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capítulo II

el nuevo paradigma: la dimensión profunda

1. Una nueva visión

Como se señaló antes, lo rural y lo urbano se han considerado, desde la visión tradicional, en términos de una dicotomía, una dualidad, como si existieran dos realidades antagónicas con relaciones conflictivas, no convergentes. Bajo esta concepción, el subconjunto urbano explota al otro, le extrae excedentes y no le devuelve a cambio una justa retribución, lo considera una realidad atrasada y sin importancia dinámica para el crecimiento y el desarrollo. Al amparo de esa visión, la modernidad de la ciudad es el espejo que se le presenta a la ruralidad; allí debe verse y compararse. Las políticas públicas han sido coherentes con esa concepción, han privilegiado el desarrollo urbano y han buscado uniformar los modos de vida en general bajo el estilo moderno de las ciudades.

Esta no es una visión nueva que haya surgido con el avance del conocimiento, proviene desde antes de la Edad Media cuando empezaron a desarrollarse las ciudades como espacios diferentes de los rurales. Durante ese periodo, por ejemplo, lo rural y lo urbano tendían a confundirse. La ciudad hacía parte de lo rural, de su paisaje, como lo describe muy bien Mumford en sus libros La ciudad en la historia (2012) y Cultura de las ciudades (2018). El campo formaba parte de la ciudad, ambos se consideraban un mismo cuerpo con funciones claramente definidas. La dicotomía se manifestó y visibilizó cuando el desarrollo del capitalismo entró al campo y empezó a destruir todas las relaciones sociales y de poder existentes en la sociedad. Se abrió la brecha rural-urbana, donde lo primero representa el atraso y lo otro la modernidad, y se redefinieron sus relaciones, no en términos de comunidad como antes, sino de individualidades diferentes: la del campo, como aquella que debía incorporarse a una modernidad que únicamente era posible en las ciudades y lo urbano como aquello que debía imitarse.

El paradigma tradicional de la dicotomía rural-urbano es una concepción sin integralidad. Concibe el cuerpo social en el marco de una profunda división, conflictos y polarizaciones entre lo moderno y lo atrasado. Esa visión considera que lo rural debe explotarse, sin importar cuánto cueste, pues sus riquezas son esenciales para robustecer una concepción de modernidad donde la agricultura es funcional para el modelo urbano, industrial y financiero, al cual se le considera generador de crecimientos dinámicos y procesos de acumulación crecientes.

La concepción de la relación rural-urbano vigente genera un desarrollo incoherente, desarticulado, con notorios desequilibrios económicos, sociales, territoriales y ecológicos que destruyen la naturaleza y al hombre mismo por la acumulación sin límites, la cual desconoce los derechos elementales del ser humano como la vida. Constituye un modelo sin coherencia social y humana, de energías desperdiciadas, donde no existe una visión del universo y del planeta como algo que nos pertenece a todos. Solo hay un espacio local, territorial, donde se expresan poderes, una inhumanidad como dice Hannah Arendt (2016). La desarmonía social se desborda y la falta de coherencia en la actuación humana, expresada a través de las políticas públicas, se profundiza cada vez más con el proceso desordenado y caótico del desarrollo urbano.

Haciendo un símil con la división en dos hemisferios del cerebro humano, lo que existe hoy es un cerebro social sustentado por el paradigma tradicional donde el hemisferio izquierdo, llámese lo urbano, antagoniza con el derecho, lo rural. Sin embargo, ambos constituyen dos realidades que se han considerado separadas, pero la una vive de la otra, la necesita. Concebidas bajo la división, no se integran ni alcanzan convergencias, tampoco guardan coherencia y, por lo tanto, no generan energías transformadoras para perfeccionarse y producir un conjunto sostenible y sustentable. Esa es la peor visión derivada de una modernidad que solo se ha desarrollado en un lado de la esfera. Al amparo de la visión dicotómica, los mercados sin regulaciones suficientes, ni controles adecuados tienden a destruir parte de ese cuerpo o todo al mismo tiempo y la porción rural de ese conjunto, la más débil, no tiene como defenderse del acoso continuo proveniente de una supuesta modernidad originada en el espacio urbano. De ese modo, la nueva visión se fundamenta en una concepción diferente de la realidad.

Por eso, definimos el nuevo paradigma, que orienta y regula las relaciones rural-urbanas, como el de la unidad rural-urbana para superar esa dicotomía entre ambos sectores. La unidad en la diversidad existe en el fondo de esta discusión. Al concebir la realidad como una unidad cambian todas las consideraciones que han guiado a las políticas públicas y las visiones de los actores participantes. A la luz de ese nuevo paradigma, lo rural comienza a adquirir una valoración de la que carecía y sucede de la misma manera con lo urbano.

La superación de las concepciones tradicionales inicia por considerar lo rural y lo urbano como parte del mismo cuerpo social, expresado en un territorio y en relaciones socioeconómicas y culturales. Integran tejidos sociales en la unidad que requieren buscar coherencia; pese a las tensiones y conflictos existentes entre ellos. Especialmente por esa razón, la propuesta de transformación de la ruralidad y su rediseño pasa por asumir la existencia de una conciencia que induzca el cambio de nuestra visión del mundo y, por tanto, de las relaciones rurales-urbanas. Eso puede lograrse asumiendo la visión de la “dimensión profunda” que propone Laszlo y su equipo del Club de Budapest para poder entender de una manera diferente lo que concebimos en las relaciones mencionadas.

Así como Frecska (2017) indica que la visión materialista y neodarwiniana tradicional niega el papel fundamental de la conciencia en la evolución, el modelo dicotómico rural-urbano niega la existencia y la posibilidad de estructurar un cuerpo social único coherente; una visión unificada que ponga término a los desequilibrios y la explotación que realiza un lado del cerebro social sobre el otro. La “dimensión profunda” invita al desafío de asumir y desarrollar una conciencia más universal y planetaria en defensa de lo humano en el universo y que conciba el cuerpo social como una unidad sistémica para el desarrollo sostenible y humano, regido por la dignidad y la equidad.

Ese fundamento es de una gran profundidad y se sustenta en los aportes de la ciencia cuántica, la cual concibe una conciencia más allá del espacio-tiempo: la “dimensión profunda” —o lo que se ha denominado en la tradición védica el campo unificado de todas las leyes del universo7, super campo o campo universal de la conciencia y totalidad única indivisible. Igualmente, se le denomina ser puro o inteligencia pura; una abstracción de donde surge una oleada de vibraciones que dan lugar a todo lo que existe. Por eso, en la física cuántica se dice que nosotros y todas las manifestaciones materiales que vemos son una vibración de ese campo. Somos diferentes frecuencias vibratorias en el universo, como lo aclara bien el físico cuántico John Hagelin en sus Conferencias. Laszlo y la tradición védica lo han denominado también La Fuente, o el Akasa, un tipo de inteligencia transformadora.

El Akasha “es el elemento total que subyace a todas las cosas y se convierte en todas las cosas” (Laszlo, 2013, p. 80); es el elemento fundamental del cosmos. Montecucco dice que esta visión emergente de la ciencia “forma parte de un modo más ecológico, más humano, más sostenible de contemplar el mundo” (2017, p. 182).

Como se indicó anteriormente, el cambio puede empezar por la esfera de lo rural, con la ayuda de las conciencias originadas en lo urbano. No basta con que los habitantes rurales, alcancen un mayor nivel de conciencia para adquirir una nueva visión del mundo, se requiere que al tiempo lo hagan también los ciudadanos de las zonas urbanas. Si bien la transformación empieza con el rediseño de la ruralidad, en el camino de la evolución, ambas esferas o realidades terminarán reinventándose en una nueva visión.

Alcanzar la nueva conciencia es un proceso gradual y acumulativo a través de programas y proyectos específicos, locales y territoriales, dotados de nuevas visiones y maneras de ver y hacer las cosas, así como de relaciones y procesos que aglutinen voluntades de cambio en un campo de coherencia. El problema radica más en la voluntad expresada en decisiones, que en la inteligencia; pero si la inteligencia y la sabiduría acompañan esas voluntades, el proceso de transformación será más potente. El nuevo paradigma de las ciencias cuánticas considera que todo está interconectado e intercomunicado y existe una sola unidad donde se conjugan todas las diversidades posibles. En eso, difiere de la visión tiempo-espacio, sensorial, materialista, donde tiene sentido ver las realidades como separadas y antagónicas, como en el caso de lo rural y lo urbano.

Resulta por lo menos sorprendente, que la tradición indígena haya proclamado en diversas formas este criterio de la unidad que la física cuántica trata de expresar, desde hace tiempo, en fórmulas matemáticas. Al Jefe Seatle de la tribu Duwamish, se le atribuyen estas palabras:

Todas las cosas están conectadas entre sí […] Lo que sea que suceda a la tierra, recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciera al tejido lo hará así mismo […] Todas las cosas están conectadas. (1854).

Estos procesos de cambio de conciencia están en marcha y se observan a través de múltiples indicadores. Los ejemplos son innumerables: el creciente surgimiento y activismo de todo tipo de organizaciones y movimientos que pregonan el combate contra los factores que generan el cambio climático, a través de acciones decididas sobre el manejo del medio ambiente con una visión ambientalmente compleja (Carrizosa, 2000); la conservación de la naturaleza, el freno a la deforestación; la defensa de las comunidades indígenas y campesinas; el combate al consumismo desaforado; las críticas a la creciente desigualdad; la necesidad de suprimir el uso del plástico y el consumo de alimentos ultra-procesados; la defensa de la agricultura agroecológica y la crítica al uso de insumos agroquímicos y energías fósiles, etc. También están los grupos de meditación y de coherencia creados por las escuelas de meditación del Oriente asiático.

En un libro reciente, Reconnecting to the source (2020), Laszlo ofrece una síntesis de las aproximaciones al nuevo paradigma de la ciencia. Allí, afirma que el mundo no es una estructura mecánica materialista, sino un holograma cuántico cuya información está en toda partícula, átomo y ser humano. El universo es un sistema cuántico integral, un dominio de coherencia que se debe a la conexión y comunicación de todas las partes, donde todas reciben información y responden a todas las otras partes. Esos sistemas coherentes son de integración sistémica.

Concebir de otra manera el campo, la ciudad y sus relaciones pasa por nuestra capacidad, voluntad y decisión de elevar nuestros niveles de conciencia. La búsqueda de esos nuevos escenarios de nuestra conciencia puede iniciarse a través de movimientos de solidaridad y compasión en áreas como la educación, la salud, los negocios y la política, como indica Hagelin en varias conferencias.

El nuevo paradigma del siglo XXI propone una concepción radicalmente nueva mediante la redefinición de la naturaleza de la realidad y de lo existente. Laszlo lo precisa de la siguiente manera: se ve el mundo “como un sistema integral en el que todas las cosas interaccionan y, juntas constituyen un sistema entrelazado, de tipo cuántico, cuyos componentes son elementos intrínsecos de una totalidad integral” (2017, pp. 39-40). Es un realismo global, no local, donde las cosas pueden estar a una distancia finita en el espacio y el tiempo, pero permanecen conectadas. Todo ello se fundamenta en la idea básica proveniente de la ciencia de que la realidad fundamental no es materia, sino una energía; y las leyes de la naturaleza no son normas de interacción mecánica, sino “instrucciones” o “algoritmos” que codifican “patrones de energía” (Ibídem, p. 41). Esta teoría se fundamenta en los enunciados de Max Planck de 1944, cuando expresó que la materia no existe y que detrás de esa fuerza hay una mente consciente e inteligente, que es la matriz de toda materia (Ibídem). Todas las cosas en el universo son grupos de vibración coordinada.

En este punto, no podemos prescindir de las afirmaciones de Montecucco para entender mejor el asunto:

El alineamiento con el concepto de realidad del nuevo paradigma se produce de forma natural en personas que viven en armonía con las dimensiones físicas de la naturaleza y son conscientes de ser parte de un delicado equilibrio social y ecológico. (2017, p. 185).

Esta nueva interpretación de la realidad ofrece una concepción unitaria del ser humano y la existencia, y es expresada por una persona consciente de su integridad psicosomática, que vive de una manera más natural y consciente.

2. La conciencia durante el “buen antropoceno”

El nuevo paradigma de la ciencia es la pauta que seguirán los individuos y grupos sociales en la era del “buen antropoceno”, el cual sustituye al “mal antropoceno” que ha tenido su gran desarrollo desde la Segunda Guerra Mundial, acentuado en la era de la globalización neoliberal. En este último, todo se ha puesto al servicio de la economía con el fin de satisfacer las necesidades de un ser egoísta y arrogante, quien considera que el planeta le pertenece y puede destruirlo para satisfacer sus necesidades individuales en medio de una desmesura, sin importar las necesidades presentes y futuras de los seres humanos y demás especies vivientes.

La nueva era del “buen antropoceno” empezó a visualizarse y perfilarse bajo diferentes manifestaciones. Se caracteriza, según Alejandro Gaviria8, por cinco factores, a saber:

1. Piensa en la libertad, restringiéndola si se presenta un daño sustancial a los demás (libertad acotada).

2. Considera la existencia de impuestos sostenibles para prohibir o limitar ciertas actividades humanas.

3. Es un antropoceno con dignidad.

4. Establece la práctica de la democracia, donde existe la libre circulación de las ideas.

5. Aplica una justicia climática.

Es un proceso que vela por el bien común global y donde todo se resuelve en el ámbito de la acción colectiva, como indica Juan Camilo Cárdenas9. En este “buen antropoceno”, se despliega con facilidad el desarrollo de la conciencia y alcanza niveles más altos que permiten cuidar la naturaleza y al hombre.

Las precisiones realizadas por Laszlo y sus colegas del Club de Budapest; las sugerencias de Lederach (2016); las ideas de Mumford; las enseñanzas de la meditación trascendental de Maharishi y de la Escuela de Magia del Amor liderada por Gerardo Schmedling son las principales orientadoras del intento por rediseñar y reinventar o deconstruir una realidad a todas luces insatisfactoria, que nos está conduciendo hacia una trayectoria catastrófica. El “buen antropoceno” podría ser una guía para la proyección de la ruralidad que viene y las nuevas relaciones del campo con la ciudad.

Consideramos estas raíces como las bases sobre las cuales sugerimos realizar la búsqueda de un camino diferente para superar los problemas del modelo de desarrollo actual. Se trata de un aprendizaje que nos permite encontrar los procesos relacionales conducentes a una innovación permanente de nuestras capacidades para transformar el entorno en el que vivimos y avanzar hacia un cambio social constructivo para un buen vivir, a través del cambio de nuestra propia conciencia; ese gran desafío del ahora.

El buen vivir es un concepto derivado de las palabras indígenas sumak Kawsay (en quechua) —suma qamaña (en aymará)— cuyo significado es vida en plenitud, en armonía, en equilibrio con la naturaleza y la comunidad, y también se le denomina buen convivir. Fue concebido en Ecuador y Bolivia, y su significado lo recoge también el papa Francisco en su Encíclica Laudato si. Este concepto se combina también con el de ecología integral (Carrizosa, 2018) y hace parte de las nuevas alternativas para buscar un estilo de desarrollo diferente donde las conciencias de las personas, los grupos y las sociedades evolucionen hacia niveles superiores de comprensión de lo que somos y nuestro destino.

En la medida en que los procesos encausados por estas visiones encuentren un punto de inflexión mediante nuevos campos relacionales, una conciencia diferente, actitudes y comportamientos renovados y una manera diferente de vivir y valorar; se abrirán nuevos campos, concepciones de las políticas públicas y una visión diferente de la realidad y sus relacionamientos, más allá de lo aparente. Aplicar el arte de crear lo que hoy no existe pero es posible, como indica Lederach (2016), es la eutopía que aquí proponemos.

Esto conduce a la pregunta: ¿cómo encontrar ese camino? Algunas de las posibles respuestas son:

1. Aceptar la realidad como es, como algo que nos concierne a todos, y autorreconocernos como parte del problema. La cuestión no es solo un asunto de los pobladores rurales, también lo es de los urbanos. Si ambos actúan como un solo cuerpo social y buscan coherencia, el camino se abrirá más rápido de lo que pensamos.

2. Buscar mejorar y elevar el nivel de nuestras propias conciencias, es decir, lograr una transformación interior.

3. Encontrar una respuesta a la pregunta: ¿qué es lo que puede mantener unido como un cuerpo único a lo rural y lo urbano, considerando que ambos tienen visiones, comportamientos, actitudes, expectativas y niveles de conciencia diferentes?

4. Tener el convencimiento de que se puede crear algo nuevo y posible; una eutopía como resultado de la imaginación creativa y nuestra propia transformación.

La ruralidad que viene y lo urbano

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