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Caraíbas (Arcoverde)

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El suelo desaparece bajo sus pies. Los ángeles actúan rápidamente y sostienen a los humanos. Aun así, una poderosa fuerza los empuja hacia el abismo a gran velocidad. En cuestión de segundos, caen en un espacio oscuro, frío y desierto. ¿Qué pueden hacer? ¿Dónde van a terminar? En este momento, la esperanza y la fe de todos se ven sacudidas, pues están agonizantes sin ser rescatados.

El tiempo pasa, y siguen cayendo. En un tiempo imposible de medir, tal es su percance, pueden ver el final: a la derecha una cruz, y a la izquierda una inmensa oscuridad; en el centro Seol, lleno de espíritus malignos atormentados. A medida que se acercan, el choque de las fuerzas opuestas se hace enorme, como hace cinco años, en la primera aventura de la serie "El vidente".

Justo antes de estrellarse contra el suelo, el hijo de Dios, inspirado por el Espíritu Santo, comienza a recitar la siguiente oración: "Padre, te pido que actúes. Estamos en profunda contrición, desdicha y peligro y no tenemos a nadie a quien recurrir. Recuérdanos ahora tal como recordaste y te compadeciste de Noé y de los esclavos israelitas. Ruego por tu amor, comprensión y por la misericordia de la bendita cruz que nos ha liberado del pecado y abierto las puertas a la vida eterna. Amén".

A casi un milímetro de la caída, la fuerza de atracción cesó. Los ángeles voltearon sus alas y comenzaron a volar de nuevo. Comenzaron el camino de regreso a la velocidad de la luz. En seguida, salen del abismo y este desaparece sin dejar rastro. Como por arte de magia, se encuentran en la ascensión en zigzag de Caraíbas, justo al principio. Rafaela no se contuvo:

–¡Dios mío! ¿Qué fue eso?

–Era una ilusión causada por una poderosa mente maligna. Si no fuera por la oración del vidente, estaríamos perdidos ―explicó Rafael.

–¿Cómo, Aldivan? ¿De dónde te viene la inspiración? (Rafaela Ferreira)

–Lo explicaré. A través del fenómeno de la comunión, Yahvé y yo estamos entrelazados de tal manera que mis palabras se convierten en las suyas. No hay diferencia. (Aldivan)

–¡Increíble! Nunca escuché nada parecido. Aunque puede parecer una blasfemia, lo creo. (Rafaela)

–Qué buena amiga, estás empezando a comprender la grandeza de este corazón que un día conquistará el mundo. (Renato)

–No existo sin él (Uriel)

–Gracias a todos y especialmente a mi amigo el arcángel Uriel Ikiriri. En los momentos más difíciles de mi vida, ha sido una herramienta del Todopoderoso que me ha apoyado y liberado. No tengo más que decir. Soy el único humano que conoce a su ángel guardián, que conoce su propio futuro y que penetra en el alma humana. Estoy bendecido. (El vidente)

–Me gustaría ser como tú. (Dice Rafaela en tono melancólico)

–No quieras serlo. Cada ser humano es bello por sus propias características. Dios te ama tal como eres y sólo espera un sí para actuar en tu vida. (El vidente)

–Lo entiendo. Discúlpame. (Rafaela)

–No te preocupes. Yo te entiendo. (El hijo de Dios)

–Gracias. (Rafaela)

–Continuemos entonces. Todavía queda un largo camino por recorrer. (Aldivan)

El grupo obedece. La caminata continúa. Unos metros después, giran la curva y siguen adelante. En el camino, se encuentran con dos coches privados que salen del pueblo, algunos jinetes y un ciclista. Como son corteses, los saludan y continúan caminando. A poca distancia, aparecen las primeras casas y la pendiente se allana. El vidente se detiene, al igual que los demás, y aprovecha para hablar con sus compañeros de aventura:

–¿Veis todo este lugar? Es un terreno espléndido con características peculiares, esto es un poco de la caatinga del interior. Todos los días durante un año, sudé caminando por aquí. Sin embargo, eso no me hizo menos digno. Por el contrario, me sentía honrado de desempeñar mi papel como asistente administrativo en la secretaría de la escuela.

–Nunca he trabajado. Pero entiendo lo que dices. De hecho, es bueno ser útil, lo que no soy ahora. (Rafaela)

–No hables así. Tienes una hermosa familia que te ama y al padre espiritual también. Ahora, nos tienes como amigos. ¿Lo ves? No eres inútil. Eres importante para los que te rodean. (Aldivan)

–Tus palabras…, me emocionan… (Rafaela Ferreira solloza)

Todos se emocionan. Instintivamente, se acercan y la abrazan. Le ponen tanto énfasis que Rafaela se siente sofocada. Por primera vez en mucho tiempo, se siente completamente amada, lo que es medicina sagrada para su problema de depresión.

Cuando se calma, se separan de nuevo, y la conversación continúa durante un rato más:

–¡Así es como debe ser! Somos un gran equipo con un objetivo común: desentrañar los complejos entresijos del excitante destino. ¡Estamos contigo, vidente! (Renato)

–Gracias. ¿Puedo confiar en vosotros también, mis queridos arcángeles? (Aldivan)

–¡Siempre! Tu padre Yahvé nos guía en todo momento. Es su voluntad. (Rafael)

–"En la noche más oscura, cuando todos digan que no, cuando no haya salida, te rescataré. En ese momento, mostraré una camino luminoso, claro y viable. A partir de entonces, la felicidad reinará en tu vida porque yo soy Yahvé, el verdadero Dios. Palabra de Yahvé". (Uriel)

–Eso me pasó a mí. Conmovedor. (El vidente)

–Así es como me siento. Cuenta conmigo para cualquier cosa. (Uriel)

–Gracias. Cuenta conmigo también. Aldivan)

–¿Podemos continuar? El tiempo apremia, es casi de noche. (Señala Rafael)

–Sí, vámonos. (El vidente)

El paseo se reanuda. Recorren rápidamente y a ritmo constante los quinientos metros que los separan del pueblo. Pasean por las primeras calles y giran a la derecha, otros cincuenta metros más adelante llegan a una residencia de estilo chalet, de 6x13 m, con un patio delante y al lado un garaje lateral, de mampostería lisa y enlucida con paredes blancas pintadas, con el número treinta y cinco escrito en una placa de madera. Cuando se acercan a la puerta, llaman y esperan a que alguien les conteste. Aparece una joven rubia, de estatura mediana y mejillas sonrosadas, llamada Jackeline. La misma de la aventura anterior, "El Encuentro de Dos Mundos". Ella dice:

–¿Eres tú, vidente? ¡Cuánto tiempo!

–Sí. Estoy en mi quinta saga de la serie El Vidente. Y tú, ¿cómo has estado? (El hijo de Dios)

–Bien. ¿Quiénes son estas personas que están contigo? (Jackeline)

–Son mis amigos, Rafael, Uriel y Rafaela Ferreira. A Renato ya lo conoces. (Aldivan)

–Sí, por supuesto. Encantado de conoceros, chicos. (Jackeline)

–Un placer. (El resto, simultáneamente)

–Disculpad mis modales, por favor, entrad. (Jackeline)

–Gracias. (El vidente)

El grupo entra junto con Jackeline y, como sus padres están de viaje, ella actúa como anfitriona. Se sientan en el sofá de siete plazas del salón.

Eran exactamente las seis de la tarde y aprovechó para invitarlos.

–¿Y si vamos a la cocina? Debéis tener hambre.

–Un poco. ¿Qué opináis, muchachos? (El hijo de Dios)

–Estoy de acuerdo. (Renato)

–Yo también. (Rafaela)

–Vamos. (Rafael)

–Sí. (Uriel)

Aceptada la invitación, dejan la entrada, van por el pasillo y llegan a la cocina. Se sientan alrededor de la mesa principal, mientras Jackeline prepara té y galletas para la merienda. Habría preparado una cena pero no había tiempo y tampoco esperaba visitas. Cuando todo está listo, ella les sirve y el vidente aprovecha la oportunidad para hablar.

–Mira, quiero pedirte un favor, Jack. ¿Podrías acogernos esta noche? Ya es tarde, y no tenemos conocidos aquí.

–No te preocupes. Tengo camas y colchones disponibles para todos. Será un placer ―dijo ella.

–Gracias. ¿Sigues trabajando como enfermera? (Aldivan)

–Sí, ¿y tú en tu gran aventura como escritor? (Jackeline)

–Sí. Me encanta mi trabajo. La gente como Rafaela me inspira a continuar. (Aldivan)

–¿Qué te pasa, querida? (Jackeline)

–Me siento un poco desganada y triste por algunas cosas. (Rafaela)

–Entiendo. Estás deprimida. Has hecho una excelente elección al elegir acompañarlo. Aldivan tiene palabras de vida. (Jackeline)

–Y tú, Renato, ¿cómo estás? Has crecido. (Jackeline)

–Bueno. Este año termino los estudios de medicina y deseo continuar estudiando en la facultad. Ya he tenido algunos coqueteos… ―dijo el joven.

–Jajaja ―riendo― ¡Muy bien! ¿Y tú, Aldivan? ¿Ya has encontrado el amor? (Jackeline)

–Todavía no, pero lo estoy buscando. Quién sabe si algún día lo pueda encontrar. De todas formas, aparte de eso, soy un hombre realizado y feliz en mi carrera y trabajo. (Aldivan)

–Es verdad. Si hay una persona que es feliz y lo merece, ese ser se llama Aldivan Teixeira Torres, y no lo digo porque es mi protegido. Mi juicio es imparcial. (Uriel Ikiriri)

–Aldivan es la rosa entre espinas. Entre los humanos no hay nadie como él. Su grandeza es tan grande que Dios lo considera como su hijo. (Rafael)

–Estoy orgulloso de ser su compañero de aventura. (Renato)

–Y yo de tenerlo como amigo. (Jackeline)

–Lo mismo digo. (Rafaela)

–Gracias a todos. Vosotros, junto con toda la humanidad, sois importantes para mí, ¡aunque a veces no lo merezcáis! (El hijo de Dios)

Todos se acercan a Aldivan y lo abrazan. En ese momento mágico, se sientes como verdaderos hijos de Dios, amados y protegidos. El abrazo dura el tiempo suficiente para que se sienta el calor humano. Después, rompen el abrazo y siguen tomando el té y las galletas.

Cuando terminan salen de la cocina, regresan a la sala de estar y se dedican a otras actividades. Entre ellas ver la televisión, escuchar buena música en la radio y charlar. Esto los mantiene entretenidos hasta la hora de acostarse, siendo exactamente a las diez de la noche. Buenas noches a todos.

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