Читать книгу El primer modelo de aparato psíquico - Adolfo Miguel Zonis - Страница 4
Presentación
ОглавлениеLos amigos suelen marcar nuestra vida. No puedo pensar la mía sin la presencia de Adolfo, con quien nos acompañamos desde hace muchos años, desde cuando éramos estudiantes de Medicina en Rosario, más precisamente cuando nos plantamos en una larga huelga intentando resistir a la intervención militar de la Facultad, durante el gobierno de Onganía. Allí, entre fogosas discusiones, nos conocimos más y luego, juntos, migramos a Buenos Aires para terminar la carrera. Nos recibimos y al poco tiempo volvimos a encontrarnos en el Policlínico Lanús, en la Residencia de Psicopatología, haciendo las primeras letras con los maestros Goldenberg y Barenblit.
Adolfo siempre estuvo fascinado por Freud, vocación que casi seguramente había “heredado” de su padre, culto médico cardiólogo que, en su pueblo natal, Morteros, en la provincia de Córdoba, se había convertido en una gran lector y entusiasta del psicoanálisis. Asimismo, la dulce dedicación de su madre, Dora, agregó el sostén emocional para apoyarse al comenzar su carrera como profesional de la salud.
En Buenos Aires, nuestra segunda casa fue APdeBA. Allí continuamos estudiando psicoanálisis y la obra de Freud en profundidad, que ya habíamos investigado previamente de la mano de Carpinacci, Apter, Dematine, Avenburg. Luego de esta base en común, cada uno se orientó según sus preferencias. Adolfo realizó su segundo análisis, ya con características de didáctico, con Ricardo Avenburg. Su interlocución con él abarcó toda su vida –Ricardo murió hace muy poco tiempo– siendo fundamental para el desarrollo y la maduración de Adolfo como analista. Después de estudiar detenidamente la obra de Freud, en APdeBA, nos sumergimos en M. Klein y en sus discípulos, y nuestra formación se abrió y adquirió complejidad gracias a algunos de los maestros de la casa que nos fueron acercando a diversos autores: los inolvidables Etchegoyen, Painceira, Wender, Puget, Liberman, Lancelle, Serebriani.
Adolfo desde hace muchos años bucea profundamente en la historia de Freud recurriendo más allá de los textos originales, a exégesis minuciosas de su obra. Es un experto y desarrolla con precisión los conceptos freudianos, dándole un valor agregado a la letra del vienés. Él, como todo investigador serio, necesita encontrar los orígenes y articular lo histórico con lo actual, lejos de toda rigidez dogmática. Como somos amigos y nos conocemos, diría que Adolfo es un historiador nato, desbrozando lo escrito y con cierta desconfianza en cuanto a “lo novedoso”. Para él, si no lo interpreto mal, la historia del psicoanálisis evoca a catáfilas de cebollas –tomando en este sentido la conocida metáfora freudiana– que se van agregando como parte de una evolución sostenida a partir de un núcleo. Difiere de mi visión del psicoanálisis, que es quizá más desarticulada, que evoluciona de acontecimiento en acontecimiento, modelada desde la época y por las geografías por las que va desenvolviéndose, generando a lo largo de la historia ciertos cambios epistemológicos y rupturas paradigmáticas que atraviesan zonas de caos y desorientación, al decir de Morin. Pero esta es mi manera de ver y no la de Adolfo, que es la que aquí nos concierne. Así como somos amigos entrañables, diferimos en nuestras perspectivas, pero con una particularidad notable: cuando hablamos apasionadamente de la clínica solemos coincidir en nuestras miradas: hablando de nuestra práctica, ¡estamos muy cercanos!
Nos quedan aún muchas charlas y discusiones con eje en los conceptos clásicos de represión, Edipo, deseo, memoria deliberativa, reedición, y su relación con ideas que han aparecido especialmente después de los años 80 como las de déficit, edición, memoria procedimental, enactment, surgidas de epistemologías constructivistas basadas en diversos sistemas motivacionales. Estas cuestiones las dejamos para futuros encuentros.
Quizá entre mate y mate podremos plantearnos coincidencias y diferencias como ha sido hasta ahora, con buena fe y en un clima siempre amigable.
Adolfo coincidiría con Azorín cuando el escritor español señala que un clásico “es un autor que siempre se está formando. No han escrito las obras clásicas sus autores; las va escribiendo la posteridad”, agregando luego: “Todo lo que no cambia está muerto. Queramos que nuestro pasado clásico sea una cosa viva, palpitante, vibrante. Veamos en los grandes autores el reflejo de nuestra sensibilidad actual. Otras generaciones vendrán luego que vean otra cosa.” También Ítalo Calvino nos recuerda que “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.”
Mientras leo las letras de este libro, evoco lo que algunos exégetas del Talmud cuentan del término Rosh Hashaná –año nuevo– señalando que tiene, en su raíz lingüística, el doble significado de “nuevo” y “otra vez”; y es porque en eso consiste la relación con el texto: una invitación a renovar interminablemente su voz y a recrear el sentido inagotable de un Libro que no cesa de reiterar su novedad.
Este libro, agudo y profundo, seguramente se transformará en un clásico que ayude a leer a Freud como otro clásico.
Es necesario e interesante poder ver el fenómeno del psicoanálisis desde diferentes tiempos y también desde diferentes vertientes: no solo como una formidable herramienta terapéutica, sino también como una propuesta que amplía nuestra mirada de la realidad y se constituye en un fenómeno político.
Recomiendo este libro, extraordinario, acerca de los orígenes de nuestra disciplina que se proyecta hasta nuestros días y aconsejo su lectura en los diferentes estamentos formativos. Aprenderemos mucho si lo leemos detalladamente y sin prisa.
Carlos Nemirovsky