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INTRODUCCIÓN

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Los judíos religiosos en los días de Pablo lo atacaron a el y a los cristianos de entonces por causa de su fe. ¿Era porque aquellos cristianos llevaban una vida inmoral? ¡No!, de ninguna manera. ¿Era porque aquellos cristianos no hacían buenas obras? ¡Tampoco! ¿Por que pues, los perseguían? Era porque la verdad que predicaban hería el orgullo humano.

Los cristianos predicaban que la salvación era posible solamente por causa de la gracia de Dios mostrada en la muerte de Cristo en la cruz. Pues, decían que así era, aún para la mejor persona sobre la faz de la tierra. No sabían nada de la aceptación por Dios basada en el libre albedrío del hombre, como muchos de hoy en día exigen. Los cristianos del tiempo de Pablo, conocían un solo camino de salvación, el de la gracia de Dios. Pues, esta enseñanza de la gracia no era un asunto que tocaban solamente de vez en cuando. Esta enseñanza brillaba, reinaba, triunfaba; era la única cosa que predicaban. Para ellos toda idea de una salvación merecida o un derecho a ella de parte de los pecadores fue completamente equivocada. Nuestras obras más resplandecientes y nuestras cualidades más valiosas, si bien muy útiles y necesarias en los círculos humanos, no tenían ningún valor para la obra de la salvación.

La predicación apostólica se dirigía al hombre como desdichado, culpable, condenado y muerto ante los ojos de Dios. Para los tales, la única esperanza de salvación era si Dios les mostraba Su gracia. Dicha enseñanza ofende a muchas personas. La gente decente y moral siente la necesidad de defender lo que llama la aparente “vida recta” (aunque la mayoría de las veces habla de ella sin cumplirla). Se oponen a la enseñanza de la gracia porque dicen que tiene la tendencia de llevarnos a toda clase de inmoralidad.

Ciertamente esta predicación de la gracia ofende el orgullo humano porque niega que la dignidad humana tenga que ver con la salvación. Pero aún más, hiere porque insiste en que el único camino de salvación es por la gracia de Dios. Dice esta predicación que todos los que la rechazan están bajo una maldición eterna. La gente ofendida responde que este modo de hablar es de personas muy intolerantes. Dicen que es más caritativo dejar a aquellos que son de otra opinión sentirse seguros en sus propias creencias. Sin embargo, Pablo, hablando del evangelio de la gracia, dijo enfáticamente: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1:8).

¡La predicación de la iglesia primitiva era sin muchos rodeos! No hizo caso de la dignidad humana. Se preocupó por los indignos y miserables, fueran quienes fueran. No tenían nada para aquellos que estaban contentos con sus propias obras para salvarse ante Dios. Así por esta causa, las autoridades religiosas orgullosas en los días de Pablo lo atacaran con tanta frecuencia. Y ahora todavía se ve esta diferencia básica entre el protestantismo bíblico y el catolicismo romano. Mientras siga infectado el hombre con el orgullo por lo ha hecho, va a seguir oponiéndose contra la doctrina de los apóstoles, no entendiendo la verdadera naturaleza de la gracia. Pues, cuando se ha modificado el evangelio de la gracia para exigir las obras buenas para obtener la salvación, lo que se ha logrado es mermar la santidad de vida en lugar de aumentarla.

Las personas confiadas en su propia suficiencia desprecian una salvación que sólo Dios puede dar y que da sólo por gracia. En cambio, “los pobres de espíritu” aman tal salvación. El pecador, enseñado por el Espíritu Santo, y por ello consciente de su condición pecaminosa, la acepta. Para él, el evangelio de la gracia es una noticia de gran gozo. Aquellas personas que no entienden este evangelio se imaginan que llevará a una vida negligente; más bien, afirmamos con seguridad lo contrario. Este evangelio hace santos a los hombres.

Quizás hay algunos que sostienen esta verdad de la salvación por la gracia en teoría, y sin embargo viven descuidadamente. Pero nunca han experimentado en sus corazones la hermosura de este evangelio ni su poder en sus voluntades.

Por lo tanto, escribo para mostrar el poder, la gloria y la majestad de este evangelio en la salvación de los pecadores. En las páginas que siguen, busco ilustrar las palabras de Pablo: “... Así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro (Romanos 5:21). Pido la sabiduría espiritual para escribir lo que es la verdad, y te ruego a ti que pienses cuidadosamente sobre el contenido de las páginas que siguen.

El reino de la Gracia

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