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DE CONTINUIDADES Y RUPTURAS

El conde de Romanones afirmó que «Almería era una de la provincias más cuneras de España». No le faltaba razón al conde si nos atenemos a las elecciones generales de 1910, en las que todos los diputados elegidos por la provincia fueron cuneros. En realidad, la presencia de diputados cuneros se había incrementando desde el último tercio del siglo XIX hasta alcanzar casi un setenta por ciento entre 1903 y 1923. El aumento del cunerismo político en la provincia de Almería fue paralelo a dos procesos: la conversión en rentista de la burguesía minera y comercial, que había protagonizado el empuje económico exportador de la primera mitad del siglo XIX y había estado presente en las Cortes en los momentos clave de la consolidación del liberalismo, junto al fraccionamiento y la debilidad de los partidos del turno provinciales que dejaron Almería sin los referentes políticos fuertes y estables que la habían caracterizado hasta finales del Sexenio Democrático.

Muchos de los hijos de aquellos emprendedores se hicieron rentistas a lo largo de los años de la Restauración y abandonaron la idea de pesar por sí mismos en Madrid. Prefirieron mantener estrechas relaciones con los líderes de las distintas facciones de los partidos del turno y quedarse controlando, desde sus redes de clientes, los hilos del poder local y provincial. Estas relaciones, trenzadas durante el reinado de Isabel II, se consolidaron en los años de la Restauración no solo en las zonas rurales, sino también en el propio núcleo urbano de la ciudad de Almería, donde instrumentos como la dirección de la Junta de Obras del Puerto constituyeron un eficaz resorte por el que fluyó el favor y la influencia a lo largo de gran parte del primer tercio del siglo XX.

El clientelismo lo inundó todo. Políticos reformistas, como Augusto Barcia Trelles –ministro de Gracia y Justicia tras las elecciones de febrero de 1936, que dieron el triunfo al Frente Popular–, desembarcaron en Almería en 1914 y se asentaron en la importante red clientelar liberal existente en el distrito de Vera, hasta el punto de que tendría serios obstáculos para, debido a su pasado caciquil, ser aceptado en la candidatura frentepopulista de la provincia. Y es que el clientelismo y el cunerismo exasperaron a los grupos de oposición al sistema, y no faltaron las campañas ni la movilización ciudadana contra el caciquismo. Aunque fueron efímeras, pusieron de relieve un grado de contestación urbana que aunó a grupos tan dispares como republicanos y socialistas con mauristas. Ante todo, se creó un sentimiento que cuajó especialmente entre la juventud que asumiría años más tarde las riendas del poder local y provincial de la II República. Llamamientos como: «Almerienses, si aún amáis a la patria y a la tierra donde nacisteis, poned en las candidaturas que depositéis en las urnas el domingo próximo: ¡Dato, no! ¡García Prieto, no! ¡Maura, no! ¡Romanones, no! ¡Fuera, fuera todos!», solían terminar con el grito de «¡¡Almería sin diputados!!», ante las sucesivas convocatorias electorales de la segunda década del siglo XX.

Óscar Rodríguez Barreira, el autor de este libro, señala el encumbramiento de los políticos de la dictadura de Primo de Rivera en los primeros ayuntamientos del primer franquismo en Almería, y la perpetuación y continuidad que encuentra el clientelismo remodelado en los poderes locales y provinciales franquistas. No le falta razón. El descuaje del caciquismo y la depuración política y administrativa llevada a cabo por las autoridades de la dictadura de Primo de Rivera contra la vieja política almeriense apenas superaron los seis primeros meses. La fiebre regeneracionista de los primeros momentos alejó del poder a quienes durante años habían sustentado y se habían favorecido de la presencia de políticos cuneros, y dejó pervivir en el medio rural a los caciques tradicionales y sus redes clientelares, lo que dio lugar a un nuevo caciquismo de partido único. Nuevos caciques que, procedentes del maurismo o del catolicismo sociológico, nutrieron la Unión Patriótica, el Somatén y los cargos públicos de las instituciones locales y provinciales durante la dictadura para encontrarlos en los años de la II República como firmes bastiones de Acción Popular y otros partidos de derechas. Gran parte de ellos volverían a protagonizar la escena política almeriense una vez finalizada la Guerra Civil. Eso sí, adaptándose a la nueva situación creada por la dictadura: la de un poder local facistizado.

Tal vez, la figura de Francisco Pérez Cordero, primer gobernador civil de Almería (1939-1940), condensa las continuidades del pasado caciquil y las prácticas clientelares que reaparecen en el franquismo. Su padre, Emilio Pérez Ibáñez, había sido un destacado dirigente conservador de la Almería de entre siglos, diputado en Cortes en 1884, 1891, 1893 y 1899, y líder indiscutible de la importante fracción silvelista de la provincia. Pérez Cordero fue alcalde de la ciudad de Almería entre el 15 de diciembre de 1915 y el 25 de mayo de 1917, concejal durante los años de la dictadura de Primo de Rivera, enlace entre los dirigentes madrileños de FE-JONS con Almería en 1933, para recalar en Renovación Española en los años finales de la República, un partido más acorde con su edad, trayectoria y pensamiento. En abril de 1939, cuando ya era gobernador franquista, reivindicó haber sido el primer jefe de Falange en Almería a finales de 1933 y trató de adaptar su trayectoria personal a las necesidades del momento y también de reinventar su pasado y, a la vez, el de la Falange almeriense.

Y es que el Nuevo Estado franquista no redujo el poder de los notables, al contrario, construyó un sistema en el que estos fueron capaces de satisfacer sus necesidades sin las interferencias de la opinión popular. Las viejas redes clientelares locales buscaron acomodarse a la nueva situación de partido único de la dictadura, y llegaron no solo a infiltrase en FET-JONS, sino que, en algunos casos, incluso la constituyeron y lideraron.

Una de las virtudes de este libro es que muestra cómo la vida política oficial del franquismo no fue, precisamente, una balsa de aceite. Lejos del mito construido por la dictadura, los años cuarenta estuvieron plagados de conflictos en penumbra protagonizados por las diferentes redes políticas y sociales que formaron la coalición reaccionaria en la que se sustentó el franquismo. Fue frecuente que las redes clientelares de los antiguos políticos derechistas con relevancia durante la II República se auparan al poder y quedaran integradas en los nuevos ayuntamientos, del mismo modo que las que no lo conseguían intentaran penetrar en FET-JONS o, como sucedía en múltiples ocasiones, lograran copar ambas instituciones ejerciendo una hegemonía total en sus pueblos. Poco margen para reaccionar les quedó a los, escasos, camisas viejas almerienses que sobrevivieron a la guerra. En las localidades pequeñas, la persistencia de las derechas tradicionales y la inexistencia de ruptura política fue lo habitual. La construcción no consensuada del poder municipal –designación como alcaldes y ediles de caciques y amigos del gobernador– fue lo habitual y el principal motivo de conflicto.

De todo ello escribe, y sobre ello se pregunta, Óscar Rodríguez Barreira en Miserias del poder, un libro que aborda la construcción del poder local durante la posguerra desde una perspectiva reticular y desde abajo. Una obra en la que se pretende constatar, desde el ámbito local, «los intereses materiales de quienes detentaban el poder, calibrar la capacidad proselitista del franquismo, analizar el peso de la familia y las redes clientelares en la dinámica política o dilucidar la continuidad o ruptura de los cuadros políticos de la dictadura».

La obra está concebida en tres capítulos. El primero aborda la narración de la Guerra Civil en Almería a través de los ojos y las experiencias rememoradas por las derechas: la construcción de las redes sociopolíticas en torno a la Quinta Columna, la configuración de los futuros cuadros políticos del franquismo y la evolución de las actitudes sociales y de resistencia a la República y la guerra... El segundo capítulo presta especial atención a las dinámicas de exclusión de la política republicana y al nacimiento de FE-JONS para, luego, poner el acento en el Frente de Juventudes y Auxilio Social, dos de las delegaciones de la renacida FET-JONS con mayor proyección social, cuyo análisis ofrece una explicación del papel desempeñado por el partido único en el Nuevo Estado. El último capítulo se ocupa del poder en las instituciones locales y provinciales durante los años cuarenta. Los conflictos entre las jefaturas de FET-JONS y los gobernadores civiles hasta que el poder central impuso la unificación de cargos, la renovación de los cuadros políticos intermedios del franquismo, el perfil de los dirigentes franquistas de los años cuarenta y, sobre todo, la interacción entre lo viejo y lo nuevo, dando especial relevancia a las redes de poder de los notables y a la renovación fundamentada en las redes sociopolíticas construidas durante la traumática experiencia bélica, completan una investigación que, como podrá observar el lector, llena esta obra de sugerencias y reflexiones que nos acercan, con rigor, a un pasado no muy lejano y hasta ahora poco conocido.

Como se podrá comprobar, el libro que nos ofrece Óscar, fruto de una madura reflexión que concluyó en una excelente tesis doctoral, es un buen libro de historia que va a contribuir, sin lugar a dudas, a oxigenar la esclerotizada historiografía sobre el franquismo en Andalucía en lo que respecta a las instituciones locales. Es también una aportación notable al debate estatal sobre los apoyos sociales de la dictadura y al del funcionamiento del poder bajo el franquismo. En definitiva, este libro ayudará al lector a formarse una valoración del lugar que debe ocupar el franquismo en la historia contemporánea de España. Una obra, en suma, que hace una eficaz demostración de los caminos que hay que transitar para hacer buena historia.

FERNANDO MARTÍNEZ LÓPEZ

Catedrático de Historia Contemporánea

Cabo de Gata (Almería), junio del 2009

Miserias del poder

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