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LA SOLIDARIDAD, UNA OPCIÓN RIESGOSA

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Puesto que Dios le otorgó gracia a Ester ante las personas del palacio real, ella logró conseguir el afecto del rey y ser coronada reina de Persia. Ella mantuvo su identidad étnica en secreto como le había instruido Mardoqueo. Todo marchó en orden hasta que Amán, uno de los aliados de confianza del rey Jerjes, decidió que la destrucción de todos los judíos era la venganza perfecta contra su enemigo Mardoqueo, al cual odiaba porque jamás se inclinaba ante él como lo hacían los demás. Mardoqueo solo se inclinaba ante Dios y por eso Amán convenció al rey de aniquilar a los judíos, pues, según él, no eran súbditos leales.

Cuando Mardoqueo descubrió la treta, decidió acudir a la prima que había criado como a una hija y que ahora vivía con el rey. Tanto su primo como los demás judíos requerían que Ester ya no ocultara su origen, sino que lo aceptara por el bien de su pueblo, incluso si ello suponía un gran riesgo para ella. Ester sabía que eso le costaría todo lo que había alcanzado. Sin embargo, Mardoqueo le habló de este modo: «¡Quién sabe si no has llegado al trono precisamente para un momento como este!» (Est. 4:14). Quizás ese fue el motivo de que Dios le otorgara tanto favor. ¿Puede ser que todo esto ocurriera con el propósito de rescatar al pueblo del Señor? La respuesta parece ser afirmativa cuando examinamos las acciones y los riesgos que tomó Ester para salvar a los judíos.

El erudito bíblico Walter Kaiser afirma que si el Antiguo Testamento tuviera un versículo donde se exprese la gran comisión, ese sería Génesis 12:3: «¡Por medio de ti [Abram] serán bendecidas todas las familias de la tierra!». Kaiser percibe en este versículo «la primera articulación del propósito y el plan de Dios de ver que el mensaje de Su gracia y Su bendición alcanzara a todas las personas de la tierra».2 El papel de Ester en esta comisión del Antiguo Testamento no fue pequeño. Dios usó a Su reina de Persia mestiza en un momento crítico de Su plan redentor y ella aceptó la responsabilidad con dignidad.

Tras convertirme a Cristo, seguí viviendo en el mundo al que me había adaptado. Cuando me mudé fuera del país junto a mi esposo Eric, el Señor me recordó mi identidad étnica y cultural. Al inicio de mi matrimonio, nos fuimos a vivir al mundo árabe para servir en un ministerio paraeclesiástico junto a otros creyentes locales en el norte de África. Algo en la cultura árabe me recordaba a mi familia en el sur de Texas. El amor leal con que las personas se relacionaban con sus familiares y amigos y los valores que determinaban cómo ellos interactuaban con el mundo me recordaron el contexto donde crecí. Esto me permitió rápidamente entablar amistades profundas con mis vecinos árabes. Sin duda fue un regalo de parte de Dios.

Entonces, por primera vez tras aceptar a Jesús, me cuestioné si mi cultura era una carga que debía abandonar a los pies de la cruz. Quizás Dios me había hecho latina por una razón. ¿Sería en beneficio de Su gloria y Sus propósitos para el mundo? Esta revelación me llevó a ejercer el ministerio entre latinos universitarios cuando regresé a Estados Unidos después de un año. Quizás era tiempo de aceptar la totalidad de mi identidad por el bien de la misión de Dios.

Cuando adquirí esta nueva perspectiva, me comprometí con la comunidad latina e inicié mi progreso hacia la compleción de mi identidad étnica. Fue una etapa de mi vida importante y de mucha sanidad. Sin embargo, el contexto en Estados Unidos empeoró cuando la situación con la comunidad latina cambió y los problemas de inmigración alcanzaron nuestro ministerio.

Yo ejercía el ministerio con estudiantes latinos en una universidad conservadora y había presenciado cómo el Señor hizo crecer el ministerio de 10 a 150 personas en solo tres años. Al profundizar más en mi propia comunidad, las dificultades de nuestros estudiantes indocumentados suscitaron tensión y dolor. El 10 % del liderazgo de nuestro ministerio eran personas indocumentadas. Estos eran hombres y mujeres que amaban a Dios y les apasionaba trabajar para Él. No obstante, se estaba aceptando una legislación en nuestro estado que les dificultaba la vida a ellos y a sus familias. La actitud en el campus también sufrió cambios y los estudiantes latinos se convirtieron en el blanco de mucha de la frustración y la ansiedad presentes en la sociedad en general. Recuerdo que una vez varios de nuestros líderes latinos participaron en una «sentada» en el campus y ciertos estudiantes blancos pasaban y gritaban obscenidades raciales. Uno de ellos gritó: «Son todos unos cerdos y deberíamos fusilarlos».

Uno no podía mirar a nuestros amigos y descifrar su estado migratorio. Estos insultos de odio e instinto asesino se dirigían a toda persona de piel trigueña en los alrededores. Como latina de piel clara debía tomar una decisión. ¿Seguiría con mi timidez de años atrás y permitiría que esas actitudes continuaran? ¿Entonces debía sacrificar mi reputación para ser solidaria con mi comunidad? ¿Me atrevería a proclamar la verdad y afirmar que las personas latinas también fuimos hechas a la imagen de Dios y no es correcto afrentar contra este hecho?

Para mí, una mujer líder mexicana-estadounidense, ya no era una opción esconderme detrás de mi tez clara. Dios me había llamado a aceptar la totalidad de mi identidad por el bien de Su misión y por el bienestar de Sus hijos. Así lo hice: me convertí en defensora de la comunidad latina para luchar contra las dificultades que nos afectan. Miré a los ojos a mi equipo de latinos indocumentados y les prometí que sus batallas también serían mías sin importar el costo. Aunque no conocía sus historias a cabalidad, yo los apoyaba y estaba dispuesta a ejercer mi influencia para efectuar un cambio.

Me esforcé por explorar mis posibilidades en el ministerio a gran escala e incluso más allá para defender a mi pueblo. Esto suponía riesgos para mí, pero, así como Ester, yo consideraba esta causa digna de mi vida misma. Además, mi riesgo no podía compararse con las dificultades que enfrentaban los estudiantes latinos indocumentados. Tanto ellos como sus familias requerían asistencia y un cambio.

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