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CAPITULO TRES

A pesar del cariño que Rafael tenía a su flamante 124, no tuvo más remedio que deshacerse de él, pues todos los días perdía alguna pieza por el camino. Cuando no era la ventanilla que de repente se le venía abajo, era un faro que cuál pajarillo salía volando. El consumo de gasolina y aceite era exagerado, no obstante, tenía un viejo motor que iba como la seda, principal motivo por el que retrasaba una y otra vez cambiarlo por otro más moderno. Evidentemente, necesitaba un coche de forma urgente a pesar de la robustez del motor, ya en cualquier momento podría dejarlo tirado, lo que le acarrearía un problema importante a nivel laboral por la imposibilidad de no poder llegar a su servicio por otro medio.

El siguiente problema surgía a la hora de financiar el nuevo vehículo (no quería más coches usados), sin un contrato indefinido nadie le concedería un préstamo. Por otro lado, tampoco quería recurrir a la familia que ya estaba bastante lastrada económicamente. Decidió probar suerte y visitar el concesionario donde había trabajado anteriormente para hablar con su antiguo jefe. Sinceramente, no esperaba que le tratase tan bien como le trató, de forma sorpresiva le ofreció un vehículo nuevo sin ningún tipo de entrada o aval. Quizá lo que para Rafa fue una sorpresa, para su ex jefe era una forma de hacerle ver lo injusto que había sido con él, durante los cinco años que allí trabajó.

Dos días después salía del concesionario con un resplandeciente Súper 5. Todo le gustaba, sus asientos ergonómicos, sus novedosos reposacabezas, pero por encima de todo su pedazo de radiocasete, donde por fin podía escuchar su colección de cintas de casete en estéreo. Como todo hijo de vecino lo pagaría a plazos, con mensualidades caras al no haber podido dar entrada ninguna a lo que había que sumar un seguro, también caro. Era la primera vez que Rafael se metía en préstamos, obviamente le producía cierto miedo tener un pago mensual durante varios años, pero tenía que hacerlo, no por capricho como así pensó su familia sino como una herramienta de trabajo. De nuevo fue la causa de fricción familiar por un tiempo, el tiempo justo que tardó su madre en disipar (una vez más).

El barrio era otra cuestión que Rafael no paraba de dar vueltas, conocía perfectamente los personajes que merodeaban por allí y lo llamativo que era aparcar un coche nuevo. No tuvo más remedio que dar la cara ante aquellos indeseables que tan bien conocía, algo que odiaba profundamente.

La primera noche esperó hasta que estuviesen congregados como de costumbre delante de su portal, una vez que observó a los sujetos que le interesaba, aparcó su coche justo en frente de ellos de una forma visible.

– ¡Coño Rafita, “Buga” nuevo! – Tomasín, un chorizo muy conocido en la zona.

– Pues sí. ¿Te gusta? – Con firmeza, sin dar impresión de miedo.

– Está “to guapo”. A ver si me dejas dar una vuelta. — Con risa sarcástica, incitando a sus compinches a unirse a la burla.

– Que va “tronco”, es solo para currar.— Intentando empatizar de alguna manera

– Es verdad tío, que me he enterado de que te has hecho “madero”. — Balbuceando, claramente colgado.

– Madero no, me he metido en Seguridad. — Hablando con él más tiempo que en los últimos diez años.

– Qué más da, sabía que tú ibas a ser alguien en la vida. — A caballo entre el sarcasmo y la indiferencia.

– Pues nada Tomasín, solo quería que supieras que ese es mi coche. — Directamente a la cuestión, sin ganas de estar allí.

– Pues muy bien “tronco”, pues ya lo sé. — Mientras le daba una calada a un “peta”

– Te lo digo porque nos conocemos hace mogollón de años. Ya sabes que entre colegas del barrio no nos vamos a putear. —Haciéndole recordar esos años que crecieron juntos y cada uno escogió un camino en la vida.

– “Tranqui” Rafita, está “to controlao”. — Captando el mensaje, mientras le miraba de una forma parecida a la melancolía.

– Venga, me “piro” a “sobar”. — Mientras denegaba con la mano el ofrecimiento del porro.

– Adiós Rafita, cuídate colega.

A pesar de la conversación mantenida, no lo tenía nada claro Rafa, conocía muy bien a esos chicos con los que en el pasado había jugado y sabía que no eran de fiar. Casi no durmió nada, se levantó mucho antes para ir a trabajar, impaciente por ver su coche. Por fin pudo respirar aliviado al comprobar que estaba intacto después de realizar un chequeo exhaustivo. Tranquilo, se dirigió a su servicio escuchando a todo volumen el nuevo disco de U2, satisfecho por haber conseguido superar una prueba que se le había antojado complicada.

Los meses pasaban sin recibir noticias sobre sus pruebas para poder convertirse en Vigilante Jurado, cada llamada que hacía a la empresa siempre era la misa respuesta, “por ahora nada”. A pesar de las explicaciones que le daban sobre el tiempo que solían tardar en llamar a los aspirantes, Rafael no podía evitar una impaciencia natural cada vez que recibía la nómina a final de mes. No es que estuviera mal donde estaba, todo lo contrario, simplemente le urgía incrementar sus ingresos, algo que inevitablemente pasaba por su ascenso de categoría. Por otra parte, le ponía nervioso que llegado el momento olvidara todo lo aprendido en el Instituto de Formación, a pesar de tener los temarios y de vez en cuando dar un pequeño repaso. Con el paso del tiempo, los repasos se hicieron cada vez más distanciados, en cierta medida porque se pasaba el día trabajando y el poco tiempo que disponía le gustaba pasarlo con su novia y amigos. Las llamadas para cubrir este o aquel servicio eran constantes, seguía sin acostumbrarse, a no entender una profesión donde los días libres eran meramente ficticios. Este hecho le provocó una nueva crisis, de nuevo se planteó buscar otro tipo de trabajo más normal, pero claro, que trabajo iba a buscar si la situación no era nada halagüeña. La realidad era que se encontraba inestable, en pleno proceso de cambio e intentando asimilar ese sector que seguía siendo bastante desconocido. Un sector en el que debía tratar con jefes y normas del servicio de forma diaria, a la vez que con las normas y jefes de su empresa. La verdad era que jamás había tenido que tratar con tantos jefes en sus anteriores trabajos.

A últimos de ese año, se convocó una huelga general en el país por parte de los sindicatos mayoritarios, como consecuencia de la situación laboral que reinaba en ese momento. Para Rafael surgió una nueva problemática después de recibir, de nuevo, una llamada para que fuese a trabajar ese día, a pesar de que lo tenía libre. Al parecer el compañero que tenía que trabajar, sospechosamente se puso enfermo cayéndole a él la responsabilidad de cubrir su turno. La conversación con su jefe fue bastante tensa a pesar de comenzar bastante suave, poco a poco fue subiendo de tono ante la negativa inicial de trabajar precisamente en una jornada que se presentaba bastante conflictiva. Rafael le mostró su interés por secundar la huelga, simplemente por principios aunque en varias ocasiones le recordó que ese día libraba. La respuesta por parte de su jefe fue tajante, o iba a trabajar o se olvidaba de que le renovaran el contrato.

Rafael estaba afiliado a su sindicato desde hacía años, para él era su sindicato simplemente por tradición familiar, al ser la tercera generación que lo hacía. Se puso en contacto con la sede sindical a la que siempre había recurrido, a su vez, desde esa oficina le explicaron que al haber cambiado de gremio, tenía que ponerse en contacto con sus representantes sindicales. Era algo novedoso para él, pues hasta ese momento nadie le había explicado la diferencia de pertenecer a una pequeña o gran empresa a la hora de consultar dudas o problemas laborales y evidentemente no tenía ni idea de que existiese en su nueva empresa, un Comité de Empresa. No obstante y a pesar de que nadie se había puesto en contacto con él al incorporarse a esa nueva Compañía, intentó localizar a algún representante de su sindicato. Le costó trabajo contactar con uno de los delegados, con el que mantuvo una pequeña conversación telefónica. No solo no le resolvió sus dudas, sino que de alguna manera justificó la actitud de su jefe, aludiendo a los problemas que tenía el sector sobre la dificultad de secundar huelgas. Quedó perplejo con las explicaciones que recibió, no por su desinterés y mucha menos empatía, tampoco por el trato mediocre al ser novato sino por la última recomendación que despistó por completo a Rafa, “no seas tonto y acude al servicio”.

No salía de su asombro, efectivamente no sabía casi nada de ese sector, pero había cuestiones obvias que le parecían intolerables, como alentar a un compañero a trabajar en una jornada de huelga convocada por su propio sindicato o justificar una amenaza de un superior. Por primera vez, a pesar de los años de afiliación y el profundo arraigo sindical que tenía, se sintió indefenso, sin apoyo por quienes deberían defenderle, cuestionando por primera vez su continuidad en ese sindicato.

Salió de casa a trabajar sin ganas, preocupado por lo que podría encontrarse por el camino o a la entrada del polígono donde tenía que dirigirse. Se preguntaba qué podría hacer si se encontraba con algún piquete. “¿Qué les iba a decir? ¿Que habían sido sus propios colegas quienes le habían animado a ir a trabajar?” Sin ningún tipo de acreditación que justificara su presencia laboral se sentía abatido. Se veía a sí mismo traicionando sus propios principios, aunque era una nueva sensación lo que le preocupaba, era como si no tuviese vida propia, sin capacidad de elección ni decisión. Estaba a disposición de personas que podían hacer girar su vida de un día para otro, solo con decir no, la renovación del contrato volaba, daba igual el motivo que expusiese, si no seguía el juego estaba fuera, esa era la realidad. Aprendió una lección muy importante en esos cinco meses de experiencia, daba igual que trabajase bien, que cumpliese con horarios o normas, cuando el jefe tenía una emergencia la palabra que quería oír era sí.

Por suerte, la jornada se desarrolló sin incidencias, la única diferencia respecto a otros días fue que casi nadie acudió a trabajar a su centro y nadie fue a visitarle. Ni siquiera le llamó ningún jefe para interesarse por él, al fin y al cabo solo era un Guarda de Seguridad novato.

A pesar de los episodios que había sufrido, se sentía a gusto e integrado en su servicio, además, de cara a Navidad tenía un cuadrante bastante asequible para hacer planes con su novia y amigos, en aquellas fechas que tanto le gustaba disfrutar.

Como si de una broma se tratase, de un día para otro (como era costumbre), le comunicaron que desaparecía la seguridad del centro, asignándole un nuevo servicio al que tenía que incorporarse de forma inmediata. El bajón que sufrió fue considerable, no solo por despedirse de la gente con la que había trabajado en los últimos meses, sino también por lo que implicaba ese cambio. Todos los planes que tenía se vinieron abajo otra vez. El cuadrante que recibió no se parecía en nada al de inicio de mes, sin hablar del nuevo o mejor dicho, los nuevos servicios a los que se le había asignado.

Se trataba de los comercios multiespacio donde iban destinados los productos que se fabricaban en su anterior servicio. El nuevo no se parecía ni por asomo al anterior, con una diferencia por encima de todas, era cara al público. Sus horarios eran diversos, se rotaba por varios sitios en diferentes puntos de Madrid, la plantilla de Vigilantes Jurados y Guardas de Seguridad era amplia, el trabajo era en equipo con tareas múltiples; en resumen, un sinfín de cambios que ponía a prueba la capacidad de adaptación de Rafael.

Lo que realmente le deprimió fue que tenía que trabajar el día de Nochevieja en turno de noche, el día de Nochebuena también tenía que estar hasta las once de la noche. A punto estuvo de marcharse, empezaba a estar un poco harto de tragar con todo por ser nuevo, no lo consideraba justo no solo por él, también por la gente que le rodeaba, en especial con Diana, a la que no quería saturar con sus lamentos pues era consciente de que su sufrimiento era también el de su novia. Después de pensarlo unas horas e intentar encajar todos los cambios que tenía por delante se lo dijo a su Diana. Antes de hablar con ella realizó un ejercicio teatral para intentar que no le notara su malestar. De nuevo, le dio una lección de templanza y serenidad, abrió su mente e intentó hacerle ver lo positivo de la situación. Aunque era consciente del cabreo de Rafa lo disimuló, se limitó a dar argumentos convincentes para su novio. Le quitó importancia a la Navidad, le hizo ver que en un mes le renovaban el contrato y sobre todo que cuando se hiciese Vigilante Jurado cambiarían las cosas.

Cuando Rafael hablaba con su Diana le hacía cambiar completamente de actitud, con una visión diferente de la situación, tenía la facultad de abrir puertas que él no era capaz de abrir por sí mismo. Por muy enfadado que llegara siempre salía con un optimismo renovado, con la batería cargada y en disposición de afrontar los cambios. A veces se preguntaba si merecía tener al lado a una mujer de ese valor.

Con su bolsa deportiva que se había convertido en su amiga inseparable, se presentó en su nuevo servicio donde la primera persona que vio fue a un compañero, Vigilante Jurado, que se encontraba en la puerta de entrada. Una vez que se identificó, le acompaño a un cuarto cercano para que se cambiara y dejara sus cosas. No era muy grande, se podían ver una gran cantidad de taquillas pequeñas, una mesa y una silla, informes, cuadrantes, diferentes hojas de filiación así como papeles varios. Le llamó la atención una caja de caudales que se encontraba en un rincón, sin darle mayor importancia porque en ese momento estaba demasiado pendiente de limpiar una de las taquillas para poder usarla sin riesgo de contraer ninguna infección. A todas luces se veía que por allí hacía tiempo que no pasaba ningún producto de limpieza ni se habían renovado las taquillas, visiblemente deterioradas.

Aunque su horario de entrada era a las doce del mediodía, llegó con bastante tiempo de antelación a pesar de haber usado el transporte público. Un horario poco usual al que no estaba acostumbrado, aunque no tardó en comprobar mientras se cambiaba, que se trataba de un refuerzo, a tenor de lo que vio en el taco de cuadrantes que estaban encima de la mesa. No era el único horario extraño que observó, la mayoría eran horas de entrada y salida ajustadas al inicio y cierre del comercio, el cual también tenía horarios poco convencionales. Una vez que estaba preparado, salió ya cambiado para preguntar al compañero de la entrada que era lo que tenía que hacer; con tono serio, pero correcto, le comentó que en breve acudiría el responsable para presentárselo. Rafael se quedó a unos metros del compañero esperando, mientras tanto se dedicó a observar lo que podía visualizar desde allí. Era una especie de tienda, donde se podía apreciar libros, discos y regalos en general, con apartados para prensa, helados, pastelería etc. así como carteles indicativos de cafetería y restaurante. El Vigilante de la puerta se mantenía estático junto a unos detectores de alarma, que en un par de ocasiones comenzaron a pitar a la salida de algún cliente. Éste comprobó en ambas ocasiones la compra verificando el ticket con un aparato similar a los que llevaban los interventores del tren.

Rafael se encontraba ensimismado, tanto es así que no vio llegar a otro Vigilante con un hombre al que invitó a entrar en el cuarto. Ante el gesto del compañero que se encontraba en la puerta, entró también, sin saber exactamente que hacer o para qué, solo se dejó llevar por las indicaciones que le dio su compañero. No tardó en comprobar que se trataba de alguien al que se le había sorprendido robando algún producto, un instante después, ante el requerimiento del Vigilante, puso encima de la mesa cuatro quesos de tamaño pequeño, que había ocultado en su cazadora.

Rafa se sentía un poco descolocado, sin saber cómo comportarse, así que se dedicó simplemente a mirar la actuación del compañero al que veía muy ducho en la materia. Una vez que finalizó, se le presentó como uno de los responsables del centro, se interesó por cuestiones como experiencia en ese tipo de centros o el tiempo que llevaba en Seguridad. La impresión de Rafael fue buena, ya que se trataba de una persona afable, de trato tranquilo y ameno, algo rechoncho, superando claramente los cuarenta años y de estatura más bien baja. En poco tiempo le explicó de forma verbal las funciones que se realizaban, a continuación dieron una vuelta por todo el local. Le sorprendió a Rafael las dimensiones que tenía, bastante más grande de lo que a priori daba la impresión, con diferentes plantas inferiores a las que por un lado se accedía a un restaurante, o por otro a zonas administrativas. Le explicó muy bien cuál era su cometido, demostrando una experiencia palpable, sin sobrecargarle con demasiada información y haciéndole entender que al estar siempre con otros compañeros cualquier problema o duda se iría resolviendo sobre la marcha. Casi sin darse cuenta se vio recorriendo los pasillos con un “walkie” en la mano, hipnotizado por la cantidad de productos tan llamativos y atractivos. De vez en cuando salía de su hipnosis al recibir alguna llamada por la emisora para seguir a alguien que resultaba sospechoso. Una vez que se comprobaba la falsa alarma volvía por inercia a la sección de libros, discos o películas, unas secciones que instintivamente le cautivaban, le producía una atracción irresistible sin poder evitar parar delante ante aquel despliegue de títulos que tanto le atraían.

Pronto se dio cuenta de que aquello nada tenía que ver con su anterior servicio, se sentía fuera de lugar, como en una nube. A pesar del buen trato que había recibido por parte de los compañeros que hasta ese momento había conocido, no se sentía como ellos, se miraba al espejo y veía a un extraño, un chico con un uniforme que aún no sabía muy bien cómo había llegado hasta allí. Las primeras horas fueron desconcertantes, sin saber exactamente qué hacer, deambulaba por los pasillos arriba y abajo limitándose a mirar nada concreto, con la cabeza dando vueltas a una idea reincidente, “no valgo para esto”.

Sus altibajos emocionales se encontraban a flor de piel, con una lucha interna constante por encontrarse a sí mismo, por encontrar de una vez por todas, un futuro que ansiaba tener, pero no conseguía. Con unas esperanzas que había depositado en esa nueva etapa y que hasta la fecha solo le habían traído dolores de cabeza, cambios permanentes y una constante espera que ponía su paciencia al límite.

Del primer día, no sacó nada en claro, simplemente se marchó con más dudas que llegó, con muchos kilómetros en sus piernas y demasiada incertidumbre en su cabeza, con unas ganas locas de irse a dormir e intentar desconectar.

Cuando llegó a Torreón del Jarama decidió ir a tomar una cerveza al “Red” antes de ir a casa, sin su novia, necesitaba pensar tranquilamente en un ambiente distendido para intentar despejar el aluvión de dudas que le empezaba a pesar. Estuvo más tiempo del que pensaba, y lo que en principio iba a ser una cerveza se convirtió en una tertulia junto a Jose, el camarero y su amigo Teo. Quizá fuesen las cervezas o la especial forma de ver las cosas de Teo, experto en sacar conclusiones inimaginables para Rafa, lo que consiguió que saliera de allí con otro aire, no más optimista, sino como lo definió su amigo, “menos lloriqueo y más cojones”.

– Ja, ja, ja, ¿Eso te dijo Teo, papá? – Imaginándose la escena.

– Ya te digo. — Contagiándose de la risa de su hijo.

– Un gran filósofo.

– Ya conoces a Teo. Sigue igual que cuando le conocí, o peor. — Haciendo memoria.

– Y ya hace un porrón de años. — Al ver el gesto melancólico de su padre.

– Pues no sabría decirte cuanto tiempo, toda la vida. — Con pocas ganas de calcular.

– Desde que lo conozco, he comprobado la capacidad que tiene para cabrearte

– Sí, siempre he pensado que picarme es su deporte favorito. Aunque en esa ocasión, su pique me vino muy bien.

– Hombre, digo yo que te lo diría para animarte. — Rompiendo una lanza en su favor.

– De eso estoy seguro, pero claro, en su idioma.

– Al menos te sirvió de algo. — Aportando una visión positiva.

– No lo dudes, lo bueno de Teo es que siempre te daba un punto de vista diferente, por mucho que lo conociera, siempre me sorprendía. De hecho, sigue sorprendiéndome.

– Y sospecho que lo hará siempre. — Mirando a su padre.

– Desde luego, genio y figura. — Mirando hacia el mar.

Posiblemente, fue un acierto pasarse por el “Red” donde de forma casual se encontró con su amigo de infancia, que como de costumbre terminó cabreándole, pero haciéndole cambiar de actitud, una actitud que fuese más en su línea. Quizá necesitaba oír palabras que le activasen de nuevo, que le hiciesen salir de una dinámica negativa en la que sin quererlo, había caído.

Su segundo día de aprendizaje en el nuevo servicio prometía novedades al ser de noche, ya que según le comentaron sus compañeros, ese turno era diferente, bastante más concurrido de gente y cuando se daba un mayor porcentaje de robos. Entró a las diez de la noche, conoció a nuevos compañeros, incluido a otro de los dos responsables que había. Se trataba de un Vigilante totalmente diferente al que había conocido el día anterior, de una edad similar, algo más alto y menos fondón, con un carácter fuerte y un lenguaje muy de barrio, conciso y directo, un tipo listo. A Rafa le cayó bien, a pesar del aire chulesco que emanaba, de la misma forma intuyó que el sentimiento era recíproco, lo que ayudó enormemente a su integración. Andrés estuvo enseñándole todos los rincones del establecimiento, los productos susceptibles de robo, los tipos de alarmas, los perfiles de personas que robaban allí y un sinfín de curiosidades que nunca hubiera imaginado. Prácticamente, estuvo con él todo el turno, al que acogió como su pupilo, enseñándole casi todo lo que sabía (que era bastante) en ese tipo de comercio, un comercio al que había pertenecido antes de pasar a su nueva empresa. Se percibía que era una persona con peso específico, al que todos los empleados le saludaban con cierto respeto, incluidos los tres encargados de seguridad de la casa. Aunque Rafa los había visto pasar de forma esporádica por su anterior servicio, Andrés se los presentó de uno en uno según fueron apareciendo por allí de forma diaria, al ser el edificio donde se concentraba la dirección de Madrid. En un par de ocasiones lo dejó solo en la puerta de salida para ver cómo se manejaba, con el objetivo de corregir inmediatamente los errores (muchos) sobre la marcha.

– ¿Has visto el tío trajeado que al salir ha pitado? – Haciendo gala de su experiencia al haber observado la escena de lejos.

– Si, le he mirado la bolsa y estaba todo correcto. — Convencido de haberlo hecho bien.

– ¿Te has fijado que llevaba un abrigo colgado del brazo? – Haciéndole pensar.

– Si claro. Era un señor bien vestido, con un abrigo en el brazo. — Sin saber muy bien lo que le iba a decir.

– Pues debajo del abrigo llevaba dos libros. No me ha dado tiempo a decírtelo.

– ¿Cómo va a robar dos libros? ¿Un señor de esa edad y con esa imagen? – Sin salir de su asombro.

– No te fíes de las apariencias. Aquí vienen a robar gente que nunca te imaginarías que son ladrones.

– Me dejas perplejo. — Con cara de asombro.

– Si quieres conocer a las personas, fíjate en sus zapatos, no en la ropa. — Seguro de lo que decía.

– ¿En los zapatos? ¿Qué tengo que mirar en los zapatos? – Cada vez más despistado.

– Si son caros, si están limpios o sucios, si están desgastados, si van acorde a la vestimenta etc. — Haciendo un alegato sobre el calzado.

– Muchas gracias por la información, lo tendré en cuenta. Nunca le habría dado esa importancia a unos zapatos. — Pensando en la información recibida.

Se reflejaba en el rostro de Andrés cierta satisfacción cuando instruía a Rafael, quizá por el interés que éste mostraba, o quizá porque se le notaba la admiración que le suscitaba la experiencia de un Vigilante de la vieja escuela.

En cierto modo, la mayoría de los Vigilantes que allí prestaban servicio le parecían buenas personas, con un trato ameno y correcto hacia todo el mundo, muy profesional. A diferencia de los Guardas de Seguridad, que pudiera ser por su afán de agradar a los propios Vigilantes o simplemente por demostrar su valía, actuaban con mucho más celo o incluso con cierta arrogancia, como pudo comprobar Rafa en algunas actuaciones. La relación con los Vigilantes le era muy grata, a los que veía con una afinidad que no conseguía tener con determinados Guardas. Aunque su relación con ellos era correcta, no conseguía conectar y mucho menos tener la confianza suficiente para preguntar por temas profesionales o personales No quiso dejar en el tintero esa apreciación y aprovechando el buen rollo existente con Andrés, no tardó en preguntarle sobre la cuestión. La explicación que le dio fue sencilla, “somos como una familia”. Le quitó hierro al asunto haciéndole ver que aquellos chicos no habían conocido otros servicios en el poco tiempo que llevaban trabajando en Seguridad, lo que motivaba esa actitud tan a veces, algo agresivo. Una circunstancia normal, a tenor de los enfrentamientos, agresiones o amenazas que habían sufrido, algo que Rafa todavía no había experimentado.

La conversación con Andrés le hizo entender la actitud de sus compañeros, al referirse a la familia le dejó claro que llevarse mejor o peor con alguno, no implicaba que cuando había problemas todos hacían piña. Detalles como lo poco que duraban los Guardas de Seguridad en ese servicio, o que él mismo seguía a prueba a la espera de demostrar su valía cuando llegara la ocasión, le hizo avanzar otro pasito en el entendimiento de esa profesión, tan compleja y tan poco comprendida.

Su actitud cambió (como de costumbre o blanco o negro sin existir el marrón), dejó de estar agarrotado, con una visión totalmente diferente, olvidó sus prejuicios y se centró en tener un comportamiento activo y colaborador. Aunque no lo dijera, no le gustó que se pusiera en duda su valía. De alguna forma esa frase le hizo sacar al chico de barrio, acostumbrado a luchar y al que nunca le habían regalado nada en la vida. Estaba ansioso por demostrar el material del que estaba hecho, a pesar de que su idea preconcebida sobre la seguridad no era esa, también se dio cuenta de que en determinados sitios la testosterona era la que mandaba y ese era uno de esos sitios.

No tardó en llegar, algo fácil de prever en uno de los momentos más conflictivos del día, o mejor dicho, de la noche, pues era el momento del cierre. La hora de cerrar era sagrada, a las tres y media de la madrugada no se permitía el acceso a ninguna persona, colocándose dos compañeros en las puertas de entrada para canalizar la salida de clientes e impidiendo la entrada a nadie. Siempre había algún rifirrafe, sin llegar a mayores consecuencias a pesar de recibir algún insulto o amenaza de alguien que no entendía la prohibición. En uno de esos momentos le tocó estar a Rafa junto a otro compañero, como de costumbre recibiendo improperios y palabras mal sonantes a los que ya se iba habituando después de varios días. En esa ocasión llegó un pequeño grupo de chavales que se pusieron muy pesados, llamativamente pijos, pasados de copas o cualquier otra sustancia, en especial uno de ellos, quien no paraba de decir lo importante que era su padre. Aprovechando la salida de un cliente, se coló sin atender el requerimiento de Rafa para que saliera. Cuando se dirigió en su busca, éste salió corriendo por el pasillo; seguramente por el estado de excitación que se encontraba. Tropezó, yendo a parar a una estantería repleta de muñecos de peluche. Rafa intentó levantarle, pero lo que recibió a cambio fue un puñetazo que por suerte no llego a impactar, lo que si impactó en su cara fueron los dos guantazos que instintivamente le propinó Rafael. Después de contener a sus colegas y avisar a agentes de Policía, se lo llevaron detenido, no sin antes aconsejar a los agentes que detuviesen a Rafael por agredirle, a lo que uno de ellos simplemente le contestó, “algo habrás hecho”. A Rafa le agradó esa frase por su veracidad, aunque le fastidió que por culpa del pijo perdiese una pulsera que Diana le había regalado y por mucho que buscó jamás encontró.

Seguramente sería por ese episodio lo que propició un acercamiento de compañeros que hasta ese momento se encontraban distantes, no obstante, aunque lo agradeció, Rafael continuó en su línea de trabajo, con tranquilidad, paso a paso y actuación tras actuación, fue integrándose sin darse cuenta. Empezó a disfrutar de su trabajo, al fin y al cabo una de las cosas que mejor se le daba era comunicarse con la gente, y allí gente había, y mucha. Le agradaba ver pasar por el establecimiento cantantes, actores, presentadores, deportistas, políticos y un sin fin de celebridades que hacia su trabajo muy ameno. De alguna forma, su opinión sobre los famosos cambió drásticamente al hacerles terrenales. Verlos de carne y hueso, con sus virtudes y defectos, hizo que su visión en algunos casos diese un giro, algunos para mejor, otros, sin embargo, le defraudaron notablemente.

Aprendió formas diversas de cazar a los amigos de lo ajeno de una forma sutil, sin crear mucho revuelo ni ser llamativo, tal y como le habían enseñado sus formadores. Las consignas eran tan claras como no herir la dignidad de nadie, ni tan siquiera del delincuente, si quería evitar algún tipo de venganza posterior. Al fin y al cabo cada cual hacia su trabajo, unos robaban y otros prevenían el robo, unas veces ganaban unos y en otras ocasiones ganaban los otros, el truco consistía en no mezclar lo personal con lo profesional.

Al hablar con asiduidad con compañeros con los que en principio no hubo fluidez, no solo de cuestiones del servicio si no de temas personales, Rafa descubrió que la mayoría de los Guardas de Seguridad que allí había, estaban como él, a la espera a ser llamados a examen para Vigilantes Jurados. Esa noticia le llenó de aliento, ya que no era el único con el que se estaban retrasando a la hora de convocarle. La noticia hizo desaparecer sus fantasmas y malos pensamientos; también suponía un tema recurrente de conversación, a la vez también servía para de alguna manera, repasar cuestiones que pudiesen preguntar en el examen o resolver dudas entre todos. Por otra parte, le sorprendió enterarse de que la mayoría de los que estaban allí pendientes de examen, eran casi todos de la misma quinta, semana arriba o abajo, incluso había dos o tres con algo menos de antigüedad que Rafa, una antigüedad que se limitaba a un mes a lo sumo. Toda esa información le llenó el pecho de aire, incluso se permitía bromear con alguno sobre su veteranía.

Cuando los responsables tuvieron la suficiente confianza con Rafael, empezaron a pensar en moverlo por otros centros repartidos por la capital, donde en determinados momentos estaría solo. Era evidente que a Rafa nunca le gustaron los cambios, pero ya había aprendido que en el mundo de la seguridad era algo habitual, por lo que cuanto antes se habituara a ellos mejor le iría. Nunca se le hubiese ocurrido demostrar miedo de forma abierta, ante el hecho de estar solo en ese tipo de comercios, pero la verdad es que lo sintió, no de una forma incontrolada sino desde un punto de vista real ante su inexperiencia. El miedo en ese mundo no estaba bien visto, aunque se sintiera, era una palabra prohibida o al menos inmencionable, no hizo falta que nadie se lo enseñara, simplemente se palpaba en las conversaciones que tenía con los compañeros. Conversaciones empapadas en testosterona, donde de forma constante se contaban las hazañas de unos y otros, así como los logros personales de cada uno. No dejaba de sorprender a Rafa la ligereza con la que hablaban precisamente los que menos tiempo llevaban trabajando en ese sector, rivalizando entre ellos sobre las intervenciones que habían realizado, A veces, parecían conversaciones de chavales intentando demostrar quién era el más duro, pero quizá lo que escondía esa aireada arrogancia era precisamente la palabra innombrable. En el fondo no era extraño que hablaran de esa forma, no dejaban de ser chavales, muy jóvenes para enfrentarse en innumerables ocasiones a gente muy diversa, en determinados momentos, peligrosa.

Para Rafael era su tercer servicio, sin embargo, la mayoría de los Guardas de Seguridad que allí había no habían conocido otra cosa que aquello, lógicamente su experiencia profesional se había basado en la seguridad de cara al público, siendo entendible ese particular punto de vista. Ese razonamiento le hacía empatizar con ellos y a la vez reflexionar sobre cómo sería él en unos meses ¿Cambiaría de algún modo su personalidad? ¿Se endurecería?

En las pocas semanas que llevaba allí ya había presenciado episodios diversos, algunos para replantearse seguir en la profesión, como hicieron algunos Guardas de Seguridad a los que le tocó dar la bienvenida y enseñarles el funcionamiento del servicio. Algunos no llegaron ni a ponerse el uniforme, con solo ver el cuadrante se marcharon, otros duraron unas horas y los más atrevidos aguantaron un par de días. Pocos novatos eran los que terminaban adaptándose a ese tipo de servicios, y no era extraño, dado las características o las situaciones violentas que en ocasiones se vivían, independientemente a los hurtos que diariamente se producían.

A Rafa no le preocupaba el pillar a alguien robando esto o aquello, esa fase ya la tenía medio superada, realmente su preocupación se basaba en la gente chunga que inevitablemente pasaba por ese tipo de comercios, y en cualquier momento podían crear problemas mayores. Delincuentes sin escrúpulos como el que casualmente detectaron intentándose llevar varias botellas de vino muy caro, y que gracias a la fortuna o el buen hacer del equipo, evitaron que sacara un arma de fuego que llevaba consigo y seguramente hubiese utilizado a tenor de la información policial que recibieron, ya que se trataba de un tipo en busca y captura con alguna muerte a sus espaldas.

Yonquis que no le importaba ni su propia vida, enfrentándose a cualquiera que le hiciese frente, sin dudar en atacar a cualquier persona de seguridad que intentase frustrar sus intenciones de conseguir algún producto gratis. Aunque Rafael tenía práctica en el trato con este tipo de personas imprevisibles habituales en su barrio o simplemente por experiencias cercanas, en cierta ocasión se vio involucrado en un intento de rajar con un cúter a su compañero Andrés. Gracias a la habilidad que tuvo para esquivarlo o simplemente porque tuvo suerte, no le abrió en canal, de igual modo podría haber sido el propio Rafael el afectado si el susodicho, mientras que lo llevaban al cuarto de seguridad para cachearle, hubiese atacado a la persona que iba delante en vez de elegir a la de atrás, seguramente para quitarse el impedimento que le permitiera huir con facilidad.

Sucesos de ese tipo hicieron que Rafael comprendiera el verdadero peligro al que se enfrentaban diariamente las personas que se dedicaban a ejercer labores de Seguridad. Daba igual si éstas se desarrollaban en un sitio u otro, el objetivo era el mismo, proteger bienes y personas, palabras que había estado oyendo desde el inicio de su formación, pero que hasta ese momento no le había dado forma. Empezaba a entender y valorar todo aquello que meses antes ni siquiera sabía que existía, pero ante todo empezó a sentirse orgulloso de pertenecer a un gremio que aportaba a las personas, a la sociedad en general, más cosas positivas de las que había imaginado. Solo faltaba que esa misma sociedad al igual que él, aprendiera a valorar lo positivo de esa profesión, aunque se le antojaba que iba a ser un camino largo y arduo.

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