Читать книгу Se necesita vigilante - Acisclo Manuel Ruiz Torrero - Страница 5
ОглавлениеCAPITULO UNO
A la mayoría de los críos les gusta que sus padres les lean algún cuento antes de dormir, sin embargo, al hijo de Rafael, desde pequeño, le gustaba que su padre le contara historias y anécdotas relacionadas con su trabajo de Vigilante. Quizá por la manera de narrárselas o simplemente por su forma de interpretarlas, casi siempre provocaba en el pequeño un interés que, a todas luces, agradaba sinceramente a su padre. Unos días tocaba comedia, provocando verdaderos momentos de risas, en otras ocasiones se convertía en una película de acción o misterio, naturalmente adaptadas a la mente de un niño, pero sin tener aún la más mínima idea de que esas historias que oía estaban más cerca de la realidad que de la ficción.
Jamás hubiese pensado Rafa que durante cuatro décadas ejercería una profesión que en innumerables ocasiones renegó y en otras tantas se alegró de pertenecer; sentimientos tan dispares que le acompañaron todos esos años en los que vistió el uniforme. Su hijo como de costumbre, le hacía preguntas, primero como niño y más tarde como adulto. Preguntas que le hacían pensar sobre las decisiones que había tomado en el pasado, aunque fue una en particular, sentados en el porche de su casa, mirando el mar al atardecer (poco después de su jubilación), la que puso a prueba su memoria. “Oye papá, ¿Por qué te hiciste Vigilante? “. Durante un momento se quedó sin palabras, sin saber contestar, quizá porque esa cuestión nunca se la había planteado o simplemente porque hacía tanto tiempo, que lo había olvidado. Le alegró aquella iniciativa de su hijo pues intuía que no tendría muchas oportunidades para repetir lo que tantas veces había hecho, aquel niño se había convertido en un hombre y lógicamente su interés por las historias de su padre habían menguado. De nuevo se activó su memoria, una virtud envidiable a pesar de su edad, retrocedió en el tiempo y una vez que puso orden en sus recuerdos comenzó a relatarle aquella fase de su vida de la misma forma que siempre le gustó, como si de una película se tratase.
A mediados de los años ochenta el paro seguía siendo un importante problema, sobre todo para los más jóvenes. Rafael era uno de esos jóvenes afectados por la profunda crisis y formaba parte de esas estadísticas. Después de enlazar trabajos con contratos precarios y mal remunerados, se encontraba como tantísima gente, cobrando el subsidio de desempleo. Era una situación que le irritaba, luchaba por revertirla, pero por mucho esmero que ponía no conseguía salir del bache. Con su novia Diana hablaba de futuro, de un futuro que a corto plazo no veían claro, aunque le echasen imaginación. Ambos se encontraban en la misma vía muerta, él cobrando el paro y ella con su carrera recién terminada e intentando hacerse un hueco en el mundo laboral, lo que significaba que hablar de futuro en esas condiciones sonaba casi a ciencia ficción. Su espíritu de lucha les hacía ser optimistas (a veces con esfuerzo extra), necesitaban serlo, cada amanecer pensaban que ese sería el día que les cambiaría su suerte. Por otro lado, la escasa ayuda que cobraba Rafael lo entregaba obligadamente en casa, pues la situación financiera de su familia era bastante frágil y toda aportación económica era bien recibida.
Salían menos de lo que les hubiese gustado, cuando lo hacían estiraban como el chicle el poco dinero que tenían. Entrar en un bar a tomarse algo era casi un lujo, cuando lo hacían, una caña solía durar horas encima de la mesa, con la ayuda de un palillo que de vez en cuando lo removían en el vaso para que la espuma reviviese. Las tardes en las que acompañaba el tiempo, se limitaban a dar un paseo y charlar sobre esto o aquello. Cuando llovía o hacía frío se quedaban en casa de Diana o como posible alternativa visitaban a algún familiar, generalmente a sus hermanas mayores. El verano se limitaba a disfrutar algún día de la piscina municipal, o en el mejor de los casos, pasar unos días en el pueblo de sus futuros suegros. Definitivamente, no era una situación cómoda y mucho menos agradable para una pareja joven.
Uno de esos domingos de primavera, en los que de forma habitual Rafael iba a buscar a Diana a su casa para dar un paseo mañanero, pasaron por un kiosco para coger el periódico que todas las semanas compraban, el típico dominical donde solían ofertar puestos de trabajo. Ya sabían que por lo general no había muchos anuncios que merecieran la pena, aunque de vez en cuando aparecía alguno que les llamaba la atención.
– ¿Te has fijado Rafa, la cantidad de ofertas de trabajo que hay para Vigilantes Jurados? - Algo sorprendida, por el número de anuncios.
– Si, alguna he visto. ¿Qué tipo de trabajo es ese? – Totalmente desconcertado.
– Deben de ser las personas uniformadas que vemos en los bancos.
– Seguramente, pero de cualquier manera no creo que sea un trabajo para mí. — Obviando las ofertas.
– ¿Por qué lo dices?
– Hombre, más que nada porque esa gente va armada y yo en mi vida he usado un arma de fuego. Además, te recuerdo que tampoco soy Vigilante Jurado. — Contestando con cierta ironía, sin prestar atención al anuncio.
– Ya sé que no eres Vigilante, pero aquí pone que ellos se encargan de tu formación. — Replicando de forma contundente a la ironía de Rafael.
– Los anuncios que he visto no pone nada de eso, solo que necesitan Vigilantes Jurados, nada más. — Reforzando su postura.
– Pues mira este que ocupa una hoja entera. “Se necesitan veintitrés Vigilantes Jurados, para incorporarse a importante empresa líder en el sector, formación a cargo de la empresa”. — Reafirmándose en sus argumentos.
– Pues llevas razón, pero sigo sin verlo como una opción para mí. No tengo ni idea de que va ese tipo de trabajo – Encogiéndose de hombros.
– Bueno, puedes probar, además los requisitos que piden se ajustan perfectamente a ti. Si quieres te ayudo a redactar la carta y la enviamos hoy mismo, creo que tengo sellos en casa. Lo primero es que te llamen, luego ya decidirás. Al fin y al cabo no tienes nada que perder. — Convenciéndolo fácilmente.
– Hombre, viéndolo así llevas razón, vamos, como siempre. — Sonriendo, a la vez que la besaba.
Ese mismo día, tal y como lo habían pensado, redactaron la carta y la depositaron en un buzón de correos cercano a su casa, con la esperanza de que surgiera la posibilidad de conseguir un trabajo. Los días siguientes seguían con su rutina, juntos iban por diferentes empresas con una carpeta repleta de currículums de ambos. Diana los entregaba en los lugares que solicitaban personal que se ajustaba a su recién terminada carrera y Rafael abrió el abanico a empresas de seguridad una vez descubierto la demanda existente en este tipo de compañías. En alguna ocasión, al presentar la solicitud le recibían inmediatamente, incluso tuvo alguna entrevista improvisada que se quedó en eso, en entrevista. En otras ocasiones ni siquiera le abrían la puerta para simplemente dejar el papel, motivo suficiente para que su mala leche se le disparara.
Cuando había pasado un plazo lo suficientemente amplio para obtener una contestación a la carta que envió por correo y no recibir respuesta, decidió enviar una nueva carta, haciendo gala a su testarudez. En ella pedía por favor, que le contestaran de forma positiva o negativa, pero que le contestaran. A Diana no le terminaba de convencer la redacción que usó Rafael en esa segunda carta, pero ante la obstinación de su novio terminó aceptando que lo hiciese a su manera, al fin y al cabo como había dicho unos días antes, no tenía nada que perder. En el fondo comprendía a su novio, ella también estaba un poco harta de que por todos lados por donde iban, solo recibían la típica frase “ya le avisaremos”, algo que nunca se producía, porque avisar o llamar nadie lo hacía.
La sorpresa para Rafa fue que tres días después sí llamaron, y no para dar largas o entrevistarse con alguien, sino para entrar directamente en un proceso de selección. El aviso llegó en forma de “telegrama” que recogió su madre y de forma inmediata, picada por la curiosidad, le preguntó a su hijo sobre ese tipo de trabajo al que estaba optando. Poco le pudo explicar, simplemente porque ni él mismo tenía información que pudiese contar, no obstante solo hizo falta que le nombrara la palabra uniforme, para que se activaran todas las alarmas en ella. Automáticamente, intentó convencer a Rafa para que desistiese buscar ese tipo de trabajos que tan malos recuerdos le traía. Para su madre todos los uniformes representaban lo mismo, de nada servía que su hijo le hubiese explicado la diferencia que pudiese existir.
– ¿Por telegrama te avisaron, papá? – Algo sorprendido, intentando ubicarse en ese momento.
– Sí. ¿Sabes qué es?— Con tono algo burlesco.
– Claro que sí, pero me suena a algo casi prehistórico. — Siguiendo el tono burlesco de su padre.
– Claro hijo, es que tu padre es casi prehistórico. — Ofreciéndole una sonrisa.
– No te quejes, que estás hecho un chaval. — Devolviéndole la sonrisa.
– Gracias por lo que me toca. Hay que decir que tu generación no es muy consciente de cómo ha cambiado el tema de las comunicaciones en poco tiempo. — Aprovechando la coyuntura para hacer un pequeño repaso histórico.
– La verdad es que cuando me empiezas a hablar de cartas enviadas por correo, sellos, telegramas etc. tengo que hacer un esfuerzo para ponerme en situación. — Con interés, reflexionando sobre lo que había avanzado las comunicaciones en tan poco tiempo.
Rafael se dirigió al día siguiente a la dirección indicada en el telegrama, con ropa deportiva tal y como le señalaron. “Bastante temprano para tener entrevistas”— pensó—, con gran dosis de curiosidad por lo novedoso que le resultaba ese tipo de oferta laboral. No tardó en encontrar el lugar, ya que era bastante llamativa la inmensa cola que se había formado en la calle, una cola que se encontraba pegada a la acera y que comenzaba en el número de la calle que buscaba. Todos eran hombres, también iban todos vestidos con ropa deportiva o con bolsas de deporte en la mano, lo que confirmaba que estaba en el lugar correcto. A pesar de llegar muy pronto, le impactó el gran número de personas esperando, a su modo de ver demasiada gente. Empezó a ver aquello con escepticismo, un escepticismo que se agravaba paulatinamente al no dejar de llegar candidatos.
– Hola, me llamo Rafa, supongo que todos estamos aquí para lo mismo. — Intentando establecer conversación con el chico que había delante.
– Hola, soy Luis. Sí, vamos a ver qué tal se me da esta vez. — Con aspecto nervioso y ausente.
– Ah, ¿Pero ya has estado antes? – Sorprendido al comprobar que no era la primera vez que se seleccionaba personal en esa empresa.
– Sí, es la tercera vez este año. — Mirando al infinito.
– No sabía que esta empresa hubiese ofertado antes más puestos de Vigilante. Entonces ¿Ya tienes experiencia? - A la espera de conseguir algún tipo de información adicional del veterano.
– La verdad es que sí, pero no consigo hacer los tiempos que exigen. — Sonriendo pero sin dejar de estar nervioso, sin parar de moverse.
– Yo vengo por primera vez y no tengo ni idea de lo que va esto. — Esforzándose en sacarle algo más de dos palabras.
– Pues nada, ahora nos llevaran a una sala grande y nos lo explican. Lo habitual es salir a una explanada, aquí cerca, donde tenemos que correr varias distancias en unos tiempos marcados. Si las superas, pues a hacer otras cosas. — Muy agitado y sudoroso.
– ¿A qué otras cosas te refieres? – Con curiosidad, intentando aprovechar la dinámica conversacional de Luis.
– Pues no lo sé, porque en la carrera de fondo siempre me tiran y me marcho a casa. — Esbozando una sonrisa absurda.
Un tipo extraño - pensó Rafa—, sin llegar a entender cómo lo habían llamado en tres ocasiones. De forma evidente se veía un chico con un sobrepeso bastante llamativo, sin mencionar una capacidad intelectual que resultaba como mínimo sospechosa. Rafa, al darse cuenta de la incomodidad que le producía hablar, decidió hacerle un favor y dejar de conversar con él.
No dejaba de crecer la fila, perdió de vista la cola al dar la vuelta a la esquina, “seguramente habrá más de doscientas personas”— mascullaba Rafa—, y solo veintitrés plazas, por mucho que lo pensaba no le salían las cuentas. La estadística le estalló cuando escuchó hablar a un grupo justo detrás de él, donde uno de ellos explicaba que ese viernes era el último día que citaban candidatos, pero durante toda la semana había estado igual de concurrido. Lo que le faltaba a Rafa después de oír aquello, si pensaba que sus opciones eran bajas, en ese momento lo veía como algo prácticamente imposible. A punto estuvo de marcharse, pero se acordó de Diana y decidió continuar para ver qué pasaba, total, no había nada que perder.
Al rato los hicieron pasar a una especie de gimnasio donde había dos personas que se ocuparon de organizar e informar sobre el proceso de selección. De forma resumida, explicaron que se trataba de realizar una serie de pruebas físicas, unas pruebas que consistían básicamente en correr varias distancias, realizar una serie de saltos, además de un número determinado de flexiones en suelo. Por último (si se superaban las pruebas anteriores) se les tallaría, exigiendo una estatura mínima de 1,75 m. Tras exponer ese último requisito, Rafael observó cómo unos cuantos de los presentes abandonaron la sala y aunque no les prestó demasiada atención, saltaba a la vista que no cumplían con el último requisito. Una vez que salieron de la sala y el grupo menguó levemente, continuaron informando de forma sencilla y rápida sobre el proceso de selección. En pocas palabras y sin dejar de mirar el reloj, les hicieron saber que a los que superaran las pruebas se les volvería a llamar en el plazo de una semana para realizar una serie de exámenes culturales y psicotécnicos, a su vez, los últimos seleccionados también en el plazo de una semana, se les citaría de nuevo para pasar una entrevista personal.
Todo aquello para “cribar” a los veintitrés candidatos, futuros Vigilantes Jurados, que ingresarían en el Instituto de Formación propiedad de la empresa, para su adiestramiento. La cosa no parecía que fuese de un día para otro, había que andar un camino de semanas o meses, demasiado tiempo para el carácter poco paciente de Rafa. Algo parecido debieron de pensar casi un tercio de los allí reunidos, que de forma inmediata se marcharon. Rafael estuvo tentado de irse con ellos, pero después de pensarlo unos segundos, valoró todos esos filtros de forma positiva, pues si algo demostraba esa empresa era que le importaba la formación de sus futuros Vigilantes. Las dudas se desvanecieron en unos segundos, no porque de repente se llenara de paciencia, sino porque por encima de todo estaba su orgullo, un orgullo que impedía decirle a su novia que al menos no lo había intentado.
Cuando le llegó su turno, se quitó el chándal y salió con su grupo para comenzar las pruebas. Le tocó en el mismo grupo que a Luis, aunque lo vio poco tiempo, lo justo para observar cómo desfallecía a los doscientos metros de carrera y los responsables le despedían como a alguien ya conocido, “seguramente sería algún amigo o familiar de alguien de la empresa”, - pensaba Rafa—, mientras corría la prueba de resistencia.
No le supuso mucho esfuerzo superar las pruebas físicas, ya que estaba acostumbrado a practicar deporte de forma habitual. Al finalizar toda la fase, despidieron a los que habían superado las pruebas con la frase “ya os avisaremos”. Se marchó sin saber qué criterios usarían para llamar a unos u otros, ya que evidentemente muchos de los participantes habían superado las pruebas.
En realidad le daba un poco igual, él había cumplido con el primer trámite y el resto no estaba en su mano. Como era habitual, fue directamente a casa de Diana para comer juntos. Mientras comían le fue contando las peripecias del día, con su particular toque de humor. Le habló de la cantidad de gente que optaba a las plazas vacantes, lamentablemente todas personas jóvenes, fiel reflejo del panorama laboral en esas edades. Le mostró su escepticismo cuando se refirió a los aproximadamente cien chicos, que al igual que él, habían superado las pruebas ese día. Se rieron al hablar del tal Luis, un poco “friki” (como así lo describió Rafa) al que se veía inapropiado para realizar funciones de Vigilante. Por lo que oyó, le permitían que fuese a cada convocatoria, ya fuese por amistad con alguien o simplemente porque el chaval vivía al lado y así se distraía un rato, a la vez que hacía algo de deporte que buena falta le hacía.
Ahora solo quedaba esperar a que volvieran a llamar, aunque sinceramente no tenía mucha esperanza. Era realista, sabía que muchos de los que se habían presentado provenían del mundo militar o tenían experiencia en el sector de la Seguridad, algo que Rafael carecía por completo. Como si de una oferta laboral más se hubiese tratado, ellos siguieron con su rutina de buscar trabajo diariamente, de aquí para allá a la espera de que en una de esas sonara la flauta.
La sorpresa fue que una semana después volvió a aparecer el cartero con otro telegrama, como un calco del anterior se volvía a convocar a Rafael en el mismo lugar y a la misma hora. Aquello empezaba a tener una continuidad que le sorprendió gratamente, al menos tenía una segunda oportunidad y aunque no quería forjarse ilusiones no pudo evitar que aflorara alguna que otra esperanza. De nuevo se presentó a la hora indicada, lo más llamativo era que el número de participantes había bajado considerablemente. Como mucho serian cincuenta personas, las que siguiendo indicaciones del responsable asignado por la empresa, montaron en un autocar que estaba estacionado en la puerta.
Les llevaron hasta un edificio no muy lejano, una vez dentro fueron distribuyéndolos en dos aulas donde durante cinco horas realizaron todo tipo de exámenes escritos, pruebas culturales, test psicotécnicos etc. Al finalizar, los devolvieron al lugar de encuentro y de nuevo los despidieron con “ya os avisaremos”. En esa ocasión con tanto examen, Rafa terminó bastante más cansado que la semana anterior, aunque lo peor fue pasar otro con Diana, que le preguntaba una y otra vez sobre las respuestas que había dado sobre esta o aquella cuestión. Se empezaba a notar que afloraban los nervios por su parte, de nada servía que Rafa intentara quitarle los ramalazos ilusionantes por si acaso aquello no cuajara, le era imposible sobre todo porque él también estaba algo nervioso. Después de la segunda convocatoria, a diferencia de las anteriores, estuvieron pendientes de la tercera llamada, la importante y definitiva. La entrevista personal era la que alguien decidía, según su criterio, si entraba o no en el Instituto de Formación, de nada valía lo anteriormente realizado, todo dependía de una persona.
Diana se ocupó durante esos días de instruir a Rafa, le corrigió defectos y se preocupó personalmente de prepararle a fondo sobre algo que controlaba bastante bien. A su novio, había veces que le sacaba de quicio, en otras ocasiones le entraba la risa, sobre todo porque lo más importante era que lo llamaran, una cuestión que no tenía nada claro. A su novia se lo repetía insistentemente, aunque poco efecto producía en Diana que dado su carácter previsor prefería tenerlo atado, por si acaso.
A pesar de las dudas de Rafael, volvieron a convocarle, en esa ocasión con dos diferencias respecto a las anteriores, lo citaron a través de llamada telefónica y la entrevista seria por la tarde. Los nervios de Rafa se dispararon, nada más colgar el teléfono llamó a Diana para comunicarle la noticia. Aunque ella también se sentía algo nerviosa, intentó calmar a su novio dando apariencia de tranquilidad, le transmitió confianza, una confianza que solo ella conseguía que calara en ese carácter inquieto y vigoroso.
Al día siguiente, después de comer se dirigieron a la oficina. Ambos montaron en el viejo Seat 124 que con muchas penurias acababa de comprar Rafa; aunque le salió muy barato, nunca habría podido sin la ayuda de su madre. Después de echar gasolina (gracias a la aportación económica que hicieron sus futuros suegros), salieron con mucho tiempo de antelación, sobre todo porque no confiaban demasiado en la capacidad de ubicación de Rafael y su brújula defectuosa de serie. Inexplicablemente, para él, consiguieron llegar a la primera sin perderse, seguramente por la importante ayuda que hizo Diana para no salirse en ningún momento del itinerario, lo que motivó que fuesen los primeros en entrar y esperar en una sala completamente vacía. Era lo que le faltaba para sus nervios, ni siquiera su novia podía tranquilizarlo, era imposible centrarlo en la entrevista o al menos que se mantuviese sentado o simplemente quieto. El mayor miedo que tenía Diana era que aflorara el “otro” Rafael, pues podía ser altamente contraproducente. Dependía ampliamente del carácter del entrevistador, de su percepción, pues podría verlo de una forma totalmente opuesta a lo que intentara demostrar su novio ante una espontaneidad descontrolada. De ahí su interés en marcarle un guion establecido, con respuestas al uso sin extenderse demasiado, cuestiones que sabía a ciencia cierta que no tenía controlados, pues si alguien conocía a Rafa era ella.
Poco a poco fue llenándose la sala de espera, algunos venían acompañados de sus parejas, aunque la mayoría venían solos. Rafa por fin se sentó para contar los candidatos, quince en total, todos oscilaban en torno a los veinticinco años, año arriba o abajo, físicamente similares, de estatura media-alta, correctamente vestidos y de apariencia agradable. Al rato subió el primero, haciéndole pasar sin tener en cuenta el orden de llegada; no tardó más de cinco minutos en bajar, después otro y otro, con unos intervalos máximos de quince minutos, algo que escamó a Rafael. Se lo comentó a Diana, aunque ésta restó importancia al tiempo que dedicaban a cada uno. Volvió a centrarse en Rafael dándole unas últimas consignas, consignas que no escuchó. Cuando solo quedaban dos personas esperando, le tocó el turno, subió las escaleras y le dirigieron hacia una mesa donde le esperaba un señor de mediana edad, con cara algo cansada, gafas en la mano y rodeado de papeles. Le invitó a sentarse y comenzaron a hablar.
En ese momento, Diana estaba más nerviosa que Rafa, sobre todo cuando veía pasar el tiempo y éste no bajaba, empezó a imaginarse a su novio cometiendo todos los errores que tanto había trabajado para evitarlos, sobre todo lo de hablar en exceso o establecer una conversación como si conociese de toda la vida a la persona que tenía frente a la mesa. Esta teoría iba tomando fuerza cuando pasaban los minutos, casi el doble que el candidato que más tiempo había estado. Por otro lado intentaba ver el lado positivo, quizá le había caído bien al ver en su salsa a Rafael, porque si algo tenía claro es que el “otro” Rafael, inevitablemente había salido a escena.
Media hora después, por fin, aparecía por las escaleras, bajando los peldaños como si bajase de su casa, con aspecto tranquilo y media sonrisa en la cara, besó a Diana y se marcharon despidiéndose de los últimos candidatos que quedaban, así como de la señorita de recepción. Iban callados mientras se dirigían al coche, Diana expectante, esperaba que le contara como había ido mientras que Rafael seguía sumergido en sus pensamientos, con una sonrisa que ponía nerviosa a su novia.
– ¿Bueno, qué, me vas a contar como te ha ido? – Visiblemente impaciente, después de dar un tiempo prudencial.
– Bien. Me ha caído bien este hombre. — Con tranquilidad pasmosa, poco usual en él, lo que provocaba cierto desconcierto en Diana.
– ¿Ya está? Algo me tendrás que contar después de media hora. ¿Qué te ha preguntado, que has contestado? – Perdiendo los nervios por momentos.
– Hemos hablado de muchas cosas, de donde había trabajado antes, de mi opinión sobre ser Vigilante Jurado. — Comenzando a dar información ante el palpable nerviosismo de su novia.
– ¿Y qué le has dicho? – Muy interesada sobre el desarrollo de la entrevista.
– Le he hablado de mis anteriores trabajos. Sobre lo de mi opinión de ser Vigilante, le he dicho que no tengo opinión. — Sin dejar el impropio estado de tranquilidad.
– ¿Cómo que no tienes opinión? – Extrañada, temiendo definitivamente sus peores augurios.
– Sí, que no podía opinar porque no tenía ni puta idea de que va esta profesión. En realidad le he dicho que ni idea. — Con tono guasón, intentando relajar a su novia.
– ¿Cómo le dices eso? Creía que había quedado claro lo que hablamos. Era una pregunta obvia, con decir que era una profesión con futuro, que estabas muy interesado en pertenecer a una empresa como ésta etc. etc., estaba contestada. — Cada vez más convencida de que no había servido de nada sus instrucciones.
– No te preocupes, le ha gustado mi contestación. — Calmando a Diana a la vez que la sumergía en un estado de confusión.
– Ahora sí que no entiendo nada. — Totalmente perpleja.
– Me ha pedido sinceridad y se la he dado. — Convencido de haber hecho lo correcto.
– Sinceridad te suelen pedir siempre, el problema surge cuando te pasas de sincero. — Más tranquila, escuchando atentamente a su novio, sin verlo claro aún.
– Más que una entrevista ha sido una conversación amena. Se ha sorprendido cuando le he dicho que no tenía ni idea de cómo desarrollar este trabajo, pero por otro lado que confiaba en que me formaran, el resto lo ponía yo. Responsabilidad, trabajo, seriedad etc. era algo que tenían garantizado conmigo. — Con total seguridad en sus palabras.
– Continúa. — Más relajada y con una visión diferente.
– Me ha explicado por encima, las responsabilidades de la figura del Vigilante, las diferencias con otro tipo de profesiones, como trabajar a turnos, fines de semana, festivos etc. de alguna forma quería darme una visión de las cosas negativas, creo que para ver mi reacción.
– ¿Y cómo le has contestado?
– Le he explicado que tenía experiencia en trabajar de noche, por lo que no suponía un problema, ya que aguanto muy bien. Sobre lo de los uniformes, armas y todo lo que conlleva esta profesión, ya le he dicho que aprendo rápido y si otros lo han hecho, yo también. Parece que le ha gustado, más que nada por la cara que ha puesto. — Dando un enfoque más divertido ante la tensión que soportaba Diana.
– ¿Qué cara ha puesto? – Más relajada y contagiada por el aire optimista de Rafael.
– Pues no sé, la misma cara de satisfacción que pone mi madre cuando le contesto lo que quiere oír. — Soltando una sonrisa al imaginarse el símil.
– De verdad, no dejas de sorprenderme. — Contagiándose del ambiente cómico que se había creado.
– Y nada, hemos estado hablando de todo, hasta de música o de cine.
– Ya veo, sobre todo por el tiempo que has estado arriba.
– Finalmente, me ha preguntado, cuanto tiempo me gustaría estar en esta empresa. — Haciendo memoria.
– Hombre, esa era una de las preguntas que podían salir y habíamos preparado. — Satisfecha de haber sido útil, al menos en algo.
– Me he acordado de ti y le he dicho que veinte años o más, por decir un número. — Intentando agradar a Diana.
– La respuesta habría sido, el máximo posible. Lo de los veinte años es de tu cosecha. — Matizando de forma sosegada.
– Ya, pero ha puesto cara de sorpresa. ¡Eso son casi siete trienios! Me ha contestado. — Totalmente distendido.
– ¿Y qué más? – Atenta y curiosa.
– Poco más, que tal se me da el trabajo en equipo, la comunicación en general, esas cosas.
– No creo que haya tenido dudas que esos aspectos son tu fuerte. — Sonriendo con tono irónico.
– ¿Tú también te has dado cuenta? – Siguiendo el tono sarcástico de ella.
– Bueno ¿Y cómo ha sido la despedida? – Satisfecha su curiosidad.
– Pues como siempre, si soy admitido en el Instituto de Formación, en una semana me llamarían. Ya me he acostumbrado que todo se desarrolla de semana en semana.
– ¿Y tú qué crees? – Volviendo a tomar un tono relajado y serio.
– Yo creo que me van a llamar. — Contundente, haciendo gala de su característico optimismo.
– ¿Por qué lo tienes tan claro?— Escéptica por naturaleza.
– No te puedo decir por qué, es una intuición, por la forma que me ha hablado, por cómo me miraba o porque creo que le he caído bien. Además, creo yo que ya nos merecemos que la situación cambie. — Invadido por un aire de esperanza.
– Pues sí, llevas razón. — Contagiada por la ilusión de Rafa, a la vez que aparcaba su escepticismo durante un instante.
– No te preocupes cariño, verás cómo todo va bien. — Mientras la miraba a los ojos con confianza.
– Eso espero. ¡Ala!, vámonos para casa. — Sellando el tema con un beso.
– Abróchense los cinturones, que nos vamos volando en el bólido. — Soltando una carcajada.
De repente empezó a reinar un aire de entusiasmo en la pareja, sin fundamento claro y con las esperanzas puestas en una empresa y una profesión que aunque desconocida le garantizaran un futuro que hasta el momento no se vislumbraba. Al menos tenían un motivo para soñar, sueños humildes que se simplificaba en un puesto de trabajo estable, algo que por simple que pareciera era el sueño de muchos españoles de mediados de los años ochenta.
El sueño se hizo realidad, como intuía Rafael. De nuevo, una semana más tarde, llegó el aviso a través de telegrama, donde se informaba su admisión en el Instituto de Formación. En esa ocasión fue con la notificación en la mano a casa de Diana, quería decírselo en persona, al fin y al cabo ella era la culpable de todo aquello, con una participación activa durante todo el proceso de selección y merecía escuchar la noticia con él presente y no a través de un auricular. Lo negativo era que en tres días tenía que ingresar en la academia y estarían una semana sin verse, no es que fuese algo terrible, pero para una pareja que estaba acostumbrada a verse muchas horas todos los días, les costaba separarse, aunque fuese durante ese intervalo de tiempo. Cuando se dieron cuenta, el domingo llegó y Rafael tenía que irse para dormir esa noche en lo que sería su nuevo futuro profesional.
Después de despedirse de Diana, cogió su bolsa de viaje y se dirigió a la zona norte de Madrid, a un lugar que jamás había oído, teniendo como única referencia un famoso casino en las inmediaciones. Le llevó su cuñado Lolo en la moto por varias razones, principalmente porque su coche consumía más gasolina que dinero tenía y sobre todo porque con el sentido de orientación de Rafa no estaba garantizada su entrada en el horario marcado. A pesar del pequeño plano que disponía se perdieron, no obstante gracias a la maniobrabilidad de su medio de transporte y el sentido de orientación normalizado de su cuñado, consiguieron llegar con tiempo suficiente. Se despidió de Lolo y se dirigió a la zona de recepción donde habían llegado algunos chicos, entró en el hall para presentarse, inmediatamente se creó un clima cordial entre ellos, un buen rollo que perduraría durante toda la estancia. Una vez que llegaron los veintitrés futuros Vigilantes Jurados, el responsable de recepción distribuyó varias habitaciones donde se alojarían dos o tres personas en cada una de ellas. Informó del horario de la cena una vez estuvieran instalados a la vez que se les convocaba a una reunión previa para informarles sobre el curso.
Rafael se dirigió a su habitación en la segunda planta junto al compañero que le había tocado, ambos se pusieron en seguida de acuerdo en la elección de cama. Dani se instaló en la cama más cercana a la puerta de entrada y Rafael junto a una ventana que abrió nada más llegar para observar el pinar que rodeaba el edificio. Era una habitación muy espaciosa, con mesa y silla de estudio junto a cada cama; sobre la mesa, una lámpara, varios temarios bastante voluminosos, cuadernos, bolígrafos, lapiceros, marcadores, grapadora etc. etc., todo muy bien organizado y enfocado para el objetivo principal, que no era otro que estudiar y formarse. El compañero de Rafa era un chico bastante callado, excesivamente reservado para su gusto, pero cordial y amable, ideal para compartir espacio con Rafael, pues para hablar ya estaba él.
Terminó enseguida de colocar sus cosas, miro el reloj para comprobar que faltaba bastante tiempo para la reunión, dejó a su callado colega y se dio una vuelta para reconocer el entorno. Al parecer no fue el único que había tenido esa idea porque se encontró con varios compañeros que hacían lo mismo. Juntos recorrieron toda la finca completamente vallada, observaron con detalle el edificio central, un palacete rehabilitado, posiblemente de finales de siglo XIX, con un aparcamiento no muy grande pegado a la entrada. Un poco más separado se encontraba otro edificio de moderna construcción, donde se divisaban aulas y junto a él un gimnasio enorme. Siguieron andando hacia una edificación que contrastaba con el resto, compacto con una sola entrada. Rafael no adivinaba que podía ser, aunque uno de los presentes le sacó de dudas al comentarle que se trataba de una galería de tiro.
Rafa se sentía impresionado por aquel entorno, por una parte le gustaba el lugar, se sentía bien en aquel enclave natural (superaba con creces todo lo que se había imaginado en los días previos); por otro lado sintió vértigo de lo que significaba aquello, un mundo totalmente desconocido al que iba a entrar en pocas horas, sin ningún parecido ni por asomo a sus trabajos anteriores. Se sentía fuera de lugar, le resultaba todo muy extraño, aquellas personas, aquel lugar, un temario que ojeó sin entender nada. Nada sabía, cómo le dijo a su entrevistador, aunque en buena medida empezaba a ser consciente de aquellas palabras. De repente sintió un bajón descomunal y la necesidad imperiosa de hablar con Diana para contarle todo lo que sentía. Sin más, se dirigió a recepción donde había unas cabinas de teléfono, no le hizo falta más de dos minutos de conversación con ella para recuperar la confianza de nuevo. Quizá era lo que en ese momento necesitaba con urgencia, oír la voz de su querida Diana.
Como les habían indicado, antes de cenar reunieron al grupo, les dieron unas hojas para rellenar con sus datos e informarles del horario del día siguiente. Pronto comprobaron la gran actividad que tenían por delante, con una jornada que comenzaba a las siete de la mañana y terminaba a las ocho o nueve de la tarde. Después se les indicó donde estaba el comedor, les asignaron sus asientos para todo el curso, les sirvieron la cena unos camareros y se marcharon a sus habitaciones a descansar para que se prepararan ante la trepidante jornada que les esperaba al día siguiente.
A las siete de la mañana sonaron unos timbres que a Rafael le despertaron desconcertado, sin saber bien donde estaba. Una vez que reaccionó y pudo ubicarse, recordó que disponía de diez minutos para bajar en ropa deportiva a la calle. Cuando todos llegaron, les estaba esperando un monitor con cara de pocos amigos, encargado de enseñarles defensa personal así como el manejo y utilización de defensa y grilletes, pero antes de eso tocaba correr por el campo y realizar una serie de ejercicios físicos. No era precisamente la mejor hora de Rafa y menos para realizar ejercicio físico, recién levantado y sin desayunar su cuerpo era un poema. Hizo de tripas corazón y se puso a trotar, no era cuestión de empezar a quejarse el primer día, sobre todo porque viendo la cara de algunos compañeros, comprendió que no era el único que tenía un lamentable cuerpo mañanero.
Cuando le pusieron una defensa y unos grilletes en la mano sintió una sensación rara, como si aquello no le correspondiera llevarlo, lo vio como algo ajeno a él. Inevitablemente, pensó en las ocasiones que vio esos utensilios, en las manifestaciones que acudió en su juventud. No pudo evitar ver la cara de su madre,” ¿Qué pensaría en ese momento de su hijo?”, un pensamiento que no le hacía sentir especialmente orgulloso.
La primera clase pasó rápido, con algún contusionado por golpes incontrolados o grilletes excesivamente apretados, pero nada que no se pudiese resolver con un buen desayuno después de la ducha. Con el estómago lleno se dirigieron a la zona de aulas donde les estaba esperando el director del instituto. Sin perder mucho tiempo hizo entrega del horario definitivo de la semana e informó de forma detallada sobre su desarrollo. Básicamente, se impartirían cincuenta horas de clase, teoría en su totalidad, al finalizar la semana, volverían a casa quince días donde estudiarían un temario correspondiente a cincuenta horas más, en total cien horas. Después volverían al instituto donde se impartirían cien horas solo de prácticas, todo con sus exámenes correspondientes. El que superara el curso les darían los diplomas con sus correspondientes certificados acreditativos, uno del curso realizado (y superado), y otro diploma de capacidad para trabajar en la Unión Europea. A Rafael le empezó a rechinar todo aquello, ¿Cómo el que superara el curso? ¿Y si no se supera? - Se preguntaba mentalmente —. De forma espontánea interrumpió al profesor.
– Perdone, ¿Quiere decir que no basta con realizar el curso, sino que hay que aprobarlo? – Algo perplejo, siendo consciente de la estupidez de pregunta, justo después de realizarla.
– Así es. — Tajante en su contestación.
– Pensaba que se trataba de un curso de formación, o sea, de asistencia, no de examen. — Intentando disimular la pregunta anterior.
– Efectivamente, se trata de un curso de asistencia, pero con demostración escrita, en el caso de las clases teóricas y de exámenes prácticos en el caso de la las clases prácticas. — Explicando las dudas colectivas que surgieron.
– O sea, que si aprobamos, ya salimos como Vigilantes Jurados. — Convencido.
– No, aquí se os prepara para hacer el examen para Vigilante.
– Entonces ¿Cuándo salgamos de aquí, si aprobamos, de que vamos a trabajar? – Totalmente confundido.
– Se os hará un contrato de Guarda de Seguridad. Una vez que vuestros superiores os vean capacitados, se os presentaría para el examen de Vigilante Jurado.
– ¿Qué examen es ese? – Cada vez más confundido—.
– En realidad son dos exámenes, uno teórico ante la Policía Nacional y otro práctico, de tiro ante la Guardia Civil. No os preocupéis, que de aquí saldréis totalmente preparados para superarlos. — Contestando de forma clara todas las dudas que surgieron.
– ¿De qué va el trabajo de Guarda de Seguridad? – Haciendo hincapié en esa categoría que oía por primera vez.
– Es muy parecido, pero sin tener el carácter de agente de la autoridad. Todas estas cuestiones las iremos viendo durante el curso. — Con un tono sereno.
– Ya me deja mucho más tranquilo. — Sarcásticamente, lo que provocó risas generalizadas.
– He de deciros también que este curso está subvencionado por el Inem, por lo que el coste del curso varía en función de vuestras retribuciones.
– ¿Podría explicarlo mejor?
– Es fácil, si no cobráis subsidio de desempleo el curso es gratuito, si por el contrario cobráis, dependiendo de la cuantía que cobréis, cuesta un precio u otro. Pero no os preocupéis, como esta cuestión es totalmente personalizada, en el primer contrato de seis meses que se os haga, se descontará la cantidad que corresponda a cada uno durante esos seis meses. — Claro y conciso.
Una vez aclaradas todas las cuestiones, Rafa estaba en un estado lamentable, no solo había sido el proceso de selección, sino que seguía sumergido en un camino que no veía el final. Ahora tocaba aprobar todo para salir a trabajar como Guarda de Seguridad. Seguir pagando el curso durante seis meses (en su caso cobraba subsidio de desempleo) para después que le presentaran, en un tiempo sin definir, a Vigilante Jurado y claro, aprobarlo. El techo se le vino encima, cuando parecía que estaba llegando al final una nueva sorpresa aparecía, aunque por mucho que se calentara la cabeza no tenía más remedio que continuar. Por enésima vez recordó la misma frase recurrente que siempre le animaba, “total, no tengo nada que perder”.
Al principio le saturó la cantidad de asignaturas que había, sobre todo por su desconocimiento absoluto. Deontología profesional, derecho penal, decisión de disparo, derecho procesal, técnicas de comunicación etc. Eran materias que ni por asomo había tocado nunca, no obstante con el paso de los días empezó a cogerles el gustillo y verlas mucho más cercanas y asequibles. Mucha culpa de ese cambio lo tuvieron los profesores, personas con amplia experiencia profesional que hacían las clases divertidas y llenas de anécdotas. A pesar de lo agotador que resultaba cada jornada, consiguieron que fuese impregnándose de aquel mundillo tan desconocido para él.
Entre desayunos y cenas, carreras matinales, porrazos fortuitos, clases y estudio, la semana pasó volando. Lo que empezó siendo un camino cuesta arriba se fue allanando poco a poco, hasta el punto de irse de allí con algo de pena. No le hubiese importado alargar su estancia, pero estaba por encima sus ganas de ver a Diana, a quien echaba de menos a pesar de hablar con ella a diario para contarle sus andanzas por ese sitio. Ella por su parte, también estaba deseando verle, aunque supiera de antemano la evolución positiva que en tan poco tiempo había sufrido su novio.
No hizo falta que fuesen a recogerlo pues casualmente había coincidido con un compañero que vivía en Torreón del Jarama y tenía su coche allí aparcado. El trayecto lo hicieron sin parar de conversar sobre el curso como tema estrella. Llegó bastante pronto a su casa, dejó la bolsa de viaje ante la mirada inexpresiva de su familia, quienes lo miraban como si hubiese regresado de dar una vuelta. Solo su madre le preguntó alguna cosa de pasada, poniendo especial interés en lo que había comido esos días. Cuando fue a ver a su novia se abrazaron y besaron como si hubiese estado un año fuera, algo lógico en una pareja que jamás se había separado un solo día
. Las dos semanas siguientes se las pasó estudiando el amplio temario que le mandaron como deberes, unas veces en su casa, otras en casa de su novia, pero sin dejar de tener como conversación constante el nuevo mundo en el que se había metido. Con sus amigos empezó a reinar el cachondeo, en especial con Teo, haciendo éste referencia al trabajo al que Rafa se iba a dedicar o la perplejidad que le producía imaginarle como un represor con porra. Al fin y al cabo Teo no hacía otra cosa que practicar su deporte favorito, un deporte que consistía en picar a Rafael.
Antes de darse cuenta habían pasado las dos semanas y ese mismo domingo tenía que volver al instituto, en esta ocasión mucho más animado. A pesar de no ver a Diana en unos días tenía ganas de volver a ver a sus compañeros, con los que había mantenido una gran relación. También le hacía ilusión comenzar con las prácticas, aunque igual de intensas que la teoría, eran mucho más amenas, según opinión de los profesores.
El reencuentro con los compañeros estuvo plagado de apretones de manos y alegría al verse de nuevo.” Al parecer no era el único que volvía con ganas de seguir con la formación”— pensó Rafa—. De inmediato cotejaron los ejercicios que cada uno había realizado, llegando a la conclusión que era mejor dejarlo para el día siguiente y aprovechar el tiempo charlando animadamente con una cerveza en la mano. No pasó inadvertida la ausencia de uno de los compañeros a la hora de distribuir las habitaciones. Raúl no había aparecido, aunque fue el encargado de alojarles quien les sacó de dudas al informarles que no había aprobado la primera fase. Al parecer iba en serio lo de aprobar aunque pensasen lo contrario. De cualquier manera ese episodio les recordó que no estaban allí de vacaciones y tenían que ponerse las pilas si querían conseguir trabajar en Seguridad Privada.
En esa ocasión, Rafael fue previsor y se llevó un despertador, sobre todo para tener unos minutos de margen antes de que sonaran los timbres y poder espabilarse adecuadamente. No tardaron en comprobar que tanto los ejercicios físicos como el aprendizaje de técnicas de defensa personal se habían incrementado notablemente, con un tratamiento mucho más profesional que la vez anterior. Siguiendo el protocolo una vez que desayunaron, el director del centro de nuevo les explico el calendario de esos días. Les informó lo que ya sabían, la ausencia del compañero que no había aprobado la fase teórica. Como ya les adelantaron, esa semana las clases eran totalmente prácticas, lo que no significaba que no tuvieran que seguir estudiando una vez terminada la jornada, había que seguir hincando los codos para seguir formándose pero sobre todo aprobar.
Aparecieron nuevos profesores, profesionales que ejercían lo que enseñaban, como un oficial bombero, que sorprendentemente les enseño apagar un fuego de gran magnitud con un solo extintor, algo que Rafael, jamás hubiese pensado que era posible.
Estaba emocionado, cada clase le parecía fascinante, ya fuese por su carácter curioso o simplemente por el manejo de aparatos que nunca se hubiese imaginado que utilizaría, hizo que disfrutara de cada momento y que se viera por primera vez capacitado para ejercer esa profesión. Quien le iba a decir que iba a saber hablar por un “walkie”, detectar un explosivo o descubrir las piezas que tenía un revolver. Palabras como volumétrico, infrarrojo o central de alarmas, pasaron a formar parte de su vocabulario. Hablar por teléfono correctamente, manejarse entre multitudes, adoptar posiciones idóneas, redactar informes o incluso saber dirigirse a cualquier persona de forma educada y profesional, fue parte de su aprendizaje.
La primera vez que entró en la galería de tiro se sintió extraño, aunque para algunos compañeros con experiencia en el mundo militar no era novedoso, para Rafa, coger un arma de fuego era un hecho excepcional. Era todo un enigma para él, no sabía cómo se le iba a dar empuñar un revolver y mucho menos disparar, sin valorar en absoluto su destreza o puntería. No podía ocultar cierto nerviosismo el mero hecho de ver tantas armas juntas e inevitablemente volvió a pensar en su madre, tan reacia y miedosa hacia todo “cacharro” de matar, como solía describirlas. ¿Qué pensaría sobre que su hijo portara una?, antes de contestarse a sí mismo, se vio empuñando un calibre 38, sin saber qué hacer con aquello. De forma instintiva se dirigió al instructor y le confesó su total desconocimiento sobre armas de fuego.
– Perdone Sr. Sevilla, pero no he disparado en mi vida. — Con cierto rubor ante la destreza del resto de compañeros.
– Hombre, seguro que en la mili has cogido algún fusil. — Dando por hecho el paso por el ejército.
– Es que salí “excedente”. — Con tono de disculpa.
– Bueno hombre, no pasa nada, para eso estoy aquí. — Intentando relajarle al ver su cara de tensión.
– No sé qué tal se me va a dar. — Más tranquilo al ver la reacción sosegada del instructor.
– Tu tranquilo, solo tienes que hacer lo que te diga y verás cómo donde pones el ojo pones la bala. — Sonriéndole de forma amable.
– Eso espero. — Demostrando su interés.
– Cógela con las dos manos, sin miedo. Estira los brazos y haz que coincida el punto de mira en el centro del “alza”, ni más arriba ni más abajo, ni a la derecha ni a la izquierda, en el centro justo. Aprieta suavemente el gatillo y no esperes el disparo, que te sorprenda. Apunta al centro de la silueta. — Con paciencia y seguro de lo que decía.
Rafael hizo todo lo que le fue diciendo el profesor, disparo a disparo fue agotando el tambor, cuando terminó, su sorpresa fue mayúscula al acercarse y comprobar que había tenido una puntería excelente. Ni él mismo se lo creía, llegó incluso a pensar que le habían gastado una broma y había sido otro el que había disparado en su lugar. La risa del instructor llenó el local ante aquella reacción, le guiñó un ojo y con cara de pícaro le dijo “no sé de qué te extrañas, con el pedazo de profesor que tienes”.
Lo que creía que iba a ser lo más complicado resultó ser una de las cosas que mejor se le daba, jamás hubiese sospechado que dispararía tan bien. Aunque estaba disfrutando de todas las prácticas que realizaba, aquello le motivó más, lo que hizo que las horas y los días volaran literalmente.
Todos aprobaron sin problema. El último día hubo ceremonia de entrega de diplomas, en la que no faltaron los discursos de cargos de la empresa explicando de forma general su funcionamiento. Incluido su Presidente que de forma casual fue quien le entregó los diplomas a Rafael. Un señor que le cayó muy bien y que abiertamente se interesó por la estancia y desarrollo del curso. Se dirigió hacia ellos como “sus chicos”, de una forma entrañable en el pequeño discurso que pronunció.
Volvió con su compañero a casa, en esa ocasión de una forma ambivalente fueron hablando durante todo el trayecto, tristes por dejar definitivamente el Instituto, pero expectantes por cómo sería a partir de ahora la realidad de ese nuevo trabajo. Una realidad donde se veían como perfectos novatos por muy bien que se les hubiese formado.
– Bueno papá, al menos salíais con una base importante. —Después de escuchar con atención todo lo que le había contado.
– Eso es innegable hijo. — Dándole la razón.
– Lo que no me has contado es lo que hacíais en vuestro tiempo libre. — Con cara de pícaro.
– Poco tiempo libre teníamos. — Sin dar importancia al tema.
– No me puedo creer que chavales de veinte pocos años fueseis tan disciplinados. — Intentando sonsacar información.
– Poco se podía hacer allí. Bueno la verdad es que alguna partida de mus y de póquer amenizó alguna noche. —Entrando en el juego de su hijo.
– ¿Quién vigilaba por las noches el instituto?
– Había un señor que vivía allí y era el encargado de que nos portásemos bien.
– ¿Y lo conseguía? – Con tono sarcástico.
– No. — Soltando una risotada—.
– Ya me imaginaba.
– En seguida nos hicimos colegas de él y era el primero que estaba con nosotros jugando a las cartas y facilitándonos algo de beber. — Con tono melancólico.
– Ya me extrañaba que te fueras pronto a la cama. — Riéndose.
– La verdad es que no sé cómo aguantábamos el ritmo. Bueno si lo sé, que éramos muy jóvenes.
– Aún no me has contestado por qué te hiciste Vigilante Jurado.
– Pues está bastante claro hijo, por dos razones. La primera porque en ese momento lo veía como una salida laboral.
– ¿Y la segunda razón?
– La segunda está más clara todavía. Por tu madre hijo, por tu madre. — Riéndose abiertamente los dos.