Читать книгу Los chicos del cementerio - Aiden Thomas - Страница 7

Оглавление

—¿Dónde demonios estamos?

Julián caminaba girando lentamente sobre sí mismo, observando todo lo que había a su alrededor, mientras los nahuales lo guiaban hacia la iglesia principal y la casa de Yadriel.

—En el cementerio —respondieron Yadriel y Maritza al unísono.

Julián puso los ojos en blanco:

—Ya, pero ¿dónde?

—Este de Los Ángeles —aclaró Yadriel.

Observó cómo Julián, con las manos metidas en los bolsillos de su bomber, se iba paseando tranquilamente entre las tumbas. Sus ojos iban de aquí para allá sin perder detalle. Si no hubiera sido un espíritu, ya se habría tropezado con tres lápidas distintas, pero las atravesaba sin ningún problema.

—¿En serio? —Julián ladeó la cabeza y entornó los ojos con cara de confusión—. Yo nunca estuve aquí, y eso que me conozco las calles de Los Ángeles como los dedos de la mano.

—Como «la palma» de la mano —lo corrigió Maritza.

—Como se diga.

—Es que es un lugar secreto —explicó Yadriel, un poco pasmado y a la zaga de los otros dos.

—Ya, ya, una sociedad secreta de hechiceros —dijo Julián asintiendo con firmeza.

Yadriel se sentía como si estuviera en medio de un sueño muy raro. ¿Cómo podían estar tan tranquilos? Julián apenas se había sorprendido al enterarse de que estaba muerto. Maritza esquivaba sin esfuerzo los sepulcros y las urnas con la vista clavada en el teléfono, tecleando sin parar con sus largas uñas de color lavanda.

No podía entenderlo: ¡la situación era muy seria, increíblemente seria, no había nada más serio en el mundo entero! Había invocado a un espíritu y ahora tenía que seguirle la corriente para que le permitiera liberarlo. Faltaban muy pocos días para el Día de Muertos; aquella era la fecha límite para Yadriel. ¿Cómo iba a ayudar a los nahualos a encontrar a Miguel si tenía que estar pendiente de Julián Díaz?

Si quería demostrar quién era a tiempo para que lo presentaran en el aquelarre, tenían que ponerse manos a la obra y resolver el misterio cuanto antes. Yadriel aceleró el paso para unirse a Julián y preguntó:

—¿Qué es lo último que recuerdas? Ya me entiendes, antes de que… —Hizo un gesto vago—. Murieras.

A Julián no pareció molestarle su falta de tacto y simplemente se encogió de hombros:

—Pues que estaba con mis amigos en el parque Belvedere.

—¿Cuándo?

—El martes por la noche.

—Todavía es martes —Yadriel comprobó en su teléfono que ya era más de medianoche—. Bueno, madrugada del miércoles.

—¿Y cómo acabó mi colgante en esa vieja iglesia del terror si yo estaba en el parque Belvedere? —preguntó Julián con cara de mal humor, como si de algún modo Yadriel tuviera la culpa.

—¿Y yo qué sé? —La pregunta del espíritu era totalmente válida, pero Yadriel no tenía la respuesta—. A lo mejor estuviste aquí y no lo recuerdas.

A Julián no se le veía muy convencido:

—Me acordaría de un sitio como este. —Sacudió la cabeza y continuó—: Además, estoy seguro de que alguien me atacó. Fue justo después de que anocheciera; volvíamos de King Taco y…

Maritza levantó la mirada de su teléfono un momento para contribuir a la conversación:

—Ese sitio es chévere.

Una sonrisa de dientes blancos iluminó el rostro de Julián.

—¿Verdad? Tienen unos sopes de pollo que… —empezó a decir llevándose la mano al estómago.

—¿Y luego qué pasó? —lo interrumpió Yadriel, sin parar de mirar a su alrededor.

Unas voces fuertes le alertaron de que más adelante había alguien. Julián abrió la boca para responder, pero Yadriel lo cortó:

—¡Chsss! ¡Espera!

Los tres se desviaron del camino para no cruzarse con la pareja: un nahualo discutiendo con el espíritu de una señora mayor con mucho carácter.

—¿Ni siquiera fuiste capaz de traerme las flores que te pedí? —clamó la señora señalando un jarrón con rosas (bien bonitas, según le pareció a Yadriel) que había a los pies de una detallada estatua de ángel—. ¡Odio las rosas!

—Ay, mamá, ¡es lo mejor que encontré! Mira, ahora no tengo tiempo para discutir: Miguel desapareció y los demás podrían estar en peligro…

—Ah, ¿y los demás son más importantes que tu mamá? —lo acusó la señora con el pecho henchido de indignación.

Lo último que Yadriel llegó a oír fue al pobre nahualo gruñendo de hastío.

Cuanto más cerca estaban de su casa, más nervioso se sentía Yadriel. Mantenía los ojos bien abiertos por si veía luces de linternas; eso significaría que todavía había gente por la zona buscando a Miguel, pero lo cierto es que se veían menos que antes. Lo más probable es que la búsqueda se hubiera extendido hacia el exterior del cementerio.

Y Yadriel debería haber estado con ellos.

—Bueno, continúa —dijo haciendo un gesto para que Julián siguiera contándoles la historia.

—Pues, como decía —siguió Julián como si nada—, estábamos cruzando el paso elevado sobre la autopista. Luca se adelantó porque le encanta bajar la rampa a toda velocidad y… —Se quedó parado con las pupilas dilatadas—. Mierda.

Maritza se sobresaltó y Yadriel se agachó pensando que alguien los había visto:

—¿Q-qué…?

—¿Qué pasó con mi monopatín? —Julián echó la cabeza hacia atrás con un gruñido y se restregó la cara—. ¡Acababa de ponerle ejes nuevos!

Yadriel arqueó una ceja mirando a Maritza, y ella hizo lo mismo con expresión divertida. Julián se volvió de golpe a Yadriel:

—¡Tenemos que encontrarlo!

Yadriel parpadeó sorprendido. ¿Hablaba en serio?

—La verdad es que dudo que vayas a necesitarlo —comentó Maritza.

—Uf, si el tipo ese se lo llevó, te juro que… —continuó Julián con la mandíbula tensa.

—¿Qué tipo? —interrumpió Yadriel antes de que Julián se fuera por la tangente.

—¡El que atacó a Luca! —exclamó furioso. Gesticulando como loco, empezó a hablar a toda velocidad mientras iba de un lado para otro—. Luca gritó y, cuando llegamos hasta él, un tipo lo tenía agarrado contra la pared. Seguramente quería robarle o algo, como si el pobre alguna vez tuviera dinero… Entonces yo me arrojé sobre el tipo ese y lo empujé; pensé que lo había arrojado al suelo, pero se dio la vuelta antes de que pudiera apartarme y…

Sin darse cuenta, Julián acabó metido en un sepulcro que le llegaba a la altura de la cintura. Se detuvo con los hombros caídos y el ceño fruncido, como si se le hubieran acabado las pilas de repente. Por un instante, los bordes de su cuerpo se emborronaron y pareció diluirse.

—Y todo quedó a oscuras. —Se restregó el pecho con la mano—. Lo siguiente que recuerdo es estar con ustedes dos.

A Yadriel le dio lástima; no tenía ni idea de qué decirle a alguien que acababa de descubrir que había muerto. Sabía por experiencia que no se le daba bien tranquilizar ni consolar a la gente. Nunca había sido su punto fuerte. Él no era su mamá.

Buscó a Maritza con la mirada para que le ayudara, pero ella se mordió los labios y se encogió un poco de hombros.

—No tenemos muchos hilos de los que tirar —admitió Yadriel. ¿Cómo iban a hacer frente a esa situación?

Pero Julián ya tenía una respuesta preparada:

—Tenemos que encontrar a mis amigos —insistió con los ojos fijos en los de Yadriel. Había tanta fiereza en ellos que el nahualo dio un paso atrás—. Necesito asegurarme de que están bien. Si les pasó algo y es culpa mía… ¡Ah! ¡Puedo enviarles un mensaje! —dijo alegremente, y bajó la mirada para palmearse los bolsillos.

Un grito se le atoró en la garganta en cuanto se dio cuenta de dónde se había metido y, sacudiéndose la ropa, trastabilló hacia atrás.

—¿Qué podemos hacer, Yads? —preguntó Maritza, gozando claramente con el susto que se había llevado Julián.

—¡¿De verdad no podían haberme dicho que estaba de pie dentro de un ataúd?! —jadeó Julián.

—¡Chsss! —le chistó Yadriel.

—Seguro que ahora voy cubierto de polvo de muerto…

—¡Harás que nos descubran!

Julián se sacudió los brazos con gesto de mal humor.

Tch, lo que me faltaba… —gruñó metiéndose las manos en los bolsillos—. ¿Dónde está mi teléfono?

—Seguramente con tu cuerpo. —Yadriel no sabía cómo decirlo delicadamente, pero Julián pareció más molesto que conmocionado ante la mención de su cadáver—. Mañana buscaremos a tus amigos en el instituto, ¿de acuerdo?

—¿Mañana? —Julián sacudió la cabeza—. Ni hablar, tenemos que encontrarlos esta noche para…

—Esta noche no podemos ir —lo cortó Yadriel.

—Pero…

—Es muy tarde, bastante más de medianoche. Si mi papá se entera de que no estoy en casa a estas horas y de que encima voy con un espíritu que invoqué contra las reglas, me castigará…

—¿Que te castigará? —repitió Julián arrugando la cara como si jamás hubiera oído esa palabra.

—… y no me dejará participar en el aquelarre…

—No tengo ni idea de qué es eso.

—… y entonces sí que mañana no podremos hacer nada de nada. —Ya podían ver su casa; lo único que quedaba era conseguir que Julián entrara sin que nadie se diera cuenta—. Por no hablar de que mañana hay clase y me tengo que levantar dentro de pocas horas.

—¿Clase? —Julián lo miró profundamente ofendido—. ¿De verdad que, ahora mismo, lo que te preocupa son los estudios?

A pesar del gruñido que soltó, de algún modo se abstuvo de discutir. Solo se metió las manos en los bolsillos de su bomber mientras miraba a Yadriel con la cara enfurruñada.

—¿No podría tener una versión fantasma de un teléfono o algo así? —murmuró para sí.

—¿Maritza? ¿Yadriel?

Yadriel se volvió de un salto y vio que Diego y Andrés se les acercaban. Ambos llevaban linternas en una mano y sus dagas curvas en la otra.

—¿Qué están haciendo aquí fuera? —preguntó Diego.

El hermano de Yadriel los examinó con el ceño fruncido, pero a Julián no le dedicó más que un vistazo rápido. Ver espíritus en el cementerio no tenía nada de especial, así que, si Yadriel mantenía la calma, no sospecharía nada:

—Em… —Se quedó mirando a Diego sin saber qué decir.

—Queríamos ayudar a buscar a Miguel —dijo Maritza tranquilamente. Siempre que los descubrían haciendo algo que no debían, ella era la que tenía labia para salir del apuro—. Le pedimos a uno de los espíritus que nos ayudara a echar un vistazo por la iglesia antigua —añadió con un gesto de cabeza dirigido a Julián.

Entonces, Diego sí que se fijó en él.

Julián no dijo nada. Primero clavó la mirada en los portajes de ambos nahualos, pero después observó a Diego y Andrés con cara de no estar impresionado. Al final, levantó brevemente la barbilla, un saludo típicamente masculino.

Hubo una pausa larga. Yadriel estaba convencido de que su hermano vería claramente la culpabilidad que se le reflejaba en el rostro o que, como mínimo, oiría el latir traicionero de su corazón.

Pero Diego simplemente asintió y le dijo a Julián:

—Bien, le diré a mi papá que ya miraron allá. —Volvió su atención a Yadriel y añadió—: Será mejor que vuelvas a casa antes de que la abuelita se enfade.

Yadriel asintió con las mejillas ardiendo y, en cuanto Diego y Andrés se marcharon, soltó un gran suspiro.

—¿Quiénes son esos payasos? —preguntó Julián arrugando la nariz.

—Mi hermano y su amigo —contestó Yadriel pasándose el dorso de la mano por la frente—. Al menos ni él ni mi papá están en casa, así que solo tenemos que evitar que te vea la abuelita. —Se volvió a Maritza y dijo—: Quizás deberías irte a casa.

Los rizos rosas y morados de Maritza rebotaron cuando se echó a reír y, con un puño en la cadera, sentenció:

—Ni hablar, ¡yo quiero ver cómo acaba esto!

—¿No se enfadará tu mamá? —preguntó Yadriel, tratando de no tomarse a mal que, para ella, su crisis fuera una fuente de diversión.

—Ya le envié un mensaje; le dije que necesitas apoyo moral después de pelearte con tu papá.

Yadriel frunció el ceño:

—Vaya, gracias.

—De nada. —Ella rio con sarcasmo—. Además, se te da fatal mentir y hacer cosas sin que nadie se entere. La única persona que puede conseguir que Casper llegue a tu cuarto sin que te descubran…

—¡Eh, que te estoy oyendo! —interrumpió Julián.

—… soy yo —concluyó Maritza.

—¿Y cómo lo meteremos en casa sin que lo vea la abuelita? —preguntó Yadriel al borde de un ataque de nervios.

—Sigilosamente —dijo ella meneando los dedos, pero dejó caer las manos cuando Yadriel se la quedó mirando hecho una furia—. Es muy tarde; seguro que ya se quedó dormida viendo Telemundo.

Al parecer, la conversación aburrió a Julián, pues se acercó a una lápida e intentó recoger, sin éxito, la flor de cempasúchil que la adornaba.

Yadriel sabía que su prima seguramente tenía razón, pero había varios factores que no estaba teniendo en cuenta:

—Sí, bueno, mi papá y mi hermano ahora están buscando a Miguel, pero acabarán volviendo a casa. ¿Qué haré entonces?

—¡Calma, Yads! ¡Primero una cosa y después la otra! Por ahora, subámoslo a tu cuarto y ya mañana nos preocuparemos del resto.

Julián volvió hasta ellos con rostro dubitativo y, señalando a Yadriel con el pulgar, preguntó:

—Entonces, ¿me voy a quedar con ella?

—«Él» —lo corrigieron ambos nahuales al unísono.

—¿Él? —Mirando a Yadriel, parpadeó con las cejas fruncidas, como si quisiera aclararse la vista.

Yadriel empezó a sonrojarse ante el escrutinio. Se puso recto para parecer más alto; cerró los puños sudorosos, tensó los músculos y levantó la barbilla con un gesto de determinación (o así quería él que se interpretara).

—¿Algún problema? —preguntó Maritza con los brazos cruzados y una ceja arqueada.

Julián no respondió con la rapidez suficiente, así que Maritza chasqueó los dedos para llamarle la atención. Con una expresión confusa a la par que ofendida, el espíritu contestó:

—Ninguno.

—Perfecto, ¡vamos! —Y Maritza se dirigió hacia la casa con una sonrisa alegre.

Yadriel se frotó la cara. ¿Cómo se había metido en un lío tan inmenso en tan poco tiempo? De repente, el agotamiento lo atropelló como un camión.

A su lado, Julián se balanceaba sobre los talones, mirando en derredor, hasta que finalmente se aclaró la garganta:

—Bueno, em… ¿Dónde está tu casa?

Yadriel suspiró y empezó a seguir a Maritza por el camino flanqueado de mausoleos bajos. Señaló hacia la iglesia que se veía en la distancia con un gesto de cabeza y dijo:

—Allí. Vivimos en una casa pequeña no muy lejos de la iglesia.

—¿Vives en un cementerio? —preguntó Julián perplejo.

Yadriel se recolocó el peso de la mochila. La gente del instituto siempre reaccionaba con caras extrañadas y risas cuando se enteraban de que él era el rarito que vivía en el cementerio. Entre eso y ser abiertamente trans, estaba muy acostumbrado a las miraditas y los chistes.

—Sí —dijo esperando una reacción similar.

Pero, en vez de eso, Julián sonrió y asintió con aprobación:

—Qué chévere.

Yadriel se echó a reír de la sorpresa y observó a Julián con curiosidad mientras este empezaba a dirigirse hacia la iglesia. Tenía una belleza clásica de cejas pobladas y nariz recta; parecía una de las estatuas de piedra que adornaban los nichos de la iglesia. La reencarnación de un guerrero azteca.

Cuando Julián se dio cuenta de que Yadriel lo estaba mirando, el nahualo apartó los ojos rápidamente.

—¡Oh! —Julián se acordó de algo—. En tu casa hay comida, ¿verdad? Que lo de que tengo hambre lo decía en serio.

Yadriel soltó un suspiro irritado:

—Primero tenemos que meterte en casa sin que te vea mi abuela, pero sí, hay comida; se pasó el día entero cocinando.

—¿Comida casera de tu abuela? —exclamó Julián, incapaz de contenerse.

—¡Chsss!

—Ah, perdón.

Yadriel notó una sensación fría en la nuca cuando Julián se le acercó y, con gran preocupación, le preguntó al oído:

—¿Los fantasmas pueden comer?

Santa Muerte, llévame pronto.

Los chicos del cementerio

Подняться наверх