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CAPÍTULO II
EL SIGNO CRUCIFORME
ОглавлениеSU PROFUSIÓN CONTINENTAL
Universalidad del símbolo—La combinación cruciforme como hecho matemático—La Cruz entre los Pieles Rojas—En Méjico—En la América Central—Sepulcros mejicanos en Cruz—Las tumbas de los Muyscas—El símbolo de la vida futura—Opinión de Brinton—Orientación de los sepulcros—La Cruz de Cazumel—Cruces de Guatulco y de Anáhuac—Cruz de Palenque—Su valor arqueológico—El emblema de los Vientos—La Cruz en Cundinamarca—La Cruz en el Perú—Cruces de Carabuco de Santa Cruz, de los Chunchos y del Cuzco—La Cruz en Chile y en el Tucumán—Profusión del símbolo en Calchaquí—Opinión del marqués de Nadaillac.
Desde mediados del siglo XVIII, y aún antes, comenzó á abrirse camino la idea de que la Cruz no era pura y exclusivamente el signo del cristiano. Cruces de distintos tamaños y de diversas formas, ó más bien dicho signos cruciformes, aparecían en los monumentos y en los objetos de arte de la más remota antigüedad.
Mucho costó desarraigar la creencia de que la Cruz v el signo del Redentor eran una cosa inseparables. La arqueología misma tenía por un axioma que la Cruz servía de criterium para reconocer lo que era posterior á Cristo y pertenecía á la era actual. Este criterio, aún á fines del siglo pasado, fué empleado por algunos americanistas para resolver el problema de nuestra Cruz continental; pues si bien admitieron la universalidad del símbolo, negaron obstinadamente su veneración de parte de las naciones que lo emplearon; y así el Abate Schmitz decía en pleno Congreso de Bruselas que no se podría citar un solo ejemplo en toda la antigüedad de los pueblos salvages, fuera de América, en donde la Cruz fuese venerada; que no era sinó por la muerte del Cristo que la Cruz se hizo un signo de salud; y que si, por consiguiente, se la encuentra adorada entre los pueblos salvages de la América, es un indicio cierto de que el cristianismo fué conocido y predicado[94].
El Abate no tenía en cuenta que San Jerónimo mismo recordaba el alto valor simbólico de aquella entre los antiguos samaritanos; y olvidaba que en los geroglíficos egipcios el Tau y la Cruz empleáronse como el símbolo de la vida futura, no existiendo nada tan sagrado como la Cruz hermética ó Isiaca, cuya invención se atribuye á Mercurio Trismegistro. Como símbolo sagrado de la religión, la Cruz desempeñó un papel importantísimo en los misterios de Isis, como lo hizo notar un eminente teólogo[95]. También ha tenido gran figuración como letra gerática ó sacerdotal, tanto que el Tau, filológicamente hablando, es la radical del nombre primitivo de Dios: del Thaut egipcio, del Théos griego, del Theut ó Theutates celta y del Thon escandinavo. Cruces llevaron los monumentos egipcios de ahora seis mil años. Cruces veíanse igualmente en manos de Horo; al cuello de Apis, de Amom y de las Vestales; y en los timbales de los Coribantes, y en los vasos sagrados con que se ofrendaba á los dioses. Lo propio sucedía en Asiria y Babilonia. En Europa misma, en las cercanías de Parma, de Reggio y de Módena, ó sea en las terramares de la Emilia, se han encontrado cruces simbólicas en el fondo de las vasijas, trabajadas en la alfarería muchos siglos antes de los romanos y del cristianismo; lo mismo que en los cementerios de Villanova y en las tumbas de Golasecca, en las cuales su culto se ha revelado de la manera más completa[96].
Entre tanto, un hecho arqueológico se comprobaba: la universalidad del símbolo cruciforme, como la del círculo, del triángulo, del cuadrilátero, del gancho ó segmento del cuadrado y del meandro. Y es que la Cruz es una combinación geométrica natural; de manera que el encontrarse en América no fué motivo para establecer conclusiones de otro orden.
No debe perderse de vista el hecho matemático de que la combinación cruciforme suele ser el signo general de toda la geometría celeste y terrestre. Los conocimientos astronómicos desempeñaban en América un gran papel político y social. La Cruz del Sud, visible en toda la zona tórrida, debió desde el primer momento impresionar los sentidos del indio. La perfecta orientación de las fundaciones que precedieron á los pueblos aztecas y quichuas, puede haberle vuelto un signo geométrico relacionado con aquella, por la influencia del ángulo recto; y el gusto por este ángulo, sin duda determinó la forma de las aberturas de las construcciones de Palenque, en forma de Cruz griega, cuando no de Tau egipcio. No olvidemos que los pueblos aztecas y quichuas eran esencialmente geómetras; que trazaban ángulos rectos perfectos, y que casi seguramente, como hemos podido comprobarlo en las ruinas de nuestro Calchaquí, conocieron y usaron la escuadra y la plomada. Además, la Cruz, mayormente si se ha trazado dentro de un círculo, divide las figuras ó cosas en cuatro porciones iguales, lo que pudo muy bien haber ocasionado su empleo como reguladora de cantidades. Las marchas del sol, de los astros y la dirección geográfica de los rumbos, indudablemente que han influido, así mismo, en su trazado.
Es por algunos de estos motivos que Rialle, escribiendo sobre la Cruz en Cundinamarca[97], no dá trascendental importancia al hallazgo del signo, manifestando que, como la costumbre de trazar líneas cortándose en ángulos rectos se encuentra en todos los pueblos y remonta á todas partes, á todas las épocas prehistóricas, esta coincidencia no es digna de llamar la atención.
Es de observar que Waldeck, en 1792, explicaba con la geometría la existencia de cruces en ese sistema de los fondos reticulados de los monumentos de Palenque, que tanto han dado qué decir, primero á los creyentes, y después á los arqueólogos.
En nuestra América la profusión con que se encuentra el símbolo es tal, que dificilmente habrá existido un pueblo que no lo haya usado como signo sagrado, ó figurativo por lo menos.
Los Pieles Rojas y demás naciones del Norte valiéronse de la Cruz como uno de sus símbolos hieráticos. Aparece en formas griegas en variados objetos[98], especialmente en su alfarería ceremonial, destinada á propiciar á sus Wind Spirit y demás divinidades que ejercen influencia sobre la atmósfera, los vientos y las lluvias; y testimonio de ello son las ricas alfarerías depositadas en el Museo de Washington. Así mismo la Cruz fué empleada como figura totémica por algunas tribus ó familias.
En Méjico, ya sabemos como llamó desde el primer momento la atención del conquistador, encontrándose venerada de parte de los aztecas y demás naciones del imperio, cuyos dioses portaban la Cruz en la mano, siendo ella honrada con víctimas.
El P. Lozano[99], reproduce lo que sobre el sagrado signo en la América Central escribieron Gomara[100] y Malvenda[101]. Las cruces de Cozumel y de Yucatán llaman la atención de aquel cronista, diciendo que en estos lugares se veneraba el símbolo de la redención, sellando con él las lápidas de sus sepulcros, como lo registraron los españoles cuando descubrieron estas provincias. Desde los más remotos tiempos nahuas y mayas adoraban, suspendido en sus templos de Popayán y Cundinamarca, el emblema augusto, del mismo modo que los mejicanos[102].
Fué en todo tiempo un hecho curioso y digno de llamar la atención, que las tumbas entre estos últimos afectasen la forma cruciforme en su distribución.
Entre los muyscas de Cundinamarca los muertos gozaban de la vida eterna ó sufrían crueles castigos, siendo la última enfermedad la confirmación de su póstumo destino. Los hombres que perecían en la guerra y las mujeres muertas de parto, seguramente gozaban de la eterna felicidad, lo mismo que los que sucumbían de una pleuresia ó hemorragia; mientras que otro género de muerte fué considerada como una señal de la cólera de los dioses. En este último caso los muyscas no colocaban cruces sobre las tumbas de los extintos; más si la naturaleza de la muerte indicaba felicidad futura, la cabeza del cadáver era cubierta de bixa, enterrándose á este en una tumba perfumada, construyéndose sobre el túmulo un pequeño santuario rematado en una Cruz.
Estos interesantísimos datos dícennos con claridad que la Cruz entre los muyscas fué un símbolo de la vida futura, lo mismo que en Yucatán, en donde los cuatro Bacabs ó los cuatro Vientos pasaban por los autores de la vida; y de aquí las cuatro urnas funerarias para cada muerto.
Brinton[103] sigue la misma opinión, manifestando que la Cruz es ese famoso «Arbol de nuestra Vida».
Refiriéndose este autor especialmente á las tumbas mejicanas en forma de Cruz, dice que si las tumbas de los mejicanos, como se ha asegurado, tuvieron tal forma, era indudablemente por relación á una resurrección y á una vida futuras que estaban colocadas bajo este símbolo, indicando que el cuerpo enterrado resucitaba bajo la acción de los cuatro espíritus del mundo, como la simiente enterrada recobra una nueva existencia cuando es regada por las lluvias primaverales.
Nosotros añadiremos que la orientación de los sepulcros y sus formas, deberían responder especialmente á propiciar en favor del muerto la ayuda de los genios cardinales ó de los dioses del norte, sud, este y oeste, tan venerados por los pueblos del norte.
En estas regiones septentrionales y centrales de la América, y especialmente entre los mayas de Yucatán, que adoraban la Cruz de la isla de Cozumel, implorábase al sagrado emblema para que cesasen las secas; de modo que en tales países, aparte del carácter atmosférico del símbolo, la Cruz representaba la vida de todas las cosas de la naturaleza, por acción de los fenómenos meteorológicos que hacen nacer, crecer y fructificar las especies animales y vegetales.
Esta Cruz de Cozumel, llevada por los naturales en procesión á la orilla de los lagos y ríos en tiempo de seca, fué motivo de largas divagaciones de parte del conquistador, por más que su veneración no fuese el asunto principal en las creencias nativas, pues el dios Cozumel era la suprema divinidad de la isla, y la Cruz tan solo su insignia ó emblema[104].
En Méjico ó Nueva España, con la primera Cruz que dieron los castellanos fué con la de Guatulco, la cual, según Gregorio García[105] tomóse por una insignia apostólica, grabada en una roca, con el retrato del Santo, “para memoria perpetua de cosa tan santa”. Esta Cruz es fama que hacía quince siglos que existía cuando don Juan de Cervantes, obispo de Goajaca, la hizo trasladar á su catedral.
Otra famosa Cruz fué encontrada en el templo de Anáhuac, de gran veneración; y Cortés, en su expedición á Tabasco, dió con una de piedra, de cerca de tres pies de alto.
Pero la más famosa de las cruces pareció ser la de Palenque, encontrada en unas grandiosas y seculares ruinas, desconocidas para los mismos naturales del país, sobre las que había crecido una gran selva en tiempo de la llegada de los españoles á Yucatán. Estas ruinas, para la arqueología americana, son los restos de las monumentales obras dejadas por extintos pueblos primitivos, haciendo Alejandro Lenoir remontar su origen á más de 3000 años, considerándolas Braseur de Bourbourg como anteriores á las más antiguas construcciones del viejo mundo. Waldeck[106] describió las ruinas á fines del siglo XVIII, dedicando especialmente su obra al estudio de su famosa cuanto simbólica Cruz, que gracias á sus dibujos, los de Stephens, de Castañeda y las fotografías de Charnay, ha salvado hasta nosotros, pues que ella fué extraída del grupo esculpido en medio del cual se encontraba con toda su primitiva grandeza[107].
En la figura 3 ofrecemos los detalles más salientes de tan admirable escultura.
Sobre este secular emblema, cuyo palo superior termina en una cara zoomorfa, aparecía asentado un pájaro fantástico, de larga cola, cuya cabeza y plumaje extravagantes delataban perfectamente bien su carácter simbólico. A este pájaro es al que, sin duda, ofrendaba el indio, artísticamente vestido, un niño estendido sobre sus brazos, estirados horizontalmente en actitud de súplica. El conjunto tenía por base una figura de ídolo. La Cruz aparecía sobrecargada de líneas y de accesorios complicados, que formaban algunos de esos símbolos cuyo valor no nos es desconocido. En su torno habíanse grabado caracteres geroglíficos.
Fig. 3. Cruz venerada en el templo del Sol, de Palenque.
La Cruz de Palenque, sin lugar á dudas de ningún género, es un interesante elemento de escritura sagrada, un símbolo, cuyo valor mitológico puede calcularse por haber sido esculpida sobre piedras sagradas, en el recinto de un templo erigido en honor del sol. Es para nosotros el ave, el volátil asentado encima de la Cruz, la figura emblemática que puede llevarnos á clasificarla como un símbolo atmosférico, si es que el ave, ofrendada de parte del indio, es la representación ornitomorfa de la Nube que produce la lluvia por acción del sol[108].
En la América Central, más que una cosa principal del culto, la Cruz fué una insignia de los dioses del Aire, y figuró como un emblema acuático, entre otros. Sus cuatro palos, ó dos líneas que se cortan en ángulos rectos, representaban los cuatro vientos que traían las nubes, de las que caía la lluvia, que fecundaba y alentaba todas las cosas.
Lo mismo sucedía en Cundinamarca. La Cruz en este país fué objeto de veneración á causa de aparecer como el signo gráfico figurativo de los puntos cardinales y de la rosa de los vientos, siendo aquellos cuatro puntos en toda América cuatro genios del viento, cuatro personalidades míticas tutelares; de modo que cuando se habla del «norte», lo que en realidad quiere decirse es «viento que sopla del norte». Estos cuatro vientos, estos cuatro genios arrastran las lluvias; y de aquí el importantísimo papel que desempeñan en las cosmogonías de los dioses-agua ó dioses-sol.
En el Perú, igualmente, la Cruz aparece con mucha profusión; pero las cruces peruanas no han sido estudiadas por la arqueología, sinó por la filosofía religiosa, con su mal preparado criterio.
Una breve noticia de las cruces enumeradas por los cronistas de Indias bastará para que nos demos cuenta exacta de la importancia que se atribuyó al símbolo en el pueblo de los Incas.
El P. Techo[109] menciona especialmente la Cruz de Carabuco, aldea contigua al Titicaca, y sin duda influenciada por su civilización. Esta Cruz, cualquiera que sea el motivo invocado, aparece arrojada varias veces al agua, sobrenadando en la corriente, sin hundirse, é inaccesible al poder del fuego. La Cruz fué enterrada, por fin, en un hoyo profundo en las márgenes del lago, del cual es fama que la estrajo el cura Sarmiento, después de la revelación de los indios anansayas[110]. Es también digna de llamar la atención la influencia de la Cruz sobre los rayos, pues al decir de Montoya, nuestro Señor hacía con esta cruz muchos milagros, y principalmente «contra los rayos»[111].
La de Santa Cruz de la Sierra, que dió su nombre á la provincia, fué mentada por Fr. Gregorio García en su Predicación del Evangelio. El cronista cuenta que esta Cruz se veía grabada en medio de una roca, junto á unos pies esculpidos, que se dicen ser de Pay Zumé, dato que nos indicaría que la Cruz de que tratamos no es otra cosa que un signo complementario del de los pies esculpidos, de que nos ocupamos en el capítulo anterior, ó sea: un símbolo acuático ó astrolátrico.
Corrobora esta creencia la noticia del P. Josef de Acosta[112] de que los indios, cuando la adoraban, demandábanle lluvias.
El P. de la Calancha escribe sobre la Cruz misteriosa de los Chunchos, entre las montañas; y está demás decir que para este escritor fanático es obra del Apóstol.
De la famosa Cruz del Cuzco, que los españoles llevaron á la catedral, labrada «con mármol fino, de color blanco y encarnado de jaspe cristalino», ocupóse el Congreso de Americanistas de Luxemburgo, haciendo notar el marqués de Monclar[113] que la Cruz existió en el centro mismo del imperio de los Incas, y que era allí objeto de gran veneración. El marqués negaba que pudiera representar los cuatro puntos cardinales, como se sostenía á causa de habérsela encontrado colocada verticalmente, colgada de su agujero de suspensión.
Lozano[114] hace referencias á esta insignia «que tuvieron en veneración» los ingas, siguiendo á Garcilaso de la Vega[115]; siendo de advertir que éste duda de los motivos de «su veneración», pues asegura que era simplemente venerada y no «adorada»,—«lo cual escribe, debía ser por su hermosa figura, ó por algún otro respeto que no saben decir».
De este modo, la Cruz de mármol se convertía para Garcilaso en un fetiche Canopa.
Respecto á la observación del marqués de Monclar, que la Cruz no podía ser emblema de los cuatro puntos cardinales á causa de su colocación vertical, no la juzgamos argumento serio.
Los mapas murales, colgados verticalmente, figuran la planicie de la tierra y de los mares, no obstante. Si la Cruz representaba los puntos cardinales, y en tal concepto recibía veneración, no era preciso que estuviese horizontalmente colocada, por cuanto ella no representaría propiamente un signo geográfico, sinó que valdría como un emblema sagrado, alusivo á los cuatro vientos venidos de los cuatro rumbos; y, por otra parte, si en las ceremonias hacíase necesaria su disposición horizontal, así se efectuaría en cada caso ocurrente, colgándosela de nuevo.
Lo que nosotros dudamos es que se haya probado que esta Cruz peruana representaba los puntos cardinales, por más que así lo fuese en otros pueblos americanos.
En el imperio parece que los Incas mismos portaban la Cruz, pues, según Fernández, los candidatos al llauto vestían una camisa blanca «con cosa que se asemejaba á una cruz bordada en el pecho»[116].
En Chile, en donde el Apóstol sólo estuvo de paso al decir de los cronistas, se han encontrado interesantes objetos arqueológicos con cruces. En el capítulo sobre la Cruz en los Petroglyfos tendremos, por ejemplo, ocasión de hacer notar las interesantes cruces con que está ornada la pictografía de Tinguiririca, al lado de otros símbolos de indiscutible valor acuático ó atmosférico, lo que podría servir para determinar su valor figurativo en la región andina.
Nuestro Tucumán, no obstante el silencio de los cronistas, que no han parado su atención en las riquezas arqueológicas de la tierra, es, sin duda alguna, la nación americana más rica en figuraciones de cruces nativas, ya sea en sus petrografías ó pictografías, como en su espléndida cerámica, en sus ídolos, y hasta en sus diversos objetos artísticos de adorno ó de fantasía.
Da nuestra sola colección de objetos calchaquíes podríamos presentar un centenar en los cuales la Cruz, hermosamente trazada, aparece pintada, grabada ó esculpida, siempre con marcada insistencia, y con motivos determinados, obedeciendo á una tendencia simbólica uniforme, sin excepciones que hagan vacilar al espíritu arqueológico.
Es por estas circunstancias que la Cruz de Calchaquí será preferentemente estudiada en este libro; y á ello deberemos en gran parte poder arribar á conclusiones que á nuestro juicio no admiten réplicas, resolviendo definitivamente el ya secular problema.
Tal como hasta ahora aparece el signo, y por los datos someramente consignados, puede decirse con el marqués de Nadaillac que la Cruz americana era tenida «como el símbolo de la potencia creatriz y fertilizante de la naturaleza»[117].