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V. Una cruzada para salvar el pulmón del planeta (octubre de 2008)

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En pleno ‘pulmón’ del planeta, como así se conoce a la selva amazónica, un grupo de pueblos indígenas tratan de salvar su identidad frente a los poderosos intereses económicos, que no dudan en recurrir a la violencia para conseguir un trozo de tierra que desde hace siglos ha estado ligada a aquellos. Haciendo suyas las reivindicaciones de los más débiles en este conflicto se haya el jesuita palmero Fernando López, quien desde hace más de dos décadas lleva trabajando en pos de las comunidades indígenas, riberiñas y de las periferias urbanas de la región amazónica. Nacido en Santa Cruz de La Palma en 1960, el hermano Fernando comenzó a formar parte de los grupos juveniles de la parroquia de San Francisco de Asís de la capital palmera y de las comunidades que en ella funcionaban.

Fue en aquellos años de juventud y dinámica parroquial, bajo la dirección espiritual de Juan Pérez Álvarez, cuando confiesa que nació su inquietud misionera de estar junto a los pobres. «Siempre varias preguntas me acompañaban: ¿Por qué unos tenemos que nacer con todo y otros sin nada? ¿Es simplemente una cuestión de suerte? ¿Por qué este mundo es tan desigual e injusto? ¿De qué lado te sientes llamado a posicionarte solidariamente? ¿Con quién quieres gastar tu vida?», se cuestionaba el joven jesuita canario, quien reconoce que «mi familia siempre me acompañó en este proceso de búsqueda inquieta y de discernimiento». Pese a todo, Fernando López viajó hasta Sevilla para estudiar Física, con el objetivo de poder emplear esos conocimientos algún día en ayuda de los más desfavorecidos del planeta. Y a fe que así lo hizo. Con apenas 25 años llegó como misionero a Paraguay, donde entró en el noviciado de los Jesuitas. «Era el tiempo de dictadura militar de Stroessner. Allí formamos parte de los grupos de no-violencia-activa contra la dictadura, y junto con otros jóvenes fundamos SERPAJ, el denominado Servicio de Paz y Justicia Paraguaya», relata el religioso palmero.

«Toda mi formación como jesuita fue en América Latina, Paraguay y Brasil». Su inquietud, no obstante, no solo se basó en la ayuda a los demás, también se dirigió hacia el estudio. No en vano, el hermano Fernando López está a punto de terminar la carrera de Antropología. «En Paraguay aprendí guaraní, y también he trabajado los últimos años con los niños de la calle en Belo Horizonte, Brasil, y en el basural de Asunción, en Paraguay», incide el jesuita, quien subraya que más de tres cuartas partes de la población de estos países viven por debajo del umbral de la pobreza. Desde 1998, su labor se centró en la Amazonía brasileña y los pueblos indígenas de la región. «Formo parte del llamado Equipo Itinerante, un grupo interinstitucional que apoya a las comunidades indígenas, riberiñas y de las periferias urbanas de la región amazónica». «Ahora estamos apoyando toda la lucha por la tierra de los indígenas de la Raposa Serra do Sol, en Roraima, en la frontera con la Guyana inglesa y Venezuela», recalca Fernando López, quien todavía hoy sigue haciéndose numerosas preguntas sobre el modelo de sociedad actual en el que vivimos.

La zona de Roraima es muy codiciada por un grupo de empresarios arroceros que, en connivencia con el poder político local y parte del judicial, se niegan a dar por perdidos los casi 17.000 kilómetros cuadrados que conforman la tierra indígena brasileña de Raposa Serra do Sol. Con total impunidad, en los últimos meses se han sucedido los ataques con armas de fuego y bombas caseras o amenazas de muerte por estos empresarios, que tratan de arrebatar y expulsar de su hogar a los casi 19.000 indígenas makuxí, wapixana, ingarikó, patamona y taurepang que habitan la comarca.

PRESIONES

Las presiones y ataques, que se han cobrado la vida de más de una veintena de personas, no son nuevos para estos pueblos originarios, a quienes sucesivos intentos de invasión a lo largo de los dos últimos siglos los han situado en una posición de defensa constante. Así lo ratifica el Consejo Indígena de Roraima (CIR), quienes explican cómo desde la década de los 70 hasta nuestros días, se han sucedido los asesinatos de más de una veintena de sus líderes hasta que, en abril de 2005, el Gobierno brasileño homologó Raposa Serra do Sol —reconoció el derecho originario de los indígenas sobre esta tierra—, además de registrarla, completando y cerrando así la totalidad del proceso jurídico. Y ello conforme a la determinación de la propia Constitución brasileña, que ya reconoce a los pueblos indígenas el uso exclusivo de las tierras habitadas tradicionalmente por ellos; por no hablar del amparo del derecho internacional, representado por el Convenio 169 adoptado por la Organización Internacional del Trabajo en 1989. Sin embargo, la ley no parece ser obstáculo para los poderes fácticos y económicos de la zona, máxime cuando los cultivos de determinados cereales para la producción de biocarburantes se han revalorizado hasta límites extraordinarios, así como el precio del arroz, que ha adquirido niveles desorbitados.

Según afirma Greenpeace, en el Amazonas se han venido destruyendo en los últimos tres años hasta 70.000 kilómetros cuadrados de selva, el equivalente a seis campos de fútbol por minuto. Gran parte de esta destrucción se debe a la expansión de cultivos intensivos. Ante esta situación, Fernando López y los indígenas han alzado la voz, con el objetivo de reivindicar el oxígeno necesario para el pulmón del planeta.

En una carta fechada el 9 de abril que han hecho llegar a la prensa dicen: «Durante años hemos sufrido un doloroso proceso para reconquistar nuestras tierras y creíamos que el estado brasileño haría realidad los derechos humanos de los pueblos indígenas».

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