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La figura del viajero: Antonio Pigafetta, ¿primer «turista»?3

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Resulta imprescindible detenernos en la figura del viajero para comprender su mirada, la selección que opera en la realidad y su retranscripción via una primera formulación de la escritura de lo extraño, de lo extranjero que fue en aquel entonces el relato de viaje.

Antonio Pigafetta fue un testigo excepcional de esta primera vuelta al mundo. Muy pocos datos tenemos hoy acerca de su trayectoria vital. Nació después de 1492 en una familia noble de Vicenza. Pudo beneficiar de una formación culta, humanista, en el crisol intelectual de la Venecia renacentista. Llegó a Barcelona y luego a la corte de Carlos I con el nuncio apostólico Francesco Chieregati en 1519, en el momento de la preparación de la expedición magallánica en busca de un «paso» hacia la codiciada Especiería. Deseó embarcarse para satisfacer su curiosidad: «[…] determiné […] de experimentar el ir en busca de tales cosas» (Pigafetta, 1985: 50-51). Esta actitud curiosa era excepcional en una época en la que nadie viajaba por puro afán de conocer, y en la que podía resultar complicado reclutar tripulaciones para este tipo de viaje de larga duración y hacia parajes desconocidos, tanto más al servicio de un capitán portugués, Fernando de Magallanes. Así, Antonio Pigafetta no se contentó con recibir y leer noticias del nuevo mundo en un gabinete o merced a conversaciones eruditas con cosmógrafos en la corte de Venecia o en la de Carlos I, sino que se resolvió a participar personalmente. Quiso hacer la experiencia del descubrimiento y abrirse a un mundo todavía encantado, en tanto que no revelado: «[…] las grandes y admirables cosas que Dios me ha concedido ver o sufrir en la mi luego escrita, larga y peligrosa navegación […]» (Pigafetta, 1985: 49). Se trata de conocer directamente, sin intermediario, lo que explica la preocupación constante de su relato por referir lo que hoy designamos como «verdad documental», desprovista de digresiones y anécdotas fuera del propósito del mismo viaje, aunque no desaparece del todo la dimensión maravillosa. De manera que no viajaba por obligación, como los marineros, ni por sed de conquistar o enriquecerse, como el conquistador hispánico, puesto que no era súbdito del monarca español, sino por afán de conocer como humanista que era. Tuvo la oportunidad, por las recomendaciones que le acompañaron, de colocarse cerca del artífice principal de la expedición, al servicio personal del capitán general, el mismo Fernando de Magallanes.4

Detrás de la mirada encontramos por tanto a una figura culta, curiosa, que no deseó limitarse a observar desde la borda de la nave sino presentarse como actor de pleno derecho de la expedición. En efecto, no vacilaba en bajar a tierra, ir al encuentro de la gente tratando de darse a entender, así como intentando entender él mismo a pueblos isleños de Insulindia, por ejemplo.5 Participó en diversas embajadas en situaciones peligrosas, en las cuales la traición, fundada en el malentendido o la incomprensión, siempre era posible. Curioso de encontrar al otro, mediante la observación atenta y el diálogo, actuó como un etnógrafo avant la lettre. Pigafetta aparece pues como una figura pionera de viajero moderno, de explorador movido por la curiosidad y la voluntad de participar en la epopeya de su siglo.

Pigafetta es el cronista más famoso de este viaje que demostró ser excepcional por la odisea de cruzar por primera vez todos los océanos del planeta y por su final exitoso, y cuya meta consistía en alcanzar por el oeste las islas de las especias, las Molucas, ya reconocidas por los portugueses a través de la ruta africana y el estrecho de Malaca.6 Pigafetta lógicamente aspira a escribir y transmitir una suerte de viaje total. Consciente de ser un descubridor, a la vanguardia de los conocimientos geográficos de su época y siendo uno de los 18 supervivientes, en 1522, de los 240 hombres salidos de Sevilla en 1519, se ocupó en escribir un diario de abordo durante los casi tres años del viaje. La relación que tenemos hoy data de 1524. Es una reescritura a partir de sus apuntes, puesto que las versiones originales entregadas, una a Carlos V en la entrevista que mantuvo con él en Valladolid a su regreso, y otra a María Luisa de Saboya, madre de Francisco I de Francia, se perdieron.7 Dicho fenómeno de reescritura explica el empleo exclusivo de los tiempos del pasado y la influencia de lecturas posteriores al viaje (Vagnon, 2010). Su relato es un testimonio de la singularidad de la experiencia personal que Pigafetta quiso dejar, puesto que uno de los objetivos confesados de su viaje era acceder al «renombre en la posteridad» (Pigafetta, 1985: 51).

Por supuesto Pigafetta ne podía hacer tabula rasa de las estructuras mentales colectivas y propias de la cultura cristiana europea de su época en las que se encontraba inmerso, como el providencialismo, la devoción, el estado de los conocimientos, o incluso un sentimiento de cierta superioridad imperial de la que trata de convencer a los isleños en Asia. Así, los combates simulados en armadura, la visita de los navíos, los tiros de artillería en señal de alegría, el intérprete que anuncia que Carlos V es el mayor rey del mundo, o la constatación, tanto en Brasil como en Filipinas, entonces bautizadas «islas de San Lázaro», de que los habitantes presentaban predisposiciones favorables para su evangelización. Pero estos códigos y convenciones culturales muy a menudo pasan a un segundo plano y no constituyen un obstáculo mayor para la observación. Raras veces aparece la condescendencia o un juicio explícito negativo emitido sobre los pueblos encontrados. En la gran mayoría de sus descripciones, el otro aparece de manera neutra mediante expresiones como «los habitantes», «la gente del país», «los hombres», «las mujeres», «los niños», y el primer contacto aparece siempre como recíprocamente curioso, benevolente, cordial, ya sea en Patagonia, Filipinas o en las Molucas:

Gran familiaridad adquirieron con nosotros estos pueblos. Nos dijeron cómo denominaban muchas cosas y el nombre de cuantas islas divisábanse desde allá. La de ellos se llamaba Zuluán y no era demasiado extensa. Nos satisfizo mucho su trato, porque eran asaz agradables y conversadores. (Pigafetta, 1985, 82)

A todas luces el espectáculo de lo extraño, de la novedad es el que ocupa todo el primer plano del relato.

Escribir el mundo

La narración del viaje toma la forma de un diario de abordo, pero no de aportación diaria, puesto que la versión que tenemos fue condensada y completada a posteriori a partir de apuntes y lecturas. Ofrece una serie de hitos cronológicos que destacan las principales etapas del viaje y los acontecimientos relevantes según la perspectiva del narrador. Es emblemático, en tanto que transpone por medio de la escritura la existencia de una nueva geografía fuera del mundo europeo, lo que les europeos llamarán más tarde escritura «exótica». Los cuatro primeros capítulos, breves, configuran la fase inicial del relato narrando el trayecto de Sevilla hasta el archipiélago canario, donde las tripulaciones solían acabar de constituirse y aprovisionarse de agua dulce, madera y víveres, mientras que el último capítulo relata brevemente el viaje de vuelta, desde la proximidad de las costas chinas hasta Sevilla, pasando por el océano Índico prohibido a la navegación española —razón por la cual Magallanes no podía planear una vuelta al mundo. Pocos especialistas se han detenido a calibrar este viaje de vuelta por el Índico después de haber descubierto el estrecho austral y la magnitud del océano Pacífico. Sin embargo, este viaje de regreso fue probablemente la mayor proeza náutica de la expedición: cinco meses de navegación sin escala para un buque solitario, la nao Victoria, en mal estado, donde debían coexistir especias con víveres para sesenta personas (Fig. 1). No tenían ningún mapa de la zona; ignoraban las corrientes y los vientos dominantes. Tardaron nueve semanas en doblar el cabo de Buena Esperanza y recorrieron finalmente treinta mil quilómetros. El cruce inaugural del océano Pacífico había durado «sólo» algo más de tres meses (en concreto, noventa y ocho días). Pigafetta, en un gesto probablemente de desprecio social, no cita ni una sola vez a Juan Sebastián Elcano, quien les llevó de regreso a Sevilla.


Fig. 1: La nao Victoria, en uno de los mapas del Theatrum Orbis Terrarum de Abraham Ortelius (1570)

Si dejamos de lado estos cinco capítulos, los cuarenta y cinco restantes tienen como objetivo de captación y transcripción estos nuevos mundos descubiertos desde la proa de las naos, o en tierra, después de fondear.8 En efecto, las tripulaciones magallánicas entraban por primera vez en un mundo ignoto, a partir del estuario del Río de la Plata y hasta el vasto archipiélago de Asia del Sureste, tocado por los portugueses una década antes. En adelante, nuevos paisajes poblados de especies vegetales y animales desconocidas por los europeos hasta la fecha, nuevos pueblos distintos, vinieron a encarnar la alteridad, la diferencia con respecto a la norma cristiana y mediterránea familiar.

El relato de viaje de Pigafetta tiene entonces como objetivo primordial informar, dar a «ver» el mundo a los europeos, hacerles sensibles y comunicables realidades extranjeras mediante la función mimética e ilusionista del lenguaje (Galand-Hallyn, 1995). Conlleva en ese sentido una dimensión visual, hasta pictórica esencial, explotada en el futuro por lo pintoresco o el «color local». La atención del viajero se centra en el mundo real, tal cual es, tal como le sorprende, le maravilla o suscita su rechazo. El viaje de descubrimiento toma la forma de una búsqueda profana de objetos y seres nuevos que saturan el relato descriptivo. El espacio está considerado en sí, por su singularidad, y es objeto de una observación fascinada. En estos términos califica Pigafetta el estrecho austral, llamado más tarde estrecho de Magallanes: «No creo hay en el mundo estrecho más hermoso ni mejor» (Pigafetta, 1985: 74), una apreciación estética raramente repetida con tal lirismo en la obra y sorprendente para calificar una zona tan inhóspita. Podemos percibir en ella el orgullo de la autoridad, puesto que el descubrimiento del «paso» interoceánico era la obsesión de los españoles al comienzo del siglo XVI, el modo de alcanzar Asia por el oeste y salvar el continental obstáculo americano. Tal fiebre, desde los tiempos de Colón, había motivado la constitución de varias expediciones, como la de Juan Díaz de Solís, que descubrió el Río de la Plata en 1515, la de Esteban Gómez por el Noroeste del continente, en 1523, o también la de Cristóbal de Olid, enviada por Hernán Cortés en 1524 al sur de Yucatán. Uno de los objetivos del viaje acababa de cumplirse aunque el «paso» se situaba a ¡52° de latitud sur!

Mostrar al lector lo que uno ha visto supone tratar de ocultarse tras su objeto de observación, lo que hace el etnógrafo contemporáneo. Pigafetta inicia justamente esta vía, puesto que en ningún momento nos da parte de una reflexión autobiográfica, ni del impacto que provoca en él este proceso de descubrimiento, quizá presente en su diario original. Al contrario del viaje interior, íntimo, exhibido por los viajeros del siglo XIX o XX, se trata de un relato extrovertido, que registra nuevas realidades y cuyo objetivo es fundamentalmente informativo. Se define ante todo como un texto geográfico, pero ya también protoetnográfico, en el sentido de que el autor busca describir los diversos grupos humanos con los cuales se cruza, sus características antropológicas y sociales. Refleja y encarna una época en la cual los europeos indagaban para conocer e inventariar el mundo. Este tipo de relato es un instrumento complementario de la cartografía y de la lámina. Así, por ejemplo, la «nuez de coco» está descrita sistemáticamente, por estratos, desde la superficie exterior hasta lo más interior:

Es éste más o menos grande como una cabeza humana. Su corteza más exterior es verde, dos dedos gruesa y la constituyen en parte unos filamentos con los que los nativos tejen las cuerdas para sus barcas. Bajo esa costra hay una segunda, dura y considerablemente mayor que la de la mayor nuez. Esta suelen quemarla y aprovechan sus cenizas para su pintura. Debajo, por fin, viene una pulpa endurecida blanca, de un dedo de espesor, que comen fresca con la carne del pescado, como el pan nosotros y que al paladar recuerda la almendra. Secándola se amasaría pan. Dentro de esa pulpa encuéntrase una agua clara, dulce y refrescantísima; agua que cuando se deja posar, se congela y termina como una manzana (Pigafetta, 1985: 82).

No se nos escapará, adicionalmente, el sistema analógico de Pigafetta, así como la mención de los usos y transformaciones del producto citado en función de la cultura de los pueblos asiáticos. Esa información «exótica» para el lector europeo, podía resultar estratégica para los expedicionarios facilitando su supervivencia.

Aspirar a transmitir un viaje total según Pigafetta consiste en respetar la trama cronológica de los acontecimientos. Es proporcionar asimismo un itinerario marítimo y realizar un cuadro de costumbres de los pueblos encontrados. La lengua busca ser precisa e incluso técnica. El viajero desgrana las etapas, la localización de los lugares y de las costas en grados de latitud. Estima las distancias recorridas con una honda preocupación por el rigor y la precisión científica. Descubrir, conocer era por tanto medir el mundo (Besse, 2003). El texto aspira a demostrar el dominio del espacio físico por el hombre. En efecto, la mayoría de los topónimos siguen siendo identificables hoy y las distancias mencionadas en su gran mayoría se acercan a la realidad, pese a las conocidas dificultades del cálculo de la longitud en la época. Pigafetta se detiene incluso en referir las técnicas de navegación a vela, los instrumentos náuticos de Magallanes, la misma realidad marítima con sus vientos, períodos de calma chicha, tempestades, aves marinas y peces. La travesía inaugural de la inmensidad desértica y angustiosa del océano Pacífico, entre el estrecho austral y Asia del Sureste a lo largo de casi cuatro meses, es otra secuencia bien conocida, mientras las tripulaciones sólo disponían de las exiguas vituallas obtenidas en la zona del estrecho, después de más de un año de viaje desde Sevilla y habiendo desertado en el estrecho la nao San Antonio, la de mayor tonelaje y por tanto con más víveres… Diezmadas por distintas enfermedades y la falta de alimentos, las tripulaciones experimentaron por primera vez en las navegaciones españolas los estragos del escorbuto.

Antes de ser plenamente y conscientemente exótico, el viaje renacentista es ante todo un descubrimiento intelectual y científico: Fernando de Magallanes y sus compañeros descubrieron la extensión austral del continente americano, esta inmensa barrera meridiana que cierra la relación directa por el oeste entre Europa y Asia. Por primera vez se experimentó y se tomó conciencia del tamaño gigantesco del océano bautizado «Pacífico», nunca atravesado sin escalas en el sentido ya mencionado. Magallanes y sus hombres pusieron los pies por primera vez, en nombre de España, en el archipiélago filipino. Pese a la linealidad del itinerario, la expedición revela a Europa nada menos que un nuevo hemisferio, marítimo ante todo, la cara oculta del planeta truncada por los márgenes de los mapamundis tradicionalmente eurocentrados. Esta realidad cuestionaba la idea preconcebida, heredada de Ptolomeo, de un globo sobre el cual la masa terrestre hubiera dominado sobre los mares. Pigafetta dudaba ya de la existencia de un inmenso continente austral.

Esta primera vuelta al mundo revelaba asimismo el tamaño real de un planeta que se pensaba hasta entonces más pequeño, como el proyecto de Colón lo definía. También revelaba el nuevo cielo astronómico del hemisferio austral. Pigafetta da cuenta de la influencia de la inclinación de la tierra en torno al eje polar sobre la duración de los días y las noches en función de las estaciones, fenómeno claramente percibido por los expedicionarios durante la estancia de varios meses en la Patagonia; se revela también el desajuste de un día al dar fin a la vuelta al mundo para los que habían escrito cotidianamente. La experiencia produce un saber que infirma o confirma la teoría a priori y se convierte en autoridad (González Sánchez, 2007). Pigafetta escribe pues una página virgen de la geografía mundial y participa en esta vasta empresa de inventariar el mundo que arranca en el Renacimiento y proseguirá hasta el fin del siglo XVIII. Constatar, registrar, asimilar la diversidad del mundo trastornará la esfera intelectual europea durante tres siglos hasta llegar a la revolución científica, el relativismo y el cuestionamiento del sistema monárquico y religioso al final del período moderno.

¿Cómo representar lo extranjero, lo extraño? ¿Cómo describir y censar las curiosidades del mundo? Por medio de una estética mimética, dedicada a la descripción animada, la hipotiposis que busca crear un efecto de realidad, un efecto de verdad en el lector y en la cual participan los cinco sentidos con el fin de compartir y transmitir una experiencia excepcional (Hamon, 1981). En efecto, están convocados en el relato no sólo la vista erigida como sentido primordial, sino también el gusto de los nuevos alimentos, como en el caso del coco que tendría sabor a almendra; el tacto con respecto a nuevas materias y nuevos objetos; y la sensibilidad a nuevos olores como la madera de sándalo, el alcanfor y, por supuesto, las especias aromáticas: canela, nuez moscada y, en especial, clavo (cuya producción era exclusiva de las distantes islas Molucas). La misma escritura se convierte en viaje ilusionista, buscando el trastorno espacial del lector después de haber descentrado al viajero. A la apertura infinita de los horizontes geográficos corresponde el dispositivo formal de la escritura descriptiva atenta al detalle, abierta de manera ilimitada a nuevos contenidos (Besse, 2003: 210).

Si la escritura del relato de viaje es transcripción de la experiencia y del saber, por definición es informativa y se funda en un desfile enumerativo perenne que antepone un objeto, un animal, una planta, una figura humana, ropa nueva, etc. Estructuralmente descriptivo, el texto se vale de las técnicas del inventario, del censo, de la clasificación. Despliega una lista, un caudal de experiences y conocimientos presentados de forma sucesiva y subordinada. Se hace enciclopédico, como hemos apuntado antes, avant la lettre. La escritura quiere ser exhaustiva, pero a todas luces no consigue plenamente dar cuenta de un mundo cuya diversidad desborda por los márgenes del manuscrito. Despliega el espectáculo del mundo, puesto que la naturaleza era paradigma de la varietas (Galand-Hallyn, 1995). Escribir, describir el mundo se convierte en principio de escritura en sí que trasciende lo narrado. Más allá de cualquier idealización, no olvidemos, sin embargo, que la enumeración de los recursos naturales y alimentícios, omnipresente en cada etapa, también se inscribe —y ante todo— en una perspectiva de supervivencia para las tripulaciones hambrientas y en un enfoque utilitario: tal isla fértil y cuyos habitantes son acogedores podrá servir de etapa para las futuras expediciones, o para determinar en el futuro un asentamiento. Tal fue el caso de las islas Filipinas, y en particular las islas de Cebú y Limasawa, conquistadas en la segunda mitad del siglo XVI por presentar estas características, además de su situación estratégica en las riberas del mar de China (Jacquelard, 2015).

La novedad geográfica irrumpe asimismo en el texto a través de la transcripción fonética de vocablos extranjeros, y ante todo la toponimia local: así, las islas de los archipiélagos de Kawio y de Sangir, al sur de Mindanao, en Filipinas, camino de las Molucas: «Son: Cheana, Caniao, Cabia, Camanuca, Cabaluzao, Cheai, Lipan y Nuza» (Pigafetta, 1985: 128). Del mismo modo, aparecen ciertos términos de la vida cotidiana que son préstamos de distintos idiomas indígenas, como el boij o bohío, término taíno que designa la cabaña antillana y empleado en Brasil; amache, que dio hamaca, o también la palabra de origen taíno, caníbal. En Asia, se puede citar el barangay en las islas centrales de las Filipinas, las Visayas. El término designa a la vez una embarcación de remos baja de bordo que podía transportar varias familias —hasta un centenar de personas— y asimismo, en tierra, la organización política del pueblo sometido a un jefe o dato (Scott, 1994). De igual modo, surge la nueva realidad náutica descubierta en Asia, con términos como el prao, o piragua con vela y balancín o contrapeso, embarcación malaya por excelencia y que Pigafetta describe detenidamente por primera vez en el espacio de las «islas de los Ladrones» (futuras Marianas); o también el kora-kora del espacio moluqueño, prao de guerra de gran tamaño.

Más allá de estos términos dispersos y «exóticos», Pigafetta propone una serie de vocablos que atestiguan su interés por otras culturas y su voluntad de entrar en comunicación para conocer, comprender y entablar una relación continuada. Así, es bien conocida en su relato la inclusión de un vocabulario brasileño y luego del patagón. Se refiere principalmente a la morfología del cuerpo humano, dado que los indios tehuelches eran bastante más altos que los europeos; los cuatro elementos, ciertos alimentos y objetos del entorno inmediato. El léxico de las islas del sureste asiático es el más desarrollado, en particular el de las Molucas, con 344 entradas, lo que no debe sorprendernos, puesto que el archipiélago constituía la meta última del viaje y la compra de especias supuso la instauración de una comunicación más compleja que la de mera supervivencia. Por eso encontramos toda una terminología relativa a las creencias, el círculo familiar, amistoso y político, la morfología humana —dominante, lo que indica un interés destacado hacia el otro en tanto que ser humano a la vez extranjero y similar—, la fauna y los productos alimenticios, las especias y condimentos, la ropa, los tejidos, las medidas, los colores, el vocabolario doméstico, las mercancías españolas, las herramientas, los principales astros, el clima, el calendario, los términos geográficos básicos, un vocabulario náutico, los metales buscados, las enfermedades, las salutaciones, los números, las actitudes y acciones humanas. En suma, todo un mosaico representativo a la vez de la alteridad y diversidad, la estructura básica —hasta una mise en abyme— del relato de viaje testimonia la dimensión relacional del encuentro con el otro, así como probablemente una apertura lingüística, favorecida por los ambientes cortesanos frecuentados por Pigafetta antes del viaje (Cachey, 2007: XXVI). Resulta evidente que estos glosarios exhiben las diferencias culturales, pero al mismo tiempo designan algo idéntico gracias al referente. Subrayan pues la universalidad de la humanidad en la diversidad de sus expresiones. Transmitir un saber nuevo también consistía en valerse de la comparación cultural y lingüística con el fin de tratar de hacer inteligible lo que a veces sólo tenía una lejana relación con una realidad familiar. Así, Pigafetta compara ciertas embarcaciones locales de las «islas de los Ladrones» con las góndolas de la región de Venecia (Pigafetta, 1985: 80).

El relato de viaje descansa, casi exclusivamente, en las diferencias geográficas y culturales, puesto que las expectativas del lector curioso del Renacimiento a quien se dirige se cifraban en éstas. Por eso Pigafetta da cuenta del talle mayor de los indios tehuelches de Patagonia. Menciona de forma repetida la desnudez, pero también la libertad de los pueblos encontrados, tanto en las costas brasileñas como en las Filipinas o en las Molucas; repara en la práctica del tatuaje o la pintura del cuerpo, en el canibalismo, en la poligamia, en el hecho de ser imberbes o de llevar tocados con plumas o turbantes. Notemos la sensibilidad del viajero ante la belleza, incluso salvando las diferencias, leyendo este retrato del rajá Calambu del norte de la isla de Mindanao (Filipinas):

Por su esmero en el vestir y cuidado, resultaba el más hermoso de los hombres que viésemos entre estos pueblos. Sus cabellos negrísimos le alcanzaban a media espalda, bajo turbante de seda: pendían de sus orejas dos aros inmensos de oro. Unos pantalones de paño, bombachos, enteramente recamados de seda, cubríanle de cintura a rodilla. Al costado, una daga con descomunal empuñadura —de oro también—, y su funda de madera tallada; en cada diente ostentaba, por fin, tres manchas de oro, que parecía que en él estuvieran engastados. Olía a los perfumes de estoraque y de benjuí; era oliváceo bajo su mucha pintura. (Pigafetta, 1985: 88)

En efecto, más allá de los paisajes que aparecen como un decorado, es el hombre, en toda su diversidad, el que está contemplado y quien es el tema predilecto de observación y descripción del humanista Pigafetta. En sus actividades vinculadas con la caza en las costas americanas, con la pesca o con los combates navales en Asia; en su hábitat sobre pilotes en las Filipinas o las Molucas, en sus ritos mortuorios, o en sus ceremonias animistas que observa y respeta todavía. Pigafetta va anotando, entre otras costumbres, algunos ritos de alianza, como el espectacular pacto de sangre para concluir un pacto, el casi casi; las comidas que se comparten en torno al vino de palma o de arroz, y al pan de sagú; el régimen de trueque que se establece entre los abalorios traídos en los navíos y los productos locales; los sistemas locales de pesos y medidas; los combates de gallos en las Molucas; la costumbre asiática de mascar betel; etc. Los motivos oficiales del viaje de los españoles, cuando les preguntan los isleños, consisten en el establecimiento de un contacto pacífico y comercial. Resulta evidente que la realidad fue menos idílica y las escaramuzas se fueron multiplicando después de la muerte de Magallanes, el carismático general. Los buques no se detuvieron después de haber cargado la nao Victoria con clavo de Tidore, aunque se había alcanzado el principal objetivo de la empresa: encontrar el paso a través de América para llegar a Asia y alcanzar las Molucas.

Este relato «total» es también un relato de acciones, un libro de aventuras sumamente excitantes, pero a la vez peligrosas, en medio de las cuales ronda la muerte a cada momento, tanto en medio de la inmensidad oceánica, en particular en el Pacífico, como en medio de pueblos que permanecen herméticos y oscuros en sus lenguas, costumbres o ademanes. Así, el episodio trágico de la muerte de Magallanes en el islote de Mactán, al noreste de Cebú en las Filipinas, el 26 de abril de 1521, cuando se enfrentaba con isleños rebeldes a la autoridad del rajá de Cebú, es el momento trágico por antonomasia del relato. O la muerte a traición de veintidós miembros de la oficialidad, durante un banquete funesto organizado por el mismo rajá Humabón algunos días más tarde. Se trata pues de una epopeya, pero ya no mítica ni imaginaria. Por el contrario, aparece muy humana, pero también sobrehumana.

Este relato heroico exalta el nuevo poder del hombre moderno para tratar de dominar un mundo difícil de acceso. El dominio del espacio físico se convierte en la condición misma de la supervivencia y de la supervivencia depende la existencia del relato, y por tanto de la difusión de los nuevos conocimientos, unos tesoros bien precarios. En los albores del siglo XVI, ya no era el Santo Grial el objeto de la búsqueda, sino el Más Allá del mundo mediterráneo, como inmensa e inagotable reserva de recursos, que albergaba tesoros muy concretos: el oro o el lucrativo clavo de las Molucas. Los nuevos mundos que iban desvelándose gracias a las travesías oceánicas sorprendían y maravillaban más allá de cualquier ficción. El relato del viaje de Pigafetta encarna la irrupción de alteridades a escala del planeta. Si para Victor Segalen el exotismo consiste en hacer «la experiencia de lo inédito», este relato lo muestra a la perfección. El viajero renacentista no sólo experimenta lo diverso, lo relativo, sino que también entra en relación con ello, percibiendo no obstante el carácter a la vez precario e inagotable de tal relación. En este sentido, puede resultarnos cercano e incitarnos a reinventar nuestra relación al mundo, un mundo que, tan lejos y tan cerca, resulta inagotable tanto para las ciencias como para la sensibilidad.9

Bibliografia

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1.- Este ensayo es la traducción y revision de un artículo publicado en francés, «’Las grandes y estupendas cosas del Mar Ocèano’, Antonio Pigafetta au cœur de l’épopée des grandes découvertes de la Renaissance», en Françoise Aubes y Françoise Morcillo (dir.), Si loin, Si près, l’exotisme aujourd’hui, Paris, Klincksieck, 2011, pp. 27-39. La cita inicial procede de la dedicatoria de Antonio Pigafetta a Filippo Villers Lisleadam, en la edición de Leoncio Cabrero: Antonio Pigafetta, Primer viaje alrededor del mundo, Madrid, Historia 16, 1985, p. 50. Es la edición que citaremos.

2.- Ver los Viajes de Jean de Mandeville compuestos entre los años 1350 y 1360. Este viajero de gabinete publicó un conjunto de mirabilia, sobre la base de compilaciones, que tuvo un inmenso éxito: más de trescientos manuscritos en diez idiomas y noventa ediciones antes de 1600. Su crédito conoció altibajos, pero este cabal éxito en Europa duró todo un siglo, entre 1450 y 1550, incluso a la hora de los grandes viajes de descubrimiento. Habría sido un motor intelectual y un libro que acompanó a numerosos viajeros. Ver el estudio de Christiane Deluz, Le livre de Jehan de Mandeville, Louvain-La-Neuve, 1988.

3.- Este título voluntariamente provocador por su anacronismo corresponde sin embargo a la figura de Pigafetta, si nos atenemos a la definición que da del turista Le Petit Robert : «personne qui se déplace et voyage pour son plaisir»; y de «turismo» el Diccionario de la Lengua Española de la RAE: «actividad o hecho de viajar por placer».

4.- Aparece, en los puestos asignados entre la tripulación (piloto, marino, grumete...), como "sobresaliente" (es decir, como un cargo supletivo o suplente, al servicio del capitán).

5.- Insulindia es el nombre geográfico dado al archipiélago del Sureste asiático, que incluye las islas de Indonesia (Sumatra, Java, Madura, Bali, las islas menores de la Sonda, las Molucas, Célebes, Borneo) y Filipinas, así como la península de Malaca.

6.- A raíz de la toma de Malaca por Afonso de Albuquerque, en 1511, el compatriota de Magallanes, Francisco Serrão formò parte de la primera expedición portuguesa que lograba tocar las Molucas, en 1512, fundando factorías alli. Por su lejanía al Oriente, Serrão estaba convencido de que las Molucas estaban en la esfera de influencia de Castilla y ya no de Portugal, definidas en el tratado de Tordesillas de 1494. Esta convicción estuvo al origen del proyecto de viaje de Magallanes al servicio de Carlos V.

7.- La primera edición del relato entregado a María Luisa de Saboya se debe a Simon de Colines, en 1524-1525, después de su traducción al francés por Jean Lefèvre d’Étaples. La segunda edición, en italiano, del mismo texto se debe a Giovanni Battista Ramusio, en 1536, en Venecia, quien la volvió a incluir en 1550 en el primer volumen de sus famosos Navigazione e viaggi. Por su parte, Pigafetta reescribió su texto a partir de 1523, buscando distintas protecciones como la de duque de Mantua, la del dogo de Venecia o la del papa Clemente vii, así como compensaciones económicas. Éstas se concretaron con la obtención de la encomienda de Norcia, Todi y Arquata de parte de la Orden de Rodas y el apoyo de su Gran Maestre, Filippo Villiers de L’Isle-Adam, en 1524. De aquel año data la ultima huella documental acerca de Pigafetta, quien debió de morir antes de 1532. Quedan en la actualidad cuatro copias del relato de Pigafetta: tres en francés, conocidas como A y B, de la Biblioteca Nacional de Francia en Paris, la C de la Beinecke Library de la Universidad de Yale y otra en italiano, la D, de la biblioteca Ambrosiana de Milán.

8.- Esta organization del relato por capítulos se encuentra en la edición Chandeigne que edita como manuscrito principal el de Yale. No aparece desgraciadamente en la edición de Leoncio Cabrero que no precisa en su introducción la copia que utiliza principalmente, pese a enumerar las distintas ediciones.

9.- Vista desde hoy, esta conclusion, redactada en 2009, queda optimista dado el sombrio cuadro que los científicos nos dibujan ahora para los años futuros en materia de recursos naturales en vias de agotarse. Pero decido no renunciar a ella.

Viajeros en China y libros de viajes a Oriente (Siglos XIV-XVII)

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