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PRÓLOGO. POR LOS RECOVECOS DEL SISTEMA LITERARIO

Fernando Valls

Universitat Autònoma de Barcelona

El territorio de los estudios literarios no ha dejado de ensancharse en las últimas décadas, mostrándose cada vez más complejo, al aumentar el número de sus componentes estrechamente relacionados, aunque no siempre hayamos conseguido barajar como es debido tal diversidad. Por ello, supone una buena noticia el que un grupo de profesores del Departamento de Filología Española de la Universidad Autónoma de Barcelona, investigadores en el campo de la lengua, la historia literaria, la teoría de la literatura y la literatura comparada, con sus correspondientes invitados, autores, profesores, editores y traductores, haya abandonado sus tareas habituales para interesarse por materias afines, tales como la recepción, la traducción y el cada vez más enrevesado mundo de la edición literaria. El resultado es este conjunto de trabajos transversales en los que se ponen en juego diversas literaturas: la francesa, la inglesa y la alemana, aparte de la catalana y la española; y, más en concreto, las obras de autores canónicos de cuatro siglos (XVII-XX), en géneros como el teatro, el cuento y la novela, de Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Edgar A. Poe y Honoré Balzac hasta los no menos contemporáneos Carles Riba, Jerome D. Salinger y Julio Cortázar. En estas pocas líneas escritas por encargo de las editoras, solo pretendo llamar la atención sobre algunos aspectos relevantes de estos estudios.

Por qué volver a traducir a los clásicos es una pregunta que se ha formulado en numerosas ocasiones a lo largo del tiempo. Susanne Lange, la última traductora al alemán del Quijote, nos recuerda que se lleva a cabo una nueva versión de una obra capital no solo por el contenido, sino sobre todo por la forma, y para ello confiesa que ha necesitado servirse de toda su tradición literaria y lingüística: de Lutero, Goethe y los románticos, hasta algunos de los narradores experimentales del siglo XX, con Alfred Döblin, Robert Walser y Arno Schmidt a la cabeza. Pues, en su caso, se trata de que los lectores alemanes no pierdan hoy la esencia de la prosa cervantina, intentando que conserve su frescura cuatro siglos después.

En un trabajo en marcha de Francesca Suppa se recuerda que el teatro transgresor que cultivó Lope de Vega dificultó su recepción en Europa entre el Barroco y el Romanticismo, aunque en agosto de este mismo año, el 2014, El castigo sin venganza se haya convertido en la primera obra de un autor extranjero representada en The Globe, el viejo teatro de Shakespeare. Con este acontecimiento, que no evento, innecesario anglicismo, parece seguir vigente la añeja querella entre Shakespeare y Lope de Vega, la cual nos proporcionaría tantos ratos de amenas sobremesas a los maestros Alberto Blecua y Sergio Beser, a la profesora Poch y a quien esto firma.

No menos singular, aunque por otras razones, resulta el caso de «El verdugo», un cuento romántico de Balzac publicado en 1830 cuya primera versión española data de 1841 que es el objeto de estudio del capítulo de Montserrat Amores y Gloria Clavería. Se trata de una narración breve, de contenido –digamos– patriótico, con una acción que transcurre durante la Guerra de la Independencia. A lo largo del siglo XIX se publicó hasta en siete ocasiones distintas en la prensa periódica, en cuatro versiones diferentes, a veces adaptándolo o reescribiéndolo en parte, e incluso ocultando el nombre del autor. Estas peculiaridades, más allá del asunto estudiado, nos han permitido apreciar mejor los cambios radicales que en menos de dos siglos habría experimentado el sistema literario, en el sentido de un mayor respeto por el trabajo del autor y un tratamiento más riguroso del texto, de su difusión.

Con relación a las versiones de Poe en catalán y castellano sobre las que trata el capítulo de Dolors Poch, Carles Riba se muestra partidario de la traducción literal, que concibe como “arma de combate”; mientras que para Julio Cortázar, quien se permite más libertades que el poeta catalán, las versiones que lleva a cabo resultan un trabajo “fascinante y placentero”, una especie de taller de escritura del género del cuento, en el que se deja llevar por la creatividad, olvidándose a veces del original.

Las cuatro traducciones al castellano de que disponemos de The Catcher in the Rye, novela de Salinger publicada en 1951, dos argentinas y dos españolas, no han parado de generar comentarios. La más antigua data de 1961 y la más reciente del 2006, 45 años después, aunque esta última reelabore otra de la misma traductora publicada en 1978, en la popular colección El libro de bolsillo, de Alianza Editorial, y ya desde el mismo título (sea El cazador oculto o El guardián entre el centeno; en francés y alemán se han traducido como L´attrape-coeurs/El atrapacorazones, y literalmente como Der Fänger im Roggen/El guardián entre el centeno) no hayan dejado de diferenciarse, pues responden no solo a épocas distintas, sino a culturas y variantes idiomáticas dispares, más alejadas de lo que la sensatez aconsejaría. Las diversas soluciones que adoptan sus autores resultan ilustrativas a varios propósitos, como se pone de manifiesto en el artículo de Santiago Alcoba.

Dentro del amplio campo de la traducción, quizá la variante más singular y la que pueda interesarnos en mayor medida a los críticos e historiadores de la literatura sea la denominada autotraducción. El diálogo entre Carme Riera y Luisa Cotoner, filólogas y viejas amigas, la segunda no solo ha traducido algunas obras de la primera sino que juntas han llevado a cabo diversas versiones, resulta especialmente sabroso en su “toma y daca”: ¿Traducción o escritura en dos lenguas? ¿Versiones o traducciones? Cotoner, además, parece conocer al dedillo la obra de Riera y estar en el secreto del trabajo con los originales de ambas lenguas.

Por último, el debate entre Gonzalo Pontón, Andreu Jaume y Joan Riambau sobre el mundo de la edición (con la traducción, la crítica literaria, los libros electrónicos y las versiones poéticas, en concreto, de por medio), resulta clarificador, pues pone de manifiesto la necesidad del entusiasmo, pero también la oportunidad, y exalta el trabajo hecho con conocimiento y rigor, lo que no por obvio acostumbra a ser habitual. Me ha sorprendido, no obstante, que la opinión tan desdeñosa que les merece la crítica literaria desemboque en la exaltación de uno de sus cultivadores más arbitrarios.

Puesto que el traductor literario trabaja, en los mejores casos, por afinidad con el autor que vierte, de quien se siente cómplice, la traducción literaria constituye una de las maneras más profundas de leer un texto, al funcionar como un papel secante, impregnándose de sus mecanismos de composición y sentido. Pero, además, debería poder ser otra forma de articular un discurso en la propia lengua que resulta distinto, a la vez que pretende serle fiel.

El que en este libro se recojan estudios en los que, de un modo u otro, lengua, literatura, traducción, edición y recepción aparezcan intrínsecamente relacionadas, es una prueba más de la sinuosidad del sistema literario, del cada vez mayor número de elementos en juego, lo que nos obliga a tenerlos en cuenta sin perderlos de vista, en especial si aspiramos a entender los textos de ficción en toda su complejidad, pues deberíamos procurar construir una historia de la literatura en donde las traducciones, la recepción, el mundo de la edición, en suma, adquiriesen la justa presencia que les corresponde.

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