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Prólogo

Un trabajo teológico intenso, sólido, comprometido

Alberto F. Roldán pertenece a una generación de teólogos protestantes latinoamericanos que ha asimilado gradualmente, no sin esfuerzo ni conflicto, lo mejor del pensamiento contemporáneo en diversos órdenes, pues basta con mirar su historia de vida para darse cuenta de la forma en que se ha desarrollado con el paso del tiempo. Partiendo, como muchos otros colegas, de una experiencia definida por los cánones del protestantismo histórico conservador, ha evolucionado hasta alcanzar una voz teológica propia, madura y propositiva. Su curiosidad intelectual lo ha llevado a incursionar en áreas como la educación y, sobre todo, la hermenéutica, en donde la huella de profundas lecturas de Paul Ricœur le ha servido para afinar cada vez más sus enfoques y análisis.

Como resultado de lo anterior, el carácter interdisciplinario de su trabajo lo define puntualmente, pues su acercamiento académico a las ciencias sociales le permite abordar los más diversos temas con una amplia solvencia y un manejo preciso de autores para delimitar adecuadamente los alcances de sus estudios, sean estos bíblicos, doctrinales, pastorales o históricos. Esta sólida metodología le debe mucho a la visión teológica y misionera que ahora desgrana en libros como el presente. Su temprano paso por Guatemala, le permitió un conocimiento fundamental del crecimiento evangélico in situ, justamente en los años en que las comunidades enfrentaron grandes desafíos. Brasil, para mencionar otro de los espacios latinoamericanos que conoce como pocos, le permitió también sumergirse en un “océano” cultural y teológico, caldo de cultivo de inmensos cambios religiosos, lo cual se advierte en muchas de las citas que maneja en sus textos.

Desde obras como las muy tempranas El mundo al que Dios me ha enviado (1992) o Evangelio y antievangelio. Misión y realidad latinoamericana (1993), hasta ¿Para qué sirve la teología? Una respuesta crítica con horizonte abierto (1999), Escatología. Una visión integral desde América Latina (2002) o La espiritualidad que deseamos (2003), nuestro autor ha conseguido, para beneplácito de quienes seguimos su labor, iluminar las realidades estudiadas con aportaciones que se han ganado ya un importante lugar en la teología protestante latinoamericana. ¿Para qué sirve la teología? merece una mención aparte debido a la manera tan sencilla —pero no por ello menos incisiva— con que introduce al lector a una comprensión teórica y práctica, al mismo tiempo la seriedad con que deben vivirse los estudios teológicos, muy en la línea de su admirado Karl Barth, en quien abreva una y otra vez para encontrar pautas de fe, conocimiento y acción.

Este nuevo fruto de sus aficiones y desvelos viene a confirmar que Roldán no solamente vuelve a sus autores preferidos, sino que lo hace con la firme convicción de que la relectura de las mejores tradiciones teológicas del pasado, lejano o inmediato, es una de las mejores fuentes para la tan anhelada renovación eclesial en el ámbito evangélico latinoamericano. De este modo, el triple enfoque de este nuevo volumen, Reino, política y misión, garantiza una lectura de alta calidad para pastores, estudiantes o miembros de iglesias, hombres y mujeres, que deseen informar su fe y su actividad con una fuerte dosis de la mejor teología.

Sobre el primer elemento del título, Roldán despliega en los primeros dos capítulos una mirada erudita y crítica sobre la forma en que se ha entendido el núcleo del mensaje de Jesús de Nazaret en América Latina, condensando en la agilidad de sus páginas el análisis requerido para comprender la manera en que las iglesias evangélicas han tardado tanto en penetrar y dejarse iluminar por el tema central de la acción de Jesús en el mundo. Este panorama tan necesario —que preocupó a algunas vertientes teológicas en germen, particularmente a la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) en sus primeros años— recibe el complemento de la nueva perspectiva aportada, desde hace algunos años, por el concepto de la missio Dei (misión de Dios), que tanto ha enriquecido al muchas veces desesperante reduccionismo de las zonas evangélicas más tradicionales.

La reconstrucción histórica de tendencias importantes, como el “evangelio social”, que arraigaron escasamente en la mentalidad latinoamericana, aunque no estuvieron ausentes, es uno de los grandes méritos de estas páginas. Roldán es muy claro al señalar que esta corriente, en particular, no puede dejar de verse como un antecedente de lo que después serían las teologías latinoamericanas de liberación. Y es muy enfático: “…el concepto del Reino permite superar la tendencia eclesiocéntrica en la teología y la misión cristianas. Cuando la iglesia entiende la misión como si su centro fuera ella misma, reduce el propósito de Dios con su mundo. En rigor, el propósito último de Dios no se reduce a la salvación de ‘almas’ o de ‘personas’ o de ‘familias’ sino que consiste en la reconciliación del mundo”.

El autor discute el tema mediante el análisis de precursores y de teólogos tan relevantes en el siglo XX como H. Richard Niebuhr (tan olvidado en estos tiempos y escondido tras el nombre de su hermano Reinhold), Oscar Cullmann, Paul Tillich, Wolfhart Pannenberg y Jürgen Moltmann, mediante un tour de force autoimpuesto con la conciencia de que muchos de sus lectores latinoamericanos se encontrarán con ellos por primera vez y de que les causarán una profunda impresión, tal como le sucedió a él.

Lo mismo sucede, en el segundo capítulo, con tres autores latinoamericanos (Sobrino, Míguez Bonino y Castro), cuyas aportaciones merecen un amplio reconocimiento en el avance de la conciencia cristiana en nuestro continente al respecto; pues logran superar, mediante sólidas relecturas de los evangelios, las limitaciones “escatologizantes” de otros autores sobre el mismo tema, y ponen sobre la mesa de discusión muchas de las implicaciones sociopolíticas que permanecían inexploradas y que salieron a la luz, forzosamente, en los años más álgidos de las luchas revolucionarias, causando enorme desazón y desconcierto entre las comunidades evangélicas, gracias a la postura supuestamente “apolítica” que aprendieron en el discurso misionero. En ese sentido, van sus respectivos énfasis en la ultimidad, la obediencia y la libertad en la misión.

La segunda vertiente del libro, ligada a las figuras de Juan Calvino y Barth, abarca cuatro capítulos en donde Roldán estudia la ética social y política del reformador, la importancia del comentario de Barth a la Carta a los Romanos, el carácter de la praxis sociopolítica barthiana y, a manera de síntesis y diálogo, el círculo hermenéutico en ambos pensadores. Escasamente se podría abarcar en pocas líneas el alcance de estos textos, el primero de ellos redactado como parte de una estadía de investigación en el Seminario Calvino, de Grand Rapids, justamente en los días del jubileo calviniano. Allí, Roldán discute si la propuesta del reformador constituye una auténtica teoría política, “bañada” de teología bíblica, tan necesaria para fundamentar posturas en toda la historia de la iglesia.

Es notable la manera en que el autor dialoga con diversos estudiosos, antiguos y modernos; entre los más recientes, Schmitt, Walzer y Marta García-Alonso, estudiosa española, a quien ha leído minuciosamente y de quien ha reseñado también su tesis doctoral. Una de sus conclusiones es muy llamativa: “Aunque el calvinismo ha sido superado en la historia y el mundo ha experimentado cambios tan radicales en el modo de ser pensado, todavía sigue siendo un acicate para la acción cristiana en el mundo, cuya meta histórica es lo que la Biblia denomina ‘reino de Dios”.

“Verdadero punto de partida de una nueva teología que representa una alternativa viable a la falsa alternativa entre liberalismo y fundamentalismo”; así resume Roldán la importancia del comentario de Barth publicado en 1919. El capítulo dedicado a esa magna obra es una necesarísima puesta al día de los entretelones y el impacto que causó en su momento, así como de su recepción en América Latina, en donde Barth tuvo seguidores muy atentos y discípulos directos, como Emilio Castro y Rolando Gutiérrez.

En nuestro medio, afirmaciones como las de Roldán (por ejemplo, “La Carta a los Romanos, de Barth, constituye un punto de partida para una nueva forma de leer la Biblia, desde una nueva hermenéutica contextual y existencial”) solo han sido aceptables y digeribles después de décadas de incomprensión, pues la barthiana hermenéutica existencial (por mencionar únicamente un aspecto) se adelantó a su tiempo. Las palabras de Míguez Bonino, gran lector del teólogo suizo, siguen siendo muy útiles para acercarse con “seguridad” a quien temieron tantos profesores de seminarios: “Si se quiere entender a Barth, hay que leer la letra pequeña de su Dogmática, donde hace exégesis de los pasajes bíblicos con los cuales intenta darle fundamento a su teología”. La teología barthiana es eminentemente tangencial, pues solo roza la explicación de las relaciones de Dios con el mundo, resume Roldán. El gran comentario barthiano, si se escribiera hoy, sugiere el autor, sería muy distinto, pero no dejaría de ser profundamente contextual, en diálogo con las nuevas realidades. Sería una muestra de auténtica teología liberadora y reivindicadora.

La indagación en el pensamiento de Barth, especialmente en su énfasis en la justicia divina y la praxis que se deriva de su comprensión, se ahonda en el capítulo siguiente y se cierra brillantemente con la comparación, desde la perspectiva del círculo hermenéutico (de origen filosófico y con el matiz protestante de Bultmann y Ricœur), con la obra de Calvino, pues Roldán los ve como creadores de desarrollos propios. En el caso de Barth, como un pionero en la ampliación de horizontes de su teología heredada, especialmente en temas como la soberanía de Dios y la predestinación, siguiendo los momentos del mencionado círculo. Este es quizá el ensayo más original e intuitivo del libro, puesto que pone a dialogar a dos teólogos reformados en el seno de la misma tradición, mediante un criterio de análisis que la teología latinoamericana asumió como propio y específico, sobre todo a partir del trabajo de J. L. Segundo, antes incluso de que su uso se volviera una propuesta hermenéutica prácticamente universal. Por ello, es capaz de señalar que, entre sus propósitos, está demostrar en qué medida “la teología reformada ha sufrido modificaciones sustanciales que, lejos de reducirla ha ampliado sus horizontes y ha mostrado su capacidad de adaptación a nuevas situaciones”. Prueba de ello es la brillante relectura que Barth hace de la obra de Calvino.

Los capítulos finales del libro se ocupan de dos temas que siguen siendo vigentes: las teologías políticas de Moltmann y Metz, y el tránsito de la misionología desde una visión del Congreso de Edimburgo (1910) hasta cien años después, desde América Latina, antiguo territorio de misión. En el capítulo dedicado a los dos teólogos alemanes, Roldán expone la forma en que ambos reaccionaron a los escritos de Schmitt para producir notables aportaciones, desde los campos protestante y católico, como “caminos desafiantes para la praxis cristiana en el mundo de lo político”. Partiendo de las tesis centrales de Schmitt, Roldán señala los rumbos divergentes de Moltmann (del monoteísmo monárquico al concepto trinitario de Dios y la teología política de la cruz) y Metz (crítica a la privatización de la fe, relaciones iglesia-mundo y dialéctica de teoría y praxis) para encontrar dichos caminos, en medio de la crisis posterior a las dos guerras mundiales.

Por último, Roldán hace una relectura latinoamericana, crítica y comprometida de lo que representó el congreso de Edimburgo en la visión misionológica. Advierte que pasar de la exclusión al protagonismo, es un salto cualitativo nada despreciable, sobre todo porque hoy el futuro de la iglesia y de las misiones ya no depende de las coyunturas del llamado Primer Mundo, sino de los desarrollos cristianos en los países que antes fueron colonias y que ahora están despegando en una labor misionera inconcebible hace cien años. Para él, la misión, concebida como sumarse a la labor del Dios trinitario en su esfuerzo de automanifestación, ya no puede ser excluyente ni ajena a los contextos socioculturales, religiosos o políticos de las sociedades actuales. América Latina está hoy a la vanguardia de las misiones.

Con todo este contenido, al que poca justicia hace este prólogo, el presente volumen viene a mostrar la madurez de su autor y su capacidad para comunicar, con una terminología intensa y clara, algunos de los debates teológicos actuales. Celebremos su aparición con una lectura atenta y comprometida.

Leopoldo Cervantes-Ortiz

México, DF, enero de 2011

Reino, política y misión

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