Читать книгу Séneca - Obras Selectas - Lucio Anneo Séneca - Страница 51

IX

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«¿De dónde procede tanta perseverancia en llorar a los nuestros si no la impone la naturaleza?» De que no previendo jamás el mal hasta que cae sobre nosotros, como si tuviésemos el privilegio de entrar en vida diferente y más segura, no nos advierten las desgracias ajenas que nos son comunes con ellos. Muchos funerales pasan por delante de nuestra casa y no pensamos en la muerte; muchos fallecimientos prematuros vemos, y solamente nos preocupa la toga de nuestros hijos, sus servicios en los campamentos, el caudal que les dejaremos en herencia: la repentina pobreza de muchos ricos salta a nuestra vista, y nunca se nos ocurre que nuestros bienes, como los suyos, se encuentran sobre pendiente resbaladiza. Necesariamente caemos de más alto, si se nos hiere como de improviso. Cuando desde mucho antes está prevista la desgracia, sus golpes llegan más embotados. ¿Quieres saber que te encuentras expuesta a todos los golpes y que los dardos que han herido a los demás vibran en derredor tuyo? Supón que escalas sin armas una muralla, un fuerte ocupado por muchos enemigos y de rudo acceso: espera la muerte, y piensa que esas piedras, esas flechas y esos dardos que vuelan sobre tu cabeza los lanzan contra ti, siempre que caen a tus lados o a tu espalda: exclama entonces: «No me engañarás, fortuna; no me oprimirás considerándome yo segura o estando descuidada. Sé lo que me preparas: hieres a otro, pero te dirigías a mí». ¿Quién ha considerado jamás sus bienes como si fuese a morir? ¿Cuál de nosotros ha pensado nunca en el destierro, en el luto o la pobreza? ¿Quién, advertido para pensar en esto, no ha rechazado muy lejos tan siniestro augurio y deseado cayese sobre la cabeza de sus enemigos o del importuno consejero? «¡No creía que sucediese!» ¿Y por qué no habías de creerlo, cuando sabes que puede suceder frecuentemente, cuando ves que frecuentemente sucede? Oye este hermoso verso de Publio, que no debe olvidarse:

Cuivis potest accidere, quod cuiquara potest.

Aquél perdió a sus hijos y tú también puedes perderlos. Aquél fue condenado, tú puedes serlo también, a pesar de tu inocencia. Éste es el error que nos ciega y afemina: sufrimos lo que nunca habíamos previsto que debíamos sufrir. El que mira a los males futuros, quita su fuerza a los presentes.

Séneca - Obras Selectas

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