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2. Inteligencia

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Los conceptos tradicionales de inteligencia han cambiado, se plantea que las pruebas que miden el coeficiente intelectual evalúan el funcionamiento del cerebro posrolándico, con mayor énfasis en la corteza prefrontal, pero no constituyen una buena medición de la inteligencia, puesto que solamente consideran la inteligencia lógico-matemática (la capacidad de realizar cálculos numéricos y de pensar de forma analítica) y la lingüística (capacidad de expresarse y entender a otros). Las pruebas se basan en la solución de problemas, habilidades y rapidez en el dominio de material relacionado con la educación, por consiguiente, no son válidas para ancianos.

Por lo anterior, actualmente se han introducido perspectivas neuropsicológicas y culturales en su estudio y la inteligencia se considera inseparable de la cultura, de la personalidad, de la motivación y de la experiencia. Además, se ha propuesto que la conducta inteligente no puede separarse de la influencia de las funciones del paleocerebro o cerebro primitivo, tales como las emociones y las compulsiones. Debido a esto, ha tomado fuerza la teoría de las inteligencias múltiples, que incluye, además de la lógico-matemática y lingüística, la espacial, la musical, la corporal o cinética, la interpersonal y la intrapersonal, todas igualmente importantes. Esta teoría plantea que todos los seres humanos las poseen en diferentes combinaciones, sin embargo, no es posible que un individuo se destaque en todas.

Según las evaluaciones psicométricas realizadas a los ancianos, durante la sexta y la séptima décadas se presenta algún deterioro en las tareas que involucran velocidad y en la inteligencia fluida que consiste en la habilidad para razonar en forma abstracta, hacer nuevas asociaciones y la capacidad de resolver nuevos problemas y de razonar acerca de cosas que son menos familiares e independientes de las que se han aprendido. El deterioro tiene amplias variaciones individuales, pero parece ser evidente y constante a partir de los 80 años. Sin embargo, la personalidad y los intereses del anciano determinan la dirección y esfuerzo en el mantenimiento o pérdida de esta inteligencia y, contrario a lo que se piensa, los estudios actuales revelan que no existen grandes diferencias en la inteligencia entre ancianos y adultos.

La inteligencia cristalizada, la cual es producto del aprendizaje previo, de las experiencias anteriores y de factores culturales y educativos, se representa por el conocimiento adquirido a lo largo de la vida, en general, se mantiene estable. El vocabulario y la cultura general son ejemplos de habilidades cristalizadas. Puesto que la inteligencia cristalizada se debe a la acumulación de información basada en las propias experiencias de la vida, los ancianos tienden a realizar mucho mejor las tareas relacionadas con ella que las personas jóvenes.

Es importante destacar el papel que juega el estado de salud existente en la función cognoscitiva, puesto que se ha visto una relación inversamente proporcional entre este y los puntajes de las pruebas cognoscitivas. Al aumentar la edad, se incrementa la posibilidad de enfermar y, por tanto, la probabilidad de menores puntajes. Por ejemplo, ancianos con hipertensión arterial crónica tienen menores puntajes en las pruebas psicométricas y, además, mayor riesgo de desarrollar demencia multiinfártica. También se ha encontrado una correlación positiva entre los niveles de ejecución intelectual y la expectativa de vida.

Otros factores determinantes son los niveles cultural y educativo, adicionalmente, es probable que la inteligencia se vea afectada por la falta de actualización a la que se somete al anciano ante el rápido proceso de cambio de la sociedad contemporánea.

De todas maneras, cualquier cambio intelectual que ocurra después de los 50 años debe ser considerado patológico y amerita descartar otros procesos antes de asumirlos como asociados al envejecimiento.

Salud del Anciano

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