Читать книгу El poder de la universidad en América Latina - Adrián Acosta Silva - Страница 9
ОглавлениеPRÓLOGO
La educación superior universitaria es hoy un territorio amplio, diversificado y extraordinariamente complejo. Millones de estudiantes, profesores y directivos habitan cotidianamente los campi universitarios y no universitarios, públicos y privados, de distinta magnitud y escalas, en miles de instituciones educativas del sector terciario en todo el mundo. Nunca como hoy el acceso a la educación superior se había convertido a la vez en un fenómeno social de búsqueda de identidad y posibilidades de reconocimientos, estatus o prestigios que posibiliten movilidad social entre distintos estratos y, al mismo tiempo, en un asunto público de primer orden en las agendas gubernamentales, una cuestión estratégica, de política y de políticas, que coloca a las instituciones de educación superior en un contexto de exigencias públicas, de incertidumbres globales y de aspiraciones sociales que difícilmente se ha presentado en los casi mil años de historia de las universidades en el mundo.
Pero la antigüedad, el tamaño o la diversidad de los sistemas nacionales de educación superior son apenas las postales de entrada en la comprensión de su complejo significado social, político o cultural. Si las universidades de Bolonia, París, Oxford o Salamanca se constituyeron por razones del azar o de la voluntad en las formas organizadas del saber y del poder que acompañaron tanto la legitimidad del orden social y político medieval como el desarrollo de la ciencia y de las profesiones a lo largo de la Edad Media, para luego ser parte de los núcleos intelectuales que institucionalizaron la transición del viejo orden feudal al moderno orden capitalista, no es muy claro cómo y por qué han sobrevivido como los modelos con o frente a los cuales nuevas universidades e instituciones de educación superior se crearon durante los últimos 500, 300 o 100 años.
Tampoco son claros los procesos que explican las diversas trayectorias institucionales de las universidades –en especial, las públicas–, en la configuración de los modernos sistemas nacionales de educación superior. Más allá de que algunas instituciones universitarias se colocaron desde su origen en la formación de las élites dirigentes e intelectuales, de los profesionistas y la formación del funcionario público, no sabemos muy bien cómo y por qué las universidades legitimaron ese encargo a lo largo del tiempo, en contextos sociales y temporales distintos y con grados de intensidad variables, muchas veces confusos y a menudo contradictorios.
Con el fin de explorar estas cuestiones, en el presente texto se ofrece un ensayo de interpretación histórico-sociológico acerca de las universidades latinoamericanas y caribeñas, centrando la atención en las tres universidades más antiguas de la región: Santo Domingo, San Marcos y México. Como se sabe, en las ciencias sociales y las humanidades el ensayo es generalmente una forma de aproximación que intenta organizar un conjunto de conocimientos fragmentarios, que propone relaciones posibles entre distintos componentes, factores y determinaciones de un objeto general o específico de investigación. El ensayo académico, en especial, es un método clásico de exploración más o menos libre pero sistemático sobre fenómenos sociales que auxilia en la comprensión de los perfiles, las tensiones y los relatos institucionales en un campo específico de la acción social, a la vez que se emplea como un recurso analítico, con el fin de exponer ciertas intuiciones, sospechas y conjeturas, y para ofrecer hipótesis explicativas respecto a fenómenos complejos y multidimensionales.
La elección del ensayo como método de exploración no es una decisión que goce de mucha popularidad en las ciencias sociales contemporáneas. Hoy, el énfasis en los datos estadísticos –los cada vez más mitificados y poco cuestionados “datos duros”, “big data” y demás–, el uso de sofisticadas metodologías “cualitativas”, “cuantitativas” o “mixtas”, las crecientes exigencias de verificabilidad y comparabilidad sustentadas en la aplicación inmediata o remota de los conocimientos de las ciencias sociales para intervenir en los asuntos públicos, han desplazado a la duda y a la especulación intelectual como métodos legítimos de exploración de la realidad social. Es posible que el declive del ensayo como ruta de comprensión de los fenómenos sociales se deba más a la ansiedad “metodolátrica” (la adoración del método en sí mismo), a las exigencias de medición estadística del tamaño o calidad de los fenómenos (anclados cada vez más en las métricas del desempeño), a las dificultades de tiempo y financiamiento de proyectos de investigación, o a las exigencias de utilización práctica que gobiernan hoy zonas extensas de las diversas disciplinas sociales, que a una reflexión profunda de los límites de los datos y las correlaciones estadísticas que oscurecen el lenguaje académico de no pocos economistas, sociólogos y politólogos contemporáneos.
Sin embargo, el uso del ensayo académico, como cualquier otro género, también tiene sus límites. Se ubica siempre en las fronteras de la opinión o de la especulación filosófica, histórica o sociológica. No compromete su trayectoria analítica con la formulación de un problema de investigación ni sus resultados con la verificación de una o varias hipótesis, ni tampoco se hace cargo necesariamente de traducir sus hallazgos o especulaciones en la resolución práctica de un problema público específico. Tampoco asume alguna responsabilidad clara en un conocimiento científico más preciso sobre los objetos de investigación o reflexión que le dan origen. Bien visto, el ensayo es una especulación organizada en torno a fenómenos que suelen ser no sólo complejos sino esencialmente ambiguos, cambiantes y contradictorios, como lo es, en este caso, la universidad.
El ensayo puede ser, al estilo de Montaigne, el ejercicio práctico de cierto escepticismo intelectual, la forma que asume un punto de vista dubitativo acerca de las realidades múltiples. Más que la formulación de grandes teorías, el ensayo se concentra en la comprensión de los procesos y la organización de las dudas, en la exploración más o menos libre de las distintas aristas, dimensiones o la experiencia de construcciones sociales como la universidad. En ese sentido, el ensayo es un género para herejes, no apto para ortodoxos académicos, un estilo que asume que la contradicción es el combustible de las dudas, la fuente de toda especulación intelectual que aspira a organizar de la mejor manera posible –es decir, contrastante y contradictoria– una visión de la complejidad de las construcciones sociales. Aquí, adquiere pleno sentido la definición que Alfonso Reyes, el gran escritor mexicano, hacía del ensayo literario como el “centauro de los géneros”, como el territorio que aspira a congregar, en el caso del ensayo académico en ciencias sociales, “el rigor de los conceptos con el vuelo de las intuiciones”, como señala Victoria Camps en “El declive del ensayo” (2016: 164).
Desde esta perspectiva, las siguientes páginas se asumen más en el género ensayístico que en el propiamente científico. El esfuerzo de indagación historiográfica y sociológica que le acompaña intenta ofrecer una reflexión más o menos organizada en cuanto a la sociología histórica de las universidades latinoamericanas que quizá permita a las nuevas generaciones de (posibles) estudiosos una aproximación general a las trayectorias institucionales de las universidades públicas y privadas de la región. Si se alimenta la curiosidad y el interés intelectual sobre el tema por parte de más de algún improbable lector de las páginas siguientes, estará cubierto sobradamente el propósito que anima la hechura de este texto.