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ОглавлениеLos viajeros medievales y las lenguas
Joaquín Rubio Tovar
Universidad de Alcalá
1. El interés por las lenguas
El interés por la variedad de las lenguas, por sus semejanzas y diferencias, aparece en textos medievales de diferente naturaleza. El tema de la primera lengua que hablaron los hombres, su corrupción, la confusión posterior, las dificultades para la comunicación y la luz de Pentecostés (y el tema inagotable de la traducción), están presentes no solo en la teología, sino en romans, en crónicas, en tratados gramaticales y filosóficos (Rubio Tovar, 2014). Decía Georges Mounin que el episodio de Babel era una de las imaginaciones poéticas más grandiosas sobre el drama de la comunicación entre los hombres (1967: 160). La reflexión sobre la confusio linguarum fue continua a lo largo de la Edad Media. Los viajeros constataron la existencia de lenguas y de escrituras, y algunas de sus observaciones pasaron después a tratados científicos y a obras literarias.
La variedad mencionada no se constata solamente en países asiáticos. La ausencia de fronteras lingüísticas nítidas en las manifestaciones escritas medievales europeas es un hecho bien conocido. Sabemos que hubo zonas en las que había lenguas en contacto y se hablaban mezcladas: sur de Italia y Sicilia, la frontera entre el mundo germano y el mundo eslavo, las lenguas que se cruzaron en Inglaterra. En varias zonas de España convivieron y se mezclaron varias y no solamente en el sur. La hermandad del gallego-portugués y el castellano (sin necesidad de acudir a los dialectos ‘puente’ como el leonés) permitía a ambas literaturas compartir sus obras. En el Oriente peninsular la mayor distancia entre el catalán y el castellano venía a ser salvada por la vigencia del aragonés, donde ni los catalanismos ni los castellanismos resultaban extraños (Catalán, 1975). Eran zonas en las que debieron de abundar traductores e intérpretes.
No creo que deba trasladarse el fenómeno, sin más, a las lenguas de Oriente, hasta que tengamos un conocimiento exhaustivo de qué lenguas se hablaban y en qué regiones, pero el testimonio de los viajeros se refiere a lenguas en contacto, a alfabetos diferentes y a distintas escrituras. La riqueza y complejidad de aquel universo debió de ser extraordinaria.
Dos de los primeros libros o crónicas de viaje a Extremo Oriente son la Ystoria Mongalorum quos nos Tartaros apellamus (Historia de los Mongoles que nosotros llamamos Tártaros) de Giovanni da Pian del Carpine (Plan Carpino) y el Itinerarium ad partes orientales de Guillermo de Rubruc o Rubruquis. Maria Carreras y Raffaele Pinto (1996) han destacado una aclaración muy precisa que aparece en el texto de Plan Carpino.1 Los términos «mongoles» y «tártaros» no significan lo mismo, precisaba el viajero. «Mongoles» se refiere al nombre que los conquistadores de Asia se daban a sí mismos. El segundo, «tártaros», es el nombre con el que se les nombraba en Occidente. Para los pueblos asiáticos, lo mismo que para cristianos y musulmanes, los tártaros representaban al conjunto de las tribus mongolas, quizá porque los tártaros habían tenido un papel muy activo en las relaciones entre diversos pueblos asiáticos. Para Carpino parece que la palabra «tártaros» es poco precisa y debería corregirse. La formulación del título revela una mentalidad que destaca «la contraposición de perspectivas culturales, implícita en la distinción de los nombres. Nuestra cultura, la que usa el término tártaros, no es la cultura, sino una cultura, y el conocimiento del mundo que en ella está almacenado, a través de los nombres que ha impuesto a las cosas, no es el único posible» (Carreras y Pinto, 1996: 141). El viaje supuso para Plan Carpino una experiencia personal de la realidad, el conocimiento directo de aquellos pueblos, frente a las ideas preconcebidas.
La distinción mencionada sugiere que debemos atender a las observaciones de tipo lingüístico que aparecen con cierta frecuencia en este relato (y en otros, como veremos luego). El conocimiento de las lenguas abría las puertas a otros saberes. En un pasaje se menciona a unos clérigos rusos que vivían bajo la dominación mongola, pero que sabían latín y francés, de manera que podían explicar a Plan Carpino los secretos de la corte imperial:
Encontramos también en la corte a las siguientes personas que habían venido en el séquito de otros capitanes: varios rusos, húngaros que sabían latín y francés, clérigos rusos y otros individuos que los habían acompañado en sus campañas y demás acciones, algunos durante treinta años, y conocían toda su vida y andanzas, porque hablaban su lengua. (Gil, 1993: 242-243)
Conocer la lengua de un pueblo suponía conocer uno de los rasgos distintivos de una etnia y era un elemento que caracterizaba de la misma manera que los rasgos raciales. La relación entre la lengua, las costumbres y el credo religioso es una constante en muchos libros de viajeros. Cito solamente un ejemplo: «Todos estos pueblos tenían el mismo aspecto físico y la misma lengua. Aunque fueran separados en provincias y principados» (Gil, 1993: 251).
Cuando Plan Carpino atravesaba tierras en las que se hablaban lenguas conocidas (como el griego, el árabe y algunas lenguas eslavas), no percibía la necesidad de interrogar a través de la lengua las costumbres de las poblaciones. Los parentescos religiosos y las afinidades culturales no abrían las puertas a una percepción clara de la diversidad y dificultaban en cierto modo la intuición de que la lengua era uno de los rasgos de la identidad ajena. En cambio, cuando encuentra a los mongoles, «su percepción lingüística se agudiza» (Carreras y Pinto 1996: 144) y los distintos pueblos se describen según su lengua y tipo de escritura, la religión que practicaban, sus costumbres. Plan Carpino destaca en algunos pasajes, no sin asombro, la presencia de intérpretes en tierras tan lejanas y destaca la importancia de la traducción:
Kadac nos preguntó entonces si en la corte del Papa había personas que entendiesen la lengua rusa, arábiga o tártara. Le replicamos que no teníamos intérpretes ni de ruso, ni de arábigo, ni de tártaro, y que, aunque había sarracenos en Occidente, vivían lejos del señor Papa; añadimos, sin embargo, que nos parecía conveniente que su respuesta la escribiesen en tártaro y nos hiciesen una traducción, pues nosotros la pondríamos fielmente en nuestra lengua y así llevaríamos tanto la carta como su versión al señor Papa. (Gil, 1993: 243)
El franciscano Guillermo de Rubruc viajó a Mongolia entre 1252 y 1255 y debió de preparar su viaje detenidamente. Leyó cuanta información llegó a sus manos sobre aquellos pueblos y conversó con algunos viajeros que habían llegado hasta Tartaria y, según Juan Gil, hubo de tener largas pláticas con Andrés de Longjumeau para conocer su itinerario, así como con mercaderes genoveses. El resultado de su viaje por las estepas mongolas, de su estancia en la corte de Mangu y de la cantidad de personajes que conoció en su extenso periplo se refleja en su relato de viajes. Me interesa destacar el fino oído y la inteligencia del franciscano, que señaló y diferenció algunas lenguas de aquel gigantesco imperio que tuvo ocasión de escuchar, y esta era una información de interés para la misión evangélica, pero también para futuros contactos políticos y, desde luego, para el conocimiento del mundo.
Rubruc se fijó en las diversas religiones y distinguió las diferentes razas y costumbres que llegó a conocer. Me detengo solamente en su interés por las lenguas. El descubrimiento de una manera de escribir tan diferente a la occidental debió de dejarle perplejo:
Los tártaros han tomado de ellos el alfabeto. Empiezan a escribir por arriba y continúan la línea hacia abajo, y leen de la misma manera; las líneas las prosiguen de izquierda a derecha. Hacen mucho uso de papeles y letras como conjuros, así que sus templos están llenos de letreritos colgados. Mangu Kan os envía una carta en lengua y alfabeto moal. (Gil, 1993: 348)
La moneda común de Cataya, dice en otro pasaje, es una hoja de algodón de un palmo de largo y de ancho, sobre la que se imprimen unas líneas, y destaca que:
escriben con el pincel con el que pintan los pintores y comprenden en una figura las diversas letras que componen una palabra. Los tebet escriben como nosotros y tienen caracteres muy parecidos a los nuestros. Los tangut escriben de derecha a izquierda, como los árabes, pero continúan las líneas subiendo hacia arriba: los iugures, tal y como antes se ha dicho, lo hacen de arriba abajo. (Gil, 1993: 385)
Tuvo que costar un gran esfuerzo intelectual entender las características de la escritura china (que, tal y como se describe, no es fonética). Para Pinto y Carreras esta clase de escritura era el «límite infranqueable de la cultura lingüística de un europeo del siglo XIII» y es justamente la percepción de una mentalidad lingüística tan radicalmente distinta «la que agudiza la sensibilidad de estos viajeros hacia el lenguaje en general» (1996: 146).
A los viajeros les llamó la atención que en países tan lejanos, hubiese intérpretes conocedores de tantas lenguas y capaces de traducir entre ellas:
Entonces le presenté vuestra carta con traducción de la misma al arábigo y siríaco, pues en Acre la había hecho trasladar a una y otra lengua y alfabeto. Allí había sacerdotes armenios que sabían turco y arábigo y también estaba el compañero de David, que sabía siríaco, turco y arábigo. (Gil, 1993: 321)
A pesar de las diferencias en la escritura, en estos países encontró europeos que habían aprendido aquellas lenguas:
El maestro Guillermo nos condujo lleno de gozo a cenar con él a su morada. Está casado con la hija de un lorenés; ella es natural de Hungría y sabe bien el francés y el comano. Encontramos también allí a otro hombre llamado Basilio, hijo de un inglés, que había nacido en Hungría y sabía esas mismas lenguas. (Gil, 1993: 395)
Sabemos que a su regreso Guillermo de Rubruc se encontró en París con Roger Bacon, que enseñaba en aquellos años en la Sorbona y que le dio una copia de su relato. Bacon siempre se sintió atraído por los mongoles y sabemos que conocía otros textos de viajeros. Aparte de sus intereses de orden religioso, le llamaron la atención las distancias quilométricas y el tamaño de países y desiertos que se desprendían del relato, pues cambiaban su idea de las dimensiones del mundo. Y es seguro que le sorprendería la variedad de lenguas y alfabetos que había recogido fray Guillermo.
A los viajeros les preocupaba la competencia lingüística del intérprete, que era incapaz de trasladar a los religiosos mongoles el símbolo de la fe, cuestión esta central y que también interesó a otros grandes viajeros e intelectuales como Ramon Llull. Llull propuso que se destinara un lugar en el que pudieran reunirse hombres doctos que estudiaran diversos idiomas para que fueran capaces luego de predicar el evangelio y las verdades de fe.2 No solo había que conocer bien la doctrina sino la lengua de los receptores para poder debatir y argumentar. Téngase en cuenta que estamos en escenarios orales de comunicación, de ahí el enorme interés de los estudios de oralidad y lo mucho que nos están aportando para entender estos encuentros que menciono.
A los viajeros les sorprendía e interesaba la variedad de lenguas y acentos que escuchaban, así como la peculiaridad de las escrituras, tan distintas a las de sus países de su origen, y en más de un lugar expresan la relación entre lengua, nación y costumbres. El nombre de Cristo, de cristiandad, parece que lo vinculaban con el de nación. Así lo explicaba Guillermo de Rubruc:
«No digáis que nuestro señor es cristiano, pues no es cristiano sino moal [mongol]». En efecto, el nombre de cristiano les parece propio de un pueblo, y están tan henchidos de soberbia que, aunque quizá crean algo en Cristo, no quieren sin embargo llamarse cristianos, con el propósito de exaltar su nombre, es decir, el de moal, sobre todos los demás; tampoco quieren recibir el nombre de tártaros. (Gil, 1993: 323)
Las lenguas eran también fronteras. Esta cita de la Embajada a Tamorlán nos pone sobre aviso de varias cuestiones. Cuando los embajadores llegan a la ciudad de Cermit, leemos:
Esta ciudad solía ser de la India Menor e agora es del imperio de Samaricante […]; e se llama tierra de Nogalia, e la lengua se llama mogalia. E no se entiende esta lengua aquende el río, pero que fablan todos la lengua persiana, que d’esta lengua a la persiana ay poco departimiento, pero que la letra que escriben estos de tierra de Samaricante, el río allende, no la entienden ni saben leer del río aquende. E llaman a esta letra mogalí, e el Señor trahe consigo ciertos escrivanos que bien saben escribir esta letra mogalí. (López Estrada 1999: 241)
Debe destacarse el interés del relator de la obra por el nombre de una lengua, su relación con otra, su observación de que los habitantes de una orilla del río entienden una lengua, pero los de la otra orilla no pueden hacerlo, y la referencia a dos tipos de letra.
2. Alfabetos y vocabularios: von Harff y Breidenbach
En el viaje libresco, desde la biblioteca, que narró Mandeville, hay una preocupación sistemática por el tema del lenguaje, que se manifiesta de diversas maneras: traduce vocablos en otras lenguas, aparecen explicaciones etimológicas, referencias a las lenguas vistas como identidad de un pueblo, descripciones o relatos que incluyen noticias sobre el lenguaje gestual, la inclusión de una serie de alfabetos —a la que luego volveré— y alguna consideración sobre la carencia de la palabra entre los salvajes.3
Algunos de estos alfabetos se reproducen en copias manuscritas, como en la que recoge la traducción aragonesa: el egipcio (f. 8r), el hebreo (f. 26v), el árabe (f. 38v) y el persa (f. 41v).4 Se anuncia el alfabeto caldeo, pero no llega a reproducirse y en su lugar aparece un espacio en blanco.
Pero no fue Mandeville el único viajero que reprodujo alfabetos. He escogido para este ensayo los que aparecen en dos libros de peregrinos: Bernardo de Breidenbach y Arnold von Harff. Me referiré a ellos y a algunos breves glosarios.
2.1. Arnold von Harff
El caballero alemán Arnaldo von Harff nació en 1471 en la baja Renania, entre Colonia y Aquisgrán, no lejos del río Harff (hoy Erft), en un pueblo llamado también Harff, de donde pudo tomar el apellido. Fue estudiante de la facultad de artes en la Universidad de Colonia. El relato de su viaje revela que tenía conocimientos de geografía y astronomía, de historia bíblica y de hagiografía, y muestra también un interés grande por las lenguas y sus alfabetos. Arnaldo von Harff partió el 7 de noviembre de 1496 de Colonia y regresó el 10 de octubre de 1498, y en cuanto tuvo oportunidad se unió a mercaderes que conocían los caminos y las lenguas. Recorrió una parte muy extensa de Europa y algunos lugares de África y Asia: Alemania, Austria, Italia, Yugoslavia, Albania, Egipto, Grecia, el Sinaí, Arabia, Adén, Jerusalén y Santos Lugares, Siria, Beirut, Turquía, Bulgaria, Hungría, Francia y España (una parte del Camino de Santiago, hasta Finisterre). No llegó a la India, Madagascar y otros lugares, y sustituyó su experiencia personal por información tomada de los relatos de Marco Polo, de Mandeville y de la obra geográfica de Ptolomeo. Algunos topónimos africanos coinciden con los de la Cosmographiae introductio de Waldseemüller (1507), posterior al viaje de von Harff, pero quizá uno y otro consultaran la misma fuente. Von Harff debió de escribir su libro en dos etapas: en el transcurso del viaje tomaría nota de las distancias (una y otra vez se mencionan las millas) y los topónimos, y transcribió algunas frases y palabras, y en una segunda etapa añadiría los alfabetos y otras noticias, así como los más de cuarenta dibujos con los que ilustró su texto.
A medida que recorrió países y regiones, el viajero se refirió a las lenguas y, junto a algunos alfabetos, transcribió un pequeño vocabulario, unas cuantas frases que provienen del habla cotidiana. Incluyó glosarios de nueve lenguas: esloveno, albanés, griego, árabe, hebreo, turco, húngaro, euskera y bretón, y los alfabetos del griego, árabe, caldeo, etíope, copto, hebreo y armenio (Fig. 1 y 2).
Fig. 1: Glosario hebreo (von Harff)
Von Harff no viajó solo, sino acompañado de mercaderes y de algún intérprete. En Venecia contrató un traductor para las lenguas orientales, que le prestó grandes servicios. Siempre encontró en lugares apartados a campesinos o a nobles que le suministraron informaciones muy valiosas. Un gran señor de Eich (del cantón de Lucerna) le facilitó la visita para contemplar las reliquias de Ravenna y un armero alemán le mostró las obras de fortificación en Methoni en el Peloponeso. En El Cairo se encontró con dos mamelucos de Danzig, que le consiguieron un salvoconducto para el sultán, un franciscano que venía de una comunidad de San Truiden (Bélgica) le explicó el significado de los santos lugares en Jerusalén y un caballero de Estiria le explicó cómo debía comportarse ante el sultán turco en Estambul.
Fig. 2: Muestra de alfabeto árabe (von Harff)
Los vocabularios son muy concisos y tienen un sentido muy práctico. Harff anotó cómo se decían (o pronunciaban) algunas palabras esenciales para la vida cotidiana, como pan, agua, comida, albergue, dormir, etc., y algunas frases útiles para desenvolverse. A pesar de los errores que puedan percibirse, dialectólogos y especialistas de varias disciplinas han estudiado los alfabetos y las humildes listas de palabras pues, en muchos casos, son los primeros y únicos testimonios que se conservan de algunas lenguas, como el albanés primitivo o un dialecto bretón, por ejemplo.5 A Harff no le interesaron ni el gallego ni el castellano, de los que no recogió ni un solo término.
Fig. 3: Muestra de glosario (von Harff)
Quiero destacar que la recopilación del viajero no es caótica ni arbitraria y no carece de orden. A la hora de presentar las listas de palabras de una lengua o sus alfabetos, suele escribir prácticamente las mismas frases, y la lista de palabras y expresiones que recoge es bastante parecida en todas ellas. En el caso del esloveno escribe:
Esta ciudad —Ragusa— es en el reino de Croacia y aquí se habla por todas partes la lengua eslovena, que llega muy lejos […] a través de Eslovenia, a través del reino de Polonia, por los reinos de Dalmacia y de Croacia. He recogido algunas palabras de la lengua, tal y como están escritas aquí abajo.
Del turco dice que sus hablantes: «Tienen una lengua muy particular, de la que he retenido algunas palabras tal y como está escrito aquí abajo». Al referirse al húngaro escribe: «como atravesamos este reino de Hungría, he conservado algunas palabras de su lengua y he escrito los nombres aquí abajo» (Fig. 3).
Del albanés: «De esta lengua albanesa he retenido algunas palabras, así como aparecen escritas aquí abajo, transcritas de acuerdo con nuestras letras». Y del euskera: «En Vizcaya tienen su propia lengua que es muy difícil de escribir, y de la que yo he retenido algunas palabras, así como está escrito aquí abajo».6 Filólogos e historiadores han estudiado estos testimonios y han subrayado su importancia lingüística y antropológica. Destacaré solamente el caso de la lengua bretona (Fig. 4).
Fig. 4: Dos bretones (según ilustración de Von Harff)
Según el celtista Guyonvarc’h, el breve glosario en lengua bretona que transcribió el viajero demuestra que no conocía la lengua. Se trata de un bretón hablado (quizá entre Nantes y Rennes), profundamente dialectal y, según el autor mencionado, muy vivo en la boca del informador que escogió von Harff. Estamos ante un ejemplo de breton vannetais, que desapareció hace cientos de años. Está transcrito según la grafía de la lengua materna del viajero alemán: «le francique moyen que l’on parlait à Cologne vers les XVème-XVIème siècles» (1984: 3).7 Este inconveniente no deja de ser a la vez una ventaja, pues habla bien a las claras de la sinceridad de las transcripciones realizadas. Es un documento interesante, el único testimonio de un bretón dialectal de finales del siglo XV, y el único testimonio conocido de contacto directo del bretón con un extranjero que no hablaba francés ni ninguno de sus dialectos, en un período en el que ningún bretón pensaba escribir su lengua. No sabríamos nada de ella sin el pequeño glosario de von Harff recogido en Nantes en 1499.
Anotar palabras y frases de la vida cotidiana en diferentes lenguas exigía disponer de unos principios de transcripción, por muy elementales o rudimentarios que fueran, lo que revela un destacado interés por las lenguas y lo que representaban.
2.2. Bernardo de Breidenbach
El deán y canónigo de Maguncia, Bernardus de Breidenbach es el autor de Peregrinatio in Terram Sanctam. La obra debió de terminarse en 1484 y en febrero de 1486 la imprimió en esa ciudad Erhardus Reuwich. El relato tuvo mucho éxito en Europa, según revelan las siguientes ediciones y traducciones aparecidas entre 1486 y 1490. La versión española lleva por título Viaje de la Tierra Sancta y fue impresa en Zaragoza por Pablo Hurus, en 1498. El texto figuraba en las bibliotecas de Hernando Colón, Fernando de Rojas o Juan Alonso de Guzmán, entre otras muchas. Breidenbach fue uno de los numerosos viajeros alemanes que emprendieron una peregrinación. A otros viajeros les movieron razones comerciales o el interés por explorar tierras desconocidas. No fue un homo viator aislado que escribiera a su regreso en 1484 el Viaje de la Tierra Santa.8
La presencia de hermosas xilografías ayudó a su difusión. En la edición de Pablo Hurus se utilizaron algunas ya empleadas en ediciones anteriores. Es un ejemplo más del intercambio de material tipográfico entre los impresores de los siglos XV y XVI. De la edición latina de Maguncia proceden las siete vistas panorámicas de ciudades (excepto la de Roma), así como catorce grabados con grupos de personas, animales, alfabetos y edificios (Fig. 4). De la edición alemana se tomó el alfabeto armenio (Cabeza Sánchez-Albornoz y Abad Lluch, 1999: 214).
Las opiniones de Breidenbach sobre la necesidad de difundir el mensaje cristiano, junto al interés por la geografía, tan apreciada por los primeros humanistas, fueron, sin duda, del agrado de Pablo Hurus. Gonzalo García de Santa María y Martín Martínez de Ampiés ayudaron al impresor en su tarea. Martínez de Ampiés no solo fue el traductor del viaje de Breidenbach. Trasladó del catalán el Libro de Albeytería en 1495 y al año siguiente el Libro del Anticristo. Fue autor del Triumpho de María (impresa en 1495) y del Tratado de Roma, que antecede al Viaje de la Tierra Santa y que fue añadido por indicación del impresor.
Ampiés no hizo una versión literal del texto, sino que intervino en él mediante glosas y amplificaciones y acomodando algunas palabras al ámbito hispano. Algunas frases comienzan con expresiones como: «porque mejor se pueda entender» o «para que se pueda mejor entender la muerte de dicho capitán Syara, es necesidad traer la historia desde el principio». Explica, además, quiénes fueron algunos personajes históricos o legendarios.
Entre las extraordinarias ilustraciones que he mencionado antes destacan la alegoría de la ciudad de Maguncia (donde aparecen los tres escudos de las personas que realizaron el viaje: Breidenbach, Juan de Solms y Felipe de Bicken), una serie de vistas de diferentes lugares (Venecia, Corfú, Rodas, Tierra santa), y lo que nos interesa en este ensayo: representaciones de diferentes pueblos que vivían en Tierra santa y una serie de alfabetos (arábigo, hebreo, griego, caldeo, copto, armenio y abisinio).
Si en el caso del viajero von Harff vimos un carácter más o menos sistemático a la hora de presentar los alfabetos y los breves glosarios, también en el de Breidenbach aparecen presentados mediante referencias y frases muy parecidas. Me refiero a la identificación y singularización de los pueblos a través de su vestimenta (tal y como aparece en algunos grabados) junto a la reproducción de los alfabetos de su lengua. Presento solamente algunos ejemplos. En el caso de los sarracenos leemos: «Y ende se sigue su alphabeto con la figura siquier forma de su hábito y vestir». Tras las xilografías leemos: «La forma siquier manera de los vestidos y hábitos que usan y costumbran levar y vestir los sarracenos o moros, así hombres como mujeres, en Jerusalem y Tierra sancta es como se demuestra por la figura siguiente». Y a continuación: «Los sarracenos siquier moros usan la lengua arábica con su letra, la qual contiene XXXI letras según en el siguiente alphabeto están figuradas» (Tena 2003: 353) (Fig. 5).
Fig. 5: Breidenbach, Viaje de la Tierra Santa (Zaragoza, Pablo Hurus, 1498), fol. CXX
En el caso de los judíos («que ahún habitan en Jerusalem») leemos: «Hablan ellos en aquellas tierras la arábica lengua, y entre sí mismos usan sus propias lengua y letras hebraicas según en el siguiente alphabeto stan escriptas» (Tena 2003: 357). Y a continuación se reproduce el Alphabeto hebraico.
La relación entre el vestido y el alfabeto aparece también claramente en el caso del alfabeto griego: «Comiença dezir de algunos griegos, que ahún moran en jherusalem, los quales según su costumbre, van en hábito y vestidos como en la siguiente figura parece». El capítulo acaba con la reproducción del alfabeto: «En los officios divinos usan la lengua griega, que todos los legos entender la pueden. En todos los otros negocios que en Jerusalem y Tierra Sancta hazen hablan en arábigo, como los moros. Su propio alphabeto, y letra, todo, al natural, es lo siguiente» (Tena 2003: 359 y 362). Y a continuación se reproduce el Alphabeto o «létera» de los griegos.
Poco después leemos: «De los surianos, a que ahún en jerusalem biven, y en los lugares circunvezinos, y pónese primero la figura de qué manera y forma ellos andan vestidos». De los surianos explica el lugar de donde provienen y las lenguas que usan: «Otro linaje hay en Jerusalem y en sus lugares circunvezinos, y estos se llaman surianos, porque salieron, según algunos, de la ciudad Assur antigua; o, según otros, de la provincia llamada Syria se dizen syrios. […]» (Tena 2003: 364).
Me parece relevante el interés del viajero por destacar que en una misma ciudad o región se usa una lengua para los negocios mundanos y otra para los divinos, y la relación que establece entre la vestimenta, el modo de llevar el cabello, las costumbres y las lenguas: «En los negocios mundanos hablan lengua morisca, en los divinos y espirituales usan la griega. Algunos en ellos usan el chaldeo, quando les plaze, porque bien lo saben. Y la verdadera letra y alphabeto de la scriptura y lengua chaldea es la siguiente» (Tena 2003: 364).
De los armenios nos dice que: «lievan los cabellos de las cabeças cortados y hechos en forma de cruz» (Tena 2003: 372). Y de los abbasinos, muchos de los cuales vivían todavía en Jerusalén, leemos: «Estos abbasinos siquier indianos, aunque en Jerusalem y Tierra Sancta saben y entiendan la moriega lengua, y d’ella, quando les plaze, usan, no menos tienen su propio lenguaje y alphabeto, el qual tiene XLVII letras según en las siguientes figuras son escriptas» (Tena 2003: 377).
Uno de los primeros libros impresos donde los lectores podían ver los alfabetos orientales fue el de este peregrino. El autor no sugería filiación o relación alguna entre ellos, sino que su objetivo era referirse a su diversidad. El alfabeto hebreo tenía para él 28 letras, como para el tratadista Geoffroy Tory, y no las 22 habituales, número sobre el que se fundaron tantas especulaciones, pues cinco letras presentan una doble grafía.9 La obra de Breidenbach presenta uno de los rasgos significativos de los relatos de viajes. Al tiempo que se habla de las particulares costumbres de los pueblos orientales, los alfabetos se consideran también una muestra de exotismo y aparecen en un lugar destacado junto a los vestidos de los pobladores. Existe, además, para Breidenbach, «una correlación entre la diferencia de lenguas, las escrituras y las sectas, multiplicidad que se opone, elocuentemente, a la unidad de la fe católica» (Demonet, 1992: 51). Y debe destacarse, además, la diferencia que señala entre lenguas y escrituras de uso y aquellas que se refieren al culto.10
Los eruditos del siglo XVI añadieron nuevas preocupaciones a la información de los viajeros. A unos les preocupaba saber quién inventó las letras, qué alfabeto fue el más antiguo y cuáles le siguieron, así como qué relación existía entre las letras.
3. Enciclopedias y tratados
En algunos libros de viajes se relatan experiencias sucedidas, se habla de paisajes contemplados, se recogen noticias de tipo histórico y geográfico, se describen o mencionan accidentes naturales, regiones y ciudades, se habla de prodigios y monstruos y se recogen informaciones librescas muy variadas (Béguelin-Argimón, 2011).
Es interesante destacar la relación que mantiene el Libro de las maravillas con la ciencia tal y como se exponía en las enciclopedias medievales.11 Las enciclopedias se nutrían, entre otras muchas fuentes, de los relatos de viajes, y mantenían con ellos una relación de intercambios y préstamos mutuos, como señala Rodríguez Temperley (2005). Las enciclopedias compilaban y refundían materiales existentes, y reconoceremos en determinadas secciones los temas de los libros de viajes, pero insertos en un nuevo ‘marco’ que los recontextualiza.
Al hilo de esta transformación debe recordarse que en el primer tercio del siglo XIV dejaron de escribirse nuevas enciclopedias, y a medida que fue desapareciendo este género, comenzó el auge de cierto tipo de relato de viajes, algunos de los cuales incluyeron un compendio geográfico o una descripción del mundo, como en la Descriptio Orientalium Partium de Odorico de Pordenone (c. 1330), el Liber de quibusdam ultramarinis partibus de Guillermo de Boldensele (1336), el Libro de las maravillas de Mandeville y el Libro del conoscimiento (c. 1360). Se percibe todavía en ellos un saber libresco.
Hasta cierto punto, podemos afirmar que algunos relatos de viajes se convirtieron en una especie de enciclopedia divulgativa, que no presentaba la organización del saber característico de las enciclopedias. Frente al discurso expositivo-explicativo, se constituyó el narrativo, característico de los libros de viajes. El saber aparece organizado y expuesto de una manera diferente a la enciclopedia, digamos, académica. Rodríguez-Temperley (2005) ha explicado este extremo con toda claridad.
El relato de Mandeville muestra un interés notable por las lenguas de los países que dice recorrer, y llega a copiar en su libro algunos alfabetos, como he señalado ya, lo que le otorga un carácter diferente frente a otros relatos de viajes. La traducción al aragonés recogida en el manuscrito de la biblioteca de El Escorial no contiene ilustraciones de seres monstruosos o de ciudades y palacios, pero incluye algunos alfabetos, y este es un rasgo destacado. Los alfabetos solo aparecen en la primera parte de la obra, e indican que los pueblos (o las personas) que los crearon no solo tenían un lenguaje, sino que poseían uno escrito. En la segunda parte se describen regiones en las que vivían seres monstruosos, híbridos extraños. Los monstruos no tienen la capacidad de hablar ni menos la de expresarse por escrito. En los impresos castellanos del siglo XVI desaparecen los alfabetos y se da un valor excepcional a las ilustraciones de monstruos. El libro reorienta su significado y cambia de naturaleza. Otros fines y otros lectores determinaron su sentido.
4. Los alfabetos
El tratado conocido como Doctrinale de Alejandro de Villadei parece que remite en los versos finales del prólogo a dos tratados de gramática titulados Alphabetum minor y Alphabetum maius, lo que nos hace pensar que el autor llamaba alfabetos a unos manuales de gramática.12 El alfabeto parece ser la base de todo aprendizaje lingüístico y nos introduce en el estudio de contenidos más complejos. Téngase en cuenta que a la hora de filiar algunas lenguas se tuvo muy presente el aspecto gráfico de las letras para establecer vínculos entre ellas.
El alfabeto más antiguo, el de la primera lengua, fue para muchos pensadores y exégetas el hebreo, aquel cuyas letras trazó la mano de Dios al grabar las Tablas de la Ley. Esta reflexión es, sin duda, mucho más antigua que la que encontramos en las Etimologías de san Isidoro, pero esta obra fue uno de los textos más influyentes a la hora de situar el alfabeto hebreo a la cabeza de todos. La serie de autores y argumentos para demostrar este extremo es amplísima. Para san Isidoro, el origen de las letras latinas y griegas parece remontarse a los hebreos. Entre estos, escribía:
la primera letra se llama aleph; a partir de ella, y alterando un poco la pronunciación, se dijo alpha entre los griegos; de aquí a en latín. El autor del transvase adaptó la letra de acuerdo con la semejanza del sonido entre una y otra lengua, de forma que podemos admitir que la lengua hebrea es madre de todas las demás lenguas, así como de todas las letras. Los hebreos se sirvieron de veintidós signos gráficos, tantos como son los libros del Antiguo Testamento. Los griegos, por su parte, tienen veinticuatro […]. Las letras hebreas tienen su origen en la Ley, gracias a Moisés. En cambio, se remontan a Abrahán las letras sirias y caldeas, por lo que concuerdan con las hebreas en cuanto a su número y sonido, discrepando tan solo en su grafía. […] Se dice que entre los egipcios, los sacerdotes emplean un tipo de letras, y otro tipo el vulgo. (Díaz y Díaz, Marcos Casquero y Oroz Reta, 1993-94: I, cap. 4, 279)
Algunas lenguas podían relacionarse si se demostraba que los rasgos de las letras eran los mismos, así como por el orden alfabético, que se entiende como un orden significativo. Nebrija señalaba en el capítulo sexto de De vi ac potestate litterarum el parentesco de las lenguas orientales como el árabe (llamado púnico), el arameo, el egipcio y el hebreo, y no solamente por las palabras, sino por el orden de las letras.13 Las letras y su orden tuvieron un significado importantísimo para varias culturas y no solo se ocuparon de ellas los cabalistas, entre otros grandes sabios. No se debe olvidar que san Jerónimo las tradujo a un sentido cristiano, según aparece en la carta XXX (A Paula de Urbica):
ALEPH significa doctrina, BETH casa, GUIMEL plenitud, DELETH de las tablas, HE esta, VAU y, ZAI aquella, HETH vida, TETH bien, IOD principio, CAPH mano, LAMED de la disciplina o del corazón, MEM de los mismos, NUN sempiterno, SAMECH ayuda, AIN fuente u ojo, PHE boca, SADE justicia, COPH vocación, RES cabeza, SEN de los dientes, TAU señales. (Bautista Valero, 1993: 292)14
Después de la traducción de los caracteres, se explica con detalle su sentido espiritual. Con ello, el alfabeto hebreo no sólo se traduce, sino que se moraliza mediante una interpretación cristiana. El interés por el hebreo es una constante entre muchos tratadistas y viajeros. Su condición de primera y única lengua para la humanidad era una idea muy extendida.15 San Isidoro lo consideraba la primera de todas y señalaba que:
fue utilizada por los patriarcas y los profetas, no solo en sus predicaciones, sino también en las Sagradas Escrituras. En un principio hubo tantas lenguas como pueblos, pero más tarde el número de pueblos superó al de lenguas, porque de una misma lengua se desgajaron diferentes naciones. (Díaz y Díaz, Marcos Casquero y Oroz Reta, 1993-94: IX, cap. 1, 739)
Del hebreo se destacaron su pureza, antigüedad, fecundidad (es la madre y origen de otras lenguas) y su origen divino, por más que san Isidoro confesara (poco después de la cita que acabo de recoger) la dificultad a la hora de saber qué lengua utilizó Dios en la creación:
Es difícil determinar en qué lengua habló Dios cuando, al comienzo del mundo, dijo (Gén. I, 3): «Hágase la luz», puesto que todavía no existían lenguas. La misma dificultad entraña el querer saber en qué lengua llegó más tarde su voz a los oídos de los hombres. […] Hay quienes opinan que se trata de la única lengua que existió antes de la multiplicación de las lenguas. (Díaz y Díaz, Marcos Casquero y Oroz Reta, 1994-94: I, cap. 11, 740)
A lo largo del siglo XVI vemos a los humanistas dedicarse al estudio de las lenguas antiguas y modernas, incluso lenguas lejanas o descubiertas recientemente. Estas preocupaciones explican la publicación de múltiples Tesoros del lenguaje o Trésor des langues, también llamados Mithridates (en honor a Mitrídates, legendario conocedor de muchísimas lenguas), en alguno de los cuales encontraremos una sucesión de capítulos dedicados cada uno a una lengua concreta.16 Es el caso de la obra de Conrad Gessner, Mithridates (1555), en la que dedica, por orden alfabético, un apartado a cada lengua, empezando por Abasinorum lingua, la de los Abgazares, la Aegyptiaca lingua, etc.
La vida del excepcional polígrafo Conrad Gessner gira en torno a la ciudad de Zúrich, aunque estudió en diferentes ciudades europeas (Estrasburgo, Bourges o París) y mantuvo correspondencia con numerosos sabios contemporáneos, como Theodor Bibliander. Su saber no conocía fronteras y se ocupó de medicina y botánica, de gramática y de teología, entre otras disciplinas. Desde el punto de vista lingüístico, su obra más importante fue la mencionada Mithridates. En la portada de la edición de 1555 leemos: Mithridates. De differentiis linguarum tum veterum tum quae hodie apud diuerdad nationes in toto orbe terrarum in usu sunt. Gessner insiste en las diferencias más que en las semejanzas entre las lenguas, frente a algunos de los sabios predecesores, como Guillaume Postel (autor de De originibus seu de Hebraicae linguae et gentis antiquitate, deque variarum linguarum affinitate [De los orígenes o de la antigüedad de la lengua y de la raza hebrea y de la afinidad de las diferentes lenguas], París, 1538) o Theodor Bibliander (autor de De ratione communi onium lingurum et literarum commentarius [Comentario sobre el sistema común de todas las lenguas y de todas las letras], Zúrich, 1548), a quienes Gessner rinde homenaje en el epílogo al lector.
Antes de la obra de Gessner, Teseo Ambrosio (que se sirvió de las observaciones del peregrino Breidenbach sobre los alfabetos) recopiló en 1539 una de las primeras colecciones de alfabetos en su Introductio in Chaldaicam linguam, syriacam atque armenicam et decem alias linguas seguidas de Characterum differentium alphabeta circiter quadraginta. Por esos mismos años apareció la obra más lingüística de Guillaume Postel: De Originibus…, que completó poco después con Linguarum duodecim characteribus differentium alphabetum introductio.
Estas obras manifiestan el interés de la época por las colecciones, las recopilaciones de lenguas y alfabetos. Para esta tarea, los grandes sabios del siglo XVI se sirvieron de cuantos datos llegaron a su poder, entre otros, los que les suministraron los libros de viajes. La variedad de lenguas y alfabetos fue un interés común para ambos. No se ha destacado suficientemente el hecho de que se diferenciara entre la existencia de una lengua de culto y una lengua de uso, que se planteara la existencia de dos alfabetos para una sola lengua. Esto hace pensar si no se empezaba a dudar sobre la univocidad entre una lengua y unos signos…
No dispongo de espacio para presentar y discutir las opiniones de este y otros grandes ilustrados de la época y su relación con los relatos de algunos viajeros. Lo que me interesa en este punto es el uso que hicieron estos grandes sabios de las informaciones de los viajeros, la comunidad de intereses que mostraron viajeros y sabios y como se ocuparon de cuestiones comunes. Permítaseme, en todo caso, un apunte final.
La inmensidad y el poder del imperio mongol impresionaba todavía a los letrados más instruidos del siglo XVI. Al hablar de la lengua tártara, Gessner empezaba diciendo que el imperio donde se hablaba esta lengua se extendía por una gran parte de Asia y de la Escitia y llegaba hasta Europa, y pensaba que no había monarquía que pudiera compararse con la de aquella zona, «si uera sunt M. Pauli Veneti scripta» (Colombat y Peters, 2009: 259). No es este el único lugar donde menciona el relato de Marco Polo. Al referirse a las ciudades de Lop y Sachion, resume unas páginas de los capítulos 44 y 45 del Milione (Colombat y Peters, 2009: 266). En el capítulo De linguis in orbe novo, Gessner menciona los textos de Pedro Mártir, los de Colón y Américo Vespucio para referirse a las lenguas que se hablaban en el nuevo mundo: «Colonus decem uiros ex Hispaniola secum in Hispaniam adduxit, a quibus posse omnium illarum insularum linguam nostris literis Latinis, sine ullo discrimine, scribi compertum est» (Colombat y Peters, 2009: 268). Para Gessner era sorprendente que la lengua de los habitantes de aquellas islas pudiera transcribirse con las letras del alfabeto latino… Pero no son estos los únicos relatos de viajeros que maneja. Al hablar de diferentes lenguas de los países más remotos del imperio tártaro y del Nuevo Mundo, Gessner escribe que los pueblos Caitachi vivían alrededor de los montes Caspios y que había entre ellos muchos cristianos, y a continuación señala su fuente: Josaphat Barbarus (Colombat y Peters, 2009: 265). Iosaphat Barbarus (1413-1494), que conocía los libros de Mandeville y de Nicolo Conti, fue el autor del Viaggio in Persia, publicado en 1543.
Gessner manejó muchas fuentes para escribir Mithridates. En la última parte de la obra utilizó en especial los relatos de viajes: De variis linguis, praessertim et remotissimis terris imperii Tartarici et Orbis novi [De diversas lenguas, en particular de las habladas en los países más remotos del imperio tártaro y del nuevo mundo]. Además de Marco Polo y del diplomático y comerciante veneciano Josaphat Barbaro, cuando redactó la parte dedicada a las lenguas del nuevo mundo, se sirvió de los relatos de Pedro Mártir (Décadas del Nuevo Mundo) y de Alvise Cadamosto.17 Colombat y Peters (2009) señalan que utilizó una edición de Orbis Novus Regionum ac Insularum Veteribus Icognitarum (Basilea, 1532), la amplia recopilación de textos realizada por Simon Grynaeus y la explicación del mapa de Sebastian Münster, que le permitía conocer los relatos de Cadamosto, Vespuccio, Luis Varthema, Marco Polo, Maciej Miechowita (1457-1523)18 y Paolo Giovio.
5. El aprendizaje de las lenguas
María Cruz Cabeza Sánchez-Albornoz y Silvia Abad Lluch recuerdan que en la edición del relato de Breidenbach publicado en Zaragoza «se ha suprimido el pequeño vocabulario de alrededor de unas doscientas treinta palabras turcas más usuales, que se recogen en otras ediciones» (1999: 209). No es el primer ni el único libro de viajes en el que se recogía un vocabulario, como hemos visto en el caso de von Harff. Esta presentación de algunas lenguas, sus escrituras y algunas de sus palabras no tardó en completarse unos años después con la perspectiva de eruditos e historiadores, como veremos enseguida.
Siempre me han llamado la atención estos breves vocabularios, que aparecen ya en el Liber Santi Jacobi y que he recordado en el relato de von Harff. Nada tienen que ver con la elaboración de los eruditos y académicos glosarios que encontramos tras la traducción de las Décadas de Tito Livio o en la Biblia de Alba, por ejemplo. Sin embargo, su presencia resulta muy sugestiva.
Gessner recogía también en su obra Mithridates algunas listas de palabras. Uno de sus intereses es reproducir el padrenuestro en muchas de las lenguas, pero reproduce también listas de palabras y sus traducciones a otros idiomas (indio, caldeo, latín, egipcio, turco…).19 Recoge también unas frases escritas según el alfabeto que inventó Tomás Moro para los habitantes de la isla Utopía (Colombat y Peters, 2009: 273). Recopilaciones de este tipo no siempre se hacían con fines lingüísticos.20
Durante años, las listas de palabras que recogían frases hechas o conversaciones han sido un procedimiento muy utilizado para la enseñanza de las lenguas. Los estudios sobre este sistema de enseñanza son abundantes y todavía hoy es posible encontrar manuales que se sirven de ellas. En este ensayo solo me he referido al testimonio de unos viajeros y a uno solo de los tratados de humanistas franceses del siglo XVI. Pero en el curso de mi investigación he recogido también algunas escenas en los libros de viajes que tienen la oralidad como protagonista. Todo ello nos obliga a plantearnos cómo sería la comunicación entre personas que desconocían completamente las lenguas que escuchaban y cómo las aprenderían. Estamos ante la enseñanza y la comunicación de tipo oral, el universo de la oralidad, de extraordinaria riqueza. Ya escribía san Agustín en De magistro que algunas lenguas se aprendían por un sistema semejante a lo que nosotros llamamos inmersión en las lenguas o inmersión lingüística.
6. Conclusiones
El conocimiento del mundo es un largo proceso que todavía no ha acabado. Los relatos de viajes medievales a tierras asiáticas ofrecieron información de ciudades y regiones, de accidentes geográficos, de razas y prodigios. Uno de los elementos necesarios para conocer el mundo eran las lenguas de los países recorridos. Muchos viajeros se fijaron en ellas, señalaron dónde se hablaban, cómo eran sus alfabetos, qué palabras y frases eran las más corrientes, y cómo servían de frontera entre unas y otras zonas. Las lenguas eran una muestra más de la variedad del mundo y había que dar cuenta de ella. En ocasiones, las lenguas se entendían como un elemento más para caracterizar a un pueblo, como lo eran sus costumbres y creencias.
Los tres textos que menciono en este breve ensayo muestran relación con fuentes de origen libresco. Mandeville viajó desde una biblioteca y compuso su relato con los libros que tenía a su alcance. Las etapas del viaje que no llevó a cabo von Harff fueron redactadas con la ayuda de otros relatos de viajes y el periplo de Breidenbach ofrece información que trasciende la experiencia personal, la expresión del contacto con la realidad. Parte de la información que nos ofrece sobre las zonas que recorre proviene del universo libresco. En el relato de Breidenbach se muestra una visión muy ambiciosa de los países que recorre, pues menciona noticias históricas, científicas. En algún pasaje, nos dice que fundamenta su descripción en «el escripto del venerable padre señor, Diago de Vitriaco, e de la iglesia sancta romana». Me he centrado, sin embargo, en el interés por los alfabetos y en los pequeños glosarios.
El interés por la primera de las lenguas, por la variedad de las existentes y su relación entre ellas, así como por los alfabetos, por el origen y significado de las letras, son algunas de las preocupaciones de tratadistas y pensadores medievales y del humanismo. Pero también se interesaron por la variedad de escrituras los viajeros medievales. Los alfabetos nunca fueron listas inertes. El número de letras, su forma, el orden en el que aparecían, las semejanzas y diferencias entre ellas fueron motivo de atención. Algunos viajeros reprodujeron alfabetos porque era un rasgo que caracterizaba y distinguía a los pueblos, como sus costumbres y sus creencias. Los viajeros medievales encontraron en las cortes que visitaron a personas, y muchas de ellas europeas, capaces de entender y traducir lenguas muy lejanas a las europeas. ¿Cómo aprendieron estas lenguas? De todos estos asuntos y de las novedades que traiga la lectura de tratados y relatos de viajeros, trata la investigación que estoy desarrollando.
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1.- «A continuación entramos en la tierra de los mongalos, a los que damos el nombre de tártaros» (Gil, 1993: 235).
2.- Ramon Llull no tenia una idea muy precisa de las creencias y costumbres de los tártaros, de quienes pensaba que eran paganos iletrados y salvajes guerreros. Es probable que sus conocimientos le llegaran a través de la Flor des Estoires de la Terre d’Orient del monje armenio Aitó de Gorigos. Fantaseando a partir de historias basadas en relatos de misiones a Oriente, Llull imaginaba en el Llibre d’Evast e d’Aloma e de Blanquerna la creación de escuelas de misioneros entre los tártaros. Este afán le movió a presentar a Bonifacio VIII en 1295 la creación de unas escuelas de lenguas (studia idiomatum) en el país de los tártaros (in terris tartarorum). Entre 1287 y 1289, Llull propuso en la Universidad de Paris la creación de un studium linguarum en el que se ensenaran lenguas: «es fundi un estudi d’àrab, de tàrtar i de grec, en el qual aprenguem les llengües dels enemics de Déu i nostres». Véase Batalla Costa, Cruz Palma y Rodriguez Bernal (2016), de donde procede la información de esta nota. Llull mostró interés por el universo mongol y fue autor de Llibre del Tàrtar i el Cristià / Liber Tartari et Christiani.
3.- Quien más y mejor ha explicado estas y otras características ha sido Mercedes Rodriguez Temperley (2005, 2011), de donde proceden estas observaciones. Hago constar la deuda que tienen estas páginas con los estudios de la excepcional investigadora argentina.
4.- No aparecen, sin embargo, en las ediciones impresas del siglo XVI espanol, tal y como indica Rodriguez Temperley, y su ausencia es muy significativa.
5.- Estas listas de palabras han sido utilizadas a veces con una clara intención política. Cuando se trata de demostrar la antigüedad de una nación o de fundamentar que sus primeros pobladores hablaban ya una lengua (que debe defenderse frente a otras), estas descarnadas listas han sido utilizadas como argumento.
6.- Todas las citas provienen de la edición y traducción de Brall-Tichel y Folker (2007). El vocabulário vasco que aparece en el Liber Santi Jacobi y el recogido por von Harff han sido bien estudiados. Luis Michelena senala que el del viajero alemán habría sido recogido en la Alta Navarra y no en la Baja como se había venido sosteniendo (1964: 63-65).
7.- Se trata del ripuario, o fráncico ripuario («ripuarisch», en alemán).
8.- Se conocen algunos nombres de peregrinos alemanes que hicieron el Camino de Santiago a finales de la Edad Media: Sebastian Ilsung, Georg von Ehingen, Sebald Rieter, Leon von Rozmital, Hermann Kunig von Vach y Nikolas von Popplau, entre otros. El Codex Bratislavensis recoge textos, en distintas lenguas, sobre viajes a territorios asiáticos. Véase al respecto Krása, Polisensky y Ratkos (1986). Interesa de manera particular el mercader y viajero Lázaro Nuremberger, quien en los años de 1517 y 1518 representó los intereses de las casas comerciales alemanas en India.
9.- De este autor nos interesa «Champfleury. Au quel est contenu l’Art et Science de la deue et vraye Proportion des Lettres Attiques, qu’on dit autrement Lettres Antiques, et vulgairement Lettres Romaines proportionnees selon le Corps & Visage humain» [Campo florido, en el cual está contenido el arte y la ciencia de la debida y verdadera proporción de las letras atenienses, que son llamadas alternativamente letras antiguas, y vulgarmente Letras Romanas, proporcionadas según el Cuerpo y el Rostro humano], publicado en París en 1529.
10.- La diferencia entre dos tipos de escritura, una para la comunicación diaria y otra para el culto, es también indicada por algunos tratadistas de otras lenguas. «Los egipcios utilizan modos particulares de escritura, precisaba Gessner, uno llamado vulgar, que es aprendido por todo el mundo, y otra que llaman sagrada, que solamente conocen los sacerdotes, y que han aprendido de sus padres a título privado» (Colombat- Peters, 2009: 110).
11.- Deseo hacer constar la enorme deuda que tienen las páginas que siguen con las impecables ediciones y estudios que ha realizado María Mercedes Rodríguez-Temperley.
12.- Este libro [el Doctrinal] «se estudiará después del Alphabetum minus; / luego, quien siga mis escritos, abordará el Alphabetum maius; / casi todo este libro está sacado de aquel» (Villadei, 1993: 77).
13.- Hablando de una característica de la lengua hebrea, señala: «Algo parecido observamos también en la lengua árabe, muy próxima a la hebrea y, por ello, a la aramea y a la egipcia, no sólo en los sonidos de las letras, sino también en la ordenación de las mismas» (Nebrija, 1987: 89).
14.- En su estudio sobre el signo en el siglo XVI, dice Demonet que el orden arbitrario de los alfabetos fue traducido y moralizado por místicos y teólogos. Su reproducción: «como en los relatos de viajes, los libros de antigüedades o las recopilaciones, los presenta como condensaciones de las lenguas, resúmenes que dieran al lector la impresión de poder apreciar, de un vistazo, el parentesco de las lenguas» (1992: 63).
15.- La idea de que el hebreo es la lengua madre, no solo la primera y más antigua de las lenguas, sino la única que se muestra pura y sin mezcla, es un presupuesto básico del que participan la mayoría de los tratadistas europeos del siglo XVI. Jean Gessner escribía que el hebreo era prima et antiquissima omnium y la única que apareció pura et syncera. La idea de que los pueblos orientales, y muy en particular los hebreos, habían inventado todas las artes y disciplinas, y en particular el de componer lenguas, era antigua y puede encontrarse en Roger Bacon.
16.- El término ‘tesoro’ (trésor en francés, que proviene de thesaurus) lo encontramos en español en la obra de Covarrubias. Este diccionario etimológico corona una tradición no muy larga de etimologistas del español. Covarrubias consideraba que su libro era «la colección más extensa, hasta ese momento, de etimologías de la lengua española» (Seco, 2003: 189). Y lo llama Tesoro que dedica, por orden alfabético, un apartado a cada lengua, empezando por Abasinorum lingua, la de los Abgazares, la Aegyptiaca lingua, etc.
17.- Alvise Cadamosto (1432-1483) fue un explorador y comerciante que trabajó para el príncipe portugués Enrique el Navegante. Es autor de Navigazioni.
18.- Se trata de un representante del renacimiento polaco. Fue médico, historiador, geógrafo, astrólogo. En Tractatus de duabus Sarmatiis (1517) da muestra de sus conocimientos del húngaro, el lituano y el tatar o tártaro.
19.- En la biblioteca de Wolfenbüttel se conserva un manuscrito que recoge un vocabulario de 224 palabras o expresiones de la lengua Rotwelsch. En Mitrídates se reproduce su contenido. Gessner señala que había tomado este vocabulario de un opúsculo impreso en Basilea. Se trata de: «Elementos y vocabulario de la Gramática y de la lengua Rotwelsch, descritos por los muy sabios Cammesierer [sabios mendigos] en los viajes. Aquello que ningún campesino puede comprender ni hablar. Sí, una basura en su boca» (Colombat y Peters, 2009). A esta lengua de los mendigos (Liber vagatorum) o Rotwelsch se ha dedicado una abundante bibliografía.
20.- En el caso del noruego, Colombat y Peters señalan que: «Cette liste renseigne moins sur la langue que, même de manière assez sommaire, sur la realíté sociale des Norvégiens qui avaient conservé, à l’époque, une partie du système des bondi d’avant le christianisme» (2009: 198).