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~ EL ESTALLIDO SOCIAL Y EL COVID-19 ~

Germán y la Ame estaban iniciando la temporada de eventos 2019-2020 con entusiasmo. Como en años anteriores, tenían muchas reservas y, prácticamente, no tenían espacio para descansar entre septiembre de un año y marzo del siguiente. Los días que no tenían algún evento, estaban dedicados a la mantención. Había mucho trabajo cortando el pasto, arreglando las plantas, moviendo los muebles, decorando, hermoseando, en fin, haciendo lo que era necesario para que todo siempre estuviera perfecto. Permanentemente, había un sin fin de actividades que los tenía ocupados de la mañana a la noche. Era mucho trabajo, sí, pero lo hacían felices. La alegría de unos novios después de que todo había estado perfecto en el día más importante de sus vidas o la satisfacción del encargado de recursos humanos de una empresa —porque su actividad había resultado como lo esperaban— era un pago que no se medía con monedas. Ellos siempre se esforzaban al máximo para que el evento fuera una excelente experiencia para sus clientes. Atendidos por sus dueños, era una de las frases de su publicidad. Pero ese año fue diferente. Recién arrancando la temporada de eventos, ocurrieron hechos nunca vistos en Chile, hasta ese momento. Se desató una ola de violencia y de descontento social generando un verdadero terremoto a nivel país, terremoto que ellos resintieron inmediatamente.

Estallido social fue llamado posteriormente por la prensa. Se inició con la quema simultánea de más de 60 estaciones del metro y edificios públicos. Los días que siguieron fueron de saqueos a supermercados, farmacias, multitiendas. Además de la violencia propia de los saqueos, hubo mucha gente que adhirió pacíficamente a este movimiento, manifestándose en las calles. Las protestas por todo el país y los incendios en espacios públicos y privados continuaron y los enfrentamientos con las fuerzas de orden y seguridad se hicieron cada vez más frecuentes. Hubo heridos y muertos, una violencia nunca vista que generó mucho temor en la gente y, sobre todo, en los mayores, como Germán y la Ame. Ellos se asustaron, no sabían que vendría después. La convulsión social que se veía en los noticieros, que se escuchaba en la radio y las noticias que les llegaban por WhatsApp, ya fueran verdaderas o falsas, los intranquilizaba cada vez más. Se destruyeron muchos empleos, la economía del país se desplomó y por supuesto, de la noche a la mañana su negocio comenzó a decaer. Las empresas cancelaron sus reservas, los matrimonios postergaron sus fiestas o las hicieron más acotadas y lo que se veía como una promisoria temporada, fue mermada y disminuida hasta la mínima expresión.

Estaban preocupados por su país y por cómo se lograría salir de esa situación, cuando comenzaron a llegar noticias de un virus en China que había pasado del murciélago, su huésped habitual, a un animal desconocido y de ahí al ser humano. Estaba provocando una enfermedad muy contagiosa causando estragos en Wuhan, ciudad donde se había iniciado. Esta enfermedad, denominada covid-19, era provocada por un coronavirus y podía generar una enfermedad que llevaba a la muerte. En China se tomaron medidas extremas de confinamiento de la gente y se construyeron multitudinarios hospitales en diez días. Estas noticias, que se veían lejanas y que estaban al otro lado del planeta, más parecían salidas de una película de zombis o del fin del mundo, que de cualquier canal de noticias. Pronto la OMS comenzó a hablar de epidemia y luego de pandemia. La enfermedad llegó a Europa y causó estragos en Italia, Francia y España. Los hospitales no daban abasto y colapsaban por la cantidad de gente enferma y los muertos empezaron a contarse de a miles. A Chile no llegaba aún, pero había que estar preparados para lo que venía. Las noticias decían que los adultos mayores eran los más afectados y, no conociéndose aún los tratamientos o formas de prevención, el aislamiento parecía ser lo más prudente e indicado.

A comienzos de marzo ocurrió lo esperable, lo que era muy difícil de evitar. Los periódicos, noticieros, redes sociales, estallaron. El coronavirus había llegado a Chile, había sido detectado en un hospital de Talca en una persona que venía desde Europa. Chile ya no estaba libre. Era cosa de tiempo que se difundiera por todo el país y que llegara a Santiago. Estábamos mejor preparados que Europa, ya que habíamos visto lo que les había ocurrido a ellos, pero tampoco teníamos la experiencia y el conocimiento para tratar esta enfermedad. El sistema sanitario se fue preparando para hacer frente a lo que venía, se veía duro el futuro, no se tenía experiencia en una situación como esta. Comenzaron las primeras limitaciones al movimiento de las personas y en el horizonte se veía el confinamiento o la cuarentena como una medida extrema que podía ayudar a contener la diseminación del virus.

Luis, hermano menor de Germán, uno de los nueve, era un topógrafo que trabajaba en distintas obras de construcción vial a lo largo del país. Su profesión y trabajo lo llevaban a moverse con camas y petacas a donde se estaban ejecutando las obras. Había vivido en todo Chile y en los lugares más extremos. Ahora no era la excepción, estaba trabajando en una obra en Porvenir, región de Magallanes y la Antártica Chilena. Dada la lejanía, Luis juntaba sus permisos de descanso y cuando tenía suficientes días viajaba al norte, a la región de Valparaíso, donde vivía y estudiaba su única hija. Este marzo del coronavirus, Luis se encontraba de permiso y ya debía volver a su trabajo, pero como siempre, pasaría sus últimos días de descanso en la casa de su hermano Germán.

Llegó el momento de volver, Luis alistó sus cosas, revisó que tenía todos sus documentos y su pasaje en regla, se despidió de Germán y la Ame y se fue al aeropuerto. En cuanto llegó se dirigió al mesón, para entregar su equipaje y chequearse para el vuelo. Había mucha gente, como nunca. La fila no avanzaba. Esto era totalmente poco usual. Acostumbrado a viajar por Chile, Luis sabía que este trámite era rápido y expedito, no se acumulaba la gente a menos que hubiera algún problema. Esperó pacientemente por algunos minutos, seguramente había algún inexperto haciendo este taco. Aprovechó de revisar sus mensajes en el celular, luego revisó algunas noticias, cuando un titular llamó poderosamente su atención. El aeropuerto Carlos Ibáñez del Campo de la ciudad de Punta Arenas, había cerrado sus puertas a los pasajeros, debido a la pandemia de coronavirus. Sus ojos no daban crédito a lo que estaba leyendo, no entendía a cabalidad lo que decía ese titular. Cómo se iba a cerrar el aeropuerto, si él estaba en la fila para chequearse en el avión que lo llevaría a esa ciudad, para luego transportarse a Porvenir, a su lugar de trabajo. Levantó la vista y solo vio a las personas que esperaban pacientemente a su alrededor. Miró a quien estaba en el puesto detrás de él en la fila y le pidió que le cuidara el lugar. Tenía que ir a preguntar que estaba pasando, no se iba a quedar esperando en la fila eternamente. Encontró a un funcionario de la línea aérea, quien, cuándo le preguntó, se levantó de hombros y dijo no tener ninguna información. Entonces fue más allá, donde se acumulaba un mayor número de personas y escuchó en forma creciente el rumor de que no podrían viajar, que el aeropuerto de destino estaba cerrado. Pero, ¿por qué? ¿Qué había pasado para que se tomara esta decisión tan drástica? Él estaba en el aeropuerto esperando para abordar el avión y ¿ya no podía viajar? ¿Por cuánto tiempo sería esto?, ¿Qué pasaría con su trabajo? Las preguntas se arremolinaban en su cabeza cuando escuchó por altoparlante lo que no quería escuchar. El aeropuerto Carlos Ibáñez del Campo, ubicado en las afueras de la ciudad de Punta Arenas, había cerrado sus puertas. Listo, no había nada más que hacer, la información era oficial. Sentía que un mazo había caído sobre su cabeza, no podía pensar. Se había quedado botado en el aeropuerto de Santiago. ¿Por cuánto tiempo? No sabía la respuesta. Lo primero que atinó fue llamar a su hermano Germán y le dijo escuetamente: “Se cerró el aeropuerto de Punta Arenas, no sé hasta cuándo”. Fue cuando sintió desde el otro lado del teléfono, con la calidez de siempre, “y……, vente para acá el tiempo que sea necesario”. Esta respuesta no extrañó para nada a Luis. Germán y la Ame siempre lo habían recibido con los brazos abiertos, nunca le habían negado su hospitalidad y esta tampoco sería la ocasión.

La situación era incierta, no sabía qué pasaría con su trabajo si no podía volver, pero de momento el tema de alojamiento estaba resuelto. Sin pensarlo más, salió del aeropuerto y tomó un taxi a Pirque, de vuelta a la casa de su hermano.

Había estado horas en el aeropuerto, sin ninguna precaución, lo que lo inquietaba. Luis era de los hermanos menores de Germán, y los distanciaban más de quince años. Por lo que, si había contraído el coronavirus, esto podía ser fatal para Germán y la Ame. No lo dudó por ningún momento y apenas llegó se puso en cuarentena. Se fue a dormir al Torreón, una bella construcción que Germán había hecho simulando un castillo. Él quería un castillo para su reina, la Ame y se lo construyó. Estaba a unos veinte metros de la casa principal, separado por un patio empedrado con una fuente en el medio. Todo rodeado de grandes y hermosas plantas, dando un marco majestuoso, único, bello, que los novios y sus fotógrafos sabían aprovechar muy bien cuando se trataba de dejar registro del día más importante de sus vidas. Sin duda, era un lindo lugar, un bello espacio el que había construido Germán. En el Torreón, había tres dormitorios y un baño. Un espacio suficiente para instalarse un tiempo prudente de quince días, hasta asegurarse de no presentar síntomas del temido covid. La comida se la llevaban en bandeja y había suficiente espacio para salir a caminar por la parcela, sin necesidad de entrar en contacto con Germán y la Ame.

Pasó una semana, dos, las que luego se convirtieron en un mes, dos meses. Luis había perdido su trabajo. Al no poder volver a Porvenir y ante la incertidumbre de la situación, la empresa lo finiquitó. Ahora no tenía sentido volver, solo tenía que ir a buscar algunas cosas. Los pocos días que esperaba pasar en la casa de su hermano al final de su periodo de descanso, se habían convertido en meses y no sabía a ciencia cierta cuanto tiempo más se quedaría.

Germán y la Ame integraron a Luis en sus actividades diarias, era uno más. Después de su periodo de quince días de cuarentena en el Torreón, se mudó a una habitación en la casa principal, por lo que convivía cotidianamente con ellos. No salían de la parcela desde que había comenzado la pandemia. Eso les daba tranquilidad, ya que así no podían contagiarse.

Ya era mayo, casi habían pasado dos meses desde el primer caso de covid-19 en Chile, los enfermos aumentaban y los hospitales se llenaban de gente. Las urgencias colapsaban y los noticiarios traían noticias de cómo se iban llenando las camas críticas disponibles. Los hospitales, públicos y privados iban convirtiendo espacios a camas covid-19 para hacer frente a esta contingencia. Cuando no había suficiente lugar en un hospital, se buscaban camas disponibles en otros hospitales, en otras ciudades. Es así como se veían operativos aéreos trasladando gente enferma, de manera que pudieran acceder al ventilador que requerían, al oxígeno que necesitaban y al cuidado preciso. A pesar de todos estos esfuerzos, los fallecidos por esta enfermedad seguían aumentando. Germán, la Ame y Luis vivían en un pequeño oasis de tranquilidad. En la parcela estaban protegidos, mientras no salieran de ahí, nada les podía pasar.

Mi voluntad

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