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CONTRA LA DECADENCIA DE LA CIUDAD

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El siglo IV a.C. ateniense fue una época de grave crisis y de desintegración social. La guerra del Peloponeso había roto el equilibrio tradicional de la sociedad: los agricultores pobres, arruinados por la crisis, así como los que habían quedado heridos en la guerra, se veían obligados a malvender sus tierras a los grandes propietarios y a emigrar a la ciudad, provocando un aumento del desempleo urbano y dando lugar a brotes de violencia civil especialmente graves. Los ricos se organizaron en agrupaciones políticas denominadas hetairias para la defensa de sus intereses, y los pobres, por su parte, se congregaron en thiasos, una especie de cofradías religiosas que fueron evolucionando hasta convertirse en grupos de ayuda mutua y en algo parecido a sindicatos que no tenían empacho en usar métodos expeditivos y violentos en la defensa de sus intereses. Atenas no solo había perdido la guerra sino que su moneda misma perdió valor por el agotamiento de la mina de plata de Laurion, cerca del cabo de Sunion, que había sido la fuente de la riqueza de la ciudad. En gran manera, la teoría política de Platón fue un intento de resolver los problemas reales de gentes muchas veces sin esperanza.

Hay que tener presente que Atenas y Esparta fueron algo más que adversarias en el control de Grecia. Simbolizaban, además, dos maneras distintas de entender la vida y las relaciones humanas, y esa lejanía espiritual es básica para comprender lo que significó para los atenienses el drama de la derrota. La Atenas intelectual y artística se oponía a la Esparta militarizada. En el mundo antiguo se decía que cuando aparecía un griego pálido, ojeroso y hasta desteñido, era un ateniense, pues estos dedicaban su tiempo a la lectura, encerrados en casa. En cambio, cuando se veía un griego tostado por el sol, enérgico y gritón, era un espartano, avezado en la práctica militar. Por eso la derrota ateniense representa una herida moral muy profunda, en la medida en que se hunde un estilo de vida. Platón creyó siempre que fue la democracia, la supeditación de la virtud a la opinión de la mayoría, lo que provocó la derrota. Por ello no se debe pensar que Platón admirara a Esparta: un gobierno basado en el miedo, creía, estaba condenado a fracasar siempre. La violencia nunca puede suplir a la ley.

La propuesta de Platón para solucionar la crisis del Estado fue poner a la Ciudad en manos de unas minorías cuyo rasgo distintivo no fuera la posesión de dinero ni el ejercicio de la violencia, sino su amor por el conocimiento. Son los sabios, es decir, aquellos que se han consagrado a la búsqueda de la verdad, quienes deben gobernar. El resto, hoi polloi, literalmente «los numerosos», no comprenden lo esencial y por consiguiente se convierten en un peligro cuando gobiernan.

Si algo alienta su obra es un esfuerzo titánico por vincular profundamente el poder político con la razón. Todos los males de la política provienen, a decir del filósofo, del hecho de que son las opiniones, las pasiones y los intereses, en vez de la razón, los que gobiernan las decisiones de los humanos. En política, las gentes se preocupan de su propio bien, sin entender lo que significa la palabra «bien» y cada cual tiene su propia opinión sobre lo justo y lo injusto sin comprender qué es en realidad la Justicia en sí misma. En esa confusión, en esa incapacidad de discernir entre las propias opiniones, subjetivas y cambiantes, y la verdad, se halla el origen de la decadencia. Mientras no se pase de la opinión al saber, mediante el razonamiento filosófico y el conocimiento del alma humana, la política no será más que una pura gestión de intereses contradictorios y acabará por degenerar en violencia. No es que las opiniones políticas sean por sí mismas falsas; las opiniones, en política, siempre tienen suficiente fuerza como para arrastrar a la acción y por ello mismo deben ser valoradas. Pero las opiniones cambian, como los tiempos, y cuando eso sucede, cuando cada cual sigue el camino de su propia subjetividad sin buscar la razón común, entonces la crisis de la ciudad se vuelve inevitable.

Hay otra razón de la decadencia de la ciudad, según la opinión de Platón, que tiene también una difícil solución fuera del ámbito de la filosofía. Se trata de la articulación entre la individualidad y lo colectivo. Cuando la ciudad prospera, florecen los individuos más creativos —los grandes artistas y dramaturgos de la época de Pericles, por ejemplo—, pero esa misma exageración de la individualidad se vuelve funesta en momentos de crisis. El individualismo debe ser evitado y sustituido por una fuerte conciencia colectiva que sitúe la ciudad por encima de todos los intereses cambiantes y de las subjetividades vanas. Toda la teoría política de Platón insiste en que la única forma de luchar contra la crisis de la ciudad es una ley objetiva, racional y derivada de la naturaleza misma de los humanos. Pero esa ley significa también, y en primer lugar, la superación de la subjetividad.

Platón fue el primero en transitar desde una concepción de la política limitada a la administración del poder a otra preocupada por su propio fundamento. Hacer política, en el sentido platónico de ese concepto, es actuar poniendo la ley y la racionalidad en el lugar donde los malos gobernantes sitúan tan solo la gestión de los intereses. En la filosofía platónica, el poder, entendido como dominio, es una de las facetas menos importantes de la acción política. El auténtico poder es el de la razón, el conocimiento y la verdad. En la política de Platón existe algo que puede denominarse «la verdad» y que es conocido por el alma racional. Platón vincula el poder a esa verdad: solo quien gobierna desde el conocimiento del alma será, estrictamente hablando, un buen político. El alma y el conocimiento constituyen el único fundamento (racional) del saber político. Platón libera así la política de la estrategia y lo circunstancial. Esta concepción es contradictoria con un régimen de opinión pública como el de la democracia de Pericles, donde el discurso sobre la ciudad no tenía en cuenta el discurso del alma y el conocimiento.

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