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Felicidad familiar

Juan Carlos y María del Carmen se casaron en una ceremonia sencilla, pero muy emotiva. Y pronto llegaría, para instalarse, el único hermano varón de María del Carmen con su familia. Los esperaban muy ansiosos, sería el último en llegar a la Argentina, ya estaban los cinco hermanos (quedaba solo la menor en España) para acompañar a la madre, que había llegado no hacía mucho y vivía en Avellaneda.

María del Carmen era muy compañera; entre los dos, terminaron de construir su hogar. Juan Carlos, luego de prestar servicios, llegaba a la casa, buscaba su bicicleta y salía para arreglar televisores. Todo era esfuerzo, pues no solo había que comprar los materiales para seguir construyendo, también debían pagar la hipoteca.

Sam estaba feliz por su hijo; él seguía trabajando y, cuando terminaba sus labores, varias veces se quedaba en la casa de él, pues vivía a más de treinta kilómetros de Merlo.

La pareja tuvo dos hijas: a la más grande la llamaron Alicia María, a pesar de que su padre quería ponerle el nombre de su madre, y a la menor, Adriana Patricia. Sus padres las adoraban a ambas, aunque había una predilección de su madre hacia la mayor, pues la pequeña, de niña, era tímida y solitaria y la que siempre esperaba a su padre.

Juan Carlos intuía que necesitaba guiarla más; ella era inteligente, pero no con los cánones preestablecidos. Él sabía que la niña sufriría mucho, pero también que tenía una gran fuerza interna y siempre saldría victoriosa; todo le iba a costar el doble de esfuerzo, pero, a pesar de todo, podría sortear los obstáculos que se le presentasen.

Alicia crecía muy segura de sí misma, era la más formal, obediente y responsable. La pequeña, en cambio, era un estorbo. Creció bajo la sombra de la hermana mayor; en la escuela, en varias ocasiones, las maestras llevaban a Adriana (que era tan introvertida y siempre lloraba) al salón de su hermana para que se calmara, y a Alicia le daba vergüenza la situación.

Alicia tenía una conexión muy cercana con su madre y con su abuelo Sam, en cambio, a Adriana, de pequeña, le gustaba jugar sola cuando su madre descansaba. A ella no le gustaba dormir la siesta y, a esa hora del día, se ponía los zapatos de su madre, buscaba los billetes de su bolso, jugaba en silencio, y luego dejaba todo en su lugar, para que nadie se diese cuenta.

Siempre esperaba a que su padre llegase para jugar con ladrillos de encastre y al tiro al blanco. Y qué decir cuando Juan Carlos le contaba cuentos, a la pequeña le fascinaban, pues viajaba a través de la lectura.

Mientras que su hermana tenía muchas amigas (la mejor de entre ellas era Inés), a Adriana Patricia le costaba ser aceptada, no solo porque era tímida, sino también porque no se adaptaba fácilmente. Las compañeritas la trataban con indiferencia y se reían de ella, hasta que se hizo amiga inseparable de María Gabriela. Ella no tenía hermanas y encontró en Adriana a alguien especial para jugar. María Gabriela tenía muchas amistades, pero había encontrado en Adriana a una niña introvertida, muy tranquila, pacífica, muy dulce, que siempre parecía estar en su isla, una tierra de fantasía donde pocos podían captar su personalidad. Solo María Gabriela había logrado entrar en su mundo, y se divertían mucho juntas. Algunos juegos se basaban en los programas de televisión, además, se disfrazaban; la amiga le decía lo que quería hacer y ambas pensaban cómo lograrlo: se reían mucho juntas.

Inés, la amiga de Alicia, era más traviesa, pero, mientras que María Gabriela y Adriana la seguían, a Alicia no le gustaba que su amiga hiciera travesuras. A veces se quedaba observando, como desconfiada y, tal vez por ser más grande y demasiado seria para su edad, criticaba los juegos, aunque a las amigas no les importaba porque eran muy felices.

Lo que más les gustaba era bailar y disfrazarse de las personas que salían en las propagandas de televisión, todas les causaban risa.

Desde que la familia de María del Carmen se había mudado de Avellaneda a Merlo, Adriana se juntaba con su prima, Luisa. Era de su misma edad y muy traviesa, y ellas molestaban a sus hermanas mayores. Solamente con Kuky, como la llamaban a María Gabriela, su mundo era tierno y fantasioso.

¡Qué felices eran!, sobre todo María del Carmen. Cuando fueron a vivir su madre, sus hermanos y su familia a la localidad donde estaban asentados, con las hijas iban a jugar a la lotería a la casa de su abuela y tíos. María del Carmen era muy cariñosa con toda la familia y los ayudaba; siempre estaba pendiente en sus necesidades.

María del Carmen era superfeliz, no solo por haber encontrado un hombre que la amaba y era generoso, sino también por haber sido capaz de ayudar a su familia para que estuviese cerca de ella. Juan Carlos y Sam eran muy apreciados por todos. Como cada integrante de la familia tenía que hacer algo para todos, Sam era el que se encargaba de hacer la torta, era la más rica.

Con Kuky, varias veces fueron a la casa de su abuelito. Les encantaba la casa, pero más la huerta con árboles frutales. No podían creer las dimensiones del lugar, era aún más grande que la casa. Allí siempre jugaban a las escondidas; Sam las veía disfrutar y sonreía al observar cómo cuidaban solo en su casa las flores del jardín, como si conocieran las preferidas de Enriqueta. Las niñas quedaban hipnotizadas por la belleza de sus colores. Y qué decir de cuando les preparaba sus comidas y postres preferidos. Ellas volvían a sus casas felices y contando sobre su visita a la casa del abuelito de Adriana y Alicia.

A Adriana, de pequeña, no le gustaba estudiar, solo vivía en su mundo de fantasía. Era difícil saber qué le pasaba; muchas veces se escondía en su cuarto y le gustaba recitar la oración de San Francisco de Asís. En un principio quiso ser monja, pero luego, en su adolescencia, notó que le gustaban mucho los chicos y lo desestimó.

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.

Donde haya odio, siembre yo amor,

donde haya injuria, perdón;

donde haya duda, fe;

donde haya desesperación, esperanza;

donde haya sombra, luz;

donde haya tristeza, alegría.

Oh, divino maestro,

concédeme que no busque ser consolado, sino consolar;

que no busque ser comprendido, sino comprender;

que no busque ser amado, sino amar.

Porque dando es como recibo;

perdonando es como tú me perdonas

y muriendo en ti nazco a la vida eterna.

Otras veces, escondía algún perrito. Varias veces su madre le hacía devolver el animal desvalido a donde lo había encontrado. O se quedaba jugando con su gato en la habitación mientras nadie la veía.

Las hermanas eran muy diferentes, aunque, como todos los chicos, hacían algunas picardías. Alicia nunca quedaba en evidencia, lo que no sucedía con Adriana, ella era a la que siempre le llamaban la atención.

Una vez al mes, cuando su padre cobraba el sueldo, el día se convertía en una fiesta. Lo iban a buscar a la oficina en tren. Allí, escribían a máquina, luego iban a un lugar muy grande parecido a un súper, almorzaban y, como el padre llevaba el auto, después se iban a un sitio con casas precarias para comer allí un superpostre argentino de maní. El panorama no era muy lindo, pero Juan Carlos quería demostrarles la importancia de estudiar para tener una casa propia. Él, que prácticamente no había tenido un techo fijo y que de pequeño hacía pantallas con papel de arroz con Sam para vender en la plaza, quería inculcarles a sus hijas el valor del esfuerzo, el estudio y el trabajo.

No había época más hermosa que cuando iban de vacaciones, siempre al mar. Jugaba con su padre a hacer castillos de arena. Era difícil cuando Juan Carlos iba a nadar, pues Adriana Patricia no veía el peligro y lo seguía a todos lados, mientras que a Alicia no le gustaba acercarse a la orilla.

Cuando venían los barquilleros, comían una galletita dulce y rica. Juan Carlos sabía la manera de conseguir mayor cantidad, pues había que mover una ruleta y, de acuerdo con ese movimiento, las niñas obtenían una o más galletitas.

Cuando bajaba el sol, las llevaba a la calesita, donde, si tomaban la sortija, les regalaban muchas golosinas. Como iban muy seguido, las niñas volvían llenas de caramelos, que sus padres iban fraccionando pues les cuidaban la salud; solo comían algunos dulces cuando estaban de vacaciones.

Un lugar que les gustaba mucho visitar era la gruta de la virgen de Lourdes, un santuario ubicado en la ciudad de Mar del Plata1, inspirado en el original, que se encuentra en Francia. En este, se destaca una réplica a escala de las ciudades de Belén y Jerusalén, donde se observan animaciones y efectos especiales con colores alucinantes. Las niñas quedaban admiradas cuando se iluminaba la maqueta en su totalidad.

Las hermanas iban creciendo y, cuando salían de vacaciones, Alicia iba con su padre a pescar, pues todos los hermanos mayores lo hacían y así veían los amaneceres más hermosos. Mientras ellos pescaban, Adriana se quedaba inmersa en su propio mundo, leyendo o pensando en chicos.

Nunca veían a su padre de mal humor; solo una vez, en un camping de Chapadmalal (ciudad a unos kilómetros de Mar del Plata), hubo un temporal muy fuerte, y los padres llevaron a todos los hijos a la confitería del lugar, mientras ellos se quedaban cuidando y protegiendo las carpas. Los chicos salieron de allí, sentían que iban a vivir una aventura… ¿a quién se le podía ocurrir armar un fogón en un día como ese? No lo hicieron, pero tuvieron que caminar y volver a la confitería. Cuando se iban acercando, vieron que todos los autos habían salido a buscarlos. Esa fue la única vez que se lo vio a Juan Carlos enojado, y les propinó un reto que jamás olvidarían; nunca se sintieron tan avergonzados.

Antes de llegar a la adolescencia, la diferencia entre las hermanas se hacía abismal. Mientras que la mayor era excelente alumna, la menor se zambullía en la despreocupación. Ya no se juntaba con María Gabriela, pues ella no solo había pasado al siguiente grado, sino que además tenía novio. Adriana no quiso estudiar, pero su padre y la mamá de Inés, Mary, que ayudaban a los compañeros que tenían dificultades, la convencieron para que siguiera estudiando. Al comienzo fue difícil hacer amigos, pues todos sus compañeros se conocían, a pesar de eso, comenzó a socializar un poco más.

1 Mar del Plata, también conocida como la Feliz o la perla del Atlántico, es una ciudad ubicada en el sudeste de la provincia de Buenos Aires, Argentina, sobre la costa del mar Argentino. Es la cabecera del partido de General Pueyrredón, un importante puerto y balneario y la segunda urbe de turismo más importante del país tras Buenos Aires, ya que en época de verano su población puede aumentar en alrededor de un 300 %, por lo que cuenta con una gran oferta de infraestructura de hoteles y distintos servicios para que el turista viva unas vacaciones a pleno (Wikipedia: la enciclopedia libre. «Mar del Plata», disponible en https://es.wikipedia.org/wiki/Mar_del_Plata).

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