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PRÓLOGO

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Índice

La Cruz en América es el título que el Dr. Quiroga dá á su nueva contribución al estudio de las antigüedades de nuestro continente. A tal punto nos hemos empapado en la idea de que la Cruz empezó y acabó en el Calvario, que basta nombrarla para que se suponga que se trata de descubrir ó comprobar la visita de algún apóstol en el primer siglo de nuestra era. Pero nada de esto sucede; el símbolo, materia de este libro, es algo muy americano, que si procedió de algún otro continente, debió ser cientos y miles de años antes de producirse la solución de continuidad que separó las tres Américas del resto del mundo.

En su trabajo, el autor, dándonos en resumen las opiniones más autorizadas al respecto, le niega el origen cristiano á la Cruz en América; pero esto no quiere decir que ella haya sido inventada en nuestro continente, ni tampoco que en el Norte y en el Sur procedan de dos invenciones sin conexión alguna entre sí. El malogrado doctor Brinton abogaba por la independencia de origen de todos los signos simbólicos y demás que se encuentran en los diferentes países; pero Wilson[1] opina lo contrario, y si bien concede que la Cruz es una cosa tan sencilla, que en todas partes y en todas las épocas ha podido descubrirse de nuevo, se niega á admitirlo en el caso del swuastica espiral, meandros, griegas y otros adornos por el estilo. Si todo esto más bien debió entrar de afuera por migración, igual suerte pudo caberle á la Cruz; y es muy significativo que tanto en el Norte como en el Sur sea la Cruz un atributo ó un símbolo de los dioses de las lluvias y de la atmósfera, en una palabra, uno de esos signos de una lengua sagrada que venimos rastreando en todo el mundo.

Ahora bien; si la Cruz en América simboliza algo que pertenece á ciertos dioses de su mitología, igual cosa podemos decir de la Cruz en el Viejo Mundo. Entre las naciones de la antigüedad (los Cartagineses por ejemplo) á los prisioneros, y á los criminales se les daba muerte en Cruz, víctimas por sustitución en los sacrificios humanos. Esta sustitución degeneró entre los Quichuas en conejos, llamas, y más tarde, en las fiestas del Chiqui, en hombrecillos de masa ú otro sustituto, que se colgaban en el algarrobo á cuya sombra se celebraba aquel rito. En los pueblos de Catamarca y la Rioja, las carreras que acompañaban estos juegos eran incruentas, pero en Tuama de Santiago los corredores se hacían sangrar en la misma iglesia y el chorro que saltaba se dirigía hacia el altar, punto en que se hallaba la Cruz.

Lo cierto es que, al rededor de la Cruz, en todas partes encontramos la idea de algún Dios representado, y si en América más bien se relaciona la Cruz con el agua y con los fenómenos atmosféricos, es porque en nuestro continente, la falta de agua era la que más se hacía sentir y, desde luego, era un dios de las lluvias al que había que invocar; mientras que en el Viejo Mundo, Neptuno, había tenido que ceder el lugar á Júpiter, aquél un dios acuático, éste atmosférico; pero como en todas partes al Dios de moda se le adjudicaban atributos del que dejaba de serlo, así había un Júpiter Pluvius, otro Tonans, etc.

Vemos, pues, según nuestro autor, que tanto en el Norte como en el Sur de nuestra América se encuentran Cruces, espirales, meandros, y otros símbolos como adornos de ídolos, vasos y otros útiles.

Por otra parte, los autores más modernos se inclinan á opinar que la raza humana desciende de una sola pareja, si bien persisten en atribuir á la evolución lo que nosotros explicamos sencillamente en las palabras del Génesis.

¿Cuál es entonces la dificultad que nos priva de conceder que la Cruz, la espiral, el meandro, el triángulo, los escalones, y tantos otros, sean símbolos de una lengua sagrada que sería propia de nuestra raza antes de la separación que produjo las diferencias étnicas de la época prehistórica?

Como dice Mortillet[2] el hombre cuaternario antiguo ó paleolítico, era cazador, nómada, sin idea, ni sentimiento de religión, en fin, parecido á nuestro Indio del Chaco; debió pues llegar un momento en que paso á ser hombre con principios de civilización, capáz de hacer el huso con su tortero, ya para hilar, ya para sacar fuego, y al propio tiempo con voluntad de invocar á un poder desconocido que hace y gobierna todas las cosas. En América, como en todas partes, hallamos razas que fácilmente asimilan cualquier civilización, como los Mexicanos en el Norte y los Quichuas en el Sur: y otras que, a pesar de todo, quedan nómadas, salvajes, cazadoras hasta el día de hoy, lo que sirve de disculpa á muchos para abogar por su exterminio.

Si hemos de estar al monogenismo, unas y otras razas proceden de las migraciones, y ya se sabe que los que emigran portan consigo lo que tienen, lo que saben y lo que creen. Si encontramos, pues una raza que vive de la caza, que viste pieles y que se defiende con armas que corresponden á cualquiera de las edades de piedra, lo lógico es deducir que la migración se produjo en la época en que el país de sus antepasados se hallaba en el mismo atraso. Ahora si al contrario, nos las habemos con gentes que habitan casas, visten ropa tejida, saben procurarse el fuego y adornar sus armas y útiles con símbolos que tanto se hallan en el Viejo Mundo como en el Nuevo, lógico es también que concedamos que estos conocimientos los trajeron consigo en sus migraciones, esa familia humana que inició la civilización donde quiera que se halle.

Dice Wilson[3] citando á Lubbock[4]: «A no dudarlo, el hombre al principio, se extendió poco á poco, paso á paso y año por año, por toda la redondez de la tierra, tal y como la mala hierba de Europa se extendió lenta pero seguramente por toda la superficie de Australia.»

Así, pues, se extendió el hombre, el civilizado como civilizado; el salvaje como salvaje; y precisamente son el huso de hilar, el de sacar fuego, y la Cruz que nos pueden señalar el curso de las migraciones.

No es mi mente establecer aquí las pruebas de que los símbolos de que se trata, migraron de Europa á la América del Norte y después á la del Sur, porque esto vendría con el tiempo; pero sí me intereso en hacer constar que opino con Wilson, y en contra de Brinton, que más fácil es concebir la hipótesis de derivaciones, que de invenciones aisladas en cada lugar. La experiencia nos enseña lo que le cuesta al hombre hacer lo que nunca ha visto, y tan es así que aún en América las naciones más civilizadas casi todas han estado en contacto geográfico unas con otras. En el Sur, desde Centro América hasta Chile, se suceden las naciones más adelantadas, y otro tanto se puede decir del Norte hasta llegar á la región mexicana. En ninguna parte hallamos un aislamiento de algo como lo del Perú. Si ese paralelismo del ingenio humano fuese un producto espontáneo, debiéramos encontrar algo como un núcleo de cosas mejores fuera de la región consabida; pero no: en la América, las civilizaciones se tocan unas con otras, están en las montañas, regiones que en el Viejo Mundo han dado origen á expresiones como la de nuestra palabra «cerril», que dice poco menos que «bárbaro». Está muy claro que la civilización americana contraria esta experiencia europea, que la poseyó en las costas, puertos de mar y ríos navegables. ¿Qué sería lo que sucedió? La contestación se impone. En nuestro continente son arrinconamientos de algo que existió en otra parte; en donde, se revelará algún día; hoy sería prematuro indicar el lugar de procedencia. En todas partes vemos rastros de algo muy anterior al México de Montezuma y al Perú de Atauhualpa; pero aún ese algo pudo ser á su vez restos de continentes y adelantos perdidos.

Lo que ahora falta es un trabajo geográfico con ubicación de todos los puntos en que se hallan Cruces en ambas Américas, es decir, un mapa como el de Wilson, en su The Swastika, porque así fácilmente podremos ver como hay contacto geográfico entre todos los lugares que han conservado señales de este símbolo.

Una vez que entremos al estudio comparado de la simbología Mexicana y Andina, veremos que los dioses de los dos países se adornan con los mismos dibujos. Por ejemplo: En la introducción de Chavero[5] tenemos una reproducción del Códice Borgiano. En ésta se representa la estrella vespertina y matutina, una figura doble cargada de símbolos, muchos de los cuales son los nuestros, como ser: los círculos con punto (Ojos de Imaimana), las escaleras con meandros ó griegas y sin ellas, y finalmente una Cruz formada (en el copete de la figura que representa el lucero) por dos símbolos muy conocidos en nuestra alfarería. Si la Cruz es curiosa, ¿qué diremos de los escalones y triángulos? Cuesta creer que sean producto de la casualidad; más si suponemos que eran símbolos de la lengua sagrada, precisamente deberían emplearse en una y otra región como atributos y emblemas del culto tal ó cual.

En la página 154 de la citada obra de Chavero, se reproducen Cruces griegas, maltesas y de San Andrés, las mismas que encontramos en las alfarerías y piezas en bronce de la región de Andalgalá. Estos objetos se hallan en el Museo de la Plata, y esperan el regreso del director para sacarse á luz.

A propósito del Nahui Ollin, ó Cruz de San Andrés, que servía para determinar los equinoccios, debo dar cuenta de algo que descubrí en uno de mis viajes por la región calchaquina, y que es pertinente al asunto de que se trata, porque, la planta de la construcción que voy á describir, forma una Cruz perfecta de brazos más ó menos iguales.

En el lugar llamado Fuerte Quemado, como á una legua al norte de Santa María, en la raya que divide la provincia de Catamarca de la de Tucumán, en el mismo riñón de Calchaquí, corre un filo de cerrillada que acaba en punta hacia el norte y domina la entrada al valle de Tafí, pero con todo el de Santa María por medio. En una de las prominencias de este filo se hallan levantados unos curiosos edificios: las paredes de un salón, una torre redonda y cuatro construcciones de la laja local, rodean un patio largo y angosto, guardado por el precipicio á los tres costados y sin más entrada que una garganta casi impasable al Norte.

Las construcciones á que me refiero son muy curiosas, porque constan de cuatro paredes que se levantan dejando un espacio en Cruz entre ellas, sin destino posible, porque apenas si dan paso al cuerpo. La orientación no es de Norte y Sur, sino á los medios vientos, es decir, NE., SE., NO., SO.

Como Montesinos y otros hablan de tales paredes como destinadas á determinar las horas del día, los solsticios y equinoccios, siempre he considerado que esta ruina en cruz fuese uno de tantos intihuatanas ó trampas para cazar el Sol.

Chavero[6] habla de la Cruz de San Andrés como símbolo de los cuatro movimientos del Sol—el Nahui Ollin—y si miramos hacia el Este los pasillos del Intihuatana del Fuerte Quemado, forman justamente una Cruz de San Andrés. Cerca de allí estuvo el lugar llamado—Bacamarca—otro modo de escribir—Huacamarca—«la plaza fuerte de la Huaca».—El nombre y su interpretación corresponden á lo que allí existe ó existió.[7] Si se acepta mi hipótesis, tenemos otra vez aquí la Cruz como medio de determinar observaciones astronómicas.

Muy significativas también son las Cruces que ocupan el lugar de dientes en los dos lagartos que forman los costados del disco de bronce (Fig. 71 B) de Andalgalá. La figura central es un ser antropomorfo que yo identifico con Huiracocha, el dios acuático de los Quichuas.

Sabemos que la Cruz en México significaba «el dios de las lluvias», como dice Chavero,[8] y lo mismo significa en la región Calchaquí. Esto lo demuestra muy bien Quiroga, quien llegó á tener este convencimiento sin conocer el trabajo que acabamos de citar.

En todos estos lugares existía una cierta cultura, y así vemos que la Cruz servía para determinar el Dios del culto que se celebraba. Orlando esta región andina y hacia el Este, en los llanos, merodeaban las naciones de Mocovís, Abipones, Tobas y otras de las llamadas Guaycurús ó Frentonas. Los Indios estos y sus Machis ó Hechiceros verían como las naciones Diaguitas veneraban la Cruz y la empleaban en sus ceremonias. Los otros, raza de Jurís ó nómadas, no comprenderían bien aquello de símbolos de una lengua sagrada, pero se harían cargo que la Cruz encerraba algo bueno en sí y la adoptarían como amuleto. Así, pues; en el siglo XVIII, los Indios Abipones se hacían tatuar unas cruces en medio de la frente, como se puede ver en las láminas de la obra de Dobrizhoffer que de ellos trata.

En el siglo pasado y hasta el presente, estaba y está una India Toba en el Asilo de Huérfanos, en Buenos Aires, con una Cruz muy bien tatuada en medio de la misma frente. En el ejemplo Abipón, la Cruz (griega) está formada por dos líneas que se cruzan; en el moderno es el espacio que forma la Cruz, y son los tatuajes que la perfilan. Por lo que he podido averiguar, son las mujeres que se adornan con tinta indeleble, como nuestros marineros; mientras que los hombres sólo se embijan con coloretes que desaparecen con el lavado.

He notado en algunas urnas calchaquinas, de las que se adornan con pinturas antropomorfas, una crucecita griega en el punto que corresponde á la frente, tal y como las hallamos en las caras de las bellas abiponas; estas indias, según el artista de Dobrizhoffer, todo son, menos indias del Chaco; pero en cuanto al tatuaje podemos asegurar que es una fiel reproducción de lo que viera el misionero Jesuita en sus correrías. Ni por un sólo momento insinúa él que se trataba del símbolo del cristianismo.

Otra cosa quiero hacer notar y es la abundancia de la Cruz en los objetos de alfarería en la región calchaquina propiamente dicha, y su escasez en los demás lugares del Oeste de Catamarca. Hay que confesar que el tipo de aquellos objetos es muy distinto del de estos, al grado, que hace sospechar que puedan corresponder á otra raza y á otro rito.

En Andalgalá los vasos más hermosos ostentan figuras draconianas. Tinajas del tipo Santa María, de las que tantos ejemplos dá el doctor Quiroga, no se han encontrado al Sur del Atajo, con dos excepciones halladas en Choya, una aldehuela dos leguas al N. O. del Fuerte, pero aún éstas carecen de las fajas negras de los costados que son el distintivo de las de Calchaquí. Al hacer esta excepción hay que acordarse que á Choya, ó sea Ingamana, fué expatriada una de las tribus del valle de Calchaquí, en el siglo XVII, y allí se han conservado. Aquí, empero, nos sale al encuentro una nueva dificultad: existen ruinas de pueblos de indios en las faldas, mientras que los Ingamanas fueron colocados en el llano.

Así es todo lo que se presenta en Calchaquí y los valles anejos. Cuesta creer que las vastas ruinas hayan pertenecido á los indios que hallaron los españoles. Los Misioneros no se acuerdan de nombrar esos sorprendentes entierros de numerosas urnas, nuevas todas, y que deberían responder á algún rito de la mitología local. Durante cientos de años las crecientes han estado dando cuenta de estas huacas, y los coleccionistas han destruido más que lo que han logrado para vender.

Los descubrimientos de Ambrosetti en Tafí, también indican algo que si no es de una colonia peruana, corresponde á esa civilización anterior, en pos de la cual andamos todos.

Cuando una vez se abre algún capítulo en la historia de los descubrimientos arqueológicos, nos vienen á la memoria cosas que hemos leído, y á que no dimos mayor importancia.

Más de una vez me llamó la atención aquel incidente en la entrada de Juan Núñez de Prado, cuando él puso á los indios de Santiago bajo el amparo de la Cruz. En la parada que hizo no pudo haber convertido á esos indios al cristianismo porque no le alcanzó el tiempo. Hoy que sabemos que la Cruz se hallaba diseminada en los objetos de alfarería, y otros, se comprende que Prado no hizo más que utilizar una veneración que ya existía por el símbolo.[9]

Muchos habrán creido que la noticia de Lozano carecía de importancia; pero después se ha visto que el tal hecho consta en documentos hoy del dominio público.

El año 1896 el doctor José Toribio Medina publicó en Santiago de Chile la información levantada por Juan Núñez de Prado en su recién fundada ciudad del Barco, y marzo de 1551, poco antes de trasplantar la misma de su asiento en los llanos de Tucumán, al que después se le dió en los valles de Calchaquí.[10] En la 8.a pregunta se dice lo siguiente:

«8—Item si saben que estando el dicho capitán Juan Núñez Prado poblando en esta ciudad[11] envió á Martín de Rentería, alcalde, con hasta veinticinco ó treinta hombres que fuesen á conquistar é descubrir la tierra por ver lo que había en ella, el cual fué y llegó á Macherata y Collagasta y Mocata, que es cuarenta é cinco leguas de esta ciudad é ahí en Ligasta é Thomagasta é vió otros muchos pueblos é los cuales tomó posesión en nombre del dicho capitán Juan Núñez de Prado, é de la dicha ciudad, poniendo cruces en los dichos pueblos, haciendo entender á los caciques é indios que aquellas se ponían para que si viniesen cristianos, supiesen estaban en paz é no les hiciesen mal ni daño, ni tomasen sus haciendas, ni mujeres, ni hijos, los cuales quedaron muy contentos en haber lo susodicho é paz con los cristianos, sirviéndoles muy bien». (Tiraje aparte pp. 4 y 5.)

La pregunta 9 relata como en seguida salió Prado á recorrer lo visitado por Rentería y algo más, y continúa así:

«E habiendo salido de esta dicha ciudad con veinte é ocho hombres que consigo llevaba, un día que se contaron diez de Noviembre del año pasado de quinientos é cincuenta años, estando alojado junto al pueblo de Tepiro[12] un cacique que llevaba consigo de Tucumán[13] que le había salido de paz, le dijo como en el pueblo Thomagasta[14] había cristianos, que eran cinco leguas más adelante; é sabido por el dicho capitán Juan Núñez de Prado, luego procuró de que se tomasen algunos indios para saber que gente era, y luego se tomaron dos ó tres indios los cuales dijeron que en el dicho pueblo de Thomagasta había cristianos é que habían estado alanceándolos é robándolos é derrocando la cruz que estaba puesta, é no embargante que los indios les hacían cruces, como les habían dicho no dejaban de matarlos é robarlos é les habían hecho otros muchos malos tratamientos, etc.» Ibid. p. 5.

Llamado Martín de Rentería, depuso que todo esto era así, y al proseguir con la pregunta 9 agregó que había:

«Oido decir á Pedro de Rueda é á otras personas que venían con el dicho Villagrán, como habían entrado alanceando los dichos indios de Thomagasta llamando á la cruz que estaba puesta garabato, diciendo: que garabatos tienen aquí puesto los de Tucumán etc.» Ibid p. 14.

Es curioso que el Padre Domínico, Alonso Trueno, nada diga de las cruces, lo que demuestra que no fué él que las planteó.

Este documento no se conocía cuando el doctor Andrés Lamas publicó su edición de la historia de la conquista por el P. Pedro Lozano S. J. y, por esta causa no se dió la importancia que merecía á la noticia que de ello nos diera el famoso Padre. Sus palabras son estas:

«Prado, cuyo celo debemos siempre alabar, por lo que se esmeraba en adelantar los negocios de la fe con la autoridad y con ser ejemplo entre estos indios, en cuyos pueblos apenas sentaba el pie, cuando en piedad cristiana hacia enarbolar cruces, para que los bárbaros las adorasen.... con cuya diligencia cobraron las bárbaros tal estimación de la Santa Cruz, que hasta los mismos gentiles la veneraban por el mayor de sus ídolos.» Historia de la Conquista, t. IV., p. 128. Ed. Lamas.

En su historia, el autor, refiere este episodio como si correspondiese á los meses posteriores al incidente con Francisco Villagrán en Tuamagasta, pero de la información del año 1551 se desprende que esto se hizo desde el primer momento de la entrada.

El nombre de «garabatos» que la gente de Villagrán daban á estos signos de la Cruz, y la ninguna mención que de ellos hace el Padre Trueno en su declaración nos ponen en el caso de sospechar que él no estaba muy convencido de la eficaz fe cristiana de los indios en este símbolo, cuando acudían á su amparo.

Por otra parte, no se halla ninguna referencia, ni en Bárcena ni en Techo, ni en ninguna de las cartas anuas, á estas Cruces del arte Calchaquí, y no obstante, como se vé en las colecciones y en los numerosos ejemplos citados y reproducidos por el doctor Quiroga, no hay signo que se presente con más frecuencia que este de la Cruz.

Ya hace algún tiempo que había yo reunido algunos ejemplares de la Cruz en la alfarería, para un estudio sobre el simbolismo de la región calchaquina, que permanece aún inédito; allí hacía notar que se relacionaba el signo este con los dioses acuáticos y con el agua, más nunca llegué á identificarle con el suri y con el sapo.

La identidad del suri (el avestruz americano) y de la Cruz en todo lo que se refiere al agua, puede decirse que ha sido descubierta entre nosotros por el doctor Quiroga, y seguramente es una de las partes más interesantes de su trabajo. Después que el doctor Quiroga llamó mi atención á los locos gambeteos del suri, cuando está por llover, he tenido ocasión de observar una de estas aves, y he notado que es el mejor de los barómetros. Los movimientos excéntricos de alas, patas y pescuezo, reproducen las figuras que se notan en los pucos[15] y tinajas, y no hay postura que se advierta en éstas, por violenta que sea, que no la véamos también en el ave en vida, cuando está por llover. Valiéndome de la advertencia de mi amigo, más de una vez en este año (1901) he adquirido fama de buen profeta de lluvia. Siendo, pues, la Cruz, como muy bien dice Quiroga, el símbolo del agua ó de la lluvia, y observando los Machis ó Hechiceros, la conducta de los suris en vísperas de la lluvia, lo más natural era que se pintase lo uno con lo otro. Lo del sapo se impone, y la sustitución de uno de estos símbolos por el otro, es una de las pruebas más satisfactorias que nos ofrece el autor de que la Cruz, con el suri ó sin él, es llamativa del agua.

Por lo que hace á la serpiente y su simbolismo, creó que también acierta Quiroga. Me consta que el vulgo nuestro, cree que una víbora en un lugar, en tiempo de tormenta, basta para hacer que allí caiga rayo; y un lindo espécimen que reservaba para un amigo naturalista en un rancho de mi hacienda fué destruido y arrojado lejos porque empezó á tronar, y los dueños de casa temían ser víctimas del rayo, si no se deshacían del incómodo huésped, que no necesitaba estar vivo para perjudicar.

Como no es posible dudar ni por un momento del origen americano de la Cruz, en general y también en la región de Calchaquí, por el modo como se presenta y las combinaciones en que entra, justo es que tratemos de darle el lugar que le corresponde en el simbolismo de la mitología de nuestro hemisferio; y á esto se dedica con todo empeño el autor en su obra. Se ha comprobado su existencia como símbolo sagrado: se ha visto que, no en todas partes se presenta en la misma forma; que en una es atributo de un dios tal ó cual, que en otra es adorno de un vaso sagrado; así designamos las urnas que acompañaban á las inhumaciones de los cadáveres en Calchaquí. Hay pues que establecer y distribuir estas diferencias regionales que tanto nos ayudarán á dar al símbolo su completo, si bien multiforme significado.

Es de esperar que en seguida alguien emprenda uno ó más trabajos tendentes á dar á conocer todos los ejemplares de la Cruz en Calchaquí que se hallan en las colecciones públicas y particulares, teniéndose especial cuidado de distinguir entre los de un distrito y los de otro, porque hasta entre estos suele haber bastante diferencia.

Digna de toda atención también es la forma en que la Cruz aparece en la famosa lámina del Yamqui Pachacutic, clave tan preciosa para la arqueología del Sur como lo ha sido el alfabeto de Landa para la del Norte.

No es este empero el lugar de hacer una disertación sobre aquella interesante y sugestiva lámina. El trabajo del Dr. Quiroga la dá á conocer para que todos puedan juzgar de su importancia con la reproducción del original á la vista. Yo mismo utilicé muchos de sus datos en mi artículo sobre los Ojos de Imaimana, publicado en el t. xx del Boletín del Instituto Geográfico. Estos dibujos nos dan á conocer que existía un simbolismo con signos reconocidos, y fundándome en esto, y en la universalidad de muchos de ellos en nuestro Continente, es que no trepido en hablar de una lengua sagrada con simbología bien conocida tanto en el Norte como en el Sur.

Acordémonos también que nosotros estamos aprovechando sólo los restos de riquísimos antecedentes. Miles de MSS. se destruyeron en el Norte, miles de ídolos y otros objetos por el estilo en el Sur; pero con todo eso en una y otra parte encontramos esas Cruces, esos círculos con puntos, ó sean Ojos de Imaimana[16], escaleras, algunas con asta banderas, triángulos con espirales ó griegas y sin ellos, triángulos solos, conos, meandros ó griegas de todas formas y complicaciones, serpientes, dragones horrorosos, algunos con caras antropomorfas, otros con dos ó más cabezas; en fin todos esos signos que algo indican y que tanto abundan en la alfarería y otros objetos de nuestra región andina del Norte. Todo esto hay que aprovechar en una serie de publicaciones como la del Dr. Adán Quiroga, quien con singular abnegación ha dedicado tanto tiempo y buena parte de su fortuna en coleccionar los objetos que le han servido de base para este estudio.

Digno de todo elogio es el trabajo con que el autor ha iniciado el nuevo siglo, y sépase que muchos de los objetos han sido exhumados por él en los propios yacimientos. Lo que ahora se publica no es más que un fragmento de sus investigaciones, y puedo asegurar que su colección del Folk-Lore y de los Petroglifos de aquella región es tan importante como sus descubrimientos acerca de la Cruz, si no los supera.

Una vez más debemos protestar contra esas destrucciones por mayor de los yacimientos que contienen estos rastros de la prehistoria de nuestro país. El único modo de evitar el comercialismo que ha invadido á los colectores sería el no aceptar colección alguna que no viniese con los credenciales de cada objeto y de su descubrimiento y ubicación, y que estos fuesen á satisfacción de peritos en la materia; pues nuestros Museos hoy poseen datos que permiten esta clase de exigencias.

Sólo el amor á la ciencia del Dr. Quiroga pudo ponerlo en posesión de todo aquello que le ha servido para concebir la idea de este libro, y mucha abnegación para escribirlo en los momentos de ocio que le dejaban sus tareas en la Corte de Justicia de Catamarca de la que era y es uno de los Ministros. Sus vacaciones las pasaba en Calchaquí, sus noches interpretando libros en otros idiomas, y así, á 300 leguas de la casa editora, ha podido llevar á feliz término su trabajo La Cruz en América.

Samuel A. Lafone Quevedo.

El Museo, La Plata, Agosto 21 de 1901.

La cruz en América (Arqueología Argentina)

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