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Introducción

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Tras las huellas de los monstruos

Los monstruos siempre han sido, para mí, una inquietud personal, deliciosa e instigadora. Como tema de estudio, pedían un análisis intenso mediante miradas polifacéticas que pudieran rastrear su exterior e interior. El soporte cinematográfico se convirtió en algo obvio para tal acometida; a fin de cuentas, no hay ningún otro sitio en la contemporaneidad en el que un monstruo se muestre tan bien. Si la literatura forjó seres fantásticos profusamente en el siglo XIX, considero que, en los siglos XX y XXI, el cine ha sido el gran criadero de bestiarios. Su influencia ha sido tan avasalladora que la literatura denominada fantástica es hoy su gran deudora. En esta línea de raciocinio, me parece posible afirmar que, si la literatura expresó los síntomas de la cultura3 en el siglo XIX, el cine lo hizo en el siglo XX y lo viene haciendo en el XXI; al fin y al cabo, sus ingenios están mucho más cerca del sueño que los de una obra literaria, si pensamos que su materia prima es, básicamente, la imagen visual4.

Mi objetivo general en este trabajo ha sido el de analizar algunas películas de la primera década del siglo XXI —con una tolerancia de algunos años a más— en lo concerniente a la presencia de formas monstruosas provenientes de la imaginación en torno de lo fantástico, siempre contundentes y numerosas. En cuanto a un objetivo específico, he buscado entender cómo lo fantástico, en la materialidad de sus personajes, fue actualizado, reinventado y fabulado, mediante el soporte de una comprensión de base semiótico-psicoanalítica.

Por medio de la presentación de una cierta «arqueología» de diversas manifestaciones culturales de seres fantásticos (desde la Antigüedad, pasando por la Edad Media, por el Renacimiento, por el ultrarromanticismo del siglo XVIII, por la asunción de cuestiones del cuerpo cambiante en el XIX, hasta nuestros días), estudié la fuerza con la que determinadas representaciones de lo fantástico todavía se manifiestan, plasmadas en las cintas seleccionadas. También he intentado localizar, delimitar y explicar las manifestaciones del catastrofismo en el vasto panorama del cine fantástico como una de las tendencias dominantes en el periodo seleccionado5.

Si, en gran parte de las ficciones fantásticas, el personaje humano se vio o se sintió observado por algún monstruo que estaba al acecho, aquí he tenido la dedicación de mirar a la criatura que causa el pavor, diseccionar su conformación híbrida y, tantas veces, lo aparentemente innominable, tanto bajo la instrumentación de la semiótica psicoanalítica como de otros campos del saber, como los estudios cinematográficos, la filosofía y la antropología.

Llegué, concomitantemente con lecturas diversas y con el conocimiento previo de muchas películas, a seleccionar un corpus de temática fantástica producido durante la primera década del siglo XXI6. Establecí, no como criterio, sino únicamente como una variable de carácter simbólico para mi recorte, el 11 de septiembre de 2001. Esa fecha se convirtió, para toda la cultura mundial, en un antes y un después: tal vez ahí empezó el nuevo siglo. El fin del recorte temporal lo establecí en 2011, por lo que te encuentras ante diez años de cinematografía desmenuzada.

La profusión de films fantásticos lanzados durante el periodo elegido —lo que justifica la variada selección de los materiales estudiados— mereció una mirada que partiese de la localización y detección de los seres monstruosos que vinieron a poblar el universo cinematográfico de forma torrencial. Estudié las similitudes que tales seres mantuvieron entre sí, las formas por las que se presentaron, los niveles de invencionismo alrededor de ellos o, incluso, su vínculo con una cierta tradición de configuración en el amplio género fantástico. También, principalmente, busqué ver lo que esas películas —que inspiraron muchas veces series de vampiros, de seres de la mitología antigua y medieval, y de zombis famélicos, por ejemplo— pudieron decir sobre el mundo que se revelaba ante el nuevo siglo, desde 2001.

Al estudiar los monstruos —tanto en la cultura, de forma general, como en el cine y en la literatura, basándome, para ello, en investigadores de relevancia—, empecé señalando la existencia de un cierto bestiario cinematográfico contemporáneo constituido por monstruos que, mediante esfuerzos analíticos con respaldo teórico, vine a considerar paradigmáticos. Planteé, desde el comienzo, la hipótesis de que las representaciones de lo fantástico reflejan y demarcan las peculiaridades de la época enfocada y, por consiguiente, me sentí impulsado todo el tiempo a trabajar en torno a una cierta sintomatología de la cultura perceptible en el cine, inspirado por análisis que parten de ideas discutidas por Lacan y Žižek, por ejemplo, precipuamente. Al avanzar con las investigaciones, cuando analicé las películas, lograba, pues, encontrar ayudas para la elaboración de un «nuevo bestiario» que, a pesar de tener un fuerte y evidente matiz apocalíptico y catastrófico, proporcionó igualmente otras conformaciones que dicen mucho sobre la contemporaneidad. Los seres fantásticos —de los más horrendos a los más sutiles—, reavivados y recreados por la fuerza e ingeniosidad de las tecnologías del cine, ofrecieron mucho sobre el mundo comunicacional de nuestros días, de tal forma que propuse, en este trabajo, el término fantasfera (la gran esfera de lo fantástico), acuñado por mí, para denominar el vasto material disponible sobre las creaciones y criaturas de mi interés.

Presupuesta la analogía entre el sueño y el cine, anteriormente señalada, los análisis desarrollados fueron en gran medida formales y tuvieron, también como ya he subrayado, el apoyo de la semiótica psicoanalítica, hábil en ayudar a comprender las consecuencias de los signos culturales para el sujeto —el ser de la cultura—. Aquí me apoyo en las ideas de Žižek, cuando el filósofo escribe:

Se trata de eludir la fascinación propiamente fetichista del «contenido» supuestamente oculto tras la forma: el «secreto» a develar mediante el análisis no es el contenido que oculta la forma (la forma de las mercancías, la forma de los sueños), sino, en cambio, el «secreto» de esta forma7.

Žižek discurre sobre la forma utilizando a Marx y a Freud en sus ejemplificaciones, y coincide con el padre del psicoanálisis cuando este propone, acerca del análisis de los sueños, que «nos hemos de deshacer de la fascinación por este núcleo de significación, por el “significado oculto” del sueño —es decir, por el contenido encubierto tras la forma de un sueño— y centrar nuestra atención en esta forma»8.

Así pues, defiendo la propuesta zizekiana-freudiana de que lo que debe interesar es el secreto de la propia forma y no lo que presuntamente se oculta tras ella. En esa dirección, abordo las representaciones de los síntomas de la cultura encarnados en los seres monstruosos. Al fin y al cabo, el monstruo es siempre lo otro de lo humano, al igual que los animales9 y, ¿por qué no?, también los objetos. Por ejemplo: en los años cincuenta, lo «otro» de lo americano macartista se vio proyectado en las formas horripilantes y escarlatas de los marcianos de la ciencia ficción cinematográfica.

Desde el inicio de este estudio, me enfoqué en los múltiples seres a los que se les atribuyen características monstruosas10 y, con ello, se fue dejando de lado el matiz de las construcciones que se acercan más al humor y a la sátira. Debido a que las nomenclaturas que revisten lo fantástico son numerosas y contradictorias —ya que, entre otros factores11, se modifican de acuerdo con el contexto teórico—, no me adentré en el peligroso e infernal terreno de las subcategorizaciones. Explicito, por lo tanto, mi criterio formal en busca de las representaciones del monstruo y quiero dejar claro, desde este momento, que hui de la vana ambición de categorizar las diferentes manifestaciones del monstruo y de lo inverosímil para centrarme en el «protogénero de lo fantástico», el cual engloba géneros variados, como el terror y la ciencia ficción. Aun así, tuve el cuidado de presentar, a modo de estado del arte, algunos de los esfuerzos que invirtieron diversos estudiosos en su afán de establecer clasificaciones para lo fantástico y lo monstruoso, todas dotadas, no obstante, de fragilidades.

Este libro se divide en tres partes —organizadas en subcapítulos— y concluye con unas consideraciones finales. La primera parte tiene tres temas-guía: el primero se pasea por la problemática en torno al concepto y delimitación del género fantástico; seguidamente, se investiga una larga tradición en torno a los monstruos, empezando en la Antigüedad clásica y llegando hasta nuestros días. Con todo, el avance textual se realiza no solo cronológicamente, sino mediante comparaciones con formas y manifestaciones de lo monstruoso contemporáneo, además de discusiones de cariz psicoanalítico y semiótico, lo que anticipa, a menudo, algunos de mis sesgos analíticos. El tercer tema se encamina hacia la pertinencia de los estudios freudo-lacanianos en el marco del monstruo en el cine y en la literatura.

La segunda parte del libro trata específicamente de los recorridos de lo fantástico en el cine, arrancando con los espectáculos de fantasmagorías y los precines, y avanzando hasta el cine actual. También aquí se discuten, con más vigor, las dificultades clasificatorias de lo fantástico en el ámbito cinematográfico. El texto finaliza con comentarios sobre el terrorismo y el 11 de septiembre.

La tercera parte presenta los análisis de las películas estudiadas en el universo de la fantasfera. En ella, se incluyen capítulos que abordan de forma específica las cintas relacionadas. En ese momento es donde se piensan, de manera más contundente, las formas de lo monstruoso de acuerdo con la perspectiva de los síntomas culturales. Seguidamente, las consideraciones finales señalan el esfuerzo de síntesis de todo el estudio desarrollado alrededor del monstruo y de lo monstruoso.

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