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LOS CAMPESINOS

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Desde tiempos remotos, los descendientes de los primitivos polanos2 se dedicaron a labrar la tierra y producir trigo, avena, centeno y mijo, convirtiendo al país en el granero de Europa. En el otoño, los hombres recorrían la inmensidad de los campos con el arado, para abrir los surcos y sembrar. Durante el invierno, el cereal germinaba bajo la nieve, para lucir en primavera su intenso color dorado, salpicado de amapolas rojas.

Con la llegada del verano, se comenzaba a escuchar el chirriar del hierro al rozar contra la rueda de piedra, cuando los campesinos concurrían a la herrería para renovar el filo de las guadañas. Las mujeres colaboraban en la siega del cereal, transformando el bello paisaje en gran cantidad de parvas. Las cargaban en carros para trasladarlas a los galpones y, a golpes de palo, desprendían los granos de la espiga; con una zaranda separaban la paja del trigo para llevarlo al molino y molerlo para convertirlo en harina. Las semillas de amapolas las usaban para repostería.

Cuando en épocas antiguas se malograba alguna cosecha de cereal y las guerras mantenían a los hombres en los campos de combate, gran parte de las poblaciones sufrían hambre. A partir del cultivo de papa, el alimento venerado por los pueblos precolombinos y llevado al viejo continente por los conquistadores de América, se pudo erradicar el flagelo. El tubérculo, sencillo de cultivar y cosechar, fue usado para servirlo en la mesa y alimentar a vacas y cerdos.

En las huertas tenían plantaciones de manzanos, perales, cerezos, guindos y ciruelos. Con la llegada de un invierno muy frío, los troncos reventaban y los árboles se secaban.

Los habitantes de los pequeños poblados vivían en casas modestas, obtenían el agua de los pozos y, al caer la noche, iluminaban el interior de sus viviendas con lámparas de kerosene.

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