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LOS MUDÉJARES ANTIGUOS

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Bernard Vincent

Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales

En 1614, la cuestión de la expulsión de los moriscos era todavía objeto de debates en el seno de la monarquía hispánica. Se trataba, como lo subrayan muchas consultas del Consejo de Estado, de perfeccionar la empresa empezada cinco años antes. En estas condiciones se preparó un proyecto de decreto de expulsión más. Si hubiera sido firmado por el rey Felipe III, hubiera constituido el décimo de una serie iniciada el 22 de septiembre de 1609 con el bando aplicado a los moriscos del reino de Valencia. Pero parece ser que el documento que ordenaba la salida de los quedados y vueltos no llegó a ser adoptado.1 El texto está inconcluso y falta la indicación del plazo acordado a los moriscos antes de su salida. Probablemente, después de haber escuchado muchos avisos contradictorios, Felipe III recomendando no admitir más delaciones se decidió por dar por acabada la expulsión. En este sentido, publicó el 2 de junio de 1614 al menos dos decretos más, uno para la Corona de Castilla, otro para Cataluña.2 Siguiendo a Henri Lapeyre, quien en 1959 escribió: «la cuestión morisca ha sido realmente liquidada en 1614», todos los historiadores han admitido esta fecha como final del proceso.3

Si, efectivamente, no hubo más movimiento colectivo de exilio morisco posterior a 1614, podemos afirmar no hubo renuncia al perfeccionamiento de la expulsión. El proyecto que nos sirve de punto de partida se inserta en una ola de intentos de completar una obra tan sagrada como la cualifican reiteradamente el príncipe, sus consejeros y muchas otras personas. No proceder a salidas de grupos nutridos de moriscos no significa para estos la tranquilidad definitiva. Durante más de diez años, y hasta veinte, se continuó explorando los medios de desembarazar los territorios de las Coronas de Castilla y Aragón de moriscos, todavía presentes. La historia del perfeccionamiento empezado en 1611, no terminado antes de 1634, está por escribir.4

Si el documento anteriormente aludido quedó como proyecto, no por eso debe ser pasado por alto. Es un testimonio importante de las vacilaciones del rey Felipe III en zanjar lo que él consideraba como el gran éxito de su reinado, y de los múltiples avisos sobre el tema recibidos en la Corte. Hasta los primeros años del reinado de Felipe IV las recomendaciones, las presiones, no pararon. Pero el documento es ademas importante por la manera que tiene de definir distintas categorías de moriscos: «por quanto por muy justas y precisas causas que a ello me movieron del servicio de dios nuestro señor y mío bien y seguridad destos reynos despaña yo mande expeler de todos ellos todos los moriscos hombres y mujeres ansi los granadinos aragoneses valencianos y catalanes como los antiguos y mudéjares y últimamente los del valle de Ricote por los bandos que en diferentes ocasiones e mandado publicar y con el favor de dios se a conseguido el fin desta tan importante y santa obra»...

Son así seis grupos que están designados. Corresponden de hecho a las distintas fases de la expulsión, los valencianos exiliados a finales de 1609, los aragoneses y los catalanes a lo largo del verano de 1610, los granadinos durante todo el año 1610 y todavía en 1611, los antiguos y mudéjares de manera caótica a partir de 1610 y los del valle de Ricote en diciembre de 1613 y enero de 1614. El rey y el Consejo de Estado habían decidido proceder por etapas. En 1614 es tiempo de hacer un balance. Y aparece una paradoja: los valencianos y los aragoneses, los más numerosos, los más homogéneos y también los más temidos por muchos, han planteado pocos problemas y han tomado los caminos del exilio sin intentar volver. Los granadinos han constituido el otro gran bloque que ha suscitado inquietudes permanentes y ha sido objeto de múltiples controles porque en 1609 eran dispersados a través de un amplio territorio, de Gibraltar hasta Burgos. Se les denominaba granadinos cuando efectivamente, residían en el reino de Granada después de la revuelta de 1568 y de la consecuente deportación de 1570; constituían una muy pequeña parte del conjunto. A todos, a los de Granada por supuesto, pero también a los de Toledo, Ávila, Badajoz, Úbeda... igualmente descendientes de los moriscos que habían hecho temblar la monarquía se les aplicó el término de granadinos hasta 1609-1614. Su dispersión y sus diferencias internas dificultaron grandemente su expulsión.5

La presencia de las dos categorías al mismo nivel que las tres anteriores sorprenden. A los catalanes que eran menos de 5.000 se prestaba poca atención.6 Y a los que la documentación llama antiguos o mudéjares antiguos, ciertamente más representados, unos 20.000 según la estimación –probablemente inferior a la realidad– de Henri Lapeyre, se encontraban casi tan diseminados como los granadinos.7 Tenían muchos rasgos en común con los catalanes, y en particular el hecho de que sus ascendientes habían vivido durante siglos bajo la tutela de los cristianos y a veces mezclados con los cristianos viejos. Por eso a diferencia de los granadinos, valencianos y aragoneses que son objeto de una abundante documentación, a lo largo del siglo XVI los catalanes y los mudéjares antiguos de la Corona de Castilla han dejado relativamente poca huella. Este silencio, junto a su relativa debilidad numérica es en gran parte responsable del poco interés manifestado por los historiadores. Y de pronto a partir de 1610 se produce una inversión, los catalanes y sobre todo los mudéjares antiguos invaden los legajos de los archivos hasta constituir un verdadero rompe-cabezas para los consejos reales y los comisarios nombrados para resolver el asunto. Y entre los mudéjares antiguos se destacan como veremos los del valle de Ricote.

Los catalanes merecen por si solos un estudio pormenorizado que ha sido iniciado por varios autores; Pascual Ortega, Carmel Biarnes, Pau Ferrer y recientemente Manuel Lomas.8 Pero los dejaré aquí de lado para dedicarme al caso de los mudéjares antiguos, más complejo y más rico que el de los catalanes quizás por su mayor extensión anunciadora de situaciones dispares. Es un caso generalmente poco o mal estudiado. Por muchas razones. Los moriscos mudéjares antiguos han sido víctimas de la división tradicional, en la disciplina histórica, entre historia medieval e historia moderna. En términos generales el mudéjarismo pertenece al campo de los medievalistas y el de los moriscos al de los modernistas. 1502, la fecha de la conversión de los mudéjares de la Corona de Castilla al cristianismo, y 1525 la fecha de la conversión de los mudéjares de la Corona de Aragón constituyen unas barreras raramente franqueadas por los medievalistas y por los modernistas.9 Pero la barrera no tiene tantas consecuencias para el mundo aragonés como para el mundo castellano. El mudéjarismo es en todos los territorios de la Corona de Aragón un fenómeno de larga duración, de casi tres siglos para la zona de Valencia y el sur de su reino, a menudo de cuatro siglos en Aragón y Cataluña. Todos los musulmanes de estos territorios han tenido una larga experiencia del mudejarismo, pero nunca los documentos posteriores a la conversión han designado a sus descendientes como mudéjares antiguos. La situación de la Corona de Castilla es totalmente distinta. En 1502 existe un abismo entre los mudéjares dispersados en Castilla la vieja, Castilla la nueva, Extremadura y Andalucía bética cuya situación es equiparable a la de los aragoneses, catalanes y valencianos, y los mudéjares del reino de Granada cuyo mudéjarismo fue limitado a una década o poco más. A los últimos se les designa como moriscos del reino de Granada o naturales del reino de Granada, expresión particularmente empleada después de su deportación en 1569-1570.10 A los primeros y a solos ellos, se aplica la denominación de mudéjares antiguos. La dicotomía entre granadinos y mudéjares antiguos se mantiene a lo largo del siglo XVI y hasta los tiempos de la expulsión de 1609-1614.

Los medievalistas no se interesan pues por los moriscos mudéjares antiguos y los modernistas les han prestado poca atención hasta fechas recientes. Tres ejemplos sacados de tres excelentes monografías lo demuestran, elocuentemente. En su libro sobre los moriscos en tierras de Córdoba, Juan Aranda Doncel escribe un primer capítulo donde la historia de los moriscos mudéjares antiguos está tratada en cinco páginas. Es verdad que el autor insiste sobre la desaparición de la comunidad mudéjar cordobesa a principios del siglo XVI pero sigue existiendo por ejemplo una comunidad de cierta entidad en Palma del Río de la cual no sabemos nada.11

En su estudio sobre la comunidad de Ávila, Serafín de Tapia analiza sustancialmente, el grupo de los mudéjares entre el siglo XIII y 1502 al cual dedica unas 50 páginas, mientras los moriscos mudéjares antiguos no reciben casi tratamiento específico salvo para el momento de la expulsión. Y Serafín de Tapia nos indica que, localmente, los mudéjares antiguos están designados como convertidos, denominación un tanto sorprendente porque podría dar a entender que los granadinos no lo eran. Una vez más el vocabulario de la documentación merece mucha atención. Pero más allá de este problema los convertidos o mudéjares antiguos aparecen en el libro, salvo en el tiempo de la expulsión, bajo la apelación genérica de moriscos. Podemos imaginar que antes de 1570 y la llegada de los granadinos se trata de ellos, pero después de la instalación de los andaluces no hay manera de distinguirles de estos inmigrados.12 Finalmente, en su libro sobre los moriscos de Uceda y Guadalajara, Aurelio García López se muestra atento a la situación de los moriscos antiguos entre 1502 y 1570 dedicándoles el capítulo II, pero las más de las veces los llama moriscos a secas lo cual es demasiado impreciso. La no diferencia entre moriscos antiguos y granadinos es total para el periodo posterior a 1570. Y los antiguos apenas reaparecen en el momento de la expulsión.13

Como se ve la confusión es bastante generalizada. Se observa en un trabajo reciente de enorme extensión que arroja mucha luz sobre los moriscos mudéjares antiguos: el de Trevor J. Dadson aplicado al pueblo manchego de Villarubia de los Ojos. La confusión está ya en el título Los moriscos de Villarubia de los Ojos (siglos XV-XVIII) como si los verdaderos actores del volumen, los 700 mudéjares antiguos representasen toda la población morisca del lugar. El autor dice: «pues con la conversión (en 1502) habían pasado de ser mudéjares a ser moriscos».14 Pero de los granadinos no sabemos casi nada fuera de su llegada a Villarubia hacia 1570-1571.

Existen sin embargo algunas excepciones perteneciendo a dos tipos de trabajos. Por una parte unas contribuciones que abarcan a todos los moriscos y que gracias a su visión global, llegan a definir la especifidad mudéjar antigua a pesar de su debilidad numérica y de su dispersión. Por otra parte, unos estudios precisos y siempre muy cercanos a los documentos redactados por historiadores excelentes conocedores del ámbito local del valle de Ricote, la principal zona, como veremos, ocupada por mudéjares antiguos. De un lado tenemos que subrayar la lucidez de Antonio Domínguez Ortiz y de Henri Lapeyre. El primero en su primer acercamiento al tema morisco dedicó un artículo a los moriscos en tiempos de Felipe IV, es decir a los que permanecían en España después de 1621. Fue precisamente la época en la que los mudéjares antiguos fueron objeto de muchas consultas del Consejo de Estado y de las Cortes de Castilla. Así, Antonio Domínguez Ortiz da en una nota una definición precisa del grupo: «Se llamó en Castilla mudéjares a los moriscos convertidos en 1501 habitantes de antiguo en el país, por oposición a los moriscos granadinos, esparcidos en 1568 después de la rebelión de las Alpujarras», y analiza el caso de dos comarcas, la de las cinco villas del Campo de Calatrava y la de Murcia, más concretamente, el Valle de Ricote donde se encontraba la mayor concentración de mudéjares antiguos de toda España.15 En su libro publicado en 1959, Géographie de l’Espagne morisque, Henri Lapeyre no olvida los mudéjares antiguos que él distingue siempre, claramente, de los demás. A ellos dedica unas cuatro páginas en su capítulo sobre los moriscos de Castilla para, sobre todo, situarlos en el mapa. Y hace un relato pormenorizado de los intentos de expulsión, entre 1611 y 1614, de los mudéjares murcianos insistiendo él también en los del Valle de Ricote. Si añadimos a estos pasajes los relativos a los mudéjares antiguos que figuran en los apéndices podemos subrayar que el grupo de los mudéjares antiguos no está del todo olvidado por Henri Lapeyre.16 Simplemente, el espacio relativamente limitado que les reserva está a sus ojos justificado por su escaso peso demográfico.

Del otro lado existen una serie de libros y artículos cuyos autores tienen lazos estrechos con el valle de Ricote. Varios de ellos han sido o son cronistas de pueblos de este valle: Luis Lisón Hernández, José David Templado Molina, Govert Westerveld. El primero publicó en 1992, en un número monográfico de la revista Areas, un artículo muy completo titulado «Mito y realidad en la expulsión de los mudéjares murcianos del valle de Ricote».17 En 2001, el segundo escribió un trabajo: «1613. Controversia e ineficacia de la expulsión mudéjar».18 Paralelamente, otros investigadores especialistas de la zona murciana iban en el mismo sentido. Juan González Castaño publicó en el mismo número de Areas un documento fundamental, el informe del dominico Fray Juan de Pereda «sobre los mudéjares murcianos en vísperas de la expulsión» escrito en 1612, que, Francisco Chacón Jiménez había ya analizado en 1982 en su trabajo: «El problema de la convivencia. Granadinos, mudéjares y cristianos viejos en el Reino de Murcia, 1609-1614», y que Govert Westerveld insertó una segunda vez en su libro, aparecido en 2007, lleno de datos cuyo título Miguel de Cervantes, Ana Félix y el morisco Ricote del Valle de Ricote esconde la historia, hasta hoy, más completa de los mudéjares antiguos del valle.19 Podemos lamentar que el autor haya empleado casi siempre, la palabra moriscos cuando habla de mudéjares antiguos.

Todos estos ejemplos subrayan la necesidad de ser definitivamente precisos en el vocabulario empleado. El estudio de los moriscos mudéjares antiguos ha sufrido de manera privilegiada por los investigadores, de un lado la veta cuantitativa que ponía el acento sobre los grupos más numerosos y dejaba en la sombra los pequeños núcleos, y de otro la especialización geográfica (aragoneses, valencianos, granadinos) que perjudicaba el examen de las categorías no definidas territorialmente. No es un azar si durante mucho tiempo los únicos historiadores que han prestado atención a los mudéjares antiguos pertenecen o bien según las pautas del paradigma geográfico a lo que podemos llamar el ámbito ricoteño, o bien, a lo contrario, a los pocos generalistas (Domínguez Ortiz, Lapeyre...) de la cuestión morisca. La mala difusión de la mayoría de los trabajos de los primeros, la limitada extensión de las páginas dedicadas por los segundos a los mudéjares antiguos no han permitido la admisión de estos mudéjares antiguos como categoría tan válida como las de los aragoneses, valencianos o granadinos.

La coincidencia de la publicación de los libros sobre los moriscos de la Mancha, el de Trevor J. Dadson ya citado, en 2007, y el de Francisco Javier Moreno Díaz del Campo en 2009 ha constituido un eslabón decisivo en el reconocimiento de la categoría.20 A pesar del vocabulario indeterminado empleado por el estudioso londinense, el contenido del volumen versa casi exclusivamente sobre los mudéjares antiguos mientras el historiador manchego hace, al principio de su obra, una presentación sintética de los moriscos antiguos y de los granadinos dedicando igual espacio a los dos grupos. La profusión de datos del primero está perfectamente aclarado con la clasificación rigurosa del segundo. Estas aportaciones han dado mucha luz a los mudéjares (o moriscos) antiguos de las cinco villas del Campo de Calatrava, (Aldea del Rey, Almagro, Bolaños de Calatrava y Daimiel, y por supuesto, Villarubia de los Ojos). Han contribuido a demostrar que los seis pueblos del Valle de Ricote (Villanueva del Segura, Ulea, Abarán, Ricote, Ojos y Blanca) no constituyen un caso aislado. La categoría de los mudéjares antiguos existió en el siglo XVI en muchas partes.

Detengámonos un momento más sobre el vocabulario. Hemos visto que no es en nada homogéneo: mudéjares (a secas) antiguos (a secas también), convertidos, mudéjares antiguos, moriscos antiguos, moriscos mudéjares antiguos o simplemente moriscos aparecen al hilo de la documentación. Propongo elegir la expresión mudéjares antiguos para definir genéricamente la categoría. Tiene la ventaja de ser suficientemente sencilla (más que la de moriscos mudéjares antiguos, de hecho la más exacta de todas), es recurrente bajo la pluma de las autoridades (más que la de moriscos antiguos), y es la utilizada en el documento de 1614 citado al principio de esta contribución. Permite, sobre todo, distinguir a sus miembros de sus convecinos los granadinos que son unos mudéjares recientes. Pero si es obligado ponerse de acuerdo sobre las palabras empleadas y de esta manera eliminar toda confusión, la gran variedad de expresiones no debe estar borrada. Cada una de ellas tiene sentido y el conjunto de ellas significa que detrás de un fenómeno único, el del mudejarismo antiguo, existen situaciones muy diferentes. Por eso, la conclusión obtenida por Trevor J. Dadson del ejemplo de los mudéjares antiguos de Villarrubia de los Ojos de un modelo de asimilación muy extensible a muchas comunidades moriscas de toda España, ni siquiera me parece aplicable de manera automática a todos los mudéjares antiguos. Hay que introducir muchos matices. La categoría no es uniforme lo que hace su estudio tan necesario como apasionante.

Los mudéjares antiguos constituyen un puzzle que conviene ordenar. Reunir las distintas monografías existentes debe conducirnos al establecimiento de una tipología. En esta vía el primer factor de diferenciación entre los unos y los otros es el grado de ruralización. No es lo mismo ser mudéjar antiguo en Villarrubia de los Ojos o en Ávila. Los de la ciudad abulense trabajando en la agricultura representaron hasta 1570 siempre menos del 4% de la comunidad.21 La mayoría de ellos se dedicaba a tareas industriales obviamente ausentes en pueblos manchegos pequeños. Las posibilidades de desplazamiento de los artesanos y de los comerciantes eran infinitamente superiores a las de los campesinos. Y con ellas se multiplicaban las ocasiones de tener lazos tanto con otros grupos de mudéjares antiguos, así desde Ávila con los de Arévalo, como con cristianos viejos. En principio, el horizonte de los mudéjares antiguos del mundo rural era más limitado. Sin embargo, estos últimos no constituían un mundo homogéneo. Cada núcleo tenía su propia historia más o menos largamente atestiguada por los intercambios con los cristianos viejos. Cada comunidad tuvo una trayectoria peculiar que pudo depender de muchas variables: tamaño de la comunidad, grado de concentración de la población mudéjar antigua, nivel medio de riqueza y amplitud de las diferencias de riqueza, política de aculturación de los dueños de los pueblos (órdenes militares, particulares...), actividad del clero (secular, regular, inquisición); a este respecto, son significativas las consecuencias de las intervenciones inquisitoriales. A partir de 1538, la represión fue intensa en los pueblos del Campo de Calatrava. La comunidad de Daimiel fue destrozada y las demás muy marcadas por unos años de temor.22 En Extremadura la represión del tribunal fue muy acentuada a partir de los años 1590, en particular en Hornachos, pero la resistencia fue mucho más eficaz que la anterior del Campo de Calatrava.23

Podemos definir cuatro principales perfiles de mudéjares antiguos del mundo rural castellano. El primero, el que conocemos sin duda mejor de todos es el del valle de Ricote. Los seis pueblos que lo componen constituyen un conjunto muy homogéneo en todos los sentidos. El río Segura que los atraviesa impone su impronta y facilita las relaciones entre ellos. Los recursos que dan la tierra son los mismos de un pueblo a otro. Los seis pueblos dependen de la Orden de Santiago desde 1285 y no fueron en ningún momento afectados por una repoblación de cristianos. Es la tierra mudéjar por excelencia, calidad nunca desmentida porque tampoco los moriscos granadinos se instalaron en el valle salvo unos pocos en Blanca. Si admitimos las cifras dadas por el dominico Juan de Pereda a raíz de su visita de 1612, los mudéjares antiguos representaban el 96% de la población total del Valle que podemos estimar alrededor de 9.000 personas, y los cristianos viejos 4% casi todos concentrados (unas 65 familias) en Villanueva del río Segura.24 Los habitantes conocieron una vida, en términos generales, apacible a lo largo de los siglos y cuando entendieron que la revuelta de los mudéjares granadinos anunciaba cambios decisivos enviaron representantes a Granada, donde estaban los Reyes Católicos, para proponer su conversión con condiciones pronto aceptadas. Así, antes de la cédula del 12 de febrero de 1502, los mudéjares murcianos habían abrazado la fe cristiana, acontecimiento que sirvió de principal argumento para intentar escapar a la expulsión en 1610-1611. Está comprobado que a pesar de dificultades sufridas a lo largo del siglo XVI (por ejemplo un intento de levantamiento en 1517 o unas condenas inquisitoriales en 1562), la asimilación de la gran mayoría de los mudéjares antiguos era lograda.25 A las cinco villas del Campo de Calatrava corresponde el segundo núcleo importante de mudéjares antiguos, vasallos desde 1221 de la Orden de Calatrava. Sin embargo, la homogeneidad no es en estas tierras manchegas tan completa como en el valle de Ricote. Entre dos de las villas: Dimiel y sobre todo Almagro y las tres restantes (Aldea del rey, Bolaños, Villarrubia de los Ojos) son notables las diferencias de tamaño. Las dos primeras tenían hacia 1.580 cerca de 2.000 vecinos (unos 8.000 habitantes) cada una mientras los otros lugares no llegaban a 1.000 vecinos.26 Almagro tenía un verdadero entramado urbano y Daimiel era una agrovilla. Además en 1552 Villarrubia de los Ojos dejó de pertenecer a la orden militar para convertirse en un lugar de señorío propiedad del Conde Salinas.27 Por fin, cada una de las cinco villas tuvo a partir de 1570 una población con tres elementos distintos, mudéjar antiguo, cristiano viejo, morisco granadino. Según Francisco Javier Moreno Díaz del Campo, los granadinos representaban a su llegada en 1571 el 6% de la población de Villarubia, y casi el 9% en Almagro. Pero con el tiempo este porcentaje debió aumentar.28 No tenemos datos fidedignos en cuanto al número de los mudéjares antiguos, pero es posible que hayan representado una parte notable de los habitantes de Aldea del Rey y de Villarubia. Todos fueron bautizados en marzo y abril de 1502 inmediatamente después de la pragmática de expulsión/conversión del 12 de febrero. Los representantes de las cinco aljamas negociaron en la Corte un importante privilegio obtenido el 20 de abril que les aseguraba la equiparación de tratamiento con los cristianos viejos, la libertad de movimientos, unas exenciones fiscales y «una moratoria en la aplicación de las normas de comportamiento socioreligioso».29 Este documento fundamental confirmado por doña Juana en 1514 sirvió de base a los mudéjares antiguos de las Cinco Villas para intentar hacer respetar sus derechos y a la hora de la expulsión escapar a la drástica decisión.

Se ha escrito muchísimo sobre los moriscos de Hornachos antes y después de la expulsión, hasta convertirles en un mito del cual se apoderaron las obras de ficción.30 Se ha escrito mucho menos sobre los moriscos de Magacela y de Benquerencia de la Serena, dos pueblos, como Hornachos, de la Extremadura meridional. Hubo que esperar hasta 2005 para que apareciera bajo la pluma de Bartolomé Miranda Díaz un primer estudio sobre los moriscos de Magacela, pronto seguido en 2010 de un libro más completo que el primero, escrito por el mismo autor en colaboración con Francisco de Córdoba Soriano.31

Esta última publicación se titula Los moriscos de Magacela, en consonancia con los trabajos del que fue durante mucho tiempo el mejor especialista de los moriscos extremeños, Julio Fernández Nieva, autor en particular de la Inquisición y los Moriscos extremeños (1585-1610). Todos emplean la palabra moriscos para definir a la población local de ascendencia musulmana. Sin embargo, sería útil calificar los «moriscos» de Hornachos, Benquerencia y Magacela de mudéjares antiguos porque en aquellos pueblos residían, en el momento (1502) de la conversión al cristianismo, tres de las más importantes comunidades mudéjares de toda Extremadura: la más numerosa era con mucha diferencia la de Hornachos, mientras las de Benquerencia y Magacela eran del tamaño de las comunidades mudéjares urbanas de Plasencia, Mérida y Trujillo. Y lo que es muy importante, ni Hornachos, ni Benquerencia, ni Magacela recibieron moriscos granadinos exiliados en 1570 probablemente a causa de la importancia del núcleo mudéjar que las autoridades no querían reforzar.32 Y parece que la población cristanovieja fue escasa aunque, si el caso de Hornachos esta comprobado, la incertidumbre reina todavía para Benquerencia y Magacela.

Los mudéjares antiguos de los tres pueblos se señalaron a lo largo del siglo XVI por el apego a sus costumbres ancestrales y por su capacidad de resistencia. Hubo intentos de resolver conjuntamente los problemas planteados por los cristianos nuevos. Es la vía ejercida por la Inquisición a través del tribunal de Llerena del cual dependían las tres comunidades, como lo prueba el Informe contra las costumbres de los nuevamente convertidos de los tres pueblos.33 Pero éstos no tenían la homogeneidad de los mudéjares antiguos del valle de Ricote. Además de las dimensiones singulares del núcleo hornachero (alrededor de 4.800 habitantes a finales del siglo XVI según Julio Fernández Nieva), no pertenecían los tres pueblos al mismo ámbito geográfico.34 Adosado a la sierra Grande, Hornachos mira hacia la Tierra de Barros mientras Benquerencia y Magacela, separados entre si por más de treinta kilómetros, pertenecen a la Tierra de la Serena. Y mientras Hornachos era propiedad de la Orden de Santiago, Benquerencia y Magacela dependían de la Orden de Alcántara. Los expulsados de Hornachos se embarcan en Sevilla a principios de 1611, los de Magacela en Málaga en el verano de 1611, los de Benquerencia en la misma época pero en Cartagena. Estos destinos distintos traducen la heterogeneidad tanto en las posturas adoptadas como en el tratamiento recibido.

Extremadura constituye por sí sola un laboratorio para quien quiera acercarse al grupo de los mudéjares antiguos. Alcántara y Valencia de Alcántara pueblos bastante distantes de los anteriores eran los únicos otros núcleos rurales de la región con presencia mudéjar en los tiempos de la conversión. Ahí los mudéjares que convivían con cristianos viejos se caracterizaban, en general, a diferencia de granadinos, hornacheros, benquerenceros y magacaleros (sobre todo después de 1570) por su alto grado de asimilación. Situados en la raya de Portugal, les fue en 1610 fácil esconderse en las ciudades o pueblos más cercanos del otro lado de la frontera, que a pesar de la unión de Coronas facilitaba la vida clandestina. Esperaban la vuelta, pero el 12 de mayo de 1613 el Consejo de Estado decidió hacerles volver a sus lugares de partida para proceder a una nueva expulsión.35 De hecho un último decreto de expulsión de moriscos, totalmente olvidado, se aplicó a Portugal el 22 de mayo de 1614.

Destacar la categoría de mudéjares antiguos y prestarle mucha atención es prometedor de avances significativos en el conocimiento de los moriscos. En particular, unos estudios minuciosos nos ayudarán a entender tanto los procesos de asimilación y los mecanismos que la impedían como las razones de las infinitas variaciones entre lugares. ¿Por qué tanta diferencia entre Hornachos, Villarubia de los Ojos o Blanca? En un artículo lleno de sugerencias sobre Hornachos, Jean-Pierre Molénat emite la hipótesis de una estructura de la comunidad mudéjar extremeña distinta a las de las comunidades de la Meseta castellana.36 Quizás, pero ¿cómo explicar lo que separa Hornachos de Alcántara? Para progresar tenemos que multiplicar las monografías sobre pueblos que hemos olvidado como Palma del Río (Córdoba). Los palmeños no aparecen en la documentación del tiempo de la expulsión. ¿Se debe a su total asimilación? Y si es el caso, en ¿qué momento dejamos de poder observarles?

Para conseguir nuestros objetivos nos beneficiaremos, para muchos lugares, del mar de papeles generados por la expulsión. Entre pedidos trasmitidos a los Consejos, intervenciones de señores o ciudades, pleitos, protocolos... no faltan los datos que ilustran las situaciones precisas de los individuos. A partir de ellos, en el marco de una monografía sobre un individuo, una familia, una comunidad se puede practicar una sistemática historia retrospectiva que puede a veces permitir remontarse a la época medieval. Seguro que si se intenta, las barreras existentes entre medievalistas y modernistas caerán. Y así, reuniendo todos los hilos del complejo ovillo podremos dar a los mudéjares antiguos el sitio que les corresponde.

París, noviembre 2011

1 Archivo General de Simancas, Estado, legajo 2644.

2 El texto de los decretos figura en François Martinez, La permanence morisque en Espagne après 1609 (discours et réalités), Lille, Atelier National de Reproduction des thèses, 1999, pp. 494-495.

3 Henri Lapeyre, Géographie de l’Espagne morisque, Paris, Sevpen, 1959, p. 197.

4 La fecha de 1634 no está aquí indicada al azar. Es la de un texto muy importante mandado por el marqués de los Velez a Felipe IV. Ha sido publicado por primera vez por Antonio Domínguez Ortiz en su artículo de 1959 recopilado en el volumen Moriscos, la mirada de un historiador, Granada, Universidad de Granada, 2009, pp. 92-95.

5 Henri Lapeyre, op. cit.

6 L’expulsió dels moriscos, consequencies en el món islamic i el món cristia, Barcelona, Generalitat de Catalunya, 1994.

7 La estimación de Henri Lapeyre me parece algo inferior a la realidad. Propongo de 25.000 a 30.000.

8 L’expulsió dels moriscos, op. cit.; Carmel Biarnes, Els moriscos a Catalunya, documents inédits. Ascó Biblioteca d’Ascó, 1981; el estudio de Manuel Lomas fue presentado en el XIII Simposio de Estudios Mudéjares de Teruel en septiembre de 2011.

9 Ver al respecto la colección de los trece simposios de Estudios Mudéjares de Teruel celebrados cada tres años desde 1975. Las actas han sido todas publicadas desde 1981.

10 Bernard Vincent, Los moriscos granadinos y la monarquía (1570-1609) in Ciudades en conflicto (siglos XVI-XVIII), José Ignacio Fortea y Juan Eloy Gelabert (eds.), Madridvalladolid, 2008, pp. 163-180.

11 Juan Aranda Doncel, Los moriscos en tierras de Córdoba, Córdoba, Monte de Piedad y Caja de Ahorros, 1984.

12 Serafín de Tapia Sánchez, La comunidad morisca de Ávila, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1991.

13 Aurelio García López, Moriscos en tierras de Uceda y Guadalajara (1502-1610), Madrid, 1992.

14 Trevor J. Dadson, Los moriscos de Villarrubia de los Ojos (siglos XV-XVIII), Historia de una minoría asimilada, expulsada y reintegrada, Madrid, 2007, p. 71.

15 A. Domínguez Ortiz, op. cit., p. 87, nota 6.

16 H. Lapeyre, op. cit., pp. 118-121; 191-197; 249-250; 266-267; 269-275.

17 Publicado en Áreas, Revista de Ciencias Sociales, núm. 14, Moros, Mudéjares y Moriscos, 1992, pp. 141-170.

18 Publicado en el IV curso Abarán, acercamiento a una realidad, Abarán, Centro de Estudios Abaraneros, 2001.

19 Juan González Castaño, El informe de Fray Juan de Pereda sobre los mudéjares murcianos en vísperas de la expulsión, año 1612 en Áreas, op. cit., pp. 215-235. Un extracto había sido ya publicado por H. Lapeyre, op. cit., pp. 272-273; Francisco Chacón Jiménez, El problema de la convivencia. Granadinos, mudéjares y cristianos viejos en el reino de Murcia, 1609-1614, Mélanges de la Casa de Velázquez, tomo XVIII/1, Paris, 1982, pp. 103-135; Govert Westerveld, Miguel de Cervantes Saavedra, Ana Félix y el morisco Ricote del Valle de Ricote en Don Quijote II del año 1615, Blanca, Academia de Estudios Humanísticos de Blanca, 2007.

20 Francisco Javier Moreno Díaz del Campo, Los moriscos de la Mancha, sociedad, economía y modos de vida de una minoría en la Castilla moderna, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2009.

21 Serafín de Tapia, op. cit., p. 181.

22 Jean-pierre Dedieu, Les morisques de Daimiel et l’Inquisition (1502-1626), en Les morisques et leur temps, Paris, 1983, pp. 493-522.

23 Julio Fernández Nieva, La Inquisición y los Moriscos Extremeños (1585-1610), Badajoz, 1979.

24 L. Lison Hernández, op. cit., p. 163.

25 Ibid., p. 144.

26 Annie Molinié-Bertrand, Au Siècle d’or, l’Espagne et ses hommes, La population du Royaume de Castille au XVI° siècle, Paris, Economica, 1985. pp. 242-249.

27 T. J. Dadson, op. cit., pp. 89-100.

28 F. J. Moreno Díaz del Campo, op. cit., p. 466.

29 Ibid., p. 40.

30 J. Fernández Nieva, El enfrentamiento entre moriscos y cristianos viejos. El caso de Hornachos en Extremadura, en Les morisques et leur temps, París, 1983, pp. 267-295; Jean Marie Pelorson, Recherches sur la Comedia «Los Moriscos de Hornachos», Bulletin Hispanique, LXXIV, 1-2 (1972) pp. 5-42; María Ángeles Pérez Álvarez y María José Rebollo Avalos, Lengua y cultura de los moriscos: la comunidad de Hornachos, Alborayque, num 3, 2009, pp. 127-145.

31 Bartolomé Miranda Díaz, Reprobación y persecución de las costumbres moriscas: el caso de Magacela (Badajoz), Magacela, Ayuntamiento de Magacela, 2005; Bartolomé Miranda Díaz y Francisco de Córdoba Soriano, Los moriscos de Magacela, Badajoz, Diputación de Badajoz, 2010.

32 Ver la presentación sintética de Isabel Testón, María Ángeles Hernández Bermejo y Rocío Sánchez Rubio, La presencia morisca en la Extremadura de los tiempos modernos, Albo-rayque, num. 3, 2009, pp. 11-49.

33 Bartolomé Miranda Díaz y Francisco de Córdoba Soriano, op. cit., pp. 221-225.

34 J. Fernández Nieva, La inquisición..., op. cit., p. 76.

35 Archivo General de Simancas. Estado 2643.

36 Jean-Pierre Molénat, Hornachos, fin XVe début XVIe siècles, La España medieval, 3, 2008, pp. 161-176.

Comunidad e identidad en el mundo ibérico

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