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1. LA APUESTA MONÁRQUICA DE LA VANGUARDIA

Marcel Mauri i de los Ríos Anna Nogué Regàs

Quizás por la perspectiva histórica de ser uno de los periódicos decanos de la prensa catalana y española con casi cien años de historia (superado, eso sí, por el también catalán Diario de Barcelona, fundado casi un siglo antes, en 1792); o quizás por su capacidad demostrada durante decenios de saberse adaptar a las circunstancias políticas de cada momento, pero lo cierto es que La Vanguardia Española afrontó los años clave de transición con la tranquilidad de ser, juntamente con el ABC, el único periódico en España que superaba los 200.000 ejemplares de venta diaria.

Fundado en 1881 por los hermanos Carlos y Bartolomé Godó, La Vanguardia había conseguido un hito ciertamente complicado: ser el periódico de más difusión en Cataluña (y uno de los principales de España) durante la Segunda República, durante el franquismo y también durante la Transición. En el verano de 1936, el comité de trabajadores (controlado por la CNT) se había apoderado de la empresa para luego (enero de 1938) convertirse en el periódico del gobierno de la República (Guillamet, 1994: 156) cuando el presidente Juan Negrín se traslade a Barcelona. Terminada la guerra, la familia Godó recuperó el control.

La capacidad del rotativo catalán de adaptarse rápidamente a las circunstancias políticas de cada momento se puso de manifiesto ya desde el inicio del franquismo. El 27 de enero de 1939, el día después a la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, no se publicaron la mayoría de periódicos en Barcelona;1 pero sí que se puso en circulación una edición especial de La Vanguardia saludando a Franco y poniéndose a su servicio. Desde el 28 de enero de 1939, pasaba a llamarse La Vanguardia Española y recuperaba la enumeración de justo antes del inicio de la Guerra Civil, como si esos tres años no hubieran existido.

Fue el periodista Manuel Aznar el encargado de poner en marcha el nuevo proyecto, teniendo como subdirector a Josep Pla. Entre los dos intentarán mantener un cierto tono periodístico a pesar de las circunstancias políticas adversas (Fabre, 1987: 41). Aunque será el único diario que no verá interrumpida su continuidad, sólo cuatro meses más tarde el nuevo régimen ya impondrá un director cercano al falangismo y totalmente afín al régimen, Luis Martínez de Galinsoga, en disposición a la facultad del Gobierno de escoger el director tal y como establecía la ley de prensa de 1938. Con este nuevo director, el diario perderá toda independencia y se convertirá en un medio de propaganda más cercano a un boletín de partido que no a un periódico de información (Fabre, 1987: 41).

Durante todo el franquismo, La Vanguardia Española seguirá siendo el diario más vendido. Autoritario y anticatalanista, Galinsoga nunca se integrará en la sociedad catalana e incluso llegará a protagonizar un polémico episodio en el que insultó a los catalanes, un hecho que le acabará comportando su salida del diario, en 1960. El periodista Xavier de Echarri lo sustituirá e intentará una tímida apertura. Pero la apertura más significativa se producirá en 1969 con la llegada a la dirección del hasta entonces subdirector Horacio Sáenz Guerrero que dará entrada en el diario colaboradores de talante liberal como Baltasar Porcel, Ramon Trias Fargas, Joan Fuster, Terenci Moix, José Ferrater Mora y Salvador Pániker (Nogué y Barrera, 2002: 435-436).

La entrada en 1970 del hijo de Carlos Godó Valls, Javier Godó, en la empresa también conllevará aires nuevos en el diario. El actual conde de Godó verá la necesidad de presionar a su padre, de ideas conservadoras y profundamente franquista, para permitir la adecuación del medio a las nuevas realidades. A la vez que exhortará al director a no tener miedo y soltarse en sus ideas democráticas. Todo ello con la voluntad que La Vanguardia Española no quedara desfasada (Nogué y Barrera, 2002: 442-443).

Estos cambios permitirán que el diario encare los últimos años del franquismo y el inicio de la Transición con la voluntad de recuperar su identidad histórica de periódico liberal, conservador y, aunque siempre diligente con la autoridad del momento, independiente. Pero a la vez, La Vanguardia Española consolidará la apuesta por abrir sus páginas a opiniones bien distintas, a menudo alejadas de los propios postulados. Todo ello ayudará a configurar un estado de opinión que se convertirá en un referente indiscutible en la construcción del relato político del momento.

Pero ante todo, seguirá siendo un periódico monárquico. Ya en el momento de su fundación, como órgano del monárquico Partido Liberal fusionista de Sagasta, el rotativo catalán defiende la institución. Un apoyo que se verá recompensado por el rey Alfonso XIII con el título de conde otorgado en 1916 a su propietario, Ramon Godó Lallana. Y que seguirá durante el franquismo cuando el subdirector del periódico, Santiago Nadal, formará parte del Consejo Privado de don Juan de Borbón, mientras que Carlos Godó Valls, segundo conde de Godó, es procurador en Cortes por designación directa del Jefe del Estado, desde 1958.2

La Vanguardia Española también afrontará el tránsito de la dictadura a la democracia con moderación, hecho que explica por ejemplo que el periódico no secundara alguna de las huelgas que la prensa de Barcelona realizó durante esos años3 o que hasta casi tres años después de la muerte de Franco no eliminara el adjetivo «española» de la cabecera.4 Sáenz Guerrero será el encargado de dirigir el diario durante todo el proceso de transición. En 1982 le sustituirá Lluís Foix y un año más tarde Francesc Noy tomará el relevo hasta 1987. Pero no será hasta la llegada de Juan Tapia, en 1987 (año en el que Javier Godó tomará el relevo de su padre como editor) que La Vanguardia emprenderá una renovación en profundidad que comportará un cambio de imagen radical y una apertura informativa, a partir de 1989.

ANTE LA MUERTE DE FRANCO

En el momento de la muerte de Franco, La Vanguardia Española con 220.217 ejemplares vendidos era el líder no solo en Cataluña sino también en España, según los datos de OJD. El rotativo catalán expresará a través de sus artículos y editoriales el dolor y el reconocimiento a la figura del dictador. Pero sabrá sumar a estos sentimientos una cautelosa mirada de esperanza hacia un futuro de apertura política.

Esta prudencia queda ejemplificada en el hecho que el periódico barcelonés no publique ningún editorial5 ni opinión firmada en ninguna de las ediciones especiales que aparecen el 20 de noviembre de 1975. Ante la incertidumbre, calma. El día siguiente, el conde de Godó publica la primera entrada firmada que aborda la cuestión a través de la cual se muestra orgulloso de haber formado parte de la España de Franco.6 Sin ser formalmente un editorial, es especialmente indicativo sobre la opinión del periódico al ir firmado por el editor.

El mismo día 21, el editorial pone de manifiesto la emoción por la muerte de Franco, así como la esperanza de paz y unidad y el deseo de incorporarse a Europa.7 En el texto se refiere al mensaje póstumo de Franco y destaca «la invitación a rodear al Rey de afecto y lealtad, de apoyo y colaboración». Pero el periódico catalán va más allá y deja sobre la mesa una declaración de intenciones: «Los españoles estamos hoy (...) deseosos de incorporarnos cada vez más plenamente al mundo europeo, al ámbito de la civilización occidental que sabemos es el nuestro y al que quedemos contribuir». No hay otra referencia editorial a la muerte de Franco: inmediatamente se centra a opinar sobre el papel del rey y el futuro político de España.

LA FIGURA DEL REY

En los primeros compases de la transición, las páginas de opinión de La Vanguardia Española destacarán por su pluralidad y equilibrio, hecho que compensará una línea editorial más próxima a las formaciones de centro y conservadoras y muy atenta tanto a la situación económica como a la integración de España en la Comunidad Económica Europea y al reconocimiento de las singularidades de Cataluña.

Pero sobretodo, y fiel a su tradición monárquica, el periódico se alineará con Juan Carlos I desde el primer momento: dos días después de la muerte de Franco, destaca de su discurso la voluntad de renovación, la promesa de libertad y de participación dentro de un «orden justo».8 Pone de relieve el «esfuerzo por tender un puente entre el pasado y el porvenir» y su «vehemente deseo» de ser «por encima de todo partidismo, fiel mantenedor del orden, de la ley, de la coherencia nacional, en una España moderna, plural, libre y democrática».

A su modo de ver, la presencia de representantes extranjeros en su coronación demuestra que la figura de Juan Carlos «no solo ha sido acogido con esperanza en España sino también fuera de ella».9 A partir de ahí, La Vanguardia Española presiona para que se haga efectiva la «redistribución del poder». El periódico indica que «es evidente que en la persona del presidente [Arias] se reconoce una opción por la continuidad».10 En este sentido recuerda la esperanza de cambio que transmitió el primer mensaje del rey y lamenta que «Los primeros pasos de la monarquía parecen mostrar que, si se ha producido un amplio movimiento de esperanza, no se advierte, por ahora, signo alguno de redistribución del poder». Recuerda que en su mensaje póstumo, Franco no menciona otros herederos que el pueblo y el rey: «Cabe ahora desear que sean, efectivamente, el pueblo y el Rey los que recojan la herencia», concluye.

EL GOBIERNO DE ARIAS

Con el paso de las semanas, el periódico de los Godó profesará en sendos editoriales apoyo al gobierno de Arias Navarro pero le pedirá cambios y apertura. Para La Vanguardia Española el objetivo político del gobierno de Arias debe ser la participación11 y con fragmentos de artículos de Fraga, Areilza y Garrigues trazan en un editorial el deseo hacia un cambio de régimen.12 Según el periódico, el Gobierno ha ido incorporando «un tono y una actitud» que están en consonancia con el mensaje del rey, más que unos propósitos concretos o un programa.13 Afirma que «parece apuntar a una reforma cauta» y destaca como uno de los puntos más concretos e interesantes «la afirmación de que la unidad de España será potenciada por el reconocimiento institucional de todas sus regiones y, en general, de las autonomías locales», cuestión que el periódico catalán abordará con preocupación en distintos editoriales.14 En este sentido, el periódico se muestra partidario de tirar adelante la descentralización administrativa, pues Cataluña cuenta con el peso de su historia y su cultura.15

Ha pasado poco más de un mes desde la muerte de Franco y en este breve periodo de tiempo la línea editorial de La Vanguardia Española ya ha abandonado por completo los elogios a Franco para reclamar la democratización de España. De forma reiterada pone de manifiesto la necesidad de avanzar hacia la democracia, sobre todo con la aprobación de leyes.16 «Vamos a una España democrática», concluye. Es por ello que se insistirá en la necesidad de marcar un calendario claro de actuaciones «para evitar impaciencias al mismo tiempo que se evitan dilaciones».17

El diario de los Godó aboga por avanzar en la creación de partidos políticos. En este sentido, pone de manifiesto la «incógnita» que supone que el propio Arias haga referencia a una democracia «española» y advierte que este adjetivo no puede ser sinónimo de la democracia «orgánica» de antaño.18 Asimismo, es el momento oportuno para poner las bases para entrar en Europa: «La expectación internacional es grande; las posibilidades de influir, por consiguiente, deben aprovecharse», indica.

Ante el conflicto social que empieza en enero de 1976 con huelgas en distintas ciudades y manifestaciones por la amnistía y la autonomía los dos primeros domingos de febrero en Barcelona, La Vanguardia Española destaca que hace falta paz y orden público para que avance el proceso.19 Pone de relieve que sólo los grupos ultra minoritarios tienen necesidad de salir a la calle para provocar agitación y así hacerse oír. Por ello desea «el orden en la calle y la política que dé la fuerza que le corresponde a esa opinión mayoritaria que no gusta de manifestarse de forma agitada y, menos, violenta». Desde el periódico, se advierte del riesgo de caer en manos de quienes no desean la democracia.20

A lo largo de estos primeros meses de transición, desde La Vanguardia Española se dispensará un apoyo moderado a la gestión de Arias aunque se podrá leer una crítica tanto a su política económica como a su acercamiento al búnker. Por lo que la dimisión del presidente, el 1 de julio de 1976, no causa una gran sorpresa. Expresan su confianza en que ante la aceptación de la dimisión, el rey «haya pensado, más que en el pasado, en el presente y en el futuro».21 El periódico se pregunta, de forma retórica, si ahora es el momento de dar ahora el paso que no se pudo dar meses atrás. A la espera de la terna, La Vanguardia Española pone sobre el papel sus requerimientos: un gobierno «sin condicionamientos personales o lastres históricos que impidan una acción decidida y coherente», «que tenga la confianza del Rey y también que tenga la confianza del pueblo».22

Un inusual (por duro) editorial de La Vanguardia española del 6 de julio23 pone de manifiesto las dudas que la elección de Suárez como presidente generan en el rotativo catalán. Se cuestiona la capacidad del político para llevar a España hacia la democracia. En este mismo editorial se indicará que no se trata de un simple cambio de gobierno, sino de una crisis que todavía es más profunda al constatar que nombres como Fraga o Areilza no participarán del nuevo ejecutivo. En su opinión, «Lo que importa (...) es que el nuevo Gobierno no aleje de la vista las prometidas elecciones». Porque recuerda que «mientras no haya elecciones, nadie puede pretender representar a nadie».24 Pero ante las dudas, en los editoriales y artículos de opinión pesará más la confianza depositada en el rey.

Una de las medidas más esperadas, y que el nuevo Gobierno no tarda en aplicar, es la amnistía «no total pero si realmente amplia» (como indica un editorial de La Vanguardia Española) que el consejo de ministros del 30 de julio de 1976 concede a los condenados por delitos políticos y de opinión. Este periódico ya había pedido al nuevo presidente en distintos editoriales25 que tomase esta medida por lo que celebrará con entusiasmo esta decisión que responde a «una petición extendidísima en el país» y que ha de «ser la puerta a la reconciliación entre los españoles».26

LA REFORMA POLÍTICA

La administración Suárez se plantea su primer gran reto solo cinco meses después de haber constituido el gobierno: el presidente convoca un referéndum el 15 de diciembre de 1976 para ratificar la Ley para la Reforma Política. La Vanguardia Española insta a los españoles a participar en un referéndum que ha de llevar la democracia a España pero que advierten que en ningún caso es «sustitutivo de unas elecciones» que deben celebrarse. La sintonía que el diario catalán ha ido tejiendo con Suárez en estos meses se observa en este mismo editorial cuando confiesan que «A nadie habrá de sorprender que (...) el discurso del señor Suárez nos haya gustado».27

Y sin pronunciarse abiertamente por ninguna de las opciones posibles, la apuesta de La Vanguardia Española por el sí será evidente: «Decir sí es decir: con reservas o sin ellas sobre modos y maneras, queremos pronto elecciones generales». De hecho, se presentará el «no» y la «abstención» como caras de una misma moneda de todos aquellos que no quieren avanzar de forma clara hacia la democracia28 y se cubrirán de forma completa actos y declaraciones de los favorables al sí. La clara victoria del sí es interpretada como una clara apuesta por la democracia, las elecciones libres y también como el fin de las opciones rupturistas. El periódico alaba la gestión de Suárez que «ha sabido llegar a ese momento histórico con espíritu de consenso y sin provocar antagonismos» y le apremia a proseguir el camino trazado.29

EL SANGRIENTO ENERO DE 1977

Durante la semana sangrienta de final de enero de 1977, La Vanguardia Española pedirá «serenidad y decisión de todos aquellos que creen que nuestro país es merecedor de un puesto entre los más evolucionados».30 De la lectura de las noticias se desprende una voluntad de sacar cualquier responsabilidad al gobierno español ante la situación al considerar que se encuentra presionado por los violentos y la izquierda.

La muerte del estudiante Enrique Ruiz García, el día 23, por Guerrilleros de Cristo Rey en una manifestación por la amnistía en Madrid es atribuida al clima de violencia perpetrado por «organizaciones extremistas dispuestas a perturbar la paz social» para parar el proceso hacia la democracia.31 Pero ante la muerte por la policía de la estudiante María Luz Nájera en una manifestación de protesta, al día siguiente, sí que se criticará implícitamente a los responsables políticos de la seguridad por permitir el clima de violencia creado.

Más dura será la condena por el asesinato de cinco personas en un despacho de abogados laboralistas de Comisiones Obreras, un hecho que será calificado como el más grave ocurrido en los últimos tiempos. En este mismo editorial32 se acusa a «agitadores extranjeros» de estar detrás de los actos terroristas y lamenta de nuevo que el Gobierno no esté investigando a fondo lo ocurrido, una acusación que se repetirá en otros editoriales.33 La escalada de tensión parece no tener fin cuando dos días después, el 28 de enero, el GRAPO mata a dos policías y un guardia civil en Madrid con lo que se suman 10 muertos en una semana.

Ante esta situación, La Vanguardia Española aplaudirá las medidas tomadas por el Gobierno. El diario de Godó hace hincapié en la necesidad de requisar armas y prohibir manifestaciones si es necesario, si bien al día siguiente lamentará que se hayan recortado derechos a los ciudadanos y dudará de algunas de las medidas tomadas.34 Las dudas sobre la capacidad del Gobierno para controlar la situación se disipan completamente después del discurso que Suárez realiza el 29 de enero.35

Superadas las dudas con el gobierno Suárez, La Vanguardia Española elogia las decisiones que se han ido tomando como la disolución del Movimiento Nacional (organismo que tilda de «anacrónico»)36 el día siguiente del desmantelamiento de su estructura administrativa. O la supresión del artículo 2 de la Ley de Prensa e Imprenta.37 De esta forma, también aprueba la decisión ministerial de legalizar el Partido Comunista de España porque sitúa España como «un país más en el mundo democrático de Occidente»38 aunque advierte a los comunistas que, de no seguir las reglas del juego, podrán recibir las oportunas sanciones.

El 16 de abril, La Vanguardia Española publica un contundente editorial (seguramente, el más duro de toda la Transición en este periódico) en el que recuerda, después de las dimisiones y movimientos en el Ejército como repulsa a la legalización, que «es incompatible declararse monárquico y leal a la Corona y alentar corrientes susceptibles de abocar en movimientos sediciosos».39

LAS PRIMERAS ELECCIONES

Los casi doce meses que Suárez lleva como presidente han generado una actitud de confianza en La Vanguardia Española. Pero el periódico procurará tener una posición neutral (y plural) ante la contienda de 15 de junio de 1977, primeras elecciones democráticas en 41 años, y sus preocupaciones se centran en reclamar propuestas a los partidos para salir de la situación de crisis económica40 y en recordar que las elecciones no son el final del trayecto sino que queda un largo camino para recorrer.41

El prestigio, ventas e influencia del periódico explican la voluntad de la mayoría de las fuerzas políticas que concurren en las elecciones de poder expresarse a través de las páginas de opinión de este rotativo. Este espacio es uno de los más plurales y heterogéneos de los que se publican en la prensa barcelonesa lo que provocará que, a menudo, la línea oficial del medio (que expresa un apoyo a los partidos de centro y moderados y no explicita ninguna simpatía concreta para el autonomismo) tenga diferencias significativas con los postulados que defienden los articulistas. Así, durante la campaña de las elecciones del 15 de junio, la presencia de opinadores partidarios de opciones autonomistas (como Néstor Luján, Miquel Coll i Alentorn, Josep M. Vallès, Josep Faulí o el socialista Joan Raventós) es mayoritaria.

Transcurrida la campaña, el periódico de Godó hará un elogio generalizado a todos los partidos por su comportamiento y ejemplaridad.42 Y aquí termina su neutralidad porque esta visión se complementa con sendos editoriales de alabanza a la obra realizada por el gobierno Suárez, que calificará de «sorprendente»43 por sus avances políticos y de «gesta».44 Y aunque manifiesta que no es su misión pedir el voto para ninguna opción, sí que reclama que se opte por partidos moderados y de centro, en clara alusión a la UCD.

Ante el resultado de las elecciones, que ganan Suárez y UCD (166 diputados), seguidos de González y el PSOE (118 diputados), y a mayor distancia por Carrillo y el PCE (19 diputados) y, sólo en cuarto lugar, Fraga y Alianza Popular (16 diputados), La Vanguardia Española45 elogiará al ganador y señalará la gran responsabilidad que asume ante el país. En el periódico catalán se leen los resultados como una muestra de cambio generacional protagonizado por Suárez y Felipe González y recuerdan que la mayoría ha optado por la moderación. Además, en el caso catalán, aplauden que hayan ganado los partidos que reclaman el Estatut y la Generalitat.

TARRADELLAS Y LA GENERALITAT

Durante los meses de julio a octubre de 1977 la política catalana estuvo dominada por las negociaciones tendentes a la recuperación de la Generalitat como institución de autogobierno. Los tres momentos cumbres fueron la multitudinaria Diada del 11 de septiembre, el decreto del restablecimiento de la Generalitat dos semanas más tarde y el retorno de su presidente, Josep Tarradellas, ya avanzado octubre. En todos estos acontecimientos, La Vanguardia dedicó expresivas portadas y titulares a ensalzarlos: «El 11 de septiembre de la esperanza»,46 «Más de un millón de gargantas y una sola voz: ¡Autonomía»,47«Josep Tarradellas, president de la Generalitat restaurada»,48 «El Presidente de la Generalitat vuelve a Cataluña»,49 «Ciutadans de Catalunya: Ja sóc aquí!».50 Un gran despliegue gráfico acompañó a todas estas ediciones, junto a una amplia cobertura informativa y artículos de colaboradores. Por primera vez primera desde la muerte de Franco, aparecieron en sus editoriales duras expresiones como «cuarenta años de ocultación de la realidad catalana»,51 «la opresión», «pernicioso y abusivo absolutismo centralista», «dictadura centralista», «cuarenta años de persecución incivil», etc.

La llamada a la unidad de acción en pro de la consecución del objetivo común de la restauración de la Generalitat fue un continuo leit motiv del periódico. Por eso apoyó la idea, finalmente no llevada a cabo, de formar un grupo parlamentario catalán propio en las Cortes52 y estimuló frecuentemente la eliminación de las discrepancias entre Tarradellas y los parlamentarios catalanes al considerarlas como perjudiciales para los intereses comunes de Cataluña.53 Otro elemento condicionante que La Vanguardia siempre llamó a respetar, en línea tanto con el gobierno Suárez como con el pensamiento de Tarradellas, fue el encaje de la Generalitat con el ordenamiento jurídico-constitucional «mediante fórmulas transitorias y respetuosas con la legalidad vigente».54 Una legalidad que, aunque se preveía también transitoria, debía servir para satisfacer las aspiraciones catalanas.

El restablecimiento de la Generalitat fue visto por La Vanguardia, desde una amplia perspectiva conciliadora, como «un pacto entre la Corona y la Historia»: entre un Borbón sucesor de aquel que promulgara el Decreto de Nueva Planta y el representante de la realidad catalana, destacando el papel del rey Juan Carlos como impulsor de este reconocimiento, en línea con el Gobierno. El retorno de Tarradellas a Barcelona, vía Madrid, significó una nueva catarata de elogios hacia su persona por parte de La Vanguardia, hasta afirmar que con el restablecimiento de la Generalitat «se ha eliminado un agravio histórico», después de atravesar «un largo silencio, un penoso desierto».55

CONSTITUCIÓN Y ESTATUT

1978 fue, principalmente, el año de la Constitución. La Vanguardia se sumó a la tesis comúnmente compartida de que «la tan discutible fórmula del consenso ha permitido realmente quebrar la dramática dicotomía de las dos Españas implacablemente enfrentadas». Como la mayoría de periódicos españoles, destacó el hecho de que era una Constitución «sin vencedores ni vencidos».56 En el fondo, latía la percepción de la superación de la división que supusieron la Guerra Civil y el franquismo a través del camino de la reconciliación. El diario dirigido por Sáenz Guerrero se mostró partidario del voto afirmativo en el referéndum del 6 de diciembre. Desde una interesada perspectiva catalana, La Vanguardia veía que «el proyecto constitucional es también una propuesta para resolver el contencioso histórico entre un antiguo país y una monarquía española que, casi desde su misma aparición como tal, no acertó a asumir –respetándola– la identidad colectiva de este pueblo».57

El día posterior a la celebración de la consulta popular, la portada del periódico titulaba: «España ya es un Estado de Derecho». Tras aludir a las dificultades habidas en todo el proceso, volvía a insistir en que no se trataba de una conclusión sino de «un punto y aparte, pues queda por materializarse una muy amplia tarea legislativa que incumbe al Parlamento». De ahí el significativo e intencionado título del editorial: «Manos a la obra».58 Lo que más preocupó a La Vanguardia fue el relativamente elevado índice de abstención, situado en torno al 32 por ciento y que fue más acusado en el País Vasco debido a la postura abstencionista propugnada por el PNV.

La Generalitat presidida por Tarradellas seguía siendo provisional y preautonó-mica, a la espera del marco constitucional donde debía encontrar cobijo. A comienzos de noviembre se llegó a un acuerdo de borrador de Estatut entre los distintos partidos, que La Vanguardia recibió «con la emoción debida», «sin análisis ni crítica».

El president Tarradellas siguió siendo un punto de referencia prácticamente indiscutible para La Vanguardia. Al editorializar sobre el primer año de gobierno preautonómico al frente de la restaurada Generalitat, la primera y más sobresaliente virtud que le atribuyó era «el inmenso valor de la autoridad moral para ponerse al frente de un pueblo». Los elogios, similares a los que dedicó al rey Juan Carlos, contenían expresiones como las siguientes: «es un ejemplo de dignidad y de seriedad, de respeto y de entrega. Su vida la ha convertido en una ofrenda permanente a Cataluña». En una lectura histórica de su regreso, el diario señalaba que «volvió con dos legitimidades: la del Parlamento catalán, cuyos restos salvados de la hecatombe le eligieron en la diáspora como sucesor de Macià y Companys, y la de la Corona, que también había vuelto a España con la bandera de la democracia después de tantos años de autocracia». El final del editorial, en tono casi lapidario, afirmaba tajante: «Sí, nos atrevemos a decir que sin Tarradellas no estaría Cataluña donde está».59

Uno de los rasgos característicos del estilo Vanguardia, como era el reconocimiento de los poderes constituidos y de su labor, le permitió pasar con cierta naturalidad del franquismo a la democracia, máxime cuando el cambio político e institucional se hizo desde la legalidad y no mediante rupturas de tipo revolucionario a las que el periódico era alérgico por principios.

LAS ELECCIONES GENERALES Y MUNICIPALES DE 1979

Las elecciones generales del 1 de marzo de 1979 fueron precedidas por una batería de editoriales bajo el antetítulo común «Ante las elecciones», donde se exponían «algunos de los problemas que tiene planteado el país».60 Como ya hiciera en los anteriores comicios, La Vanguardia no tomaba postura concreta por unas opciones políticas u otras, pero recomendaba vivamente la participación y mostraba a la vez su carácter liberal y defensor de la economía de mercado.

Su reticencia hacia los planteamientos marxistas o comunistas era entonces aún clara. Ante la estrategia de presión social y movilizaciones callejeras decididas por las ejecutivas del PSOE y del PCE, señalaba que «pese a todas las duras lecciones de la historia, nuestras izquierdas siguen creyendo que el recurso coactivo de las manifestaciones de masas es válido para oponerlo a la voluntad democrática de la mayoría».61 Y al analizar las distintas combinaciones posibles de gobierno tras la mayoría simple alcanzada por el partido de Suárez, afirmó tajante que «de lo que no seríamos partidarios es de una solución a la italiana: gobierno de UCD con los votos benévolos –que tarde o temprano se pagan– del Partido Comunista».62

También se refirió al notable incremento del voto nacionalista, no sólo en Cataluña y el País Vasco sino también en Andalucía, Canarias y Galicia. En términos generales, afirmaba que «el despertar nacionalista de los diversos pueblos de España constituye una novedad y un riesgo», si bien canalizable si se lograba entender su significado, e implícitamente se decantaba por un tratamiento distinto de las autonomías con mayor contenido histórico.

Las elecciones municipales del 3 de abril fueron vistas por La Vanguardia como «un triunfo socialista en Barcelona y en el resto del país catalán, seguido de magníficos resultados para Convergència y Unió y logros menores para UCD y PSUC». Los pactos entre socialistas y comunistas para gobernar muchos municipios en España despertó ciertos recelos en La Vanguardia. En su discurso latía el deseo de que el PSOE abandonara sus ambigüedades ideológicas y se decantara por mayores dosis de moderantismo y de pragmatismo. Por todo ello vio positivamente el primer discurso del alcalde socialista de Barcelona, Narcís Serra, afirmando que «el cambio se ha producido con suavidad y elegancia», y con un programa con el que «se puede dormir tranquilo».63

Meses después, el Congreso extraordinario del PSOE del mes de septiembre significó el retorno triunfal de Felipe González y las cuestiones ideológicas acerca del marxismo quedaron relegadas. El periódico opinó que «la gran victoria de este congreso socialista la han obtenido la racionalidad y el sentido de la oportunidad política». Concluía además, en apoyo de sus posturas, que «los intereses de España, de la democracia, y aun del electorado socialista, constituyen algo demasiado importante como para ponerlo en riesgo con la obstinación de una ortodoxia marxista entronizada como dogma inapelable».64

LAS AUTONOMÍAS CATALANA Y VASCA

Entre finales de 1979 y comienzos de 1980 Cataluña y Euskadi aprobaron sus Estatutos de Autonomía y eligieron sus respectivos parlamentos. La Vanguardia se mostró disconforme con las prisas que, después de las dos convocatorias electorales de marzo y abril de 1979, mostraron algunos partidos políticos por alcanzar plenamente cuanto antes el autogobierno, máxime cuando desde la Generalitat se estaba negociando el texto del Estatut con Madrid. Por eso criticó duramente una manifestación convocada por los partidos socialista y comunista, y a la que luego se unieron CDC y ERC, bajo el lema «Volem l’Estatut, ara!».

La postura del periódico respecto al Estatut fue decididamente positiva. Tras ser aprobado por amplia mayoría, y pensando ya en el futuro inmediato, La Vanguardia escribió que lo importante era su desarrollo:

Las funciones de autogobierno que han quedado imprecisas en el texto estatutario habrán de ganarse palmo a palmo. Simultáneamente, tendremos que ir demostrando que el poder autonómico es más eficaz que el del Estado y se tratará de una obra que no admite improvisaciones.65

Las elecciones al Parlament, el 20 de marzo de 1980, fueron el siguiente paso del proceso de devolución autonómica. Como en anteriores ocasiones, realzó el papel desempeñado por la Generalitat «bajo la experta y autorizada gestión del señor Tarradellas»,66 y pidió una amplia participación popular porque «nos jugamos la calidad del gobierno autonómico y esto ya es suficiente para que se movilicen conciencias y voluntades».67

La sorpresa de los resultados de los comicios se reflejó en el titular de portada del día 21: «Giro electoral: Jordi Pujol, vencedor». En una valoración de urgencia realizada en esa misma página se hablaba de que «la pérdida de la hegemonía por parte de los socialistas obliga a reconsiderar todo un esquema político derivado de las elecciones celebradas hasta ahora».68 El editorial portaba un título que equivalía a toda una interpretación: «Victoria de la Cataluña reflexiva». Como explicó un día después, «se ha impuesto el voto cívico, el voto reflexivo, el voto catalán sin adjetivos», que se decantó mayoritariamente hacia CiU, sobre todo, y en menor medida hacia Erc. El «cambio notable» del electorado fue satisfactoriamente visto por La Vanguardia, que lo explicaba así: «La resurrección del catalanismo como primera fuerza política entronca con la historia y se convierte en factor de fuerza y equilibrio de la etapa autonómica».69

Otros dos factores señalados por el periódico como favorecedores de la victoria nacionalista fueron el perjuicio, más que el beneficio, que la presencia de Suárez y González ocasionaron a centristas y socialistas, y el liderazgo sobresaliente de Jordi Pujol en las filas de CiU. A este último dedicaba unos extensos elogios, los más encendidos aparecidos en un editorial de La Vanguardia hasta ese momento:

En Jordi Pujol habrán visto [los electores] no sólo el veterano luchador de la clandestinidad y el demócrata de toda la vida, sino también un líder político con vocación y temple de estadista, de una muy completa formación intelectual y con una experiencia singularísima en la vida activa, tanto en la esfera de la economía como de la cultura. O sea, un hombre muy representativo de la Cataluña de nuestro tiempo, digno de suceder a los espléndidos adalides que a través de la historia ha dado esta tierra hasta el propio Tarradella.70

Una vez más, por tanto, el apoyo a los poderes constituidos o en vísperas de serlo aparecía como seña de identidad de la actitud política del periódico.

Este rasgo se pudo apreciar nuevamente en sus comentarios editoriales en torno a la investidura de Pujol. Su discurso fue calificado como «serio, claro, realista, responsable y profundamente catalán», y propio de un político que con «su larga actividad pública (...) ha cristalizado en un hombre preparado y capaz». Señaló además que «la opinión pública ha acogido muy bien el discurso de Jordi Pujol, por su sobria intensidad y por su honrado realismo».71 A la implícita satisfacción del periódico por el modo como Pujol había conseguido la investidura, con el beneplácito de UCD y de ERC, el editorial concluía al final con más claridad aún: «Diríamos que Cataluña acertó en las elecciones del 20 de marzo».72

La Vanguardia reflejó el clima de incertidumbre en que se iba a celebrar el referéndum del Estatuto en el País Vasco. La relativamente alta participación popular, próxima al 60%, fue considerada como «un grave revés para Herri Batasuna y quienes apoyaban su postura», pero al mismo tiempo advertía que «la recuperación de los derechos históricos de Euzkadi no significa que todos los problemas se resuelvan». Su actitud puede catalogarse, por tanto, como de un optimismo cauteloso.

El siguiente paso dado fueron las elecciones al Parlamento vasco, celebradas un par de semanas antes que las catalanas. Conocidos los resultados, llamó la atención sobre la posición de HB como segunda fuerza electoral tras el PNV y por delante de UCD y PSOE, y se permitió aconsejar al gobierno Suárez que aplicara con generosidad el Estatuto de Guernica para «en el futuro realzar su imagen».73

DEL 23-F A LA VICTORIA SOCIALISTA DE 1982

Las tensiones políticas derivadas sobre todo del terrorismo en el País Vasco venían a alimentar las conspiraciones de algunos sectores, sobre todo militares. El teniente coronel Tejero, que precisamente ya había participado la «operación Galaxia» fue quien la tarde del 23 de febrero de 1981 asaltó el Congreso de los Diputados con fuerzas de la Guardia Civil, propiciando el efectivo secuestro de los poderes ejecutivo y legislativo. Como en casi todos los medios de comunicación, escritos o audiovisuales, La Vanguardia vivió aquellas horas con gran intensidad y con una incertidumbre inicial que, según fue pasando el tiempo, se convirtió en una práctica seguridad del fracaso del golpe.

La edición se cerró justo después del mensaje televisado del rey. El editorial de La Vanguardia, claramente definitorio de su postura, se titulaba «Desafío a la legalidad». Escrito por Jaime Arias con las prisas del momento y con la situación del Congreso aún sin resolver, se ponía al lado del monarca y del pueblo español, «nada dispuesto a que una fracción minúscula de las Fuerzas Armadas fuerce un golpe de Estado que destruya las todavía débiles bases del régimen político, libre y democrático, que los propios españoles se han dado a sí mismos». Ahondando en la misma idea, señalaba que «ningún español sensato, y todavía somos mayoría, quiere caer nuevamente en la terrible condenación de la discordia civil». Y terminaba expresando su seguridad de que «el Jefe del Estado congregará en su torno a las asistencias necesarias para que todo lo sucedido no pase de un mal recuerdo».74

Ya con un cierto sosiego tras lo ocurrido, el 25 de febrero La Vanguardia publicó un editorial más profundo y pensado. Comenzaba calificando la acción golpista como «el intento de quemar del todo la libertad de los españoles» y «una forma inverosímil de humillar las instituciones democráticas y a sus hombres legítimamente representativos». Más adelante aconsejaba «estar alerta, en evitación de futuras posibles tentaciones», y animaba por ello a recobrar un espíritu de unidad de los políticos más responsables en torno a la Corona. Como otra lección de lo sucedido, y con cierto pesar no exento de realismo, afirmaba que «está visto que la transición no ha terminado». Sin embargo, también quiso extraer consecuencias positivas, que enumeraba:

un rey que sabe estar siempre en su sitio; que sabe desempeñar ejemplarmente su papel de Capitán General; unos Ejércitos que responden; un pueblo maduro; una clase política que, al fin, parece comprender que hay que saber entenderse en lo esencial y dejar las diferencias para tiempos mejores.75

Por tradición política, La Vanguardia nunca fue cercana a los postulados ideológicos o principios socialistas y, en general, de los partidos de izquierda. Dentro de esa reticencia en los fundamentos e incluso en el modelo de sociedad preconizado, el diario de los Godó dejó la puerta abierta a un socialismo moderado, no marxista, que respetara la iniciativa privada. A medida que las perspectivas electorales de la UCD fueron decreciendo, y en especial desde la holgada mayoría absoluta conseguida por el PSOE en las autonómicas andaluzas, este partido fue objeto de un mayor seguimiento editorial.

Avanzado el mes de junio, La Vanguardia tomaba postura clara a favor de la alternancia política, que previsiblemente inclinaría la balanza hacia el PSOE en las próximas elecciones generales. Incluso reconocía que

su paso por las responsabilidades gubernativas puede servir para agilizar mecanismos anquilosados, para desentumecer articulaciones perezosas y aun para aportar modernidad a algunos aspectos caducos de la administración.76

A la altura del verano de 1982, La Vanguardia trató con cierta asiduidad la cuestión de las alianzas necesarias para lograr, en las cada vez más próximas elecciones, mayorías estables que facilitaran la gobernabilidad del país. De ahí que se decantara por un futuro gobierno de coalición.77 Apenas una semana después, afirmaba que si el PSOE no alcanzaba mayoría, «poco habrá de faltarle», y de ahí deducía que «lo que le faltará es encontrar un grupo político que no sea el comunista y que le permita gobernar».78 Una vez más, el anticomunismo de La Vanguardia se hacía patente, y buscaba en alguna de las formaciones de centro la posible bisagra moderadora de un hipotético PSOE ganador sin mayoría absoluta.

La segunda edición de La Vanguardia del viernes 29 de octubre de 1982, tirada a las cuatro de la madrugada, mostraba un titular a toda plana que decía «Felipe, presidente», junto con una gran fotografía del líder socialista. Y destacaba entre comillas una frase suya: «Quien gana, más que un partido concreto, es la democracia y el pueblo español».79 El primer comentario editorial de urgencia, bajo el título «España se ha volcado», destacaba el alto nivel de participación que demostraba cómo «una campaña apasionada y apasionante ha logrado movilizar la opinión pública». También hacía referencia, por supuesto, a la victoria socialista por holgada mayoría absoluta, posibilitada por la alta participación de votantes que mostraron «el deseo de dar a un socialismo crecientemente moderado su oportunidad histórica de gobierno». Señalaba que el voto útil había favorecido, sobre todo, a la opción socialista en la izquierda y a AP en la derecha, mientras en Cataluña el equilibrio había sido mayor. De Felipe González hacía hincapié en que «siempre se ha mostrado inclinado a ofrecer fórmulas europeas de socialismo democrático».

A partir de entonces, y hasta la investidura de González y la formación de su primer gabinete, La Vanguardia destacó gráficamente en varias portadas la normalidad con que el proceso de cambio se estaba desarrollando. «Continuidad en el cambio», «El cambio se acelera», «Normalidad democrática», «Primer Gobierno socialista de la Monarquía» fueron algunos de los titulares de esas portadas llamadas a provocar un efecto tranquilizador en los ánimos de los lectores.80 Un sesgo similar tuvieron, en su conjunto, las posiciones editoriales del periódico, que también apremiaban a González a gobernar cuanto antes y a abreviar los plazos del inevitable período de transitoriedad entre el gobierno en funciones y el próximo en ciernes.81 En otro orden de cosas, y dado que los resultados de los comicios no se ajustaron a los deseos de La Vanguardia de contar con un panorama político más equilibrado y plural, esta tuvo que admitir que también podía existir un «bipartidismo eficaz», como demostraban algunos países del Norte europeo.82

La sesión parlamentaria de investidura de Felipe González ocupó el centro de atención nacional a finales del mes de noviembre y comienzos de diciembre. Previamente tuvo lugar la constitución de las nuevas Cortes, ante las que el rey pronunció su tradicional discurso de la Corona. Al comentarlo, La Vanguardia –que calificaba, además, las relaciones entre el rey y González como «excelentes»– valoraba positivamente la Monarquía como símbolo de continuidad institucional, al servicio de las opciones que el pueblo escogiera para su gobierno, y por cuya virtud «el Estado permanece, gobiernen centristas, socialistas o conservadores».

1. A parte de La Vanguardia, el 27 de enero de 1939 aparecieron ediciones especiales de El Día Gráfico, El Correo Catalán y la Hoja del Lunes.

2. Existen otros ejemplos de esta ideología monárquica: en 1986 el Grupo Godó crea la Fundación Conde de Barcelona que presididrá el propio rey. Y en julio de 2008, Juan Carlos I otorgó a Javier de Godó Muntañola, tercer conde de Godó, la máxima distinción nobiliaria como Grande de España.

3. La Vanguardia Española no se sumará a la huelga de julio de 1975 contra la detención del periodista Josep M. Huertas ni a la de abril de 1977 en la que se pedía una cuarta paga extra, entre otras (Guillamet, 1966: 159).

4. El 15 de agosto de 1978 vuelve a llamarse La Vanguardia.

5. Cabe señalar que, si bien en esos años la publicación de editoriales no era una práctica regular en la mayoría de periódicos, La Vanguardia española era el único rotativo catalán que cada día publicaba uno.

6. Carlos Godó: «Una obra extraordinaria que ha cambiado radicalmente a España», La Vanguardia Española, 21 de noviembre de 1976.

7. «Con emoción, con esperanza», La Vanguardia Española, 21 de noviembre de 1975.

8. «Al servicio del pueblo», La Vanguardia Española, 23 de noviembre de 1975.

9. «La España europea», La Vanguardia Española, 27 de noviembre de 1975.

10. «La herencia», La Vanguardia Española, 9 de diciembre de 1975.

11. «De ahora en adelante», La Vanguardia Española, 5 de diciembre de 1975.

12. «Manos a la obra», La Vanguardia Española, 13 de diciembre de 1975.

13. «Un proceso de evolución», La Vanguardia Española, 16 de diciembre de 1975.

14. «Las iniciativas regionales», La Vanguardia Española, 28 de febrero de 1976.

15. «Diputaciones y mancomunidad», La Vanguardia Española, 28 de febrero de 1976.

16. «Con paso decidido», La Vanguardia Española, 1-2 enero de 1976.

17. «El calendario», La Vanguardia Española, 4 de enero de 1976.

18. «Coexistencia política interna», La Vanguardia Española, 6 de enero de 1976.

19. «Un amplio consenso», La Vanguardia Española, 28 de febrero de 1976.

20. «Una solución de pacto», La Vanguardia Española, 29 de febrero de 1976.

21. «Los datos», La Vanguardia Española, 2 de julio de 1976.

22. «El gobierno que necesitamos», La Vanguardia Española, 3 de julio de 1976.

23. «El alcance de una crisis», La Vanguardia Española, 6 de julio de 1976.

24. «Un gobierno gestor», La Vanguardia Española, 8 de julio de 1976.

25. «La lógica de la amnistía», La Vanguardia Española, 13 de julio de 1976 y «La lógica de la reconciliación», La Vanguardia Española, 18 de julio de 1976.

26. «Amnistía, sí», La Vanguardia Española, 31 de julio de 1976.

27. «Ustedes tienen la palabra», La Vanguardia Española, 15 de diciembre de 1976.

28. «Las respuestas a un referéndum», La Vanguardia Española, 14 de diciembre de 1976.

29. «El futuro ha comenzado», La Vanguardia Española, 16 de diciembre de 1976.

30. «Frente a la espiral de la violencia», La Vanguardia Española, 25 de enero de 1977.

31. «Frente a la espiral de la violencia», La Vanguardia Española, 25 de enero de 1977.

32. «Se equivocan de país», La Vanguardia Española, 26 de enero de 1977.

33. «Demasiadas armas», La Vanguardia Española, 27 de enero de 1977 y «De las sombras a la luz», La Vanguardia Española, 29 de enero de 1977.

34. «De las sombras a la luz», La Vanguardia Española, 29 de enero de 1977.

35. «No dejarse intimidar», La Vanguardia Española, 30 de enero de 1977.

36. «Estaba previsto», La Vanguardia Española, 3 de abril de 1977.

37. «El fin del artículo segundo», La Vanguardia Española, 3 de abril de 1977.

38. «Dentro de la ley», La Vanguardia Española, 10 de abril de 1977.

39. «Manda el rey», La Vanguardia Española, 16 de abril de 1977.

40. «Incertidumbre, economía y elecciones», La Vanguardia Española, 2 de junio de 1977.

41. «El largo camino», La Vanguardia Española, 15 de junio de 1977.

42. «Fin del trayecto», La Vanguardia Española, 11 de junio de 1977.

43. «Fin del trayecto», La Vanguardia Española, 11 de junio de 1977.

44. «Areilza-Suárez», La Vanguardia Española, 12 de junio de 1977.

45. «Ruptura generacional», La Vanguardia Española, 17 de junio de 1977.

46. «El 11 de septiembre de la esperanza», La Vanguardia Española, 11 de septiembre de 1977.

47. «Más de un millón de gargantas y una sola voz: ¡Autonomía!», La Vanguardia Española, 13 de septiembre de1977.

48. «Josep Tarradellas, president de la Generalitat restaurada», La Vanguardia Española, 30 de septiembre de 1977.

49. «El Presidente de la Generalitat vuelve a Cataluña», La Vanguardia Española, 23 de octubre de 1977.

50. «Ciutadans de Catalunya: Ja sóc aquí»», La Vanguardia Española, 25 de octubre de 1977.

51. «El 11 de septiembre de la esperanza», La Vanguardia Española, 11 de septiembre de 1977.

52. «Un buen programa», La Vanguardia Española, 10 de julio de 1977.

53. «Tarradellas y los parlamentarios», La Vanguardia Española, 31 de julio de 1977; «Presidir, sin exclusiones», La Vanguardia Española, 4 de octubre de 1977.

54. «Tarradellas y los parlamentarios», La Vanguardia Española, 31 de julio de 1977.

55. «El ejemplo de la Generalitat», La Vanguardia Española, 25 de octubre de 1977.

56. «De todos y para todos», La Vanguardia, 1 de noviembre de 1978.

57. «Tres hipótesis», La Vanguardia, 5 de diciembre de 1978.

58. «Manos a la obra», La Vanguardia, 7 de diciembre de 1978.

59. «Tarradellas: un año después», La Vanguardia, 24 de octubre de 1978.

60. «Ante las elecciones. La hora de los programas», La Vanguardia, 8 de febrero de 1978. Con el mencionado antetítulo se publicaron un total de quince editoriales a lo largo del mes de febrero.

61. «Estrategia peligrosa», La Vanguardia, 12 de marzo de 1979.

62. «Nuevo Gobierno: combinaciones posibles», La Vanguardia, 4 de marzo de 1979.

63. «Ayuntamientos nuevos», La Vanguardia, 20 de abril de 1979.

64. «La libertad, por delante», La Vanguardia, 2 de octubre de 1979.

65. «Puerta abierta al futuro», La Vanguardia, 26 de octubre de 1979.

66. «El peso de Cataluña», La Vanguardia, 18 de marzo de 1980.

67. «El futuro se construye con el voto», La Vanguardia, 20 de marzo de 1980.

68. «Victoria de la Cataluña reflexiva», La Vanguardia, 21 de marzo de 1980.

69. «Ahora viene lo más difícil», La Vanguardia, 22 de marzo de 1980.

70. «Victoria de la Cataluña reflexiva», La Vanguardia, 21 de marzo de 1980.

71. «Su responsabilidad y nuestra esperanza», La Vanguardia, 23 de abril de 1980.

72. «Capítulo para la esperanza», La Vanguardia, 25 de abril de 1980.

73. «La democracia y sus circunstancias», La Vanguardia, 21 de mayo de 1980.

74. «La autoridad del Estado, lo primero», La Vanguardia, 25 de febrero de 1981.

75. «Gobierno y temas de Estado», La Vanguardia, 26 de febrero de 1981.

76. «La alternancia en el poder», La Vanguardia, 23 de junio de 1982.

77. «Sin mayoría no habrá gobierno», La Vanguardia, 9 de julio de 1982.

78. «Dos posibilidades», La Vanguardia, 17 de julio de 1982.

79. La Vanguardia, 29 de octubre de 1982 (2.a edición).

80. La Vanguardia, 30 de octubre de 1982; 24 de noviembre de 1982; 28 de noviembre de 1982; 4 de diciembre de 1982.

81. «Gobernar, pronto», La Vanguardia, 15 de noviembre de 1982.

82. «Preparando los cien primeros días», La Vanguardia, 30 de octubre de 1982.

La transición de la prensa

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