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El Primer Mandamiento

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No tendrás dioses ajenos delante de mí.” (Éxodo 20:3)

Consideremos brevemente su significado. Notamos su número singular: “tú”, no “ustedes”, dirigiéndose a cada persona individualmente, porque cada uno de nosotros está involucrado aquí. La frase “No tendrás dioses ajenos” implica fuertemente el significado de que tú no deberás tener, poseer, buscar, desear, amar o adorar a ningún otro. Estos son llamados “dioses ajenos” no porque lo sean, sea por naturaleza o por oficio (Salmo 82:6), sino porque los corazones corruptos de los hombres los hacen y estiman como tal, por ejemplo ver Filipenses 3:19 (“cuyo dios es el vientre”). La fuerza de las frases “Delante de Mí” o “Mi rostro”, se puede evaluar mejor al ver Su palabra a Abraham, “Anda delante de mí y sé perfecto” o “recto” (Génesis 17:1), es decir, condúcete con la conciencia de que estás siempre en Mi presencia, que Mi ojo está continuamente sobre ti. Esta idea es muy penetrante. Estamos siempre listos para descansar satisfechos con tan solo sentirnos aprobados delante de los hombres y mantener una presentación razonable de santidad exterior; pero Jehová escudriña nuestro más íntimo ser y no podemos encubrir de Él ninguna lujuria, secreto o ídolo escondido.

Ahora consideremos el deber positivo ordenado por este primer Mandamiento. Dicho brevemente es este: Tú deberás escoger, adorar y servir a Jehová como tu Dios, y solo a Él. Siendo quien Él es (tu Hacedor y Gobernador, la Suma de toda excelencia, el Objeto supremo de adoración) Él no admite rival y nadie puede competir contra Él. Observa la absoluta razonabilidad de esta demanda y la locura de infringirla. Ese mandamiento requiere de nosotros una disposición y conducta adecuadas a nuestra posición delante del Señor nuestro Dios, quien es el único Objeto apropiado de nuestro amor y el Único capaz de satisfacer el alma. Requiere que tengamos un amor por Él más fuerte que todos los otros afectos, que lo tomemos a Él como nuestra más alta porción, que le sirvamos y obedezcamos supremamente. Requiere que todos esos servicios y actos de adoración que prestamos al Dios verdadero sean hechos con la máxima sinceridad y devoción (esto está implícito en la frase “delante de Mi”), excluyendo negligencia por un lado e hipocresía por el otro.

Al señalar los deberes requeridos por este mandamiento, no podemos menos que citar la Confesión de Fe de Westminster. Estos son “el conocimiento y reconocimiento de que Dios es el único Dios verdadero, y nuestro Dios (1 Crónicas 28:9; Deut. 26:17, etc.); y adorarlo y glorificarlo en consecuencia (Salmo 95:6, 7; Mateo 4:10, etc.), por medio del pensamiento (Malaquías 3:16), de la meditación (Salmo 63:6), de los recuerdos (Eclesiastés 12:1), la alta estima (Salmo 71:19), la honra (Malaquías 1:6), adoración (Isaías 45:23), de nuestra elección (Josué 24:15), amor (Deuteronomio 6:5), deseos (Salmo 73:25), temor (Isaías 8:13), fe en Él (Éxodo 14:31), confianza (Isaías 26:4), de nuestra espera (Salmo 103:7), nuestro deleite (Salmo 37:4), de nuestro gozo en Él (Salmo 32:11), nuestro celo por Él (Romanos 12:11), invocaciones, dándole toda adoración y agradecimiento (Filipenses 4:6) y rindiendo toda obediencia y sumisión a Él con todo nuestro ser (Jeremías 7:23), teniendo cuidado de agradarle en todas las cosas (1 Juan 3:22), y afligidos cuando en cualquier cosa Él es ofendido (Jeremías 31:18; Salmo 119:136), y caminando humildemente con Él” (Miqueas 6:8).

Todos estos deberes pueden ser resumidos en algunos deberes principales. Primero, la búsqueda diligente y de toda la vida de un conocimiento más completo de Dios tal como Él es revelado en Su Palabra y Sus obras, ya que no podemos adorar a un Dios desconocido. Segundo, el amar a Dios con todas nuestras facultades y fuerzas, lo que consiste en un serio anhelo de Él, un gozo profundo en Él y un celo santo por Él. Tercero, el temor de Dios, que consiste en un asombro por su majestad, suprema reverencia a Su autoridad y un deseo de Su gloria, ya que así como el amor de Dios es el motivo que da origen de la obediencia, así el temor de Dios es el gran impedimento de la desobediencia. Cuarto, el adorar a Dios de acuerdo con Sus indicaciones, cuyas principales ayudas son: el estudio y meditación en la Palabra, la oración y la puesta en práctica de lo que nos es enseñado.

“No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Esto es, no darás a nadie ni a nada en el Cielo o en la tierra esa lealtad interna del corazón, esa amorosa veneración y dependencia que es debida únicamente al Dios verdadero; no deberás transferir a otro aquello que pertenece únicamente a Él. Ni tampoco debemos intentar dividir nuestra lealtad entre Dios y otro, porque ningún hombre puede servir a dos amos. Los grandes pecados prohibidos por este mandamiento son estos: primero, ignorancia deliberada de Dios y Su voluntad mediante el desprecio de esos medios a través de los cuales podemos conocerlo a Él; segundo, ateísmo o la negación de Dios; tercero, idolatría o el establecer dioses falsos o ficticios; cuarto, desobediencia y voluntad propia o el desafío abierto a Dios; y quinto, todas las afecciones excesivas e inmoderadas o el poner nuestros corazones y mentes en otros objetos.

Son idolatras y transgresores de este primer mandamiento aquellos que fabrican un “Dios” producto de sus propias mentes. Tales como los unitarios, quienes niegan que existan tres Personas en la divinidad. Tales son los Católicos Romanos, quienes suplican a la madre del Salvador y afirman que el papa tiene poder para perdonar pecados. Tales son la vasta mayoría de los arminianos, quienes creen en una Deidad decepcionada y derrotada, sujeta a la libre voluntad del hombre. Tales son los sensuales epicúreos (Filipenses 3:19), ya que existen ídolos internos al igual que externos. “Estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón” (Ezequiel 14:3). El apóstol Pablo habla de “avaricia, que es idolatría” (Colosenses 3:5) y, por razonamiento imparcial, tales son todos los deseos inmoderados. Aquel objeto al cual prestamos tales deseos y servicios que son debidos únicamente al Señor, es nuestro “Dios”, sea el ego, el oro, la fama, el placer, o los amigos. ¿Quién es tu Dios? ¿A qué está dedicada tu vida?

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