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UNA IDENTIDAD OCULTA Y LAS PUERTAS ABIERTAS: LA HISTORIA DE ESTER Y LA MÍA

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Ester era una mujer judía que se crio con su primo Mardoqueo. Los judíos eran una minoría desalojada y dispersa por las provincias del rey Jerjes de Persia. La historia inicia describiendo cómo era la vida de una reina ante los caprichos de un rey ególatra. La trama dio un giro desafortunado cuando la reina Vasti se negó a exhibirse frente a un grupo de hombres posiblemente borrachos por petición del rey. Entonces el rey Jerjes la destituyó y procuró reemplazarla con otra mujer. Ella era la reina de Persia, pero seguía siendo una mujer prescindible y reemplazable dentro de una sociedad patriarcal. Aunque la destitución de la reina Vasti fue injusta, su acto de resistencia permitió que Ester llegara al palacio del rey.

Al principio, Mardoqueo le pidió a Ester que ocultara su identidad étnica de los demás. De esto colegimos que ella podía adaptarse bien a las costumbres persas. Ester era una mujer mestiza en medio de dos mundos.1 Ella calzaba en la cultura dominante de la época y Dios le otorgó Su favor en una situación compleja y opresiva.

El hecho de que no me hacía escuchar cuando la mayoría cultural de mi comunidad atacaba mi grupo étnico, era una señal de que me había adaptado a la cultura dominante a mi alrededor. Como mujer mestiza y bicultural que vivía en dos mundos diferentes, yo también entendía cómo adaptarme a la cultura mayoritaria mientras crecía en una familia mexicana-estadounidense. Las personas no se daban cuenta de inmediato que yo pertenecía a una minoría, como también sucedía con Ester. Si yo no revelaba la información pertinente, mi piel clara y mi español pobre hacían que las personas asumieran mi identidad y mi situación de vida.

Por otro lado, en mi familia latina, mi complexión clara y mi español deficiente me enajenaban. Cuando visitaba a mis parientes en México, me veían como una extranjera. Sin embargo, en Estados Unidos tampoco encajaba del todo, aunque superficialmente pareciera que me acoplaba a la cultura general de este país. A pesar de que estaba cómoda y me identificaba con ambos contextos, no me sentía como en casa en ninguno de los dos. Vivir en ese punto intermedio puede ser difícil. Sin embargo, así como Ester, yo descubrí que me abrió nuevas puertas.

Al ser una recién convertida en una comunidad cristiana de mayoría blanca, me solían preguntar: «¿Y tú eres mexicana, blanca o ambos?». Aunque yo lucía como ellos físicamente, podían notar que mi apellido era distinto. Con el propósito de categorizarme, me sometían a preguntas incómodas como esa. Sin embargo, la respuesta era sencilla: sí, soy latina, pues mis padres son latinos.

Es probable que haya heredado el color de mi piel de mi familia materna. Ya de adulta, le pregunté a mi madre en una ocasión por qué su piel era más clara que las de sus hermanos. Ella respondió que mi abuela le decía que su piel era más clara porque cuando la tenía en el vientre consumió muchas sales de Epsom. Si bien esta historia parecía un relato inofensivo de una mujer anciana, fue devastador descubrir que ese era el método que les recomendaban a las mujeres latinas pobres para que abortaran a un hijo no deseado. Fue por historias como esta que mi madre no conoció mucho sobre su propio linaje, excepto que mis abuelos trabajaban en una granja con dueños blancos y que jamás aprendieron a hablar inglés. Mi madre relataba con cariño historias de su niñez, pero yo sabía que existían ciertas experiencias atroces que ella guardaba en su corazón. Nunca más pregunté por el color de mi piel.

Esa historia revela un pecado terrible perpetrado contra mi madre. Fue el acto cruel de comunicarle que no era valiosa ni querida. Esto fue un daño hacia la imagen de Dios en ella desde pequeña. La historia de Ester también versa sobre los daños internos y el pecado que la rodeaba. Ella vivía en una sociedad que consideraba inferiores y remplazables a las mujeres. No obstante, Dios, en medio de aquella injusticia, le abrió las puertas a Ester.

A pesar de que la historia detrás de mi color de piel estaba marcada de dolor, aún era parte de mí. Así, cuando mis amigos blancos me hacían sus preguntas inquisitivas, yo respondía de manera ambigua y cambiaba de conversación, ansiosa por ocultar que, en efecto, yo era de muchas formas diferente a ellos. Al igual que Ester, yo quería mantenerlo en secreto.

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