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PRÓLOGO

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ENCADENAR ACONTECIMIENTOS, TESTIMONIOS Y RECEPCIONES

En lo que quiero insistir es en que los límites mayores

no dependen ni de la sabiduría ni de la voluntad de los testigos,

sino de un horizonte de recepción, […]

Hugo Vezzetti (4)

Desde el principio en Meter la mano en las entrañas, la autora nos reta a ver el testimonio como género literario. Y lo hace al mismo tiempo que lo contrapone al testimonio histórico, siempre deseoso de rigurosidad y veracidad. Para ser justos, la historia tampoco se aleja de esa oscilación. Quizás cabe recordar que el testimonio, o sea, el relato del testigo que vio o al quien le fue contado y luego lo transmite, agarró fuerza alrededor del recuento histórico en sí y del papel jurídico que pretende apuntalar o desestimar una acusación. De ahí que, historia y justicia vayan de la mano con el testimonio y le den importancia. No obstante, también cada una por su lado le recelan por presentar un fuerte sentido de evidencias no siempre tan evidentes, de partir de perspectivas diferentes según desde donde se mire. La justicia es más condescendiente con el testimonio, duramente observado, pero enfocado en la parte de veracidad demostrable del delito, mientras la historia es más recelosa, sobre todo porque el testimonio es representativo de las formas de memoria, ese uso intencionado del pasado en el presente, que le hace competencia al abordar lo que fue.

Por su lado, el axioma de todo pasa por el lenguaje dejó abierta la puerta a la ambigüedad, a la incertidumbre, a la intermediación, a las múltiples significaciones, al dominio del sentido, al diverso abordaje oral, escritural y hoy visual que le acompaña. Prácticamente mandó al traste el objetivismo en que se apoyaban historia y justicia. Al menos a la primera la hizo pensar más a fondo su necedad por ver el pasado, desde el presente sí, pero en búsqueda del apego a lo vivido por aquellos que ya no están. Aunque el testimonio es muy viejo como modo narrativo, el giro lingüístico, le dio su toque para entender esa oscilación arriba mencionada y ese carácter híbrido que presentan cada vez más los géneros literarios en la actualidad. Por eso, acostumbrados como estamos a ver memoria desde las ciencias sociales en complicidad con la psicología/psiquiatría, el ejercicio que hace Aida Toledo desde la literatura resulta gratificante –para nosotros los legos– al enfrentarse a uno de los géneros más fructíferos en Latinoamérica, el testimonio ligado a complicados procesos de contra-subordinaciones, de actos violentos y herencias traumáticas del hoy, a partir de la propia voz o de la intermediada, una literatura de la resistencia. Si bien el marco de referencia es la región subcontinental, el aterrizaje es en el plano el guatemalteco, donde existe una prolífera producción con sus bajones y subidas.

La autora, divide el libro en dos partes: la primera como reflexión teórica y la segunda como análisis ejemplar de diez obras testimoniales emblemáticas. Ambas partes no solo son complementarias, sino tienen su propia lógica expresiva. Se deduce de ello cómo este libro tiene, por un lado, una trayectoria de conocimiento e investigación y, por otro, una práctica de enseñanza alrededor del tema, su carta de presentación. Ella nos recuerda que los testimonios son fragmentos seleccionados que se apegan a una realidad y que se muestran como «formas de verdad» que deben ser relatadas. De esta manera, introduce en la primera parte del libro sus reflexiones teóricas y conceptuales, cuyo centro está en mostrar al testimonio como narrativa híbrida, por sí mismo rompe con toda pureza y delimitación de los géneros, para explicar o su mestizaje o su capacidad de continuum entre uno y otro.

Ahora bien, la autora no se queda ahí e insiste en desmenuzar ese carácter narrativo ligado a lo injusto, al olvido, al silencio y a lo obviado de las voces invisibilizadas por las historias dominantes, como una de forma de enfrentarlas. De este modo, el testimonio parte de la voluntad de contar algo en función de un colectivo, generalmente no hegemónico, que debe ser escuchado para decir o reafirmarse. Aun cuando sea un relato individual se basa en sus propias categorías culturales. El testimonio relata la experiencia vivida y sus consecuencias y la autora lo hace o hace partiendo de la experiencia latinoamericana, entendida como el eje de renovación del testimonio de finales del siglo XX, en especial, para el caso guatemalteco. Y lo hace a través de una cadena de testimonios que giran alrededor de la experiencia traumática de las luchas sociales, de los sufrimientos, de la guerra, de las militancias, de lo étnico, de la pobreza y del embate de la colonialidad o la modernidad. Esta se expresa como contrahistorias ejemplarizantes, conflictivas e incómodas que se esfuerzan por visibilizar a los suyos y ser comprendidas.

El recorrido teórico es largo y complejo, especialmente, por recuperar esa dimensión estética de la obra, que es lo que le interesa, sin obviar los vínculos históricos o de memoria, la autora se enfoca en la perspectiva literaria de la no ficción, pero literaria al fin. En ello resalta esa relación entre el testimonio directo, mediado por alguien o novelado. Por supuesto de acá emanan varios problemas, como lo es el de la autoría –que no se reduce a un dilema de quién es primero–, la fidelidad sobre lo narrado, el supuesto papel dominante de la escritura sobre lo oral y a las no coincidencias del idioma materno frente a la traducción al idioma de exposición, que se contempla en términos de jerarquía literaria. Por supuesto, entran en juego otras consideraciones, como lo que representa el estar sujeto a las reglas del mercado editorial, a determinados públicos dirigidos, o a las intenciones publicitarias. A todo ello se le añade la dimensión concreta de la enunciación que aporta sus propios enredos, en especial los surgidos del carácter político de buena parte de los testimonios y de las direcciones a dónde apuntan. La autora va desmenuzando a partir de encarar varios ejemplos entre sí de obras clásicas desde la que se ha partido el debate agudo sobre el carácter del testimonio, sus ausencias o mentiras y las verdades de uno y otro lado.

En fin, todos esos bemoles que al final de cuentas han servido para darle madurez al testimonio como género literario y como narración antropológica, historiadora y de memoria. Por supuesto hay más, pero con lo dicho es posible considerar la trama del libro y de su «problemática» de fondo. La segunda parte del libro da un giro al análisis personalizado de diversos ensayos testimoniales, diez en total, clásicos y no clásicos por el que recorre la prolífera producción de testimonios en el país. Aunque no exclusivamente la gran actora es la guerra y la postguerra: historia de amores sociales y espirituales, pensamientos ambientales, síntesis de aprendizajes, de vida y de tiempos selváticos, experiencias guerrilleras y de militancias, vidas de mujeres desde el margen, desde la militancia y del empoderamiento, desde la denuncia y de la comunicación de las luchas, desde los sufrimientos y la violencia de género, desde los desarraigos y arraigos territoriales.

El testimonio no es un género siempre considerado genuino dada su hibridez, aunque esconda profundidades reflexivas donde se interseccionan temas que le interesan a la autora, quien escarba las entrañas de esas otras y otros que se atreven a salir del silencio. Como podemos deducir de lo comentado hasta el momento o de lo que deliberadamente obviamos en hablar, a estas alturas conviene trasladarle al lector el afán de descubrirlas y de producir su inmersión en esta admirable lectura para que luego llegue a otras y otros receptores.

Luis Pedro Taracena Arriola

La Antigua Guatemala, julio/agosto de 2021

4. Hugo Vezzetti. «El testimonio en la formación de la memoria social». En Cecilia Vallina (editora). Crítica del testimonio. Ensayos sobre las relaciones entre memoria y relato (Rosario: Beatriz Viterbo editora, 2008): 32.

Meter la mano en las entrañas

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