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1.4 Cambios en la apariencia general

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Como consecuencia de los cambios en la estatura, el peso, la postura y, especialmente, la redistribución de grasa, se producen variaciones en la apariencia general del anciano:

• Acentuación de las cavidades anatómicas: órbitas, axilas, hueco supraclavicular, fosa antecubital, espacios intercostales y contorno pélvico.

• Aumento de las prominencias óseas: espinas vertebrales, ángulos de la escápula, costillas, esternón, crestas y espinas ilíacas, rótula y cabezas de los metatarsianos.

• Acentuación de los contornos musculares y de los tendones, especialmente en los muslos.

• Atrofia focal de los músculos intrínsecos de la mano y acanalamiento de los interóseos, principalmente del primero dorsal, aplanamiento de la eminencia tenar y de los músculos del compartimiento tibial anterior. El desgaste del músculo cutáneo del cuello hace que se torne laxo, especialmente en las mujeres.

Estos cambios pueden llevar a pensar, erróneamente, en la presencia de malnutrición en un anciano, por lo cual las medidas bioquímicas (índice creatinina urinaria/talla, trasferrina, albúmina) son indicadores más confiables en estados de malnutrición incipiente. Es importante anotar que estos cambios en la apariencia general no son reversibles con la ingesta de calorías (ver capítulo 32).

Los cambios fundamentales de la apariencia facial con la edad son resultado de la alteración de los tejidos blandos, del soporte esquelético y de los cambios de la piel. La piel se torna menos elástica, más irregular, la superficie llega a ser más descolorida y la presencia de arrugas es una de las constantes del envejecimiento. Las arrugas van estrechamente ligadas a la mímica facial, comienzan en la frente, luego aparecen alrededor de los ojos, posteriormente alrededor de la boca hasta extenderse a toda la cara. Los factores externos como el sol y el humo del cigarrillo contribuyen a una mayor y más temprana aparición de arrugas al envejecer, las arrugas también son frecuentes en el dorso de las manos y en el platisma o músculo cutáneo del cuello, en este último, por flacidez, las líneas superiores del cuello tienden a descender hasta fusionarse con las inferiores.

Por otra parte, los tejidos blandos de la cara descienden al envejecer por efecto de la gravedad y por atrofia muscular. La pérdida ósea se da por resorción ósea, especialmente en la zona axial. La resorción de la mandíbula y el maxilar, debida a la pérdida de los dientes, hace que se disminuya el tamaño del tercio inferior de la cara, existe tendencia a la agnatia, lo que da lugar a los cambios que con mayor frecuencia se caricaturizan al imitar un anciano.

A medida que aumentan los años se tiene un menor número de nevus o lunares, los cuales desaparecen hacia los 80 años, pero aumentan las manchas, las efélides o pecas y es común la leucomelanodermia, consistente en pequeñas manchas que alternan con cicatrices blancas, en la zona extensora de los antebrazos y en el dorso de las manos.

Otros cambios anatómicos en la apariencia general incluyen el aumento del perímetro cefálico, que ocurre por igual en ambos sexos y continúa el crecimiento de la nariz y las orejas por pérdida de la elasticidad de los tejidos. Estas partes del cuerpo se elongan y existe una acentuación de la nariz por disminución del tejido celular subcutáneo facial, la cual también origina la presencia de enoftalmos (ojos hundidos) y la acentuación de los contornos de la cara, además la tendencia a caer por efecto de la gravedad.

La laxitud de los tejidos de la cara produce blefaroptosis (caída de los párpados) y el color de la piel se torna opaco y blanco-grisoso por la pérdida de capilares de la dermis. Por otro lado, aunque las ojeras son un rasgo racial más que un cambio asociado al envejecimiento, pueden aparecer frecuentemente por hiperemia venosa o hiperpigmentación. Otro de los cambios debidos al envejecimiento es la pérdida de la cola de las cejas, sobre todo en las mujeres, este cambio también puede darse por enfermedad (hipotiroidismo, lepra, entre otros). También como signo de la edad aparece el arco senil, un anillo grisáceo alrededor del borde de la córnea, que se da generalmente en personas mayores de 60 años, siendo más acentuado en las de raza negra, cabe anotar que este cambio no produce alteraciones de la función visual.

Además, la presencia de canas es otra de las constantes del envejecimiento, se debe a la presencia de un gen autosómico dominante que origina una disminución progresiva de los melanocitos funcionales del bulbo piloso. Se dice que el 50% de los mayores de 50 años tienen el 50% de su cabello y vello corporal encanecido, independiente del sexo o del color del cabello.

El vello axilar y púbico alcanzan su máximo hacia los 40 años, posteriormente disminuyen en forma gradual en ambos sexos. En las mujeres desaparece el vello de la línea alba suprapúbica después de la menopausia y los hombres pierden la distribución romboidal del vello púbico, semejando la distribución triangular de las mujeres. Es frecuente también la disminución de vello en las extremidades, especialmente en ancianos con afecciones vasculares periféricas y diabetes mellitus. Además, en algunas mujeres aparecen vellos gruesos con pigmentación terminal en regiones no deseadas como la barbilla y el labio superior, en los hombres la emergencia de este tipo de vello se presenta en las orejas, la nariz y las cejas.

La alopecia androgenética es un problema mucho más frecuente en hombres que en mujeres, en el 5% de los hombres empieza a los 20 años, y para los 70 años el 80% tienen entradas frontotemporales pronunciadas y entre un 15 y 18% tienen pérdidas más acentuadas, el cabello se conserva a los lados y en la región occipital. La alopecia en las mujeres comienza en edades tardías y es menos pronunciada que en los hombres; existe un adelgazamiento del cabello en el vertex y en las regiones frontales y puede llegar a ser más fino y menos denso en las regiones temporales. Por lo general, la pérdida notable de cabello en mujeres ocurre en un porcentaje pequeño, especialmente después de los 80 años.

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