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CAPITULO DOS

El verano acaba de empezar y como de costumbre, los planes de vacaciones juntos se presentaban imposibles, aunque en esa ocasión el impedimento era mayor ante la inminente incorporación de Rafa a su nuevo trabajo. Aun así, aprovechando que los padres de Diana se encontraban pasando unos días en su pueblo, valoraron la posibilidad de ir con ellos y despejarse un poco de los últimos meses tan estresantes que habían tenido. Un cambio de aires fuera de la ciudad les vendría muy bien antes de afrontar la nueva etapa que se les presentaba, al menos para Rafael. Ante la incógnita de cuando le llamarían para firmar el contrato, decidió ponerse en contacto a través del teléfono que le dieron para cualquier tipo de información que necesitara, y preguntar el tiempo aproximado del que podía disponer antes de su incorporación. La respuesta por parte de la persona que atendió la llamada fue bastante clara, “como poco una semana”. Sin demora hicieron el equipaje, echaron gasolina en su flamante coche y marcharon al pueblo. Rafael avisó a su madre sobre la llamada que estaba esperando, acordó con ella telefonearla dos veces al día por si hubiese alguna novedad.

Aunque hubiese preferido ir en autocar, Diana insistió en utilizar su coche a pesar de la poca confianza que mostraba su novio a la hora de ponerse al volante. Rafa intentó escaquearse argumentando su falta de experiencia, la capacidad que tenía para perderse o la poca fiabilidad del vehículo, de nada le sirvieron las excusas. Cuando echaron cuentas, vieron que el ahorro era considerable por lo que Rafael no tuvo más remedio que claudicar y conducir. A pesar de todas las taras que tenía, pudo comprobar que esa “tartana” corría como un diablo, siempre con la sensación de que en cualquier momento se iba a desintegrar, pero correr, corría. Poco después de dos horas (con su parada correspondiente), llegaron a la plaza del pueblo y como estaba establecido pararon para que Rafael hablara con su madre desde una cabina, en principio para informar de que habían llegado bien. La respuesta no se hizo esperar “vente para acá que te han llamado para que vayas mañana a firmar”. No se lo podía creer, por un momento se quedó bloqueado, entre enfadado y sorprendido se lo fue contando a Diana.

– ¿Qué te pasa que traes esa cara? ¿Qué te ha dicho tu madre? - Intrigada, sin saber que ocurría.

– ¿Te puedes creer que nada más salir me han llamado? – Asimilando la información.

– ¿Pero no te dijeron que al menos tardarían una semana? – Tan sorprendida como Rafael.

– ¡Pues eso digo yo! —Visiblemente enfadado.

– No te preocupes, vamos a casa con mis padres y decidimos que hacer. — Con tono resolutivo.

– Pues nada, me tendré que ir hoy porque mañana tengo que estar a las diez en la oficina. — Calculando los tiempos.

– No pasa nada, tenemos tiempo. — Intentando ver el lado positivo.

– Venga, vamos a ver a tus padres.

Cuando se lo contaron a sus padres, en seguida le quitaron importancia, a pesar del cabreo momentáneo todos se dieron cuenta de que no se trataba de algo tan terrible, simplemente se trataba de volver, firmar y saber cuándo se incorporaba. Intentaron animar a Rafa para que volviera en coche, en esa ocasión se cerró en banda negándose a conducir solo tantos kilómetros. Finalmente, decidió volver en autocar esa misma tarde sin importarle el tiempo extra que tardara, “seguro que tardo menos que si voy en coche”-se justificaba a sí mismo—.

Por el momento, parecía que todo seguía en la misma línea trepidante que últimamente le acompañaba y se negaba a separarse de él. Cogió el autobús, como era previsible llegó a su casa de noche, dedicó el tiempo justo para hablar con su madre unos minutos, meterse en la cama para no dormir prácticamente nada y levantarse temprano. Como de costumbre llegó a la oficina bastante antes de la hora que le habían citado, aunque para su agrado le hicieron entrar en el momento de su llegada. Le recibió un señor de mediana edad, alrededor de quince años mayor que él, bien parecido y de trato agradable, aunque con un ojo algo desviado que ponía nervioso a Rafael. Se presentó como su inspector, le puso el contrato encima de la mesa y le explicó el servicio donde se iba a incorporar en breve. A pesar de la amplia información recibida en el Instituto sobre la duración del primer contrato, la política de empresa sobre renovaciones, el coste del curso etc., su jefe se la volvió a repetir de forma detallada aportando como única novedad el descuento de cinco mil pesetas durante los primeros seis meses, como pago por el curso realizado, según los datos que le habían facilitado en el Inem. A continuación le habló sobre el lugar que prestaría servicio, ubicación, horarios y lo que mayor satisfacción le causó, se incorporaría en cuatro días. Le proporcionó su uniforme y con un apretón de manos le deseó buena suerte dándole la bienvenida a la empresa. Salió de la oficina con prisa, en cuatro horas salía el autobús hacia el pueblo y tenía que pasar antes por casa para dejar el contrato y el uniforme. De nuevo se despidió de su madre sin la incertidumbre de que le volviesen a llamar, al menos eso esperaba. Una vez que montó en el autocar solo pensaba que al menos podría estar cuatro días relajadamente con su chica, algo era algo.

Los días pasaron como un suspiro, entre baños en el río, visitas a la sierra y largas conversaciones monotemáticas donde de manera palpable se observaba el nerviosismo reinante en Rafael. Ya no escondía su inquietud ante el nuevo futuro laboral que tenía en puertas, constantemente se hacía preguntas sobre su capacidad para estar a la altura, si pudiera ser que tuviese futuro en aquel trabajo o simplemente que todo resultase efímero. No quería defraudar a su novia, pero sobre todo no quería defraudarse a sí mismo, intentaba mantener una imagen de control sobre la situación, pero la realidad era que permanentemente buscaba alguna similitud con los trabajos anteriores para agarrarla y sentirse más seguro. Por mucho que buscaba no los encontraba, aquello no se parecía en nada a ponerse un mono y seguir las consignas del encargado, todo lo contrario, allí era él, quien tenía que velar porque se cumplieran las normas de seguridad, una situación que no controlaba y le causaba ansiedad. Diana lo conocía muy bien y actuaba de bálsamo, restaba importancia a los temas que Rafa le daba demasiada transcendencia, le animaba y le transmitía la seguridad que en ese momento necesitaba, pues si algo tenía claro era que todo lo que le ocurría a su novio simplemente era exceso de responsabilidad. En ese aspecto, tenía muy claro que una vez empezara a rodar, todas las dudas e incertidumbres se disiparían.

Ese día empezaba a trabajar a las tres de la tarde, se levantó pronto para ir con tiempo a casa de su novia y comer con ella. Su madre ya le había planchado de forma impecable el uniforme, algo que no sorprendió a Rafa, al igual que oír sus consignas para que todo le fuese bien en su primer día de trabajo, muy típico en ella o en cualquier madre.

Poco después de comer, se puso por primera vez el uniforme, se miró al espejo y se vio raro, a pesar de los piropos que Diana le regalaba, se sentía raro, como si fuese otra persona, sin embargo, en ese momento lo que más le preocupaba no era si el uniforme le sentaba así o asá, sino saber llegar al nuevo servicio. Se encontraba en la zona norte de Madrid y había que ir obligatoriamente en coche, ya que no había transporte público cercano. Lo que para cualquier otra persona normal no hubiese sido un problema para Rafael suponía un mundo, teniendo en cuenta su facilidad para perderse.

En realidad, siendo sábado, en circunstancias normales no tardaría más de media hora en llegar, pero conociéndose no quería arriesgarse a llegar tarde el primer día, así que dos horas antes se puso en marcha. Hizo bien, a pesar del esmero y la concentración que puso dio más vueltas que una peonza, de nada sirvió que fuese previamente con su cuñado para aprender el camino, él se perdió igualmente. Al menos no se puso nervioso, pues iba con suficiente tiempo y se limitó a ir preguntando a los incautos transeúntes que tenían el valor de pasear en ese caluroso día de primeros de julio. Logró identificar la calle donde se tenía que dirigir dentro del polígono, al fondo podía ver su destino, algo que le hizo respirar aliviado pues había llegado media hora antes. Su compañero, el mismo que había coincidido en el instituto y que vivía en su misma población, se llevó una sorpresa al relevarle tan pronto, pero sobre todo al verlo ya con el uniforme puesto.

– Que pronto vienes, y ya cambiado. — Con alegría de volver a verle y también de marcharse pronto.

– Hombre Miguel, ya veo que también te han traído aquí. — Con la misma satisfacción de su compañero al ver una cara conocida.

– Debe de ser un servicio para novatos. — Riéndose ambos.

– ¿Cómo te ha ido el primer día? – Con mucha curiosidad, sin ocultar el nerviosismo típico de la primera vez.

– Bien, la verdad es que poca cosa hay que hacer aquí, por ahora. — Encogiéndose de hombros.

– ¿Quiénes son los que están dentro? – Al ver varias personas dentro de la nave.

– Es personal de limpieza. Esta mañana ha venido el inspector, ha dejado unos libros de informes y el cuadrante, me ha dicho que acaban de terminar el edificio y el lunes empieza a venir personal para poner en marcha esto. Así que están limpiándolo todo para dejarlo preparado. — Informándole minuciosamente.

– Ah vale, al menos estaré acompañado. — Prestando atención a lo que le decía el compañero.

– ¡Que va macho! Esta gente se “pira” ahora, a las tres. Esta tarde te quedas “solateras”. — Expresándose en unos términos muy de barrio.

– ¿Y qué es lo que tengo que hacer? – Más despistado que al principio de la conversación.

– Pues no sé, cierra la verja y te das una vuelta para conocer el edificio. Pero ya te digo que poco hay que ver por qué está todo vacío. Ahí tienes una silla para sentarte. — Señalando el único mobiliario que había a la vista.

– Vale, ya veré. — Sin salir de su confusión aunque aparentando tenerlo todo bajo control.

– Bueno, me voy a cambiar que he dejado la ropa en uno de los despachos. Si sale ahora el personal de limpieza los apuntas en esta hoja. — Indicándole una hoja con la relación de personal que había trabajado esa mañana.

– Vale, no te preocupes.

– ¿No te has traído algo para leer, o al menos una radio?

– Que va. — Sin ocultar su cara de despiste.

– Pues, te vas a aburrir. — Mientras se alejaba para cambiarse.

– Ya veo. — Resignado.

Mientras que esperaba a que saliera su compañero, se quedó de pie inmóvil, ya relajado se dedicó a contemplar un entorno que hasta ese momento no había prestado atención. Observó que estaba al final de una calle donde era el último edificio, al menos de momento pues se apreciaba que era una zona en plena expansión, se podía divisar en frente como se levantaban nuevas naves. Al estar en un alto, se veía claramente cómo había tres niveles diferenciados dentro del recinto, se podía bajar por unas escaleras externas a cada nave, claramente independientes, cada una con su entrada exterior y sus puertas de acceso, una pequeña y un portón grande. Todo el perímetro estaba vallado, al menos lo que podía divisar, comprobó que por detrás no había ningún edificio colindante, solo campo. Se veía muy poca actividad en los alrededores, cosa que extrañó a Rafael, hasta que recordó que eran las tres de la tarde de sábado lo que explicaba aquel silencio.

Al cabo de unos minutos salió su compañero, coincidiendo con el personal que había estado limpiando por la mañana. Cuando se fueron, cerró la verja de entrada y se quedó solo, una sensación que no podía describir le invadió todo el cuerpo; ¿Y ahora qué?, se preguntaba. De repente se acordó de su estancia en el Instituto donde en varias ocasiones hablaron los profesores sobre la soledad del Vigilante, una circunstancia habitual en muchos de los lugares donde se prestaba servicio. Una cosa era la teoría y otra sufrir esa soledad el primer minuto recién estrenado el uniforme, evidentemente nadie le habló de la soledad del Guarda de Seguridad, porque eso es lo que era en ese momento. No pudo reprimir un destello de desdicha al sentir que ni siquiera podía sufrir la soledad del Vigilante Jurado. Se quitó de encima todos esos pensamientos negativos que le emergían y decidió recorrer el edificio o mejor dicho, los edificios, al menos le serviría para familiarizarse con su nuevo, su primer servicio.

En la entrada principal se podía ver de frente un muelle, con una pequeña escalera a la izquierda donde se entraba, tanto a la nave como a una oficina con una ventana exterior. Desde la oficina se podía observar cualquier movimiento que hubiese por la calle, dentro había una silla, bueno, la única silla que su compañero había llevado allí para cambiarse, junto a ella una pequeña mesita. Encima de la mesa estaba el cuadrante que había dejado el inspector junto a un par de libros de informes y varias hojas para controlar a las personas que entraran. Lo primero que hizo Rafa fue echar un vistazo al cuadrante, al primer cuadrante de su vida, donde pudo ver que aparte del compañero que había relevado, había otro Guarda de Seguridad y un Vigilante Jurado que trabajaba solo por las noches. Era bastante fácil de entender, un Guarda de Seguridad en los turnos de mañana y tarde, reservando las noches al Vigilante. Las pautas también muy claras, cuatro días de mañana, dos libres, cuatro días de tarde, dos libres y así sucesivamente. No le parecía mal a Rafael ese tipo de cuadrante, al menos no trabajaba en turnos de noche, algo bueno tenía no ser Vigilante Jurado; cogió una copia y se la guardó en el bolsillo de la camisa, a continuación ojeó los informes, aunque poco miró pues ya había redactado bastantes durante el proceso de formación. Leyó el del compañero y le pareció un calco de informe tipo que tantas veces habían escrito en la asignatura de “redacción de informes”, esbozó una sonrisa y empezó a recorrer el edificio. Aunque no había ningún tipo de máquinas o herramientas, en seguida le pareció familiar una de las zonas a la que entró, muy parecida a una sala de despiece de carne donde había trabajado anteriormente. El resto de las salas del primer nivel eran muy parecidas, de forma intuitiva imaginó que estaban destinadas a fabricar alimentos, con cámaras frigoríficas en cada una de ellas lo que le hizo suponer que se trataba de obradores de pastelería o algo similar. Poco después bajó al segundo nivel por fuera, ya que no había acceso de forma interna, solo había que bajar un tramo de escaleras para encontrarse con una explanada, no muy grande, lo justo para que pasase un camión de tamaño medio; había un portón que se encontraba abierto, con una puerta justo al lado que daba acceso a una oficina. Nada más entrar comprobó que se trataba de un almacén bastante grande donde no había nada, simplemente estanterías por todos lados y unos espacios con verjas, cerrados con llave. Al bajar al tercer nivel, la disposición era exactamente igual que en el nivel anterior, continuó alrededor del perímetro hasta completar toda la extensión del terreno sin descubrir nada relevante, solo unos cuartos, aseos y vestuarios. En una hora había visto todo lo que tenía que ver, volvió al despacho y se sentó en la única silla que había. Poco duró dentro de ese despacho, parecía un horno a pesar de tener la ventana abierta, hacía un calor de mil demonios cogió la silla y se colocó encima del muelle donde corría algo de aire. Desde esa ubicación podía divisar todo lo que circulaba por las cercanías, casi ningún coche y absolutamente nadie andando.

El reloj lo miraba cada cinco minutos, pero las manecillas parecían estar atascadas. De repente se vio absurdo, allí sentado mirando al infinito, con un calor insoportable, sin nada con lo que entretenerse, solo sus pensamientos. Era demasiado para él, hasta ese momento los trabajos que había realizado eran mucho más dinámicos, pero aquello era desesperante. Le entró un bajón considerable, no sabía si por el calor o simplemente porque no valía para aquello, el caso es que llegó a la conclusión de que ese trabajo no era para él y cuando le saliera otra cosa se iría.

Estaba tan pensativo que no se dio cuenta de que a lo lejos venían un camión y un turismo tocando el claxon de forma estridente, a gran velocidad. De repente, observó cómo frenaban bruscamente, justo en frente de la verja y se bajaban los dos conductores. El camionero con un palo en la mano (de unas dimensiones considerables), le propinó un estacazo en la espalda al otro conductor, éste a su vez, como si no le hubiese hecho nada, cogió un gran pedrusco y se lo lanzo al camionero impactándole en la espalda para, a continuación liarse a puñetazos y patadas. Estuvieron con la trifulca varios minutos, cuando se cansaron comenzaron a hablar sobre la “pirula que me has hecho”, “yo no, has sido tú”. Diez minutos después se dieron la mano, se montaron en sus respectivos vehículos y se marcharon.

Rafael lo estaba flipando, le pareció tan surrealista que se limitó a ser un simple espectador, sin saber qué hacer se limitó a contemplar aquella escena tan grotesca. Por un lado recordó todo lo que le habían enseñado sobre la autoridad que ejercían y todos esos argumentos teóricos, pero por otro, lo único que pensó era que si iba para allá lo que podía pasar era que pillara él. No los vio muy dialogantes cuando llegaron, ni siquiera le vieron a pesar de estar en un sitio visible, como para meterse en medio; “cuando se lo cuente a Diana no se lo va a creer” —pensó de inmediato—.

– Las veces que me lo habrás contado y siempre me hace gracia, papá. — Riéndose abiertamente ante los gestos de su padre.

– Yo ahora me rio, pero en aquel momento pensé que se mataban. – Contagiado por la risa de su hijo.

– Me hubiese gustado ver tu cara. — Sin parar de reír, imaginándose la escena.

– Pues cara de tonto se me quedó. — Provocando con su cara una risa nerviosa en su hijo.

– ¿No se te ocurrió llamar a la policía? – Más calmado después del momento simpático.

– ¿Cómo no fuera a voces?— Con su clásica ironía.

– ¿No tenías un teléfono? – Algo sorprendido.

– Para nada. Lo único que había era una silla y una mesa. No creo que hubiese servido de nada llamar con la silla. — Estallando en una carcajada.

– Madre mía papá, que cosas te han pasado. — Regalándole una mirada de cariño.

– No lo sabes bien.

Aquel episodio le sirvió a Rafael para salir del círculo negativo que había entrado, al pensar una y otra vez en lo ocurrido le ayudó que las horas pasaran más deprisa. La noche llegó y no tardó en oír un rugido de motor a lo lejos, muy estridente, poco después divisó unos faros que se dirigían hacia su posición. No tardó en comprobar que se trataba de su relevo, con satisfacción miró el reloj, también venía bastante pronto. Se trataba de un chaval con más experiencia que el resto de los compañeros, un Vigilante que llevaba unos años trabajando en la empresa y con el que Rafa pronto hizo buenas migas. Le dio las novedades, poca cosa, simplemente el episodio que había presenciado. Mientras que se ponía el uniforme, le preguntó sobre aquella profesión tan desconocida para él, aprovechando que contaba con cierta experiencia o al menos más que él. A pesar de lo poco hablador que a todas luces se veía que era, le contestó de forma contundente “aprovecha este tipo de servicios”.

No sabía que había querido decir con esa frase, pero todo el camino de regreso estuvo dándole vueltas, un camino que para no perder la costumbre volvió a convertirse en el martirio particular de Rafa. De nuevo se perdió y aunque su compañero llegó pronto, de nada le sirvió, él llegó tarde a casa de Diana, pero al menos llegó. Ella le estaba esperando impaciente sin sorprenderle la tardanza, incluso esperaba que llegara más tarde pues conocía a su novio y tenía prevista la demora. Mientras que cenaban le contó las peripecias de su primer día, atenta le escuchó toda la narración que compulsivamente le iba contando su novio. Se rieron con el episodio surrealista, sin terminar de creer lo que le estaba contando, pero ante todo, entendió lo que pasaba por su cabeza, simplemente le aconsejó que esperara a que le saliera otro trabajo que fuera de su agrado y después decidiera, algo que agradeció enormemente Rafael. Diana como siempre en su línea cerebral y práctica despejaba todas las dudas que le surgían.

El día siguiente lo afrontó con otro aire, algo más relajado al no tener que enfrentarse a la novedad de lo desconocido. Fue de nuevo con tiempo, en esta ocasión con menos margen, confiado en llegar a la primera, sin uniformar, con lectura y una radio que le dejó Diana. De nuevo se excedió en confiar que llegaría a la primera, volviendo a equivocar el camino pero con la buena suerte de retomarlo sin demasiada pérdida de tiempo y consiguiendo llegar dentro del margen aceptable. El segundo día fue bastante más ameno gracias a los entretenimientos que había llevado, lo que hizo que su mente no tuviese tiempo de tener pensamientos negativos, a pesar de no ayudar nada el calor aplastante que soportó.

Los días siguientes todo cambió, el movimiento era trepidante, se incorporaron operarios, se descargó mucha mercancía y todo tipo de maquinaria para comenzar la actividad en la empresa. Como había imaginado, se trataba de un gran almacén central, así como de diferentes obradores donde se confeccionaban alimentos variados, desde helados o pastelería, hasta cárnicas de una importante cadena multiespacio. Poco a poco se fue integrando en la dinámica de su nuevo trabajo; descubrió una faceta nueva en su vida, un principio de autoridad innata que una vez puso en práctica pudo comprobar los buenos resultados con gran satisfacción. Aunque no era nada novedoso en su día a día, sí que pudo experimentar la vital importancia que suponía en el mundo de la Seguridad. Sin gran esfuerzo conseguía mantener el control de las situaciones que se iban produciendo, relajaba los momentos de tensión, pero por encima de todo lo que más le reconfortaba sin duda, era la sensación de respeto que le transmitían la gente con la que trabajaba. No tardó en hacerse con una imagen, la imagen que quería transmitir, amable, pero serio, correcto, pero profesional, estableció unas pautas de seguridad que se vieron recompensadas en menos tiempo de lo que había pensado.

Transcurrido un mes, más o menos, se personó su jefe en el servicio como solía hacer de forma periódica, aunque en esa ocasión lo vio diferente. Notó que le observaba de forma mucho más detallada, le hacía preguntas sobre temas operativos que no solía hacer en otras ocasiones. La explicación sobre esa actitud la obtuvo antes de marcharse del recinto, cuando le preguntó si quería que le presentara a los exámenes para ser Vigilante Jurado.

Tendría que esperar a que pasase el mes de agosto para comenzar a mover todo el papeleo, entre ellos un certificado de penales, a las que tenía que acompañar una serie de certificados, escritos y documentos varios. No podía ocultar su alegría pues todo había sido más rápido de lo que había imaginado, teniendo en cuenta la situación de otros Guardas de Seguridad, entre ellos uno de sus compañeros, que llevaba esperando un año para ser presentado. No tenía ni idea de los criterios que seguían en la empresa para elegir a sus candidatos, quizá, pensó, era cuestión simplemente de caer bien, aunque su intuición le decía que tenían en cuenta otros factores que en ese momento no podía descifrar.

Después de la noticia, una vez integrado en la empresa donde prestaba servicio, con un cuadrante muy llevadero que le permitía tener tiempo libre para estar con su novia y amigos, se le antojaba un mes de agosto rutinario. La sorpresa no tardó en llegar, por contrapartida pudo ver otra de las caras de la Seguridad Privada, hasta ese momento desconocida para él. Le avisaron a través de la emisora de radio, recientemente instalada, sobre la necesidad de que cubriera otro servicio en sus días libres. De una forma sutil, a caballo entre la obligatoriedad y la voluntariedad, una situación que pilló desprevenido a Rafael. Se quedó algo bloqueado, con un contrato de seis meses, una antigüedad de un mes, en puertas para examinarse para Vigilante Jurado y sin haber superado el periodo de prueba, la contestación era obvia, no le quedaba otra que cubrir los días que le dijeron. El servicio en cuestión no era ninguna bicoca, se trataba de un edificio que se encontraba en obras en el centro de Madrid. Una tienda de ropas de moda que solo se prestaba servicio en turno de noche, lo que significaba que algunos días trabajaba de mañana en su servicio habitual y por la noche en la obra. Esa situación duró el mes de agosto prácticamente entero, lo que en principio iba a ser un mes tranquilo se convirtió en agotador. De cualquier forma, siempre sacaba un rato para ver a su novia a la que contaba las peripecias que le surgían diariamente. Ella, como de costumbre, le quitaba hierro a las cuestiones que irritaban a su novio, le daba la vuelta a la tortilla animándole a que le contara las anécdotas que le ocurrían. Por lo general tenía éxito y lo normal es que terminasen ambos riéndose.

En cierto modo, no dejaban de ser algo peculiares, como el episodio que tuvo con un vagabundo que se le coló a Rafael en la obra, al verse sorprendido saltó la valla sin casi rozarla. Fue la reacción de su novio lo que producía la risa incontrolada a Diana, cuando éste animó al sin techo a que se presentase a las olimpiadas ante tal despliegue físico. En otras ocasiones, no sabía si reír, preocuparse o ambas cosas, al menos cuando le contó su desliz al volver de trabajar y quedarse dormido en el tren durante dos horas en una vía muerta, a dos poblaciones de su residencia y tener que ser despertado por un operario de limpieza.

A pesar de ganar más dinero que en trabajos anteriores, no terminaba de convencer a Rafa el sueldo de Guarda de Seguridad, sobre todo, si tenía en cuenta la cantidad de horas que realizaba. No lo veía claro, solo esperaba que su ascenso llegara pronto pues implicaba una subida salarial sustancial, lo que les permitiría hacer planes de futuro.

Una vez empezado el mes de septiembre, de alguna manera volvió a la normalidad en cuestión de horarios. Pudo presentar en su empresa todos los documentos necesarios para optar a la siguiente convocatoria para ser Vigilante, solo quedaba esperar. Su servicio lo tenía totalmente controlado, era ameno, sin episodios graves lo que ayudaba a que cada día acudiese con buen ánimo. La cosa cambió cuando recibieron una comunicación del Director del centro, ordenando el registro de bolsas y mochilas de los operarios a la salida.

El primero que tuvo que hacerlo fue Rafa, que pidió a uno de los empleados de almacén que le enseñara su bolsa al salir. El chaval más o menos de su edad, de buen carácter, le cambió el semblante cuando le descubrió un juego de vasos dentro de la mochila. Para Rafa fue un momento muy desagradable, a pesar de toda la formación que había recibido no supo qué hacer, sobre todo cuando el chico se le puso a llorar. Le imploró que le perdonase, argumentando éste que había sido una chiquillada y que lo pondrían de patitas en la calle. Después de unos minutos dramáticos, Rafa le pidió que dejase los vasos en su sitio, no sin antes avisarle que no habría una segunda oportunidad. Nervioso, le abrazó con lágrimas en los ojos sin parar de darle las gracias, suficiente para ablandar totalmente el corazón de Rafael.

Ahí quedó todo, sin pasar el tema a mayores, pero para Rafa supuso un quebradero de cabeza ético cuestionándose si a nivel profesional había hecho lo correcto. Como de costumbre fue su novia la que de alguna manera le convenció de que había actuado en conciencia sin poner en cuestión su grado de profesionalidad. Le costó trabajo, pues si algo tenía en valor su novio era su alto concepto de la responsabilidad unida a una ética escrupulosa, dos factores que coincidieron en su primera intervención. Finalmente, pudo convencerle y se lo tomó como una experiencia, aunque también ayudó el hecho de que el chaval aprendió la lección y jamás, al menos con Rafa, volvió a coger nada que no fuese suyo.

Por esas fechas, se incorporó una nueva secretaria, una chica espectacular de gran belleza física con la que Rafa congenió muy bien, tanto con ella como con su novio, quien iba a llevarla y recogerla a diario. Parecía una pareja ideal a los que se veía aparentemente enamorados, al menos eso es lo que pensaba Rafa, hasta que recibió una llamada del Director de almacén (una persona poco comunicativa, con la que simplemente había intercambiado saludos). Le pareció extraña la llamada aunque sus sospechas fueron en aumento cuando le pidió que acudiera a su despacho urgentemente. De inmediato se dirigió hacia el lugar expectante, cuándo llegó le esperaba el señor sentado y la secretaria de pie, a la que se veía claramente nerviosa.

– Buenas tardes, se preguntará por qué le he llamado. – Con gran esfuerzo para conseguir empatizar con Rafael, sin conseguirlo.

– Buenas tardes, usted dirá. — Totalmente despistado.

– Supongo que el novio de la señorita está arriba esperándola. — Con tono frío, controlando la situación.

– Sí señor, precisamente estaba hablando con él. — Con una confusión absoluta, sin saber exactamente el motivo de aquella situación.

– Bueno, le voy a decir que la señorita y yo estamos juntos y simplemente le he llamado para que nos abra la puerta de abajo. Vamos a salir los dos en mi coche. — Claro y directo, con una gran frialdad y una actitud totalmente opuesta a la de la secretaria, a la que se veía pálida, sin pronunciar palabra.

– No se preocupe, ahora mismo le abro la puerta. — Sin dejar de pensar en el novio que estaba arriba esperando.

– Muy Bien. Por favor dígale al novio de la señorita que nos hemos ido ya. — Como si le hubiese adivinado el pensamiento.

– No se preocupe.

– Muchas gracias.

Ambos montaron en su flamante Alpha Romeo y salieron. Rafael estaba literalmente alucinado, no podía creer que eso le estuviese pasando, una cosa era afrontar una cuestión profesional y otra que le involucraran en un tema de cuernos. “¿Qué le decía al novio?”, aquello le superaba. Su indignación iba en aumento en cada peldaño que subía por las escaleras, no dejaba de pensar en la cobardía de ambos. Ahora se tenía que comer ese marrón sin comerlo ni beberlo, ¿En qué parte del manual pone que tenga que realizar este trabajo?— Mascullaba—. Cuando llegó a la posición donde esperaba el novio (fuera del recinto, pegado a la valla) echaba chispas, no dejaba de pensar en la frialdad del Director, incapaz de pronunciar el nombre de su amante, o la cobardía de la señorita por preferir que un Guarda de Seguridad le dijese a su novio lo que ella no había tenido el valor de hacer.

– Qué tal, ¿Ya has resuelto el problema? – Con tono despreocupado, hablando con la confianza que le daba ver a Rafael día tras día.

– Pues el caso es que no. — Sin saber por dónde empezar.

– No veas si tarda en salir hoy Almudena. — Mientras miraba el reloj.

– No creo que la veas salir hoy. — Intentando encauzar la cuestión.

– ¿Por qué lo dices? ¿Qué pasa, que se tiene que quedar más tiempo? – Con cara de extrañeza.

– No, es que ya se ha ido. — Directo al grano.

– ¿Cómo se va a ir si no ha salido por aquí? La hubiese visto. Anda no te quedes conmigo y dile que salga ya. — Sin ser consciente de la situación.

– Te digo que se ha marchado ya. — Con semblante serio, intentando que poco a poco fuese encajando lo que le pensaba decir.

– ¿Cómo que se ha ido? ¿Por dónde? ¿Andando? – Sin creérselo.

– Te lo explico de forma rápida para que lo entiendas. Se ha marchado en coche con el Director de almacén. Me han dicho que te lo diga, no te puedo decir nada más. — Cansado de seguir dando vueltas al tema.

– ¿Qué me estás diciendo, que están enrollados? ¿Mi novia con ese tío? Ahora mismo paso para ver donde se ha metido. — Haciendo amago de saltarse la valla.

– ¡No hagas tonterías chaval! ¿No te das cuenta de que si saltas la valla te vas a meter en un lío? No tengo por qué mentirte. Te digo que ella se ha marchado. — Con tono autoritario haciéndole desistir de su intento.

– ¡No me lo puedo creer! ¡Esto es increíble! – Entre rabia y tristeza.

– De verdad que siento tener que decírtelo yo, pero las cosas son así. Anda, vete para casa e intenta hablar con ella, aquí no haces nada. – Con tono conciliador.

– Me voy. Hasta luego, gracias. — Cerrando el coche de un portazo mientras que iniciaba la marcha derrapando a gran velocidad.

Rafael se quedó mirando cómo se alejaba con un pellizco en el estómago, preocupado por el estado que iba conduciendo, pero sobre todo pensaba que pasaría al día siguiente. De alguna forma se había convertido en cómplice de algo que simplemente no le importaba, se sentía utilizado, algo que no terminaba de encajar.

A pesar de lo que había pensado, la sorpresa fue mayúscula cuando en la jornada siguiente comprobó la gran naturalidad de ambos amantes con él. Todo era normal, como si nada hubiese pasado, el Director se limitó a dar los buenos días como de costumbre, mientras que la secretaria se portaba de forma rutinaria. Quizá empujado por una dosis extra de morbo o simplemente porque pensaba que merecía algún tipo de explicación, preguntó directamente a Almudena sobre el episodio del día anterior. Su explicación fue escueta, le narró brevemente que estuvo hablando con su novio haciéndole entender que su relación había terminado porque estaba enamorada de la otra persona. Con una sonrisa le dio las gracias por lo que había hecho y no se volvió a hablar del tema, tampoco volvió a ver a su exnovio por allí. Lo único que pensó Rafa en ese momento fue” que cosas tan extrañas me están pasando desde que estoy metido en el mundo de la Seguridad, y solo llevo un par de meses”

Se necesita vigilante

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