensiones entre ellos y el director. Gómez de la Serna arriesgaba su prestigio de autor teatral en esta primera obra, y este cúmulo de contratiempos y de intereses encontrados fomentó un inesperado acercamiento amoroso entre la hija de Carmen de Burgos y el amante de su madre. Es inevitable ver un guiño freudiano en esta breve pasión de la hija por el hombre con el que había compartido a su madre desde niña. A pesar de haber viajado los tres juntos en el pasado y de que él la consideraba una joven poco atractiva, una jugada del destino trastocó su anterior juicio y se sintió seducido por la actriz. El estreno de la obra, el 7 de diciembre de 1929, confirmó a ojos de la madre la relación y supuso la ruptura final entre De Burgos y Gómez de la Serna. Es posible que este desliz revelara de forma implícita que Ramón no estaba dispuesto a comprometerse hasta el fondo con Colombine. Pasado el tiempo, Carmen de Burgos le perdonó y la relación entre ambos se recompuso, ya como amigos.

Ramón apoyó en sus inicios la Segunda República porque presagiaba un clima cultural favorable. Tolerante y poco dado a los extremos, al volver de su primer viaje a Argentina, en febrero de 1932, se encontró con una atmósfera de creciente polarización: algunos de sus amigos simpatizaban con la Falange e intentó que la Cripta de Pombo quedara al margen de actitudes partidistas. Aun así, en 1933 sí denunció el antisemitismo y la deriva nazi en Alemania. En Argentina había conocido a Luisa Sofovich, su futura esposa, y ella y su hijo le acompañaron cuando regresó a Madrid. En 1936 se adhirió a la Alianza de Escritores Antifascistas, pero su apoyo se diluyó en las primeras semanas de la guerra. En cuanto le fue posible se exilió. No se sentía comprometido con la República, pero su talante liberal le impedía aproximarse a los sublevados.

Carmen de Burgos acudió en 1930 a descansar al balneario francés de Royat acompañada de Ana de Castro. Además de recobrar parte de su anterior energía, su nombre sonó en ese tiempo entre las tres mujeres que según Cristóbal Castro tenían méritos y erudición suficiente para sentarse en la RAE. Las otras eran Blanca de los Ríos y Concha Espina. Todo en vano: no había aún voluntad entre los académicos para incorporar a una mujer. En Quiero vivir mi vida, su última novela larga, con prólogo de Gregorio Marañón, escribió dos historias de mujeres en las que el tema de la identidad y los desengaños amorosos se entremezclaban con pinceladas autobiográficas. Una de las protagonistas llega a matar a su marido infiel (una actitud en la que, según Marañón, afloraba un componente viril que empujaba a esa mujer ya madura a tomar tan drástica decisión), mientras que la otra desconfiaba del amor debido a sus malas experiencias.

Los problemas de su hija seguían preocupándola. Además de su inestabilidad nerviosa, no despegaba como actriz. Su madre se ocupó de que fuera tratada de sus dolencias y dependencias hasta lograr una cierta estabilidad. En 1932 la nueva ley de divorcio aprobada en las Cortes permitió a María poner fin a su primer matrimonio para casarse con Ernesto Zegarra Romano. Carmen de Burgos continuaba entregada a diferentes causas, entre ellas la abolición de la prostitución. El 8 de octubre de 1932 por la tarde participaba en una de las mesas redondas que cada sábado celebraba el Círculo Radical Socialista, en esa ocasión sobre educación sexual, y se sintió indispuesta. Fue atendida por dos médicos que se encontraban en la reunión y ella pidió que llamaran a Gregorio Marañón. Pero su corazón ya no tenía más yesca para seguir ardiendo y se agotó en la madrugada del 9. «Muero contenta porque muero republicana. ¡Viva la República!». Terminaba así una de las trayectorias más sólidas y fulgurantes del primer tercio del siglo XX. Alguien que se había codeado con Pérez Galdós, Indalecio Prieto, Giner de los Ríos, Marañón, Sorolla… Una hija de la naturaleza que a base de trabajo, viajes y algunas excentricidades había llegado a la cima. La dictadura franquista intentó apagar su voz, pero no lo consiguió.

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