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Capítulo I

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El abrigado torso de un joven se descubre. Envuelto por la oscuridad de la noche y en medio de su silenciosa quietud, él absorto permanece. Alejandro es su nombre.

Y así continuó, buscando el auténtico sosiego, o tal vez recordando su motivación ausente.

Observaba desde su terraza cómo la brillante Canopus ostenta orgullosa su magnífico fulgor en medio de una transparente noche de finales de invierno, de esas que, pese al frío, son inolvidables. A través del infinito mar de la bóveda, ella comanda el curso de la nave legendaria, y es imitada su segura estela por los restantes y tenues astros que la forman. Semejante visión le inspiró el recuerdo de un instante supremo: Tras lentamente aproximar los labios, besó esa boca por primera vez, cerrando en aquel momento y también ahora, tiernamente los ojos, como si quisiera, de nuevo, caer preso de tan maravillosa experiencia. Así, imploraba que ese barco celestial impulsado, esta vez, por sus suspiros lo conduzca pronto hacia el divino puerto de su destino, hacia su amor.

De pronto comenzó a sentir como si una mariposa recorriera con delicado y lento vuelo cada parte de su ser. Se dejó llevar por ella, solo oyendo cómo sus fabulosas alas, al revolotear suavemente en su interior, murmuraban. Así bajo el efecto de tan honda comunicación, de tan inenarrable goce, no es difícil entregarse al sueño, pues este invita a la mente a olvidarse de pensar y, a solo suspirar.

Así abandonados los “seguros” esquemas de la representación sensible, queda la razón desamparada en un territorio extraño, desconocido; impredecible.

Allí, todo lo que nuestra conciencia se agota por construir, el sueño busca desarmar, mientras, sobre un inoxidable carrusel, juntos acostumbran a pasear. Siempre la misma sortija a la conciencia, su invitada, el sueño promete. Y engatusada por los falsos juramentos de aquel gentil Romeo, ella no se percata de las piezas de realidad que le son robadas tras cumplirse cada vuelta.

Así, el panorama a su alrededor, constantemente se hace y se deshace. Y se confunde, en ese vértigo, el propio yo con el todo a la vez que el todo le es ajeno al propio yo. Estas quimeras entorpecen el paso firme que señala la apercepción, ya que, incluso, la experiencia fiel a la geometría de las formas aquí, completamente, se deforma. Todo resulta un caprichoso e inmaterial albedrío. Y eso mismo ocurre con el tiempo, que no respeta ningún parámetro, sino solo una antojadiza e ignota voluntad, cuyo mandato es el presente, de golpe el pasado, de repente el futuro y, de un zas, otra vez el presente.

Cuando este extraño devenir parece materializar nuestro anhelo más intenso, hablamos de fantasía o ensueño.

Cuando, en cambio, refleja un terror insoportable, que perturba incluso al más profundo letargo, despertándonos con el cuerpo estremecido por helados espasmos, y el corazón latiendo desbocado, pensamos, sin dudarlo, en una pesadilla.

Pero… ¿Qué creeríamos si, de pronto, a pesar de estar vivos, no pudiéramos despertar?

Durante sus sueños, Alejandro tuvo un encuentro impensado, uno jamás imaginado. Al parecer abrió una puerta que nunca debió abrir, o a lo mejor quien lo hizo fue la fuerza irresistible de un impulso desconocido, que repentinamente, intervino en el inhabitado páramo de su sosegado consciente. Y entonces, sin sentir sus pies moverse, el plácido durmiente fue alejado del acostumbrado camino.

Bajo ese poder, vagó por muchos rincones desconocidos hacia un incierto destino. Ni siquiera el temor más grande que pueda imaginarse pudo hacerlo regresar de aquel insólito extravío.

Huellas de lo insondable

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